La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

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ARTÍCULO EXPLICATIVO SOBRE LA CAPTURA DEL “RIMAC” PUBLICADO POR EL “DIARIO OFICIAL” EL 3 DE AGOSTO, Y CUYA REDACCIÓN SE ATRIBUYÓ  EN ESA ÉPOCA AL MINISTRO DE JUSTICIA DON JORGE HUNEEUS.

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

 

La publicación de los antecedentes que se relacionan con la salida del transporte Rimac del puerto de Valparaíso y con la que debió ser su llegada a Antofagasta, desvanecerá toda errónea apreciación y dejará en el ánimo de toda persona imparcial la impresión de que la captura de dicho transporte ha sido efecto solo de una fatal casualidad.

Esos antecedentes, que se dan a luz sin comentario alguno, son los siguientes:

Se había solicitado de Antofagasta, por el general en jefe, aumento de la fuerza de caballería para practicar exploraciones; y aun indicádose al gobierno la conveniencia, de que aquel aumento se verificara enviando al escuadrón de Carabineros de Yungay.

Se dictaron, en consecuencia, las medidas necesarias para la partida de dicho escuadrón, que debió salir de Valparaíso en el transporte Rimac el sábado 19 de julio último, en la tarde.

A las 12 hs. 18 ms. P.M. del mismo día, recibió el comandante general de marina en Valparaíso el siguiente telegrama que el señor ministro de relaciones exteriores le dirigió desde Antofagasta, contestando a una pregunta de aquél: “que no salga; espere US. aviso.”

Con motivo de este telegrama, y estando ya embarcados en el Rimac los caballos que en él se transportaron, el comandante general de marina, con el propósito de desembarcarlos si la tardanza en la salida del vapor había de ser larga,  dirigió al señor ministro de relaciones exteriores un telegrama en que le hacía presente esa circunstancia.

El honorable señor Santa María contestó, a las 3 hs. 35 ms. P.M. del citado día 19 de julio, en los términos siguientes: “He dicho a US. que espere aviso”, y cerca de dos horas después, a las 5 hs. 15 ms.  P.M. del mismo día, dirigió de Antofagasta al señor Altamirano el siguiente telegrama “que salgan mañana”.

Recibido este despacho por el señor Altamirano y poniéndose de acuerdo con el intendente general del ejército, fijó aquel para la salida las doce del día siguiente, y así se efectuó, zarpando del puerto de Valparaíso, con minutos de diferencia, el domingo 20 de julio, a esa hora, los transportes Rimac y Paquete de Maule.

A las 6 y media P.M. del expresado día domingo, recibió aquí el gobierno la noticia, que el intendente de Atacama había trasmitido al de Valparaíso a las 2 y media de la tarde de que, los buques peruanos Huáscar y Unión surcaban nuestras aguas.

Inmediatamente el señor ministro del interior, reiterando instrucciones ya dadas con anterioridad, dirigió al comandante general de marina el siguiente telegrama “Prevenga a Antofagasta en el primer momento en que haya comunicación, que el Rimac salió hoy a las doce llevando el escuadrón de carabineros con encargo de tomar alta mar, a fin de que el Cochrane calculando su rumbo y el lugar donde se halle, salga a protegerlo. Creemos esto preferible a que venga directamente a Caldera.  Si el Cochrane no está en Antofagasta y se encuentra en algún punto próximo, que se le de aviso inmediatamente.

 

ANTONIO VARAS

****

 

RELACIÓN DE DON GONZALO Bulnes SOBRE LA CAPTURA

DEL “Rímac”.

 

Ya que la suerte que ha corrido el transporte Rimac no es un misterio para nadie, conviene recordar las circunstancias en que tuvo lugar su partida.  Habiéndome trasladado a Valparaíso a despedir a mi hermano, estuve en situación de conocer las verdaderas circunstancias que precedieron a su marcha.  Su relación auténtica, descarnada, que garantizo bajo mi palabra de honor y que coloco bajo el honor del mismo señor Altamirano, contribuirá a esclarecer el hecho terrible que tiene abrumado el espíritu del país.

El viernes 18 de julio salí de Santiago acompañando al escuadrón Carabineros de Yungay.  Llegado a Valparaíso, mi hermano recibió orden de embarcarse a las tres de la tarde en el vapor Rimac.  Minutos antes de esa llora y cuando llegaba al muelle para tomar el bote que debía conducirlo a bordo, nos dijo el comandante Thompson que, según creía, el intendente Altamirano había postergado la salida del transporte.

