La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

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19 de Enero de 1881

BANQUETE AL GENERAL BAQUEDANO

INVITACIÓN

Lima, Enero 19 de 1881

 

Señor:

Los infrascritos tenemos el honor de invitar a V. S. a una mesa de once que en obsequio de nuestro General en Jefe, señor Manuel Baquedano, tendrá jugar en el Palacio de Gobierno el lunes 24 del corriente, a las 2 P. M.

Adjuntamos a V. S. el boleto personal que le facilitará el acceso al lugar de la manifestación.

Acepte V. S. la distinguida consideración de sus A. S. S.—M. 2° MATURANA.—C. SAAVEDRA.—PATRICIO LYNCH. —EMETERIO LFTELIER—JOSE F. GANA.—EMILIO SOTO­MAYOR.—JOSÉ VELASQUEZ.—PEDRO LAGOS.—O. BARBOSA. —M. URRIOLA.—SILVESTRE URÍZAR.

 

BRÍNDIS PRONUNCIADOS EN EL BANQUETE.

 

El General Saavedra.— Señor General: Aceptad este modesto banquete que os ofrecen vuestros compañeros de armas. El tiene por objeto manifestar sus simpatías al Jefe que con tanto acierto ha dirigido a nuestro glorioso ejército en los campos de batalla, levantando muy alto el pabellón nacional.—(Aplausos):

General: Que la suerte os siga siempre favoreciendo, para vuestra felicidad y la de la patria, son los votos de vuestros compañeros y amigos.—(Grandes  aplausos).

El General Baquedano, visiblemente conmovido, contestó con el siguiente brindis, que la concurrencia escu­chó de pié:

El General Baquedano.—Gracias, señores, por la demostración que habéis querido hacerme. Si la bandera chilena flamea hoy en Lima, hermoseada por nuevas glorias, a vosotros es debido. Yo, por mi parte, nunca os podré agradecer bastante vuestra valiosa cooperación en la campaña. Bebo esta copa, por el ejército que tanto lustre ha dado a Chile y que sabrá, no lo dudo, ser en la paz el más respetuoso, leal y firme sostenedor de la ley y de las instituciones, como lo ha sido en la guerra del honor nacional.—(Estrepitosos aplausos).

El señor Altamirano.—Señores: La grande empresa ha terminado, la guerra colosal llegado a su última etapa: la victoria. Pero la victoria completa, decisiva, abrumadora; la victoria que es rendición incondicional del enemigo, y que es, al mismo tiempo, la exaltación de nuestro Chile querido a las altas cimas de la grandeza y de la gloria (Aplausos)

Cuando yo pienso en todo lo que habéis hecho, señores, involuntariamente me vuelvo hacia el ilustre Jefe que os ha conducido a la victoria y que ha inmortalizado su nombre dando vida a estos cinco hijos de su valor y de su pa­triotismo, que se llaman: Ángeles, Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores. ¡Qué hermosa familia! ¿Quién la tuvo igual en América, señores?--(Aplausos.)

Pero, al mismo tiempo que me inclino con amor y con respeto delante del Jefe nunca vencido, me dirijo también a vosotros que habéis sido los ejecutores, ir vosotros que, al frente de nuestros valerosos soldados, habéis atacado a pecho descubierto las formidables barreras que el enemigo oponía a nuestro paso; y os digo que si Chile estima como debe su honor y su gloria, vivirá para bendecir vuestros nombres, ya que vosotros con vuestro valor y con vuestro heroísmo habéis rodeado de tanto prestigio y de tanta gloria el augusto nombre de la patria.

¡Por la fama inmortal del General Baquedano y de nues­tro incomparable ejército! Por vuestra gloria, señores!— (Prolongados aplausos.)

