La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

BATALLÓN CHACABUCO.

Campamento de Tacna, Mayo 27 de 1880.

Señor Coronel:

Tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. la parte tomada por el batallón de mi mando en la batalla del 26 del presente.

Dos horas y media después de haberse puesto en marcha la primera y segunda división, se ordenó hacerlo a la tercera que marchó a paso forzado hasta las 11:25 A. M., hora en que recibió orden de avanzar desplegada en batalla y a paso de carga, para proteger cuanto antes las divisiones de vanguardia que se hallaban comprometidas.

Desde ese momento dispuse se rompiera el fuego, desplegando en guerrilla al costado derecho del batallón la 4ª compañía al mando de su capitán, movimiento que se efectuó con rapidez y orden a pesar del nutridísimo luego del enemigo que ya nos hacía algunas bajas.

Avanzamos de esta manera rechazando al enemigo que principió a ceder ostensiblemente, declarándose poco después en precipitada fuga favorecido por la pendiente que hay hacia el valle.

En todo este trayecto, treinta cuadras más o menos, el batallón marchó en estricta formación acosando a los fugitivos.

Encontrándonos a media falda del cerro que domina la población por el lado Este, juzgué prudente detener la marcha.

Las bajas del cuerpo son las siguientes: muertos 11, heridos 19, contuso el subteniente señor Víctor Luco.

Creo un deber de mi parte manifestar a V. S. el bravo comportamiento del señor mayor, digno de sus antecedentes, el arrojo y serenidad de los señores oficiales como la bravura de la tropa.

Dios guarde a V. S.

DOMINGO TORO HERRERA.

Al señor Coronel Jefe de la tercera división.

***

BATALLÓN COQUIMBO NUM. 1.

Campamento de Tacna, 27 de Mayo de 1880.

Señor Coronel:

El que suscribe, sargento, mayor y 2º jefe del batallón Coquimbo núm. 1, pasa a dar cuenta a V. S. de lo ocurrido en este cuerpo en la función de armas de ayer.

Para referir con exactitud a V. S. las operaciones ejecutadas por el cuerpo en ese hecho de armas, me he puesto al habla con el señor comandante del cuerpo teniente coronel don Alejandro Gorostiaga, quien mandó el batallón hasta la mitad del ataque poco más o menos.

El señor comandante me expresó lo siguiente:

“A las 11:15 A. M. estando formado el cuerpo en batalla y a la izquierda del Chacabuco, recibí orden del señor coronel primer ayudante, del señor General en Jefe don Pedro Lagos, de avanzar en protección de los regimientos 2º de línea y Santiago a los que el enemigo había atacado rudamente, y escasos ya de municiones hacían fuego en retirada después de perder mucha gente. Estos cuerpos ocupaban el centro de la línea de nuestro ejército.

La orden se cumplió en el acto, mandando avanzar el cuerpo en batalla. En este orden se marchó unos 200 metros mandando en seguida desplegar en guerrilla al frente, las compañías de cazadores, 4ª, y sucesivamente las de granaderos 1ª, 2ª y 3ª. En esta formación se siguió avanzando al frente del enemigo, el que avanzaba envalentonado por la debilidad de los fuegos de la línea que protegíamos a causa de sus grandes pérdidas y pocas municiones.

Sobrepasada dicha línea y despejado ya nuestro campo de tiro, se rompió un fuego nutridísimo por nuestra parte, y como a 250 metros de distancia del enemigo. Fue entonces cuando cayeron heridos el subteniente Ansieta (abanderado), teniente Masnata y capitán ayudante don Federico 2º Cavada y muerto el teniente don Clodomiro Varela que hacia las funciones de ayudante del señor comandante.

Serían las 12 M., poco más o menos y en medio de un nutrido fuego, fue puesto fuera de combate el señor comandante Gorostiaga, que con tanta valentía nos había dirigido hasta ese momento, a cansa de haberle atravesado el brazo una bala y haber sido herido el caballo que montaba, quedando desde ese momento el mando del cuerpo a cargo del que suscribe.

Los fuegos por nuestra parte se siguieron siempre en avance y a paso rápido hasta llegar a unos 80 metros de distancia del enemigo, oportunidad que aprovechó el capitán de la compañía de granaderos don Luís Larraín, para ordenar armar la bayoneta y preparar una carga; pero el enemigo huyó con tal rapidez que desgraciadamente no fue aprovechado el coraje y serenidad del indicado capitán.

Al enemigo se le siguió haciendo fuego, siempre ganan­do terreno, hasta el borde de la quebrada en que se domina la ciudad y valle de Tacna y que está a unas veinte cuadras de la población. En este punto ordenó se tocase alto la marcha y continuó el fuego a pié firme sobre el enemigo que huía en todas direcciones.

No creí prudente bajar al valle, pues solo tenía unos 150 hombres, habiendo sido el resto muertos, heridos y quedado rezagados, estos últimos a consecuencia de la marcha forzadísima de más de dos leguas que hizo este batallón, siempre en persecución del enemigo.

No ofendiendo ya nuestros fuegos y apagados los suyos por completo, se dio descanso a la tropa, siempre organizada, y esperé órdenes superiores.

V. S. sabe que el que suscribe solo hacía unos cuantos días que había tenido el honor de ser nombrado 2º jefe de este cuerpo, y poco conocedor de su personal de oficiales y tropa, me había visto embarazado para dar un informe de él momentos antes de entrar en acción; mas ahora que me ha cabido la honrosa fortuna de ponerme al lado de ellos durante la batalla del 26, puedo asegurar a V. S., con toda exactitud, que el personal de capitanes es tan valiente y sereno en el combate, como bizarro y arrojado el de tropa.

De los demás oficiales, puedo también asegurar a V. S. no han dejado nada que desear, todos ellos han estado a la altura de oficiales pundonorosos y como dignos hijos de la provincia que representan.

Nuestra bandera, que siempre marchó a la vanguardia ha sido atravesada por 10 balas.

El subteniente abanderado don Carlos L. Ansieta fue herido gravemente y reemplazado por el subteniente don Juan G. Vara que también cayó herido, sucediéndole sucesivamente los sargentos de la escolta Juan N. Oyarce y Cristian Helthlarg ambos muertos, y los cabos de la misma, Daniel Díaz, muerto, y Bernardo Segovia herido.

Los últimos que tomaron el estandarte fueron los cabos, Manuel C. Vera y Domingo Meléndez.

Las dolorosas pérdidas que en el cuerpo de oficiales tenemos que lamentar, son las siguientes:

Teniente coronel comandante, don Alejandro Gorostiaga, herido e igualmente los señores oficiales.

Capitán ayudante, don Federico 2º Cavada.

Id. de la primera compañía, don Francisco Aristía.

Teniente, don Manuel M. Masnata.

Subtenientes: don Juan G. Vara y don Caupolicán Iglesia.

Subteniente abanderado, don Carlos L. Ansieta.

     Id. don Antonio Urqueta.

Capitán de la segunda compañía, don Pedro C. Orrego, contuso.

Teniente, don Clodomiro Varela, muerto.

Las pérdidas que hasta ahora se notan en clase de individuos de tropa ascienden a 148 hombres entre muertos y heridos, pasando de 30 por ciento de la fuerza de 480 hombres con que entramos en acción sin contar en este cálculo la pérdida de jefes y oficiales.

Antes de terminar este parte me permito hacer llegar a su conocimiento, a fin de que V. S. si lo tiene bien, lo haga llegar a noticias del jefe de la respectiva división que el capitán Ortiz del regimiento 2º de línea con 7 individuos de tropa se puso voluntariamente a mis órdenes e incorporado a este batallón en el momento en que pasábamos por la línea en que ocupaba su cuerpo, nos acompañó hasta el fin de la batalla.

Es cuanto tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. con relación al hecho de armas de ayer.

Dios guarde a V. S.

MARCIAL PINTO AGÜERO

Al señor Coronel Jefe de la tercera división.

***

REGIMIENTO ARTILLERÍA DE MARINA.

Tacna, Mayo 27 de 1880

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de la parte que cupo al regimiento de mi mando en el combate habido el día de ayer con el grueso de las fuerzas del enemigo.

Excuso entrar en pormenores con respecto a la pesada marcha que hicimos en unión de los demás cuerpos de la tercera división, pues todos ellos obran en su conocimiento por haberse verificado bajo las inmediatas ór­denes y la inteligente dirección de V. S.

En consecuencia, limito mi parte desde el momento en que V. S. se sirvió ordenarme por medio de uno de sus ayudantes que avanzara a paso ligero en protección de algunas fuerzas nuestras que, inferiores en número al enemigo, sostenían un combate muy desventajoso por su parte. En cumplimiento de esta orden, mandé adelantar en el acto a las dos compañías guerrilleras del regimiento, siguiéndolas con el resto de mis fuerzas desplegadas en batalla a una distancia de 70 metros.

Aunque pocos momentos después principiamos a recibir el fuego del enemigo, que se hacia, más nutrido a medida que avanzábamos, en nuestra marcha, no creí conveniente contestarlo desde luego, a pesar de haber experimentado algunas bajas, por temor de dañar a una pequeña fuerza de la primera división que se había interpuesto entre el regimiento y nuestros contrarios. Continué, pues, mi marcha bajo los fuegos de éstos hasta colocarme a 600 metros de ellos, distancia a que ordené romper el nuestros, habiendo antes dispuesto que las compañías ligeras se corrieran al ala derecha del regimiento.­

Aumentando la velocidad de nuestro paso a medida que nos acercábamos al enemigo, llegamos hasta sus trincheras, donde encontré abandonadas por el enemigo dos piezas de artillería de campaña. Continuando en su persecución llegué hasta el punto en que una parte del batallón Chillán, algunos oficiales y soldados del regimiento Esmeralda y de otros cuerpos de la primera división, se encontraban rodeados y abrumados por la inmensa superioridad numérica del enemigo, que los tenía encerrados en un círculo de fuego. El auxilio que presté a esas fuerzas fue tan oportuno como eficaz; pues, como ya lo había hecho antes, el enemigo se puso en fuga después de una sostenida resistencia hecha principalmente por el batallón boliviano Colorados, cuyo 2º jefe cayó en nuestro poder herido de dos balazos en una pierna. Tuve la, satis­facción, y me complazco en recordar al ponerlo en conocimiento de V. S. de encontrar allí a los dos jefes del batallón Chillán, señores Vargas Pinochet y García Videla, capitán señor José María Pinto, del regimiento Esmeralda y varios otros señores oficiales de los cuerpos nombrados, cuyas vidas peligraban en esos momentos a pesar de la enérgica resistencia con que se defendían rodeados de un corto número de soldados, cuyo número disminuía por momentos. Teniendo solo el tiempo necesario para reunir estas pequeñas fuerzas a la del regimiento, continué avanzando sobre el enemigo, cuya resistencia se debilitaba por momentos, y tuve la felicidad de quitarle dos ametralladoras y dos cañones Krupp que arrastraban en su fuga

En esta circunstancia recibí por medio del ayudante de Estado Mayor General señor Villagrán, orden del señor General en Jefe para ponerme a las órdenes del señor coronel Amengual, cuyas disposiciones creí conveniente esperar en la parte del fondo del valle denominado Pare, en la quinta de un señor Ferrero, donde pudo la tropa apagar la abrasadora sed que sentía desde las primeras horas de la mañana. Ahí se me unió el teniente coronel señor Holley con su regimiento, y permanecí en ese punto hasta que una nueva orden me hizo emprender la marcha hacia esta ciudad, donde tranquilamente entré en momentos de ponerse el sol. Las pérdidas experimentadas en el regimiento, aunque no de consideración, son de lamentar, y todas ellas constan del estado que tengo el honor de remitirle a V. S. adjunto a la presente.