Fuimos a ver al señor Altamirano quien nos confirmó lo que Thompson nos había dicho solo de un modo vago; añadiendo mas o menos estas textuales palabras: Santa María me anuncia, comandante, que hay mucho peligro para su partida.  Por consiguiente, postergue Ud. su viaje hasta nueva orden.

Luego supimos que la causa de esa determinación inesperada era un parte trasmitido desde Antofagasta, que fue publicado aquella misma tarde en Valparaíso y que, según creemos, fue circulado en suplementos en Santiago, anunciando que el Huáscar estaba en Mejillones, la Unión en Cobija y creemos que la Pilcomayo en Tocopilla.

La ansiedad se hizo sentir desde ese momento en Valparaíso y con ella el temor de que el objeto del enemigo fuese apresar los transportes que se preparaban a partir.  Sin embargo, al siguiente día, a las diez de la mañana, mi hermano recibió en el hotel una carta en que el señor Altamirano se reducía a anunciarle que el Rimac partía a las 12 del día, sin una palabra de explicación sobre la presencia del enemigo, ni sobre la desaparición de los temores que detuvieron su marcha el día anterior.

A consecuencia de esta orden se embarcó ese mismo día, a las doce, con el  presentimiento del funesto lance que no ha tardado en realizarse.

Se agrega a esto, que el vapor que debía burlar la persecución de la escuadra peruana, había sido cargado, según se nos asegura, con exceso sobre el peso máximo de su carga, y que aun sin esa circunstancia no habría podido escapar de la Unión por ser su andar inferior de dos millas al de este buque.

Una hora mas o menos después de la partida del vapor, se recibió la noticia de la presencia de la escuadra peruana en Caldera, pero el parte no llegó a conocimiento del señor Altamirano sino a las cinco y media de la tarde del mismo día,  por haberse ausentado de la intendencia sin dejar una persona encargada de conducir los partes al lugar en que se encontraba.

A las seis, cuando la noticia de la llegada del enemigo a nuestras costas se divulgó en Valparaíso, me trasladé a la intendencia a solicitar del señor Altamirano que tomase alguna medida para evitar el apresamiento del vapor.

Empezó por manifestarme que no había medio de reparar lo hecho; y como me preguntase si se me ocurría alguno, le supliqué que ordenase a la Chacabuco, al Tolten y al Copiapó, que debían regresar de Coquimbo a Valparaíso, que tomasen tres rumbos distintos, lo que a más de servirles de propia seguridad habría quizás bastado para prevenir del peligro al Rimac y hacerlo volver a Valparaíso.  El señor Altamirano se excusó de tomar ninguna medida alegando razones que solo me manifestaron su deseo de confiar la suerte del convoy a los azares de la más ciega fortuna.

Esta relación descarnada, no descubre sino una faz de la severa investigación que el país está en el deber de levantar contra los autores de la orden inconsiderada que expuso sin objeto la suerte de un cuerpo de ejército.

Nada justificaba esa marcha precipitada; ni las necesidades de la guerra, ni siquiera la opinión de los altos jefes del ejército, pues nos consta que el señor general Arteaga no solicitó, antes bien se opuso al envío precipitado del escuadrón.

En resumen, la desgracia que hoy lamentamos no pertenece a la categoría de esos accidentes de la guerra que no es posible evitar.  Por el contrario, se  han acumulado en este hecho todas las faltas que la imprevisión puede poner al servicio de la más completa ignorancia de las cosas del mar.

El buque fué despachado, sabiéndose la presencia del enemigo en las cercanías de Antofagasta: los partes que recibidos en tiempo oportuno hubieran podido evitar la catástrofe, no llegaron a su destino sino algunas horas más tarde por un descuido incalificable, y por fin no se adoptó en el primer momento ninguna de las medidas que estaban al alcance de la comandancia general de marina para reparar el mal.

Tales son los hechos que entrego al juicio del público.  Por dolorosos que ellos sean para mi corazón de chileno y de hermano, deseo que su cabal conocimiento prevenga al país contra la repetición de hechos análogos.

 

Gonzalo Búlnes.

 

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EXPLICACIONES SOBRE LA APREHENSIÓN DEL “RIMAC” DADA POR EL COMANDANTE  GENERAL DE MARINA DON EULOGIO ALTAMIRANO.

 

SEÑOR EDITOR DE LA “PATRIA”.

 

Valparaíso, julio 30 de 1879.

Muy señor mío:

Leo en este momento la relación que hace en el Ferrocarril el señor don Gonzalo Búlnes de ciertos antecedentes relativos a la salida del Rimac.  He comprendido desde luego que el relato de aquel señor me obliga a dar algunas explicaciones; pero tocaré solamente aquellos puntos sobre los cuales sea muy inconveniente o imposible guardar silencio.