Don Máximo R. Lira—Señores: Esta terminada la gran empresa que se confió al patriotismo y al esfuerzo vigoroso de los hijos de Chile. El camino a sido largo, penoso y difícil; lo ha regado mucha sangre generosa; son muchas las tumbas abiertas desde Calama hasta Lima; son muchos los compañeros que hemos perdido en estos dos años de lucha contra una naturaleza inclemente y contra enemigos esforzados.

Pero al fin hemos llegado y estamos aquí, en Lima, en la antigua residencia de los virreyes españoles, en el mismo Palacio donde se había decretado que Chile no figuraría en adelante como nación soberana! (Aplausos.)

Estamos en Lima, cobijados por nuestra bandera, dictando leyes a los vencidos, que se hallan desde hace días al amparo de nuestra clemencia; somos los señores de la mejor parte del suelo peruano, los dueños de su capital y de todas las fortalezas de sus puertos, los árbitros soberanos de su destino! (Muy bien!)

¡Qué inmensa gloria, señores, para Chile y para nosotros, porque todo eso es nuestra obra! Ahora, que venga La paz. Ella será digna de Chile, porque será impuesta por la victoria; será gloriosa, porque afianzará la grandeza que habíamos soñado para nuestro país; será reparadora, porque nos devolverá la quietud que necesitamos para consolidar con el trabajo las ventajas obtenidas con la guerra.

Cuando esa paz se firme restableciendo la buena armonía de estos países, que en mala hora se rompió, volveréis a recibir en gratitud y en bendiciones el premio debido a vuestros servicios. Vuestro regreso será una fiesta en los hogares huérfanos que, recobrarán su alegría, en las ciudades que os recibirán como pruebas palpables de nuestra gloria nacional, en el país entero que recobrará inteligencias y brazos necesarios para su progreso.

Mas, antes de que eso suceda, quiero aprovechar la oportunidad que me presenta esta fiesta, que obedece a un pensamiento de justicia, para deciros algo sobre la situación que os va a crear la paz y los deberes que ella os impone.

En la vida de campamento que he hecho con vosotros, aprendido a conocer lo que vale la unión entre los hombres. Os he visto formando con nuestros subalternos y con vuestros jefes algo corno una sola familia, en la que los vínculos de la sangre estaban reemplazados por pensamientos, propósitos, aspiraciones y peligros comunes. Esa unión, simbolizada por la disciplina militar, es la que os ha hecho fuertes contra el enemigo. Esa misma unión, mantenida después de la guerra en interés del orden público y del respeto debido ir las leyes, hará de vosotros un poder benéfico para la República.

Yo os pido pues, que lo conservéis; yo, os ruego que no rompáis nunca los lazos, de esta gloriosa confraternidad; yo os suplico que continuéis siendo como ciudadanos lo que habéis sido como soldados: un solo brazo puesto al servicio de una sola idea: el bien del país. (Bravos y aplausos).

Así nuestra obra se consolidará y producirá todos sus frutos. Todavía espera Chile de vosotros ese nuevo beneficio. Y ¿cómo no? Todas las virtudes de buen ciudadano están comprendidas en esta sola: patriotismo. Esa virtud la poseéis vosotros en grado eminente. Por patriotismo tomasteis las armas, por patriotismo habéis derramado vuestra sangre; el patriotismo os ha dado fuerzas para soportar las fatigas de esta larga campaña y el aliento poderoso que se necesitaba, para vencer y dominar a dos pueblos. Vuestro probado patriotismo os otorga el derecho de ejercer cono ciudadanos una influencia saludable en los destinos de la Nación.

Señores y amigos: la guerra cuyo término natural ya divisamos, tendrá un poema por historia. Ante las glorias en ella casi se eclipsan las glorias de nuestro pasado. Chacabuco y Maipú fueron las proezas de una infancia fuerte; Matucana y Yungay, fueron las hazañas de una adolescencia robusta; Pisagua, y San Francisco, Tacna y Arica, Chorrillos y Miraflores, son obra de una sana virilidad. Con las primeras se echaron los cimientos de la Nación; con las últimas se ha coronado el grandísimo edificio que necesitaba brazos de gigante para su elevación. Habéis sido los fundadores de la gran patria chilena y tenéis el deber de consolidar vuestra obra haciéndola indestructible.