En momentos de bajar al valle, uno de los soldados del regimiento me entregó un estandarte que encontró abandonado que, según el lema que tenía en el anverso, pertenecía al regimiento  Húsares de Junín, el cual tengo el honor de poner a disposición de V. S., lo mismo que un teniente de artillería y 6 soldados del enemigo que cayeron prisioneros en nuestro poder.

Antes de terminar el presente parte, tengo el gusto de dar cuenta a V. S. que los señores jefes, oficiales y tropa han llenado cumplidamente su deber, pues todos han estado en sus puestos aun en los momentos más difíciles del combate.

Tengo el honor de felicitar a V. S. y por su digno órgano al señor General en Jefe por la importante victoria alcanzada por nuestras armas.

Dios guarde a V. S.

J. R. VIDAURRE.

***

Nómina de los señores jefes y oficiales del Regimiento de Artillería de Marina que se hallaron en el combate de Tacna el 26 de Mayo de 1880.

Teniente coronel comandante, don José Ramón Vidaurre.

Teniente coronel, don Maximiano Benavides.

Sargento mayor, don Guillermo Zilleruelo.

Capitanes: don César Valenzuela, don Francisco Carvallo, don Pablo A. Silva Prado, don Gregorio Díaz, don Juan Rojo y don Elías Yáñez.

Tenientes: don Arturo Ruiz, don Luís Fierro, don Francisco Amor, don Fernando Valenzuela y don Eduardo Moreno.

Subtenientes: don Cirio Miranda, don Ramón Patiño, don Luís Díaz Muñoz, don Julio A. Medina, don Alfredo Valenzuela, don Otto Moltke, don Manuel A. Quirós, don Ricardo Saldívar, don Eduardo 2º Zegers don Luís Romero Hesse, don Ramón Olave, don Arturo Olid, don Manuel María. Santiagos, don Ramón Fernández y don Juan V. Silva.

***

BATALLÓN CÍVICO DE ARTILLERÍA NAVAL.

Tacna, Mayo 28 de 1880

Señor Coronel:

A las 11 A. M. del día 26 del presente recibí la orden que V. S. me comunicó personalmente, de atacar con mi batallón a las fuerzas enemigas para apoyar al batallón Valparaíso que iba de descubierta y que en esos momentos rompía el fuego, comenzando de esa manera la batalla por parte de la primera división que V. S. dignamente comanda.

La orden fue inmediatamente efectuada, cargando con todo vigor al enemigo y logrando desalojarlo progresivamente de las varias trincheras, lomas y cerrillos en que se defendía, ocultándose hasta el extremo de sobrepasar su línea y tomarle dos cañones de campaña.

No se escapará a la penetración de V. S., que conoce la clase de terreno en que nos hemos batido, donde los soldados enterraban los pies en la arena hasta el tobillo, que no habían almorzado ni tenido un momento de des­canso, las fatigas, esfuerzo y arrojo que ha tenido que desplegar nuestra división para dar nuevos y mayores triunfos a la patria, luchando contra los batallones Colorado de Daza, Aroma y otros de los mejores cuerpos del ejército boliviano. La fuerza de que se componla el bata­llón de mi mando en el momento del combate era de 500 individuos de tropa.

Tenemos que lamentar la irreparable pérdida del valiente subteniente de la 4ª compañía don Juan Gillman y 44 individuos de tropa; gravemente herido el denodado capitán ayudante don Guillermo Carvallo y el capitán de la 3ª compañía don Pedro Elías Beytia, quien al abocar uno de los cañones que habíamos quitado, con el propósito de hacer fuego sobre el enemigo, recibió la explosión de un saquete, quemándose la cara y las manos.

Han sido heridos levemente, el que suscribe y los arrojados oficiales capitán de la 2ª  compañía don Reinaldo Guarda, capitán de la 4ª compañía don Roberto Simpson, teniente de la misma don Enrique Délano, y los subtenientes de la 1ª compañía don Miguel Valdivieso y de la 2ª don Enrique García.

Los individuos de tropa heridos entre leves y graves son 96.

Aunque V. S. ha sido testigo ocular del bizarro comportamiento en general del batallón de mi mando, sin embargo, creo de mi deber recomendar a V. S., para que por su conducto llegue a conocimiento del Supremo Gobierno, el sobresaliente valor y la serenidad desplegada por los jóvenes oficiales, sargento mayor del cuerpo don Alejandro Baquedano, sargento mayor comandante de la 1ª compañía don Alfredo Délano, capitán ayudante don Pedro A. Dueñas, teniente de la 2ª compañía don R. Guillermo Doll, de la 3ª don Ramón Luís Opaso, de la 1ª don Julio Jeanneret y don Enrique Escobar Solar, de la 2ª don David Vives, de la 4ª don Gustavo Prieto Z. y subteniente de la 3ª compañía don Víctor Goicolea.

Dios guarde a V. S.

M. URRIOLA

Al señor Coronel, Jefe de la primera división, don Santiago Amengual.

***

REGIMIENTO 2º DE LÍNEA.

Tacna, Mayo 28 de 1880

Señor Comandante:

En cumplimiento de mi deber doy cuenta a V. S. de la participación que ha cabido al regimiento de mi accidental mando en la batalla del 26 del corriente.

A las 7 A. M. del día indicado se nos presentó el enemigo y recibí orden de hacer salir al frente las 4ª compañías, a fin de que, desplegadas en guerrillas, protegiesen la marcha del regimiento que marchaba a la derecha de la división de su mando. Estas guerrillas tuvieron que soportar, por más de tres horas y con ligeros intervalos, el fuego de los cañones del enemigo, hasta que estuvieron a tiro de rifle y empeñaron combate.

A las 11 A. M., nuestra línea se unió al ala de guerrilla y empeñamos la acción a una distancia de 800 metros del enemigo. Esta distancia se redujo a 30 o 40 metros, porque la tropa, hábilmente dirigida en dos batallones, que mandaban respectivamente los sargentos mayores don Abel Garretón y don Miguel Arrate, y entusiasmada por sus valerosos capitanes y oficiales, no detuvo su marcha hasta obligar a los enemigos a abandonar sus atrincheramientos y formidables posiciones.

Como las bajas que había experimentado el regimiento eran considerables y avanzasen sobre nosotros tropas de refresco, despaché sucesivamente a mis dos ayudantes, capitanes don Eleuterio Dañín y don Anacleto Valenzuela, para que fuesen a pedir refuerzo, con el fin de no abandonar las posiciones que tanto nos había costado tomar.

El refuerzo, compuesto de los bravos batallones Chacabuco y Coquimbo, llegó con la oportunidad necesaria y obligó al enemigo a proseguir en su completa derrota. Cuando esto sucedía, serían cerca de la 2. P. M., de manera que lo recio del ataque duró como dos horas y media.

En nuestro poder han quedado 10 banderolas enemigas tomadas en sus mismas trincheras. De éstas son 5 peruanas, 3 bolivianas y 2 que, al parecer, servían para distinguir una división de otra.

Los señores jefes y oficiales del regimiento, heridos gravemente en su orgullo por el cautiverio de la bandera, símbolo sagrado de la patria querida, habían jurado tomar a toda costa un estandarte enemigo, y para ello habían conquistado y empeñado la voluntad de la tropa de su mando; pero, desgraciadamente, el enemigo, prudente hasta la exageración, no desplegó banderas en el campo de batalla.

Se han tomado también 171 rifles, de los enemigos y de los sistemas que indica la relación adjunta.

Los señores jefes y oficiales que, bajo mis inmediatas órdenes, tomaron parte en la batalla del 26 son los siguientes:

Sargentos mayores: don Miguel Arrate y don Abel Garretón.

Capitanes ayudantes: don Eleuterio Dañín y don Anacleto Valenzuela.

Capitanes: don Joaquín Arce, don José de la Cruz Reyes Campos, don Francisco Olivos, don Daniel Aravena, don Salustio Ortiz, don Pedro Nolasco del Canto y don Roberto Concha.

Tenientes: don Aron Maluenda, don Francisco Lagos Zúñiga, don Federico Aníbal Garretón, don Manuel Luís Olmedo, don Francisco Inostrosa y don Pedro N. Párraga.

Subtenientes: don Gabriel Aravena, don José Sabino Aguilera, don Alejandro Fuller, don Carlos Arrieta, don Guillermo Vijil, don Rosauro Echeverría, don Alejandro Gacitúa, don Emilio Penjean, don Filomeno Barahona, don Manuel Vinagre, don Guillermo Chaparro, don Adolfo R. Ramírez, don Manuel Jesús Necochea y el abanderado don Tomas Valverde.

Cirujano 1º don Juan Kidd.

     Id. 2º, don Julio Gutiérrez.

Practicantes: don Vicente Soti y don Pantaleón Cristi.

De éstos se ha tenido la desgracia de perder al capitán Olivos, y subteniente Echeverría, que como verdaderos chilenos supieron morir por la patria, siendo el reflejo de los verdaderos héroes.

A los capitanes Concha y Canto, tenientes Olmedo y Párraga, y subtenientes Fuller, Aguilera, Arrieta, Vinagre, Ramírez, Valverde y Necochea, cúposle también la desgracia de ser heridos. El sargento mayor don Abel Garretón y los subtenientes Vijil y Gacitúa han salido contusos; de suerte, pues, que de los 32 jefes y oficiales, ha quedado la mitad fuera de combate.

De los 566 individuos de tropa del regimiento que tomaron parte en la acción, fueron muertos 32 y 185 heridos. De éstos morirán muchos a causa de la gravedad de sus heridas.

Las bajas de los enemigos las conceptúo en el doble de las nuestras.

He consignado en este parte, señor comandante, el nombre de los señores jefes y oficiales que se encontraron en la batalla con el exclusivo objeto de hacer la nomenclatura de estos valientes; porque mi pluma es impotente para describir el grado de heroísmo que han alcanzado. La poderosa influencia de las armas modernas no fue obstáculo para que esos bravos, dignos discípulos de los héroes comandantes Ramírez y Vivar, marchasen hasta cerca de 30 metros de las trincheras enemigas con la frente erguida y la tropa calando bayoneta al toque de la calacuerda que se repetía en toda la división.

Si el comportamiento del regimiento, que accidentalmente he tenido el honor de comandar, ha llenado sus aspiraciones, quedarán también colmados los deseos del que suscribe.

Dios guarde a V. S.

E. DEL CANTO

Al señor Comandante de la segunda división don Francisco Barceló.

***

REGIMIENTO ESMERALDA.

Tacna, Mayo 29 de 1880

Señor Coronel:

En cumplimiento de mi deber, doy cuenta a V. S. de la parte que le cupo en la batalla del 26 al regimiento Esmeralda que tuve el honor de mandar.

A las 11:14 A. M., llevábamos a la colina arenosa que ocupaba el enemigo y que en aquel momento parecía enteramente abandonada, así lo juzgamos por la noticia que nos trasmitió el capitán Flores de artillería, quien nos dijo que el enemigo se había corrido sobre su derecha y que no teníamos con quien combatir en aquel punto. Un momento después sufríamos una lluvia de plomo que nos dirigía el enemigo parapetado en tres líneas de fosos sucesivas.

El Valparaíso y 1º batallón del regimiento Esmeralda fueron los primeros que sufrieron el fuego, causándonos de 80 a 100 bajas la primera descarga. Nuestros soldados se abalanzaron sin titubear, y antes de cinco minutos la primera trinchera era tomada dejando sus fosos cubiertos de cadáveres. La segunda y tercera trinchera opusieron una resistencia más tenaz; los cuerpos de nuestra derecha Navales, 2º Esmeralda y Chillán, haciendo un cuarto de conversión sobre su izquierda, entraron bizarramente al fuego y atacamos juntos las posiciones enemigas.