Nada me sería más agradable que explicar punto por punto todo lo que se refiere al viaje de nuestro transporte, pero por nada del mundo escribiría en estos momentos de agitación una sola palabra que alguien pudiera interpretar como el deseo de salvar mi responsabilidad a costa de la ajena.

Voy, pues, a referirme a lo que es puramente personal, a las medidas que he debido tomar como Comandante General de Marina y que no dicté sin causa justificada.  Primer punto.

“Una hora más o menos después de la partida del vapor se recibió, según el señor Búlnes, la noticia de la presencia de la escuadra peruana en Caldera, pero el parte no llegó a conocimiento del señor Altamirano sino a las 5 y media de la tarde del mismo día por haberse ausentado de la intendencia sin dejar una persona encargada de conducir los partes al lugar en que se encontraba.”

El jueves 17 se me avisó que ya estaba terminada la reparación del fuerte Callao y que todas sus piezas  estaban ya montadas; ordené entonces que el domingo siguiente se hiciera en aquel fuerte un ejercicio de prueba y resolví presenciarlo. Me ausenté, pues, en aquel día en cumplimiento de un deber y en momentos en que no tenía motivos para esperar que mi separación del despacho trajera perjuicios.

La salida del Rimac debió tener lugar el viernes 18 a las 3 de la tarde, pero pocos momentos antes recibí orden para suspenderla.  No hubo tiempo para comunicar esta orden por escrito; pero el mayor general señor Cabieres fue personalmente a detener los transportes.  Momentos después, el señor comandante Búlnes, acompañado del señor don Gonzalo, llegaban a mi despacho y les manifesté el telegrama que suspendía la salida del Rimac y nos separamos, diciéndole por mi parte al señor Búlnes, que era preciso esperar nuevas órdenes.

El sábalo en la noche quedó resuelta la salida del Rimac para el día siguiente y se fijó las doce del día como hora de partida, buscando la comodidad de los pasajeros y también por ver si era posible que el vapor llevara una o dos lanchas que se habían pedido del norte.

Muy temprano, el domingo puse en conocimiento del señor Búlnes que el transporte debía salir a las 12 del día y me escusaba de no darle el último adiós, porque en ese mismo momento debía estar en el fuerte Callao.

A las 10 A.M., hora en que me fui a Viña del Mar, nada hacia presumir que pudieran llegar noticias  alarmantes.  Esas noticias llegaron a las 2.40 P. M. en un telegrama del señor intendente de Atacama, que copiado a la letra, dice así:

Comandante general de armas:

 

“El vapor llegado a Caldera dice dejó al Huáscar y Unión en Chañaral.  En este momento, dice el gobernador, viene entrando al puerto la Unión, no ha puesto bandera y viene en facha de combate.  Esta en medio de la bahía.  Lo comunico a V.S. deseando estar al habla con V.S. ahora.

 

Dios  guarde a V.S.

Guillermo Matta.

 

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RELACIÓN QUE EL CAPITÁN LAUTRUP HACE DE SU VIAJE DE VALPARAÍSO A ANTOFAGASTA EN EL VAPOR “RIMAC”, CUYO MANDO LE ESTABA CONFIADO POR LA COMPAÑÍA SUD AMERICANA DE VAPORES.

 

El domingo 20 del corriente, a las 12.20 P.M., zarpó el Rimac de Valparaíso con rumbo al punto de su destino, esto es, a Antofagasta.

El andar durante el primer día fue de 9 millas por hora y a 30 millas de tierra; los restantes mucho menos rápidos, por lo que, en vez de entrar el martes por la noche a Antofagasta, creí más conveniente hacerlo el miércoles a primera hora.

El temor de encontrar un buque enemigo a la boca del puerto a esa hora y lo que era bastante peligroso, me obligó a tal medida.

El miércoles 23, a las 6.10 A.M., y estando a 18 millas al sudoeste de Antofagasta, distinguí por la amura de estribor y a ocho millas de distancia un buque que tomé al principio por uno de los blindados que venía a franquearnos la entrada.

A pesar de esto hice darle mayor andar al buque, y muy luego cuando estábamos a cuatro millas reconocí que era un buque enemigo, la Pilcomayo al parecer, lo que no me preocupó, porque dicha nave tiene un andar inferior al nuestro.