Yo bebo, pues, esta copa porque seáis en la paz tan buenos ciudadanos como habéis sido en la guerra buenos soldados, y así Chile es deberá su doble grandeza de pueblo guerrero y de pueblo libre. (Aplausos que duran largo rato.)

El Coronel Velásquez.- Brindo por el ejército que tan noble y abnegadamente ha cumplido con su mismo; por ose ejército lleno de hombres de buena voluntad, que al llenar el deber que Chile les impuso, no se han preocupado un solo momento, ajenos a toda ambición bastarda y todo propósito político, de otra cosa que de la guerra y de la gloria de la patria. Añadió que esperaba que su ejemplo fuera lección para lo futuro, como era en la actualidad uno de sus mejores timbres de honor. (Aplausos y demostraciones de aprobación.)

El señor Donoso, dijo: que como chileno se sentía or­gulloso por los triunfos obtenidos por el ejército, y que como ministro del Dios de paz, hacía votos por la terminación de  la guerra y porque llegará pronto el día en que Chile, Bolivia y el Perú se dieran el abrazo de la fra­ternidad a la sombra protectora de la Cruz.

Brindaron en seguirla el coronel Barbosa, el señor Fontecilla, don Ángel C. Vicuña y el capitán de fragata don Luis Uribe, abundando todos en los más patrióticos sen­timientos y siendo entusiastamente aplaudidos.

El Mayor Martínez Ramos, manifestó que había recibido de su jefe, el coronel Lagos, el especial encargo de saludar al General en Jefe, y de manifestarle cuánto sentía encontrarse postrado en el lecho en el momento en que era objeto de una tan justa prueba del cariño que le profesaba el ejército y a la cual él de todo corazón se asociaba.

El general Baquedano.- Brindo por el distinguido coronel Lagos, cuyos brillantes servicios me hago un deber de reconocer aquí de una manera pública y es­pecial.

Brindo también por el que ha enviado en su representación, el doctor Martínez Ramos, cuya conducta, como médico fue siempre digna de todo elogio, y solo comparable a su valiente comportamiento de soldado. (Aplausos.)

El capitán Viel, dijo: que, con motivo de no haber llegado a tiempo las invitaciones, muchos de sus compa­ñeros de la marina no pudieron venir a saludar al General, y que él, en nombre de todos ellos, saludaba al ilustre vencedor de Chorrillos y Miraflores. (Aplausos.)

Contestó el General Baquedano, brindando por el Almirante y por la marina, y expresando el voto de que siempre la confraternidad y la armonía reinasen entre la escuadra y el ejército de Chile, cuyos comunes esfuerzo, habían dado el triunfo a las armas de la República (Aplausos y vivas a la marina.)

El señor Altamirano brindó en el mismo sentido que el General en Jefe, y le siguieron en el uso de la palabra el coronel Lynch y el General Sotomayor, manifestando el primero su agradecimiento al ejército, por la aceptación con que lo había recibido en sus filas, y pidiendo el segundo una nueva copa por el General Baquedano.

La animación y la alegría habían llegado a su colmo.

A las 6 P. M., y antes de cerrar el banquete, el General en Jefe pidió un recuerdo para los que murieron como buenos en las últimas batallas, sellando con su sangre los triunfos de Chile. Toda la concurrencia se puso de pié para saludara los muertos de la guerra.

En seguida el señor Baquedano pidió una copa por S. E. el Presidente de la República y por la actitud firme y decidida que había manifestado durante esa gran lucha.

Este brindis fui aplaudido con entusiasmo, y se dio por terminado el banquete.

La banda de navales tocó durante la hermosa fiesta las más escogidas piezas de su repertorio.—(LA ACTUALIDAD de Lima.)

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