La segunda posición fue igualmente tomada después de una seria resistencia, costándonos muchas bajas y más de una hora de tiempo. Aquel momento era lo más serio del ataque, había necesidad absoluta de tomar la tercera posición; todos así lo comprendimos y acto continuo emprendimos el ataque.

En aquel momento supremo los soldados pedían a gritos municiones, lo que se participó a V. S. que, como sabe, nuestros soldados habían entrado al fuego solo con 100 tiros por hombre; traté entonces de reunir la tropa y atacar la posición a la bayoneta, pero era imposible hacerse oír con el ruido atronador que ahí reinaba: nos batíamos a 40 metros de distancia. Busqué entonces un corneta llamándolo a gritos por todas partes, porque el mío había caído; tampoco lo encontré. En estas circunstancias se me presentó el ayudante de V. S., capitán don Patricio Larraín, que, con un valor impertérrito, conducía dos cajones de municiones. Aquel refuerzo era tan insignificante que no alcanzaba a un tiro por hombre.

Nuestra tropa comenzó entonces a batirse en retirada y retrogradó unos 100 metros, en cuyo punto había una ondulación de terreno en la que principió a rehacerse. En ella se encontraba el regimiento Granaderos a caballo; me dirigí a su jefe diciéndole: nuestra tropa no tiene municiones, carga tú y todo está concluido; este jefe se corrió un poco a la derecha con su cuerpo y mandó cargar. Desgraciadamente su tropa tomó a algunos de los nuestros por enemigos; pero la carga fue tan oportuna, que tras de ella nos rehicimos, y vueltos nuevamente al fuego, su presencia y la de la Artillería de Marina, que llegaba en aquel momento, hicieron declararse al enemigo en completa derrota.

La oficialidad de este regimiento se ha hecho, por su valor, digna del más alto elogio; de ella tenemos que lamentar la pérdida del teniente don Aníbal Guerrero y del sub­teniente don José Santos 2º Montalba, y el que hayan salido heridos el sargento mayor don Enrique Coke, capitán don Juan Rafael Ovalle, teniente don Arístides Pinto, subtenientes don Juan de Dios Santiagos, don Luís Ureta, don Tulio Padilla, don Germán Balbontín y don Mateo Bravo Rivera, y contusos el teniente don José Antonio Echavarría y los subtenientes don Arturo Echavarría y don Joaquín Contreras.

Entre los individuos de tropa, cuya comportación ha sido igualmente brillante, han muerto 76 y han sido heridos 160, lo que hace un total de 236 entre muertos y heridos.

A pesar del valor incontrastable de todos los oficiales del regimiento, recomiendo particularmente a V. S. al capitán don Elías Casas Cordero y subteniente don Juan de Dios Santiagos. Adjunto al presente parte encontrará V. S. la relación nominal de los muertos y heridos en la batalla, remitiendo asimismo a su disposición un estandarte quitado al enemigo.

Dios guarde a V. S.

A. HOLLEY

Al señor Coronel Jefe de la división.

***

BATALLÓN VALPARAÍSO.

Señor Intendente:

Con fecha 29 del presente doy cuenta al Estado Mayor de la primera división de lo siguiente:

“Doy cuenta V. S. de lo obrado por el batallón de mi mando el día 26 del presente; no recuerdo la hora, porque no ví mi reloj, en que se me ordenó hiciese desplegar en guerrilla mi batallón, debiendo cubrir todo el frente de la división y que marchase de frente como a tres cuadras de distancia, lo que fue ejecutado en conformidad a lo que se me mandó.

Después, por medio de un ayudante, recibí la orden de que hiciese alto porque unas piezas de artillería enemiga nos hacían fuego. Más tarde se me notificó por el señor coronel jefe de la división que avanzase de frente, lo que hice; y cuando en la cima de una loma recibieron las guerrillas del batallón de mi mando los fuegos del enemigo, al que correspondí haciéndolo en avance y desde este lugar, hasta derrotar al ejército aliado, obtuve la pérdida de un capitán y 27 individuos de tropa muertos, 4 oficiales y 60 individuos de tropa heridos, que existen en el hospital y ambulancias; de modo que el total es de 102 entre muertos y heridos, cuyas relaciones acompaño.

Los señores oficiales y tropa han correspondido, si no me equivoco, a la confianza que Valparaíso depositó en ellos al mandarlos a combatir por el honor de Chile, sin embargo que la conducta del batallón Valparaíso solo es calificable para los que lo vieron combatir.

Es cuanto tengo que decir a V. S. respecto a la jornada gloriosa para Chile de 26 del presente”.

De lo cual doy cuenta a V. S,

Dios guarde a V. S.

JACINTO NIÑO

Tacna, Mayo 29 de 1880.

 

***

BATALLÓN CHILLÁN.

Señor Coronel:

Formando parte de la primera división al mando de V. S., entró este batallón en la segunda línea de ella al campo de batalla y tengo la convicción de que cumplió con su deber.

Adjunto la relación de las bajas que en muertos y heridos hemos tenido.

Dios guarde a V. S.

J. ANTONIO VARGAS P.

***

TERCERA DIVISIÓN.

PARTE DEL JEFE DE LA DIVISIÓN.

Señor Coronel:

Paso a dar cuenta a V. S. d a parte que la tercera división, que comando, tuvo en la batalla del 26 del mes en curso, en la altura de Tacna contra el ejército Perú - boliviano.

En cumplimiento de órdenes superiores, el día 25 el regimiento 4º de línea que forma parte de la tercera división pasó a constituir con otros cuerpos la reserva del ejército, de consiguiente, no estuvo a mis órdenes el día del combate,

El citado día 26, puesto en movimiento el ejército chileno en busca del enemigo que teníamos a nuestro frente, recibí orden de continuar la marcha a retaguardia de la primera, línea de batalla formada por la primera y segunda división.

Iniciado el combate por la primera línea de nuestro ejército y después de una hora de nutrido fuego, recibí orden de marchar con la división de mi mando a reforzar el ala derecha y centro de nuestra línea, lo que inmediatamente se ejecutó en el orden de batalla, con las guerrillas al frente y al paso de carga.

Habiendo dominado las alturas que en los primeros momentos del combate ocupara el enemigo, ordené que el regimiento de Artillería de Marina avanzase en protección del batallón Chillán y regimiento Esmeralda que se batían contra fuerzas enemigas muy superiores, oportuno auxilio y ante el cual momentos después los enemigos huían trasmontando y descendiendo las irregularidades del terreno, hasta ser arrojados al plan del valle de Tacna, abandonando en poder de la Artillería de Marina 2 ametralladoras y 2 cañones Krupp que arrastraban en su fuga.

Al mismo tiempo el batallón Chacabuco avanzó a marcha forzada en refuerzo de las divisiones de vanguardia con sus compañías desplegadas en guerrilla, atacando impetuosamente el centro de la línea enemiga, que cedió después de un sostenido combate. Rechazado el enemigo en esta parte, obligado a abandonar sus ventajosas posiciones, el Chacabuco, juntamente con los otros cuerpos, que constituían nuestro centro, le persiguió descendiendo por la pendiente que hay hacia el valle.

A la vez el batallón Coquimbo marchó al frente desplegado en guerrilla a reforzar los regimientos 2º de línea y Santiago rompiendo sus fuegos contra el enemigo cuando se halló a 250 metros de éste; estrechándose con él hasta la distancia de 80 metros. En el centro de la línea de batalla donde el batallón Coquimbo le correspondió batirse, el combate fue muy sostenido por ambas partes. Aquí cayó herido el comandante del batallón, don Alejandro Gorostiaga, como asimismo gran número de oficiales o individuos de tropa.

Después de hora y media de vivísimo fuego, la línea enemiga en aquel punto principió a ceder, y momentos después se ponía en fuga, siendo perseguido el ejército Perú ‑ boliviano hasta las últimas faldas de los cerros, que cierran el valle de Tacna por el lado Norte.

Creo un deber imprescindible consignar en este parte una circunstancia respecto el batallón Coquimbo, que será un timbre de gloria para este cuerpo y para la provincia que representa.

El estandarte del batallón Coquimbo quedó gloriosamente mutilado. Recibió 10 balas del enemigo. Durante el combate cayó herido el oficial que lo conducía, subteniente abanderado don Carlos Luís Ansieta; tomó en seguida el estandarte el subteniente don Juan G. Vargas, que también fue herido, sucediéndose en sostenerlo los sargentos de la escolta Juan N. Oyarse y Cristián Helthlarg, ambos muertos, y los cabos de la misma, Daniel Díaz y Bernardo Segovia, herido.

Me es muy satisfactorio, señor coronel, consignar estos nombres y honrar a estos valientes.

Lo expuesto constituye la parte que tomó la tercera división de mi mando en la jornada del día 26.

Réstame manifestar a V. S. que mis ayudantes, los señores jefes, oficiales e individuos de tropa que sirvieron a mis órdenes en ese glorioso día para nuestras armas, cumplieron con su deber.

El teniente coronel don Diego Dublé Almeyda, Jefe de Estado Mayor de la tercera división, de orden superior pasó a prestar sus servicios al Estado Mayor General desde los primeros momentos del combate.

Las bajas que ha tenido esta división son las siguientes:

REGIMIENTO ARTILLERÍA DE MARINA.

 

Muertos………………………..        18

Heridos………………………..        56

Dispersos………………………         4

                        Total……….              78

 

BATALLÓN CHACABUCO.

 

Contuso, subteniente don Víctor Luco…1

Muertos de tropa…………………….11

Heridos id……………………………39

Dispersos id…………………………13

                        Total………               64

BATALLÓN COQUIMBO.

 

Muerto.‑ Teniente, don Clodomiro Varela.

Heridos.‑ Comandante, don Alejandro Gorostiaga.

Capitanes: don Federico 2º Cavada y don Francisco Aristía.

Teniente, don Manuel M. Masnata.

Subtenientes: Juan G. Varas, Caupolicán Iglesias y Antonio Urqueta.

Abanderado, Carlos L. Ansieta.

Contuso.‑ Capitán, don Pedro C. Orrego.

Muertos.‑ 22 individuos de tropa.

Heridos.‑ 107  id.        id.

Tacna, Mayo 30 de 1880.

J. D. AMUNÁTEGUI.

Al señor Coronel Jefe de Estado Mayor.

***

REGIMIENTO DE LÍNEA SANTIAGO.

Tacna, Mayo 31 de 1880

Señor Comandante:

En cumplimiento de mi deber paso a dar cuenta a V. S. de todo lo concerniente a la parte que el regimiento Santiago ha tomado en la batalla del Alto de Tacna el 26 del presente.

Desde luego me es grato hacer presente a V. S. que el orden en las marchas, desde Sama hasta el campo de la acción, ha sido en nuestro cuerpo digna de elogio: no hemos tenido un solo rezagado, lo que, atendidas las condiciones del terreno en que marchábamos, es un hecho que dice mucho respecto a la moralidad y disciplina del regimiento que lleva en el ejército el nombre de la capital de Chile.

Como a las 6 A. M. del 26, se avistaron las avanzadas enemigas y seguimos adelante hasta las 9, hora en que desplegamos las dos compañías guerrilleras a 500 metros a vanguardia. El enemigo empezó a cañonearnos en ese momento, sin hacernos ninguna baja; y continuamos avanzando bajo sus fuegos hasta la distancia de 800 metros en que rompieron sobre nosotros sus fuegos de fusilería; y no contestamos hasta que llegamos a 400 metros de los contrarios.