Inmediatamente me dirigí a donde el capitán de fragata, señor Ignacio L. Gana, y la manifesté que, según mi respectivo contrato, desde el instante en que se avistaba un buque enemigo, debía entregarle el mando del buque  a él, que era designado para su mando, pero sin embargo de esto, continuamos dirigiendo ambos el buque y de común acuerdo.

Al principio hicimos rumbo al noroeste, después al oeste y finalmente al sur.

El mayor andar del Rimac, por lo muy cargado que se encontraba, no pasó jamás de diez y media y once millas.

El buque enemigo, que reconocimos después ser la Unión, avanzaba rápidamente sobre nosotros, a pesar de los redoblados esfuerzos que hacíamos para alejarnos y escapar.

Para fatalidad nuestra, y las ocho distinguimos por el noroeste un buque que venía rápidamente a cortarnos el camino, y que reconocido resultó ser el Huáscar.

Casi desde el principio de la fuga,  la Unión nos hizo descargas de artillería.

Los disparos pasaron de cuarenta y tantos, y todos ellos de muy buena dirección.

Veníamos ya tan cerca, que las balas pasaron por delante de la proa y algunas cayeron en el buque, causando algunos daños y sacando de combate cinco soldados del escuadrón “Carabineros de Yungay”, de los que uno murió y cuatro quedaron heridos.

Viendo la situación tan difícil porque atravesaba el buque, el teniente coronel señor don Manuel Búlnes, jefe del cuerpo ya citado, llamó a su camarote al comandante Ignacio L. Gana y al que suscribe, y nos dijo que resolución pensábamos tomar.  A la vez nos manifestó que su deber era sucumbir defendiendo el honor y pabellón de su patria y que pedía se colocara el Rimac al costado de la Unión para abordarla con su gente  que ardía en iguales sentimientos, lo mismo que los demás jefes y oficiales subalternos.

Como le dijésemos que aquello era imposible, porque antes de que llegara el Rimac al costado lo echaría la corbeta a pique, el teniente coronel Búlnes y sus subordinados tuvieron que resignarse con una situación expectante y de mortificación, para ellos que a todo trance querían combatir.  Exigió el comandante Búlnes se abrieran dos válvulas de la máquina para echar el vapor a pique; pero se le dijo que los oficiales del buque se encargarían de ello a última hora cuando no hubiera escape.

El mismo señor Búlnes pidió se arrojara al mar la caballada, tanto para aligerar el buque cuanto para que no la aprovechasen los enemigos; pero se le dijo que respecto a lo primero no podía influir su peso, y respecto a lo último era expuesto, porque podría enredarse alguno de ellos en la hélice y aun podíamos todavía salvar.  Esto, agregado al compromiso que el comandante militar había contraído de hacer echar el vapor a pique a última hora, lo hizo desistir por este momento.

Esto fue imposible, porque a las diez del día, el Huáscar nos hizo un tiro de a 300 y se nos atravesó por la proa, lo que obligó al comandante Gana, representante a bordo del gobierno y de la marina, a enarbolar la bandera blanca de parlamento, e hicimos rumbo en seguida a dicha nave.  En este momento el comandante Búlnes, viendo que él y su tropa no tenían papel que desempeñar y que su rol era ya el de simples pasajeros, hizo que sus soldados tirasen sus armas al mar, negándose a rendirlas.

Momentos después el comandante Grau nos hizo llevar a bordo de su buque a varios de los jefes y oficiales; mandó a sus oficiales que tomasen el mando del Rimac, y varios de nuestros compañeros fueron llevados a bordo de la Unión, de la que también vinieron botes a bordo.

Creo de mi deber manifestar que los jefes y oficiales, lo mismo que los soldados del escuadrón Carabineros de Yungay, que comanda el teniente coronel señor Manuel Búlnes, observaron una conducta patriótica, digna y elevada en los momentos del conflicto.  Asimismo no puedo menos que recomendar la noble y generosa conducta observada por el estimable y digno comandante Grau y su oficialidad.

Esto es cuanto puedo comunicar sobre el desgraciado incidente a que me refiero.

 

P. Lautrup,

capitán del Rimac.

 

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EXPLICACIÓN DEL COMANDANTE GANA SOBRE  LA  CAPTURA

DEL “RIMAC”.

 

Señor don Benjamín Vicuña Mackenna.

 

Tarma, septiembre 5 de 1879.

 

Mi distinguido amigo:

 

¡Que conjunto de circunstancias favorables para la caída del Rimac se conjuraron durante su último viajes!

Parece que la indolencia chilena jamás se presentó con mayor realce que en esa funesta travesía.