En ese momento nuestras guerrillas se replegaron al resto del regimiento, y éste siguió avanzando constantemente a paso de ataque sobre el enemigo que se reforzaba cada vez más, y que no tardó en hacer grandes claros en nuestras filas. El teniente coronel León cayó de los primeros herido en ambos brazos, y le sucedió en el mando el mayor Silva Arriagada, que con gran denuedo recorría la línea, y que recibió cuatro balazos, quedando fuera de combate y muriendo pocas horas después.

Mi deber me llamaba a sucederle en el mando del regimiento, que lo tomé en el acto y en momentos en que V. S. mismo era herido, cuando, en su carácter de jefe de división, acudía a animar con su presencia a nuestros valerosos soldados.

En esos mismos instantes nuestras municiones se agotaban, y algunos de los míos apagaban sus fuegos por esta causa. En tan angustiadas circunstancias, y teniendo al frente aun enemigo que se reforzaba más y más, hasta llamar a sus filas a toda su reserva, acudió en apoyo nuestro el batallón Chacabuco. Reforzados así, continuamos nuestra marcha en avance hasta tomar en la parte que nos correspondía el terreno en que se batía y parapetaba el enemigo. Estrechado de cerca, no tardó éste en huir, y dos horas después de empezado el combate, la más espléndida de las victorias coronaba el valor de nuestros soldados; pues es necesario hacer constar que nos batíamos a pecho descubierto, con escasas municiones y después de una penosa marcha contra un enemigo que había elegido el terreno, que dominaba las alturas y que se ocultaba en zanjas, fosos y trincheras hechas   exprofeso.

De 871 individuos de tropa que entraron en combate, hemos tenido 374 bajas entre heridos, muertos y contusos; y de 43 oficiales, ha habido 5 muertos y 14 heridos.

Acompaño a V. S. la lista de oficiales e individuos de tropa que hemos tenido de baja en la memorable jornada del 26.

Cara se ha comprado la victoria, como V. S. lo verá; pero es grande y honroso morir por la patria.

Al terminar, debo decir a V. S. que el valor de todos, oficiales y soldados, no ha podido ser mejor: todos se disputaban la primera línea y el honor de batir de más cerca al enemigo; y aquí es el caso de decir también a V. S. que el comandante accidental del primer batallón lo fue el capitán ayudante don Abelardo Urcullo, quien estuvo en su puesto durante toda la batalla portándose bizarramente.

Es cuanto tengo que decir a V. S, en honor a la verdad y al cumplimiento de mi deber.

Dios guarde a V. S.

LISANDRO ORREGO

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SEGUNDA DIVISIÓN

PARTE DEL JEFE DE LA DIVISIÓN.

Tacna, Junio 1º de 1880

Para que se digne hacer llegar a conocimiento del señor General en Jefe la parte activa que cupo a la división de mi mando en el glorioso combate del Alto de Tacna el 26 del próximo pasado, tengo el honor de pasar a V. S. originales, los partes y listas que me han pasado los jefes de los cuerpos que la componían, y como en ambas piezas se explaya detenidamente la parte que les ha cabido sostener a cada uno, me concretaré, sucintamente, a los actos que paso a relatar.

La marcha de la división, el 25, de Buenavista a un poco más adelante de Quebrada Honda se hizo en el mayor orden: los oficiales, en general, a la cabeza de su tropa que marchaba con gran presteza y entusiasmo, sin que ninguno se separase de la fila ni quedase rezagado, dando a conocer en todo, subordinación y disciplina admirables.

A las 7 P. M. alojó la división formada en batalla, disponiendo que de cada batallón se mandase una compañía de gran guardia, avanzadas a vanguardia, 1.000 metros sobre la línea para asechar los movimientos del enemigo, cerrando la izquierda la del Atacama. Las órdenes de cada una de ellas recibió, además de la de vigilar estrictamente al enemigo, acampado a una y media legua, poco más o menos, de distancia, la de no disparar sus rifles aunque fuesen atacadas, sino la de incorporarse a sus respectivos cuerpos, regimiento 2º de línea, Santiago y batallón Atacama.

A las 10 P. M. se sintieron tres tiros aislados, que no se contestaron, y a las 2 A. M. del 26, igual cosa, sintiéndose mayores cuatro horas después.

A las 7 A. M., que ya estaba de día, se observó que el enemigo, en gran número, estaba como a cuatro cuadras de distancia de nuestras grandes guardias. Fue entonces cuando, de orden superior, mandé desplegar en guerrillas compañías ligeras de cada batallón de la división, a 300 metros a vanguardia de ésta, donde permanecieron esperando el ataque del enemigo, quien, en lugar de emprenderlo, valido de sus ventajosas posiciones, se replegó a su campamento.

Momentos después, la artillería enemiga rompió sus fuegos sobre nuestra línea, e incontinenti, sobre nuestras guerrillas que, sin contestar con sus rifles, a causa de la mucha distancia que mediaba, ni recibir daño alguno, impasibles en su puesto hasta las 9 A. M., permanecieron impasibles en su puesto hasta las 9 A. M., hora en que V. S. me ordenó, por uno de sus ayudantes, hiciese marchar mi división en son de combate; lo que efectué, siguiendo las guerrilleras en el orden de 300 metros a la vanguardia.

A la hora de marcha, V. S. me trasmitió la orden de que hiciera alto hasta que la primera división tomase nuestra línea sobre la derecha; división que avanzó a tomar el flanco izquierdo del enemigo y rompió a las 11 A. M. sus fuegos contra él, haciendo lo mismo las compañías guerrilleras de la división a mi cargo. Fue entonces cuando el resto de ella, marchando de frente, en batalla o al paso de ataque tocado por las bandas con vivas a la patria, se presentó V. S. y me ordenó tomase las alturas que ocupa el enemigo: marcha que se efectuó por todo el resto de la división, sin tirar un solo tiro, por más que recibiese una lluvia de balas, hasta reunirse con las guerrillas que tenía a vanguardia avanzó serena o impertérrita haciendo y recibiendo los nutridos fuegos de los aliados que, favorecidos por las ondulaciones del terreno, fosos y trincheras, se creían invencibles.

Como ya se llevase hora y media de combate, se me hubiesen presentado varios individuos de tropa, exponiéndome que se les habían concluido las municiones, mandé al capitán ayudante del Santiago, don Lisandro Orrego, a pedir a V. S. o al señor General en Jefe, me reforzasen la división. Con el mismo cometido, momentos después, mandé a mi ayudante de campo, capitán don Demetrio Carvallo y teniente don Belisario Zelaya y don Federico Weber. Mientras tanto, el ataque se seguía con entusiasmo y patriotismo, ganando terreno y cada jefe dirigiendo y animando valientemente su cuerpo.

Estos jefes eran del Santiago, teniente coronel don Estanislao León que, de un extremo a otro, recorría su batallón, animándolo con su heroico valor y entusiastas palabras; pero, momentos después, cayó herido de dos balazos recibidos en ambos brazos.

Otro tanto hacia el sargento mayor del mismo don Matías Silva Arriagada que, con un heroísmo sin par, recorría las filas de su segundo batallón, entusiasmando a sus soldados: también tuvo la desgracia de caer mortalmente herido; del 2º de línea, teniente coronel don Estanislao del Canto (accidental), que se condujo a la altura de su deber, siguiendo su ejemplo los sargentos mayores de su regimiento, don Miguel Arrate y don Abel Garretón; del Atacama, el bravo teniente coronel don Juan Martínez, con ese valor de que ha dado pruebas en las tres batallas anteriores en que se ha encontrado, seguía animoso e impertérrito a la izquierda de la división con su indomable batallón a tomar el fuerte del enemigo, no obstante de haber perdido en su marcha de ataque a sus dos queridos hijos.

Cuando mi división se encontraba a 200 metros del enemigo y en lo más reñido del combate, fue cuando el batallón Coquimbo, con su bravo comandante Gorostiaga y el Chacabuco con sus jefes, entraron a reforzarla en la parte que recorría el Santiago y 2º de línea, oportuno refuerzo que, un cuarto de hora después, nos dio la honrosa gloria de dominar las alturas y que se pronunciase el enemigo en vergonzosa derrota, dejando el campo cubierto de muertos y heridos suyos.

Esta victoria nos cuesta muy sensibles pérdidas. Antes de entrar en combate contábamos con 2.058 individuos de tropa. Después de concluido, el total de bajas asciende a 864, entre muertos y heridos, sin incluir los señores jefes y oficiales que se expresan en las listas adjuntas.

Terminada la batalla, empezaron para nuestros soldados las tareas humanitarias de trasladar los heridos del campo a la ambulancia, de ésta a los hospitales de la población y enterrar a los muertos; todo fue hecho con un espíritu de confraternidad tan digno y honroso, cuanto fue su valor y heroísmo durante la pelea.

Los cirujanos de los cuerpos han cumplido dignamente su deber.

Al terminar, me es grato repetir a V. S. que jefes, oficiales, tropa y ayudantes de servicio, han rivalizado en ardor y patriotismo, logrando, al fin, ver coronados sus esfuerzos con el más espléndido de los triunfos.

Es cuanto tengo que comunicar a V. S. cumplimiento de mí deber.

Dios guarde a V. S.   

FRANCISCO BARCELO.

Al señor Coronel, Jefe de Estado Mayor General, don José Velásquez.

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BATALLÓN ATACAMA NUM. 1.

Tacna, Junio 1º de 1880

Señor General:

En cumplimiento de mi deber, tengo el honor de dar cuenta a V. S. de las operaciones ejecutadas por el batallón de mi mando en la batalla campal de 26 del pasado que tuvo lugar en los Altos de Tacna.

El 25 emprendimos marcha de Buenavista, formando parte de la segunda división  compuesta del regimiento 2º de línea y del Santiago, comandada por el teniente coronel don Francisco Barceló. En esta jornada no hubo novedad digna de mencionarse y se hizo pernoctar a la tropa a dos leguas más o menos distante del enemigo.

Al amanecer del 26, estando de servicio el que suscribe, divisó que el enemigo en número de 4.000 próximamente, a marcha forzada se dirigía a1costado izquierdo de nuestra división llevando su guerrilla de descubierta. Acto continuo puse en conocimiento de V. S. y del Estado Mayor General la operación del ejército aliado, por lo que se dispuso que la segunda división marchase inmediatamente a su encuentro en orden de batalla. Tan luego como el enemigo se apercibió de nuestro movimiento retrocedió apresuradamente, guardando su retirada por gentes de caballería hasta tomar sus primitivas posiciones en el Alto de Tacna, donde tenía trincheras, fortines y zanjas. Esta operación fue ejecutada por mi batallón haciendo desplegar en guerrilla la 2ª compañía con orden de cubrir todo el frente de él y distante de 500 a 600 metros.

Después de marchar algún tiempo en son de combate, se me mandó hacer alto a fin de que nuestra artillería de campaña disparase sobre el enemigo en contestación a los primeros tiros de éste, cuyas punterías en su mayor número iban dirigidas a las guerrillas. Apagados momentáneamente los fuegos de los contrarios, de nuevo comenzamos a avanzar en igual formación, con orden de apoderarnos de las alturas en que se hallaba extendida la línea enemiga. Fue entonces cuando se rompió por el ejército aliado sobre nuestra línea un fuego vivísimo de fusilería, al punto apresuramos la marcha con el objeto de proteger a las guerrillas que se hallaban situadas a 800 o 1.000 metros de la línea enemiga. Este movimiento se ejecutó en medio de una lluvia de balas de toda especie que la tropa soportaba serena, impasible y sin disparar un tiro hasta que después de estar toda desplegada en la formación ordenada de antemano, se recibió orden de romper el fuego.

El combate estaba ya empeñado seriamente y nuestros soldados con un valor imponderable parecían querer disputarse los puestos de mayor peligro. Cada cual trataba de ser el primero, era así como mi batallón junto con el Santiago y el 2º de línea atacaban precisamente el centro de la línea enemiga, los puntos donde tenía colocada tanto en trincheras como en fortines, etc., su artillería Krupp y ametralladoras desde las cuales nos hacia un fuego horriblemente mortífero.

Esto, sin embargo, no impidió que mi tropa siguiera marchando siempre hacia adelante, disputándose el campo hasta llegar a estrecharse de tal manera, que algunos de mis oficiales y soldados dieron en ella la muerte, desgraciadamente con pérdida de sus vidas, al enemigo que en ese momento empezaba a retroceder.

Aprovechándome, pues, de una parte débil en la ya destrozada línea enemiga, avancé acompañado del capitán señor Gregorio Ramírez, subteniente don Baldomero Castro, del resto de mis soldados y también de alguna fuerza del regimiento Santiago a las órdenes del capitán señor Domingo Castillo, hasta tomar la retaguardia de las alturas. Con esta gente me dirigí en seguida al fuerte que se hallaba a la derecha de las posiciones enemigas, y atacando su retaguardia logramos desalojarlo de la tropa que aun se sostenía en él contra la brigada de Zapadores que lo atacaba de frente. Muy pronto el enemigo huyó con dirección a Tacna dejando en nuestro poder cuatro piezas de artillería Krupp de montaña y gran número de pertrechos de guerra.

En este punto se me reunieron además el sargento mayor de Zapadores señor José U. Urrutia, su ayudante y algunos individuos de tropa. Desde luego la derrota del enemigo estaba ya declarada por completo y en toda su línea le perseguía nuestro ejército, haciendo nosotros igual cosa que llegamos en su persecución hasta los cerros que enfrentan a la estación del ferrocarril en la ciudad de Tacna.

Aquí hicimos alto y ordené a los señores oficiales que me acompañaban reunieran su gente para evitar que no entraran a la población, en donde sin orden expresa no creí prudente hacerlo. Luego que V. S. con su Estado Mayor General, parte de la reserva y alguna artillería se presentó, dióme orden de acampar a continuación del regimiento Santiago, en el campamento que antes había ocupado el enemigo.

Los señores jefes y oficiales que se encontraron bajo mis inmediatas órdenes en este memorable cuanto glorioso hecho de armas fueron los siguientes:

Sargento mayor, don Gabriel Álamos.

Capitanes: don R. Soto A., don José A. Fraga, don Juan A. Fontanes, don Gregorio Ramírez, don Melitón Martínez, don José M. Puelma y don Rafael 2º Torreblanca.

Ayudante mayor, don Moisés A. Arce.

Tenientes: don Antonio M. López, don Antonio 2º Garrido, don Alejandro Arancibia, don Juan G. Matta, don Edmundo Villegas, don Ignacio, Toro, don Juan R. Silva y don Washington Cavada.

Subtenientes: don Juan 2º Valenzuela, don Abraham Becerra, don Gualterio Martínez, don José del C. Ampuero, don Enrique Ramos, don Baldomero Castro, don Polidoro 2º Valdivieso, don Enrique Laverque, don Samuel E. Prefaneta y don Eugenio Martínez Cerda.

Cirujano don Eustorjio Díaz.

Practicante don Zenón Palacios.

El número exacto de individuos de tropa del batallón de mi mando que entró en pelea asciende a 592 hombres, de éstos 78 quedaron muertos en el campo de la acción y 205 heridos como lo verá V. S. por el resumen de las listas adjuntas sin contar muchos contusos y ligeramente estropeados que sería superfluo enumerar.

Como V. S. notará, las bajas de este cuerpo corresponden muy próximamente a la mitad del total de combatientes. Otro tanto tengo el sentimiento de manifestarle en lo que respecta a mis oficiales, que entre muertos y heridos he perdido 13, incluso el practicante. Los muertos son:

Capitanes: don Melitón Martínez y don Rafael 2º Torreblanca.

Ayudante mayor, don Moisés A. Arce.

Subtenientes: don Gualterio Martínez y don Juan 2º Valenzuela.

Heridos: Capitán, don José M. Puelma.

Tenientes: don Alejandro Arancibia, don Ignacio Toro, don Juan R. Silva y don Washington Cavada.

Subtenientes: don Abraham Becerra y don Eulogio Martínez C.

Practicante, don Zenón Palacios.

Todos estos jóvenes, tanto los que murieron como los heridos, se han conducido de una manera satisfactoria y me hago un deber en proclamarlo aquí, recomendando a la consideración y recuerdo de la nación chilena muy en particular al capitán don Rafael 2º Torreblanca y ayudante mayor señor Arce, que superaron todo arrojo cayendo en medio de las filas enemigas como solo caen los héroes acribillados de balas y bayonetazos.

La muerte de estos distinguidos militares es, señor, una pérdida verdaderamente irreparable para mi batallón, pues ambos reunían en sí dotes superiores y de grande utilidad.

El resto de mis oficiales, los que tuvieron la suerte de sobrevivir, desde mi segundo jefe señor Álamos, hasta el último subalterno, todos ellos han estado en el puesto del honor manteniendo y exhortando la tropa al cumplimiento del deber con la palabra, la acción y siempre con el ejemplo, mereciéndome sin embargo especial mención, el capitán señor Gregorio Ramírez, tenientes, señores Juan G. Mata y Antonio 2º Garrido y el subteniente, don Baldomero Castro.

Me es grato también recomendar a la alta consideración de V. S. la abnegación del cirujano, señor Eustorjio Díaz y del practicante, señor Zenón Palacios. Este último fue herido de gravedad en el momento mismo en que trataba de vendar una herida.

Esto es cuanto tengo el honor de exponer a V. S. acerca de la batalla del 26, cuyo éxito es la gloria más brillante que a nuestro ejército y sus valientes directores han podido alcanzar, por lo que me permito felicitar muy de corazón a V. S. expresándole mis votos por que siempre como hasta ahora le acompañe la fortuna y el buen acierto para guiarnos por el camino del triunfo, que es el camino de la felicidad de Chile.

Dios guarde a V. S.

J. MARTINEZ

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CUARTA DIVISIÓN.

PARTE DEL JEFE DE LA DIVISIÓN.

Tacna, Junio 1º de 1880

Señor Jefe de Estado Mayor General:

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de la parte que le cupo desempeñar a la cuarta división de mi mando, en la batalla de las alturas de Tacna, librada el 26 del pasado contra los aliados.

A las 8 A. M. de ese día la división compuesta de los regimientos Zapadores y Lautaro y el batallón Cazadores del Desierto, marchaba hacia el enemigo colocada a la izquierda de la tercera división, formando línea con ésta en columnas paralelas y a 3.000 metros a retaguardia de la línea que formaba la primera y segunda división.

A las 9 A. M. el señor General en Jefe dispuso que a las fuerzas a mis órdenes ya citadas, se agregase una batería de montaña Krupp, un escuadrón de Cazadores a caballo y el de Carabineros de Yungay núm. 2, ordenándome al mismo tiempo que con todas estas tropas marchara inmediatamente a dominar y batir al enemigo por su ala derecha.

Organizada la división con las fuerzas indicadas, procedí a tomar las medidas que exigían las circunstancias. Al efecto dispuse que el Jefe de Estado Mayor de la división, sargento mayor don Baldomero Dublé A., acompañado de su ayudante, alférez don Diego Miller A., se adelantara a reconocer el terreno al frente; la batería de artillería protegida y precedida por dos compañías del Lautaro seguía la dirección que llevaba aquel jefe; el batallón Cazadores del Desierto en formación extendida, debía explorar las lomas que tenía a su frente e izquierda; Zapadores seguía en columna, precedido por guerrillas, explorando también el terreno a la derecha de la división, y el regimiento Lautaro, haciendo lo mismo por el centro en igual formación; la caballería marchó oblicuo a la izquierda a reconocer todo el terreno por ese lado.

En esta forma la división marchó al lugar que se le había indicado como objetivo, hasta las 11:45 A. M., hora en que la infantería enemiga colocada detrás de unas lomas a 800 metros al frente, principió el fuego contra nuestras tropas, haciendo lo mismo su artillería que tenían colocada en un fortín oblicuo a la derecha de nosotros como a 2.500 metros de distancia de nuestro frente derecho, y asimismo el resto de la artillería que tenían a su izquierda y que en esos momentos vino a colocarse al lado de la anterior, cuyos disparos ya había recibido la división durante su marcha al frente.

Solo entonces el Jefe de Estado Mayor pudo encontrar una posición ventajosa para colocar nuestra batería de artillería, la cual, siempre protegida por las dos compañías del Lautaro, principió inmediatamente sus fuegos haciendo certeros y nutridos disparos sobre la artillería e infantería enemiga.

Mientras tanto, los demás cuerpos de la división seguían al frente, estrechando la distancia con fuego en avance hasta llegar a 40 metros del enemigo. A las 12:55 P. M., el enemigo doble más numeroso que nosotros, y que ya había cejado terreno, emprendió la fuga a la vista cercana de nuestras bayonetas, dejando tendidos en el campo gran número de los suyos víctimas del arrojo de nuestros soldados.

Durante gran parte de la acción, la caballería tuvo que mantenerse a retaguardia de nuestras tropas por que el terreno era completamente inadecuado para maniobrar y estaba dominado por los fuegos del enemigo. Esta circunstancia es tanto más sensible cuanto que en buen terreno, la caballería de la división, al mando de sus valientes jefes y oficiales, habría procurado a la patria una carga gloriosa más, a las muchas que ya tienen dadas en la campaña.

Al notar que el enemigo se retiraba, la división apresuró su marcha de conversión a la derecha, volviendo completamente y tomando las posiciones enemigas.

Es un honor para esta división la circunstancia de que siempre marchó al frente sin retroceder un solo instante a pesar de la superioridad numérica del enemigo.

Durante el avance de los cuerpos de la división, fue herido mortalmente el valiente y sentido comandante de Zapadores, don Ricardo Santa Cruz y allí también cayeron muchos otros oficiales y la mayor parte de las bajas de tropa que hemos tenido. En esa misma marcha de ataque, hubo que rechazar al enemigo a la bayoneta.

A la 1 P. M. en punto, las tropas de la división se apoderaron del campamento enemigo tornándoles varias banderas y muchos prisioneros, continuando hasta las lomas que dominan el valle de Tacna.

En este instante se incorporó a la división el brillante regimiento 4º de línea que, de orden de V. S. había sido destacado de la división de reserva para apoyarnos.

Organizados ahí los cuerpos, esperé orden de V. S., habiendo andado antes la caballería a cortar al enemigo en su fuga.

La división permaneció en aquel lugar hasta las 5:30 P. M., hora en que el señor General en Jefe ordenó bajar a acamparse a la orilla del río.

Me es muy doloroso tener que anunciar a V. S. que en la dura y gloriosa prueba a que estuvo sometida la división de mi mando ésta tuvo 308 bajas en la forma que expresa detalladamente el adjunto cuadro, o sea un 15 por ciento de la fuerza que entró en combate, contra un enemigo siempre más del doble en número que los nuestros y que ocupaba magníficas posiciones. La explicación del corto número de bajas que relativamente hemos sufrido, la encontrará V. S. en el parte del comandante del Lautaro.