Se empieza por dar orden al gerente de la compañía americana de vapores para que se navegue lejos de tierra.  Se asegura al que suscribe que el Cochrane, llegado el 19 a Antofagasta, saldría a cruzar fuera del puerto para proteger nuestra entrada; y se me escribe también que el mar estaba libre de enemigos.

Se empecina el capitán del Rimac en no querer tomar el puerto de noche, a pesar de las instancias de todos; porque ha de saber Ud. que yo a bordo era un simple pasajero y solo podía tomar el mando de la nave cuando ésta se hallase agredida.

El gobierno quería acarrear la menor responsabilidad y la descargaba sobre la compañía de una manera tan absoluta, que nos señalaba a los jefes militares embarcados, el mero papel de pasajeros durante los viajes.

Las órdenes las recibían los capitanes directamente de sus patrones y a nosotros nos eran transcritas esas órdenes.

Llega el vapor al amanecer a hallarse de manos a boca con la Unión, como a cuarenta millas de Antofagasta.  Cree el capitán y piloto sea la Pilcomayo y seguimos corriendo a tierra con toda celeridad.  Más el ingeniero es nuevo, porque el primero que antes tenía lo habían contratado dos días antes para el Amazonas, como se había transbordado la mejor marinería a la corbeta O'Higgins, y el buque en vez de correr doce millas, como lo había conseguido en su primera escapada del Huáscar de Antofagasta, ahora no pudo correr más de once millas.

Toda la gente extranjera creía que podía acreditar neutralidad obrando lo menos posible en favor de la defensa del buque, que era la fuga, y tanto el capitán que se metió en su camarote, como los demás pilotos, con excepción del 1º, no se les veía la cara sino se les enviaba a llamar.

De otro lado, el imponente reventar de las granadas dentro del buque los tenía como en día de ánimas, y la tripulación mercante del Rimac, que no pudo resistir a tales impresiones, se precipitó sobre la cantina de los licores y la borrachera trajo el desorden y la imposibilidad de ocuparla en nada.

Así fue que comisioné al 2º piloto para echar algunos cabos de manila al agua, para ver modo de enredar la hélice de la Unión que seguía la estela del Rimac, y después de estar forcejeando en esta faena, vino a decirme que era más probable que se enredase la nuestra que la enemiga por falta de buenos marineros.

Si no, hubiera sido por el respeto y dos centinelas que se colocaron del escuadrón Yungay, no estaría yo escribiendo a Ud.; puesto que la tripulación me habría asesinado impunemente.

No puede Ud. imaginarse lo que es una turba ebria espantada por el miedo.

Pero ésta como se  pudo contener en ciertos límites por la tropa, en nada influyó para nuestra caída, como tampoco para salvar el honor de las armas de Chile hasta donde nos era posible.

Cuatro horas hemos resistido el fuego de la Unión sin que mediara la menor interrupción: bien que si al principio lo hizo por batería, después viendo que perdía camino, lo ejecutaba con un cañón de proa.

Diez granadas penetraron en el casco y la Providencia solo pudo hacer que no barriera alguna con gran parte de los 350 hombres que había a bordo.

Nuestra bandera no quise exponerla sin gloria y estuvo guardada siempre.

No refiero a Ud. las maniobras ejecutadas por el Rimac para alejarse de la Unión y del Huáscar; baste decir a Ud. que era lo único que se pudo hacer en beneficio de alguna probabilidad de salvar.

Tomar la tierra era imposible; echar a pique el buque tampoco lo fue, porque habiendo yo dado la orden en la última extremidad, los maquinistas, que no querían morir, no la cumplieron ni la habrían cumplido sin un revólver al pecho.  El contador mismo del Rimac se atolondró tanto, que a pesar de haberle yo mismo dado la orden de arrojar la correspondencia y guardar el tesoro, si lo había, solo botó al agua los paquetes que tenía en su oficina y olvidó una valija que había en el cuarto del tesoro.  En cuanto al dinero solo había cuarenta pesos de la compañía.

Yo, entre tanto, con el comandante Búlnes y un capitán Campos, nos pusimos a romper toda la correspondencia oficial que se me había entregado, y como el tiempo era apremiante, la mandé a los fogones de la máquina.

No menciono a Ud. algo de lo referente a los caballos porque estaban en manos de los jefes del escuadrón y también porque todos tuvimos el ánimo resuelto de sucumbir con el buque.  La impotencia absoluta en que estábamos había llenado el corazón de amargura y no se veía más que caras desesperadas.

Excuse si suministro a Ud. estos ligeros datos sobre tan cruel como prevista desgracia.

Su A. S. S. y amigo.

Ignacio L. Gana.

 

 

 

 

 

 

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