Cumplo en seguida con el deber de recomendar especialmente al Jefe Mayor de la división, sargento mayor don Baldomero Dublé A., a todos los ayudantes de Estado Mayor y de campo del que suscribe, particularmente el capitán don Hermógenes Cámus y al alférez don Diego Miller A. que fue encargado de comunicar mis órdenes en lo más reñido del combate, siendo herido en el brazo izquierdo por una bala que se lo atravesó al desempeñar su comisión y continuando en el mismo servicio hasta el fin de la batalla.

Los señores jefes y oficiales de los cuerpos, todos sin excepción, se han distinguido por su valor y serenidad en el combate, dando ejemplo de arrojo al conducir sus tropas al enemigo. Entre los primeros, creo de mi deber recomendar muy especialmente al malogrado comandante de Zapadores, don Ricardo Santa Cruz, que desgraciadamente para el ejército falleció de su herida el día siguiente de la batalla. Igual recomendación debo hacer del comandante del Lautaro, don Eulogio Robles, cuya conducta digna, de todo elogio, me fue posible apreciar personalmente. También recomiendo a V. S., en igual forma, al comandante del batallón Cazadores del Desierto, don Jorge Wood, cuyo proceder honorable se desprende de su parte particular.

Hago asimismo mención particular de la conducta tan recomendable observada por el capitán don G. Fontecilla y los entusiastas y valientes oficiales que lo secundaban en el servicio de la artillería de montaña, cuya batería tanto influyó en el buen éxito obtenido por la división.

En cuanto a la caballería, aunque no tuvo oportunidad de entrar en acción como la infantería y artillería, sin embargo su presencia sirvió de apoyo moral a la división. Por otra parte, sus jefes, oficiales y tropa, saben recomendarse a sí solos cada vez que el enemigo se pone a su alcance, y ya he dicho a V. S. al principio que la caballería contraria volvió caras apenas avistó los terribles sables de la nuestra.

Me hago un deber en recomendar al capellán de la división don Eduardo Fábres que marchó junto con la tropa y que cumplió dignamente sus deberes como sacerdote y como patriota.

Para las recomendaciones especiales que merecen los demás jefes y oficiales de los cuerpos de la división, llamo la atención de V. S. a lo que dicen los partes de los respectivos comandantes.

Durante la batalla acompañó voluntariamente al que suscribe, como ayudante, el ex capitán de Guardias Nacionales don Alejo San Martín; y como ordenanza, el cabo 1º del cuerpo de Ingenieros militares, Lorenzo Morales, cuyo caballo le fue muerto en el combate.

Respecto de las clases y soldados de los cuerpos de la división, no encuentro palabras con que encomiar la conducta valerosa y subordinada de estos bravos defensores de la patria que se han hecho acreedores a la gratitud nacional y a la consideración de sus jefes y oficiales.

Adjuntos tengo el honor de remitir a V. S. los partes particulares y relación nominal y clasificada de las bajas, que me han pasado los jefes de cuerpos; asimismo un cuadro o resumen de esas mismas bajas.

Termino señor coronel felicitando a V. S. por el triunfo que ha obtenido la patria en el memorable día 26 del próximo pasado.

Dios guarde a V. S.

O. BARBOSA

Al señor Jefe de Estado Mayor General don José Velásquez.

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REGIMIENTO LAUTARO.

Tacna, Mayo 30 de 1880

Señor Coronel:

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de las operaciones ejecutadas por el regimiento en la memorable jornada que tuvo lugar el 26 del corriente en las alturas de Tacna.

A las 11 A. M. recibí orden de V. S. para colocar mi regimiento ala derecha del ala enemiga y flanquearlo por ese costado, habiendo ordenado antes que la 1ª y 2ª compañías del 1º batallón marcharan a proteger la artillería.

Para satisfacer dignamente su mandato y mis propios deseos, dispuse que la 3º y 4ª compañías del 1º, y la 1ª y 4ª del 2º tendidas en guerrilla, avanzaran sobre la línea enemiga en posición oculta, con orden de no dis­parar hasta que las guerrillas estuviesen a 600 metros de distancia para aprovechar de un modo cierto nuestras municiones.

Colocados en esta distancia hice tocar fuego y trote para hacerlo ganando terreno y a este compás.

El fuego era vivísimo, habiendo tenido muchas bajas antes de romper los nuestros; pero era preciso acortar la distancia: primero, para hacer el mayor daño posible al enemigo y aterrarlo con nuestra impasible marcha, a pesar de las bajas que nos hacia; y segundo, para quedar a una distancia conveniente a fin de cargar a la bayoneta cuando las municiones se agotaran o lo exigieran las circunstancias.

El enemigo, viéndose flanqueado reforzó su derecha con un número considerable de tropas, cuya ala era apoyada por la caballería, que pase a raya con la 2ª y 3ª compañía del 2º batallón, que había quedado de reserva general de las guerrillas, circunstancia que comuniqué a V. S. por conducto de mi ayudante don Luís Pastor Santana.

El fuego se hacia cada vez más recio; pero a pesar de éste nuestra tropa seguía disparando y avanzando al paso de trote, aprovechando las sinuosidades del terreno, tendiéndose en el suelo y cubriéndose para no dejar flanco al enemigo, lo que se hacia en conformidad a lo que se había enseñado en los ejercicios doctrinales.

En esta disposición y cediendo a la impetuosidad de nuestros bravos, los enemigos nos abandonaban la sucesión de lomas que les servían de defensa y que constituía la superioridad de sus posiciones.

No pudiendo el ejército aliado resistir por su derecha el vigoroso empuje de nuestras fuerzas, principió el desconcierto, y entonces ví llegado el momento de cargar a la bayoneta, con cuya operación se inició la derrota, a pesar de haber sido reforzados con toda su reserva.

En este momento pedí a V. S., por conducto del mismo ayudante Santana, me enviase caballería para perseguir a los derrotados, lo que tuvo a bien hacer mandándome el 2º escuadrón de Carabineros de Yungay, al mismo tiempo que me felicitaba por conducto del mismo capitán, felicitación que no he creído merecer, pues solo había llenado mis deberes como soldado chileno.

Declarada la derrota, toqué reunión a mi tropa y formé la 2ª, 3ª y 4ª compañía del 2º batallón, con las cuales me dirigí al lugar fortificado del enemigo. Ahí encontré la 3ª y 4ª compañía del 1º batallón, mientras que la 1ª del 2º hacia sus últimos disparos sobre las tropas derrotadas que bajaban al valle.

Nuestros soldados, que venían sedientos y con sus cartucheras vacías, encontraron en el campamento enemigo, agua, rancho y munición. Así provistos, avanzamos hasta donde se encontraba el capitán Ávila, de la 1ª del 2º, que se hallaba sobre las lomas más cercanas a la población. En este punto se perdió de vista el enemigo, que tomó camino de Pachía.

Con sentimiento digo a V. S. que hemos tenido 106 bajas en el regimiento, de las cuales hay 17 muertos, 58 heridos, 22 contusos y 9 dispersos. Entre los muertos figura el subteniente don Adolfo Tovar, y herido gravemente el intrépido capitán don Nicomedes Gacitúa, y de menos consideración el capitán ayudante don José Zárate. Los subtenientes don Severo Ríos y don Juan de la Cruz Barrios, gravemente heridos. Los dispersos que aparecen en la lista probablemente fueron enterrados en los primeros momentos sin identificarlos, pues hasta la fecha no han parecido.

Creo oportuno llamar la atención de V. S. hacia el escaso número de bajas que ha tenido el regimiento a pesar de haber soportado el fuego de más del doble número de enemigos. A mi juicio, este hecho se explica fácilmente: hemos puesto en práctica durante el combate la misma enseñanza doctrinal que con tanto acierto introdujo V. S. en el regimiento, haciendo pelear a los soldados tendidos en tierra, aprovechando de este modo las más pequeña ventaja que pudieran ofrecerles las desigualdades del terreno.

Réstame ahora recomendar a la consideración de V. S., la serenidad, arrojo y buenas disposiciones militares tomadas en los momentos del combate por el sargento mayor don Ramón Carvallo O., al capitán don Bernabé Chacón, que fue uno de los primeros en llegar a las posiciones enemigas, por cuyo acto fue felicitado por V. S. en el mismo campo de batalla; a los denodados capitanes don Nicomedes Gacitúa y capitán ayudante don José Zárate, que con impávido, arrojo condujeron su tropa a la pelea hasta el momento de quedar fuera de combate, heridos en el campo de la lucha; al capitán don Leonor Ávila, que siempre se mantuvo en el peligro con su calma acostumbrada y atento a la conducción de su compañía, que animaba con la palabra y enseñaba con su ejemplo; a los capitanes don Guillermo León Garrido, don José Miguel Vargas, don Alberto R. Nebel, que en toda circunstancia estuvieron a la altura de sus deberes; los capitanes don Ignacio Díaz Gana y don Vicente C. Hidalgo A., que aunque estuvieron separados de mi lado con sus compañías protegiendo la artillería, tuve la complacencia de oír recomendaciones por su serenidad y bizarría durante los fuegos. Hago especial mención del capitán ayudante don Luís Pastor Santana, a quien ví con satisfacción siempre sereno y entusiasta.

A los tenientes don Domingo A. Chacón, don Luís Briceño, don Natalicio Acuña y don José 2º Espinosa, y los subtenientes don Juan de la Cruz Pérez, don Clodomiro Hurtado, don Zenón Navarro R., y don Abraham Guzmán por el valor que desplegaron todos ellos en el combate del 26, y en general a toda la oficialidad del regimiento, pues todos han llenados sus deberes de soldados.

También debo hacer especial mención del 1º cirujano del regimiento, don Ismael Rubilar que estuvo en medio del fuego siempre dispuesto a procurar a los heridos los auxilios de la ciencia y él fue quien prestó en esos momentos los primeros cuidados al malogrado comandante de Zapadores don Ricardo Santa Cruz.

La conducta de la tropa no ha dejado que desear, distinguiéndose como valientes el soldado de la 3ª compañía del 1º batallón, Gerardo Reyes; el sargento 2º de la 1ª del 2º Benigno Martínez, y el cabo 2º Manuel Pérez Polanco; el sargento 1º de la 2ª del 2º José Nicolás González; los sargentos 2º Arturo Benavides y Manuel Jesús Avilés, y el soldado de la 3ª del 2º Efraín Arévalo que al sentirse herido en la cara lanzó con entusiasmo un ¡viva Chile! De la 4ª del 2º el sargento 2º Rufino Morales; los cabos Ruperto Rojas, Ruperto de los Ríos y Antonio Torres; Lorenzo Lazo, que marchando adelante para guiar la tropa recibió un casco de granada en la banderola que conducía, sin alterar su marcha y serenidad.

Los soldados Clemente Castillo, José S. Gatica y Mateo 2º Valderrama.

Por último, señor coronel, cábeme la satisfacción de asegurar, como V. S. lo ha podido observar personalmente, que el regimiento Lautaro en su primer combate ha sabido honrar la memoria del héroe araucano con cuyo nombre fue bautizado hace apenas un año.

Dios guarde a V. S.

EULOGIO ROBLES

Al señor Comandante en Jefe de la cuarta división.

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REGIMIENTO DE ZAPADORES.

 

Tacna, Mayo 28 de 1880

Señor Coronel:

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de la parte que tomó el regimiento de mi accidental mando, en la gloriosa cuanto memorable batalla librada el 26 del actual entre nuestras fuerzas y el ejército aliado.

Serían las 6 A. M. cuando dejando sus posiciones fortificadas a retaguardia, el enemigo se dirigió sobre nuestro ejército.

Inmediatamente se mandó formar en columna por compañías; por este movimiento quedó Zapadores a la derecha de la división de que forma parte. En este orden emprendió la marcha sobre la derecha también el enemigo.

Como a 4.000 metros del lugar que ocupaba la fuerza contraria, se ordenó a este regimiento extendiese su línea de combate. Marchó de esta manera hasta cerca de 100 metros sobre aquella fuerza, la que viendo nuestra aproximación, formó su infantería y rompió los fuegos a la vez que su artillería, que tenían situada sobre una colina.

Después de media hora de combate en el que un vivísimo fuego se sostuvo con firmeza por ambas partes, se hizo un primer avance por toda la tropa del regimiento recorriendo como unos 100 metros sobre el enemigo, que hasta este momento se mantenía a pie firme en su línea ara desde el principio. En este instante fue herido gravemente el señor comandante del regimiento, don Ricardo Santa Cruz; por este motivo se hizo a retaguardia acompañado del capitán ayudante don José Saavedra.

Como todavía no cejara la parte del enemigo que teníamos al frente, avanzamos nuevamente en medio de un nutridísimo fuego; esto dio margen a que aquella parte principiara a desorganizarse desbandándose en seguida y abandonando últimamente su ventajosa posición.

Las bajas que ha tenido el regimiento son las que se mencionan en la lista adjunta. En ella figura también el nombre del señor comandante del regimiento; pues con hondo pesar manifiesto a V. S. que el expresado jefe sucumbió antes de veinticuatro horas.

No cumpliría con un deber de justicia, señor coronel, si no recomendase a V. S. el brillante comportamiento de los señores jefes, oficiales y tropa del regimiento, por su conducta observada durante el combate y de lo cual V. S. sabrá apreciar mejor que nadie lo que dejo expuesto.

Dios guarde a V. S.

JOSÉ CARLOS VALENZUELA

Al señor Comandante en Jefe de la cuarta división.

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BATALLÓN CAZADORES DEL DESIERTO.

Campamento da Tacna, Mayo 30 de 1880.

Señor Coronel.

Ya que mi batallón se halla incorporado a la división de su mando, cumplo con el deber de darle cuenta de la parte que le cupo desempeñar en la batalla del día 26 del presente, en la altiplanicie denominada “Campo de la Alianza”, a inmediaciones de esta ciudad de Tacna.

En obsequio de la brevedad omito hacer relación de las diversas causas que colocaron a mi cuerpo en situación muy desventajosa entre los demás y que sería justo se tomaran en cuenta para apreciar debidamente su comportamiento en aquel día.

El batallón que en Ite presentaba un efectivo de 494 hombres de combate, solo pudo formar en línea 364, habiendo tenido que dejar 25 de guarnición en aquel punto, 80 en Buenavista, 20 empleados en el acarreo de provisiones para el ejército y 5 más que fue necesario enviar al Sur por enfermos.

En tales circunstancias, hallándose ya el ejército en marcha, recibí orden de incorporarme a la cuarta división, y en el momento de principiar la batalla tuvo V. S. a bien indicarme que mi misión era la de marchar en descubierta al frente de aquella, dejando a mi discreción y criterio obrar como mejor pudiera convenir sobre el extremo derecho de la línea de batalla del enemigo, que se apoyaba en un reducto con algunas piezas Krupp.

Mi misión aparecía, a mi juicio, muy bien indicada: debía avanzar unos 2.000 metros al frente de la división, extender mis alas todo lo posible para rebasar el flanco al enemigo, y dejar oportunamente claro el frente en batalla de aquella y luego, replegándome sobre mi izquierda, lanzarme resueltamente sobre el reducto y cogerlo por la gola si era posible,

Para recorrer los 18 kilómetros que mediarían entre mi punto de partida y la prolongación de la línea de batalla de nuestras fuerzas, me era necesario avanzar por la diagonal con mucha rapidez, al mismo tiempo que con mucha cautela, porque el terreno se presta para la ocul­tación de tropas en varias líneas paralelas y tuve que destacar una compañía en guerrilla a unos 500 metros a mi frente para que sirviese de descubierta a mi batallón, que a la vez hacia el mismo servicio al frente de la división.

El terreno era en extremo pesado y mi batallón hubo de esforzarse mucho para conseguir adelantarse 2.000 metros a la división, que emprendió su marcha de avance simultáneamente con aquel; a mas, el sol era abrasador y mi tropa que llevaba la desventaja de una larga jornada sobre el resto del ejército, experimentaba también las angustias consiguientes a la falta de agua en los momentos en que el enemigo le cubría con un fuego mortífero de artillería e infantería. El batallón exhibió, sin embargo, las más relevantes pruebas de disciplina: marchaba resueltamente al frente en orden disperso y retemplaba su espíritu lanzando altos vivas a Chile y a su jefe, y después de avanzar lo necesario, contestando los fuegos del enemigo, adelantó su ala izquierda y resultó rebasando por mucho el flanco derecho de aquel. Pero en esta situación vino a unirse a la falta de agua, la falta de municiones, las que se agotaron por completo.

V. S. sabrá apreciar debidamente tan crítico trance.

No vaciló un solo instante mi batallón, y obediente a mi voz, fijó la bayoneta y se lanzó con admirable resolución sobre el reducto, que fue desalojado con la punta de aquella arma temida.

En dicho reducto fueron cogidas 5 piezas de artillería de montaña, de las cuales 4 Krupp, y todas intactas; una considerable cantidad de municiones; 3 oficiales y muchos individuos de tropa prisioneros; 12 banderas, de las cuales una con la señal de guerra sin cuartel, pertenecía al regimiento 1º Daza; otra a un regimiento de artillería peruano y otra a uno boliviano, otra al regimiento de caballería Murillo que se batió desmontado defendiendo el reducto, y las restantes no conocidas aun, pero todas cogidas a viva fuerza en aquel punto.

Así cumplieron su cometido estos nobles hijos de la capital. Injusto sería si no aprovechara esta coyuntura para expresar, como lo hago, mi alta satisfacción y reconocimiento por la manera brillante como se han exhibido bajo mis órdenes, mereciendo el aplauso unánime de todos los que lo presenciaron,

No pasaré desapercibida la circunstancia de haber acompañado al batallón, en su avance, una compañía del regimiento Lautaro; la cual, hallándose oprimida entre la división y mi cuerpo, hubo de buscarse salida corriéndose hacia mi izquierda, y desplegó mucha audacia bajo las órdenes de su bizarro capitán don Bernabé Chacón.

Nadie pondrá en dada el hecho indisputable de haber sido la fuerza de mi mando la que tomó posesión del reducto, desalojando al enemigo de este formidable punto de apoyo.

Si el batallón no experimenta mayor número de bajas, debo atribuir al orden especial de desplegar en tiradores que he ensayado con muy buen éxito y que le permite sacar ventaja de las armas modernas de rápido tiro, al mismo tiempo que le pone a cubierto de experimentar sus efectos en todo su rigor.

Cuando el ala izquierda de la cuarta división se hubo posesionado del reducto y rechazado al enemigo por aquel lado, éste principió a ceder terreno a punto de perder las ventajas que parecía alcanzar en otra parte; por esto es que cabe a aquella división un alto honor, que tiene necesariamente que refluir en pro de V. S. que lo manda.

Me es satisfactorio manifestar a V. S. que todos mis subordinados han cumplido con su deber de una manera muy honrosa; pero debo hacer particular mención en el teniente coronel don H. Bouquet, 2º jefe del batallón, que cayó herido al trasmitir una de mis órdenes; en el capitán don J. Parra, herido a la cabeza de su compañía; los subtenientes don R. Rahausen y don C. Whiley, y sargento 2º J. Kremer, que fueron los primeros en trepar el reducto. También merecen una recomendación especial el ayudante en comisión de este cuerpo, teniente de ejército don F. Monroi, el teniente don Santiago Vargas, que fue gravemente herido, y el de igual clase don R. Saavedra, este por la precisión y denuedo con que cumplía mis órdenes; también la merece el capitán ayudante del cuerpo, teniente de ejército don Clodomiro Pérez, que me acompañó de cerca durante mucha parte de lo más recio del fuego.

Temo haberme extendido ya más de lo que deseaba al dar cuenta a V. S. de los procedimientos del batallón, pero no terminaré sin hacer justicia a la dura prueba que soportaron algunos de mis subordinados los que quedaron de destacamento en Ite y Buenavista, al marchar sus compañeros a batir al enemigo. Con lágrimas de una cruel desesperación, hubieron de someterse a obedecer la orden que les privaba de satisfacer sus nobles aspiraciones de batirse también por la honra de su patria y de su bandera. En este número se hallan el capitán don A. Infante Valdivieso, el teniente don C. Calvo y el subteniente don T. Calderón.

Acompaño una relación nominal y clasificación de los muertos, heridos y dispersos que resultan en el cuerpo de mi mando hasta el momento de suscribir este pliego.

JORGE WOOD

Al señor Comandante en Jefe de la cuarta división.

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ARTILLERÍA Y CABALLERÍA.

REGIMIENTO NUM. 2 DE ARTILLERÍA.

Tacna, Junio 1º de 1880

Señor Coronel:

Siete de las baterías del regimiento que accidentalmente comando, tomaron parte en la batalla de Tacna que tuvo lugar el 26 de Mayo último, 4 de campaña y 3 de montaña. En el ala izquierda nuestra, la 1ª de la 2ª al mando del sargento mayor señor Santiago Frías, y la 1ª de la 4ª a las órdenes del de igual clase señor Benjamín Montoya, e incorporada a la cuarta división la 2ª de la 2ª dirigida por su capitán don Gumecindo Fontecilla, todas obrando separadamente. La 1ª de la 4ª se plegó a la izquierda y la 2ª de la 1ª y 2ª de la 3ª, mandadas por el mayor don Exequiel Fuentes, a la derecha, donde se hallaban la 1ª de la 1ª y la 1ª de la 3ª dirigida por el sargento mayor José de la C. Salvo. De modo que toda nuestra artillería quedó dividida en dos porciones que se batían en ambas alas de nuestro ejército. La de la izquierda a mis inmediatas órdenes, estaba formada de la 2ª brigada del cuerpo y de la 1ª de la 4ª, es decir, 2 de campaña y 1 de montaña; y la de la derecha, a las órdenes del mayor Salvo la componían 2 de campaña y las 2 de montaña del mayor Fuentes que se le reunieron al emprender el movimiento de avance sobre las posiciones del enemigo.

Según los distintos partes que tengo a la vista y de lo que personalmente me consta los fuegos de la artillería se concentraron en el ala izquierda sobre la misma arma de los enemigos y toda la línea hasta apagarlos completamente protegiendo de este modo el ataque de nuestra infantería. La porción del regimiento que obraba en el ala derecha, extinguió por su parte los fuegos de la artillería enemiga que tenía a su frente y que impedían la aproxi­mación de nuestras guerrillas batiendo constantemente con sus piezas de campaña toda la cresta que ocupaban los aliados,  hasta que los nuestros la encimaron.

A medida que avanzaba nuestro ejército, la artillería estrechó su distancia hasta colocarse a menos de 2.000 metros en el ala izquierda, y la de la derecha avanzó hasta bajar al valle de Tacna con sus dos baterías de montaña y una ametralladora, dejando la de campaña en las alturas. Esas dos baterías a las órdenes inmediatas de los mayores Salvo y Fuentes, situadas a 500 metros del pueblo, bombardearon sus alrededores, sin dañar la población, para arrojar los enemigos que se abrigaban en los bosques. La 1ª de la 1ª al mando del capitán Villarreal y la 1ª de la 2ª al del mayor Frías hicieron lo mismo desde la altura inmediata al valle.

Se han disparado 822 granadas y 2.360 tiros de ametralladoras.

Solo hemos tenido 7 soldados heridos, según consta de la relación adjunta.

Me es grato recomendar a V. S. el comportamiento de los señores jefes, oficiales y tropa en esta jornada que, para nuestra arma, se hará célebre por las dificultades increíbles que ha tenido que vencer y por la certera dirección y eficacia de sus fuegos.

Acompaño a V. S. la lista del personal del regimiento que se halló en esta batalla.

J. MANUEL 2º NOVOA.

Al señor Jefe de Estado Mayor General don José Velásquez.

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PARTE DEL CAPITÁN FONTECILLA.

Tacna, Mayo 28 de 1880

Paso a dar cuenta a V. S. de lo ocurrido en la batería de mi mando durante la acción del 26 del presente.

A la vista del enemigo y ordenada ya nuestra línea de batalla, recibí orden del señor Jefe de Estado Mayor General para ponerme a las órdenes del señor coronel don Orozimbo Barbosa, jefe de la cuarta división, que formaba el ala izquierda.

Reunida la división avanzamos al frente, estrechamos la distancia que mediaba entre nosotros y la derecha del enemigo, protegida esta parte por una magnífica fortaleza artillada con 5 piezas, cuatro Krupp de montaña del último sistema y 1 de sistema inglés poco conocido.

En situación conveniente y bajo los fuegos de infantería y artillería enemigas, me coloqué en batería, rompiendo el fuego sobre la fortaleza a 2.500 metros y también sobre las masas y guerrillas que nos hacían un mortífero fuego de rifle.

Esta parte del terreno era sin duda conocida de los artilleros enemigos que han tenido sobrado tiempo para distanciar los lugares aparentes para situar artillería, pues sus disparos eran muy certeros.

Esto nos obligó a movernos, y al efecto avanzamos 400 metros, maniobra que produjo buen resultado, porque las granadas enemigas continuaron cayendo a nuestra retaguardia.

En esta nueva posición y después de más de una hora de cañoneo, amainó el fuego de artillería enemigo, continuando al parecer por una sola pieza de la derecha.

Media batería de la derecha dediqué exclusivamente a batir las masas enemigas que comenzaban a desordenarse, y media batería de la izquierda continuó disparando sobre el fuerte hasta apagarse sus fuegos por completo.

La infantería, por su parte, ponía en completa derrota al enemigo, que desapareció detrás de las lomas.

Hice aun varios disparos por elevación, y declarada ya la victoria por nuestro ejército mandé hacer alto el fuego y avancé con toda la división hasta llegar a orillas del valle de Tacna, donde recibí orden de incorporarme a mi regimiento.

Lo certero de los disparos y el gran número de proyectiles consumidos en la acción, atendido el espacio de tiempo que esta duró, darán conocer a V. S. la pericia y serenidad de los señores oficiales, como también la disciplina y grado de instrucción en las clases y tropa de mi mando.

Me hago un deber en recomendar a V. S. el brillante comportamiento de los señores tenientes don J. Manuel Ortúzar y don J. F. Vallejo, y alféreces don Federico Videla y R. Boltz. Todo encomio para ellos es poco y en cualquiera ocasión darán gloria a su arma.

Durante la acción la batería ha sido protegida por dos compañías guerrilleras del regimiento Lautaro, comandadas por los señores capitanes Hidalgo y Díaz Gana, quienes colocaron su tropa con tanto acierto que cualquiera que hubiesen sido los incidentes del combate habría estado siempre segura nuestra batería.

Adjunto a V. S. una relación de las bajas y proyectiles consumidos en la batería,

Es cuanto tengo que decir a V. S. sobre la batería de mi mando en la parte que le cupo en la gloriosa acción del 26 del presente.

Dios guarde a V. S.

G. FONTECILLA

Al señor Jefe de Estado Mayor de la cuarta división, Sargento Mayor don Diego Dublé Almeyda.

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PARTE DEL MAYOR FRÍAS.

Tacna, Mayo 28 de 1880

Señor Comandante:

La parte que le cupo en suerte a la 2ª brigada del regimiento, en la batalla dada contra el ejército aliado Perú boliviano el 26 del corriente, es la siguiente:

Desde la salida de Sama, la 2ª batería de la brigada marchó junto con las otras de montaña hasta llegar al campo de batalla, donde se le destinó a la cuarta división del ejército que debía operar contra el ala derecha del enemigo. Todo lo ejecutado por esa batería, sus bajas y consumo de municiones, llegará a su conocimiento por el parte que el capitán de ella debe a V. S. pasarle.

La 1ª batería de esta brigada, al mando inmediato del capitán don Abel Gómez, que por ser de campaña con dos ametralladoras y su material de alguna más importancia que la otra, quedó bajo mi dirección. Esta batería operó con grande y visible eficacia sobre el centro y ala derecha del enemigo, rompiendo sus fuegos a la distancia, entre 4.000 a 5.000 metros. Avanzó en lo más recio de la jornada hasta quedar a 3.000 metros del centro y 3.200 del fortín, que con 5 piezas de montaña tenía artillado el enemigo en su costado derecho. Después de hacerse imposible disparar al centro de la línea enemiga, por la confusión que pudo hacerse, concentró sus fuegos al ala derecha, protegiendo con excelentes resultados, el asalto y toma de esas importantísimas posiciones.

Las magníficas punterías y la expedición en general, con que los señores oficiales y tropa se condujeron, dan a conocer su pericia, serenidad y valor durante la batalla.

Los nombres de ellos son: capitán ya nombrado don Abel Gómez, teniente y ayudante del que suscribe don Caupolicán Villota y alférez don Nicanor Bacarreza.

El teniente don Jesús María Díaz y alférez don Zacarías Torreblanca, estuvieron en la batería cuando ésta funcionó de 4.000 a 5.000 metros, distinguiéndose como los demás oficiales; saliendo al frente del enemigo al mando de la sección de ametralladoras, cuando se avanzó hasta quedar a 3.000 metros.

Por el parte verbal que de ellos tengo, esta sección adelantó junto con la primera línea de combate, rompiendo sus fuegos a 1.800 metros.

Derrotado el enemigo, esta batería siguió su marcha hasta colocarse al frente en las alturas que domina la población, y donde hizo sus disparos a los fugitivos y algunos al pueblo, a fin de intimar la rendición completa; la que no se hizo esperar.

La tropa se condujo admirablemente y el material y caballada se conservan en el mejor pié de servicio.

La relación de las bajas y consumo de municiones, tanto de cañón como de ametralladoras, las manifiesto en la relación adjunta.

Su frecuente presencia en la batería durante la batalla, me ahorra entrar en detalles y terminaré este parte recomendando a su consideración a los señores oficiales y tropa de la batería, por su comportamiento.

Dios guarde a V. S.

SANTIAGO FRIAS.

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COMANDANCIA DE INGENIEROS.

Tacna, Mayo 31 de 1880

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de todo lo relativo a los trabajos practicados por el cuerpo de mi mando, y de algún modo tienen relación con la batalla del 26 del presente.

El día anterior a éste, me ocupé en Sama de preparar los elementos indispensables a la movilización del ejército, como arreglo de estanques para la conducción del agua, compostura de barriles, etc.; y, durante la marcha ayudó mi cuerpo el paso de la artillería en los pasos difíciles del camino.

El mismo día de la batalla, el que suscribe se puso directamente a las órdenes del Estado Mayor General, sirviendo de ayudante durante el combate; y ordené que los oficiales de plana mayor del cuerpo, señores Manuel Romero H. y Enrique Munizaga, se ocuparan en tomar las distintas posiciones del ejército, para el levantamiento del plano correspondiente.

El capitán Silva, al mando de la compañía auxiliar del cuerpo, se colocó en situación de apoyar las baterías de campaña de la derecha, según se lo indiqué, hasta el momento en que, por orden superior, avanzó sobre el enemigo y se batió con su gente en primera fila.

Me es grato recomendar el valor del capitán don Daniel Silva durante el combate, pues a pesar de haber recibido dos heridas, siguió avanzando sin cejar un solo instante.

Su parte, dice así:

“Señor Comandante:

Habiendo recibido orden de avanzar sobre el enemigo, lo hice así, hasta colocarme al lado derecho del Valparaíso, con cuyo cuerpo combatí hasta asaltar las posiciones enemigas.

Mi compañía constaba de 102 hombres inclusos 2 oficiales. De ellos han habido 4 muertos y 23 heridos, cuya relación adjunto a V. S.

Es de mi deber recomendar muy especialmente la conducta del subteniente Almeyda y del soldado González, por su arrojo y serenidad en la pelea.

Dios guarde a V. S.‑ Daniel Silva”.

Es todo lo que tengo que comunicar a V. S. en cumplimiento de mi deber.

Dios guarde a V. S.

F. J. ZELAYA

Al señor Jefe de Estado Mayor General don José Velásquez.

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ESCUADRÓN CARABINEROS DE YUNGAY NUM. 1.

Tacna, Mayo 30 de 1880

Señor Jefe de Estado Mayor General:

Cumplo con el deber de dar a V. S. cuenta, y por su órgano al señor General en Jefe del ejército, de las operaciones y maniobras realizadas por el escuadrón de mi mando en la jornada del 26, que ha dado a Chile la posesión de una parte tan importante del territorio del Perú.

Situados en el valle de Sama, y resuelta ya la marcha del ejército en demanda del enemigo, se dispuso por la orden general del día 24 que una compañía de este cuerpo emprendiera su movimiento en la mañana del 25 para tomar la vanguardia. Designé para ello a la 2ª, mandada por el capitán don Alejandro Guzmán, la que después de perseguir algunas descubiertas e incorporado, al punto elegido para campamento, tuvo orden de marchar de avanzada para impedir toda sorpresa, y durante la noche y primeras horas de la mañana siguiente sostuvo tiroteos con pérdida del cabo 2º Zoilo Pesoa, que habiendo sido, hecho prisionero fue más tarde rescatado a nuestra entrada a esta plaza, y el soldado Rosendo Dupré herido de bala.

El señor General en Jefe me impartió la orden de permanecer con la 1ª compañía en el campo de Sama hasta la noche de ese mismo día 25, y que a las 9 P. M. emprendiera la marcha hasta llegar a retaguardia del Parque de Artillería, punto adonde debía acampar y aguardarla claridad del día siguiente para ir en su busca y recibir sus órdenes. Se hizo así, y al aproximarme a la línea se anunció la presencia del enemigo y la necesidad de incorporarme al ejército.

Al llegar se me ordenó marchar al costado derecho hasta unas veinte cuadras de distancia, explorar si había o no amago por ese flanco. En el término del reconocimiento divisamos una pequeña avanzada que pude hacer caer en nuestro poder, compuesta de un capitán y 4 soldados del escuadrón Húsares de Junín, la que fue puesta a disposición del señor General en Jefe en los momentos que precedieron a la batalla.

En esos mismos momentos se sirvió el señor General disponer que el escuadrón, que en ese instante reunía sus dos compañías, se colocará a retaguardia de la primera división, y a la altura de su derecha. La artillería enemiga rompió sus fuegos, y cuando se emprendió el movimiento de avance de nuestra infantería se me comunicó la orden de dejar la posición ocupada y trasladarme a retaguardia de la artillería de campaña que a la derecha mandaba el mayor Salvo, con el objeto de apoyarla. Colocado allí se dispuso que destacara una compañía para marchar al encuentro, y ayudada de los carretones encargados de conducir el agua hasta el campo de batalla. Poco después se me ordenó enviar 40 individuos de tropa para llevar otros tantos cajones con municiones a los cuerpos de la primera división a quienes escaseaban ya, los que fueron dirigidos por el alférez don Carlos Larraín. 15 hombres se ocuparon en seguida en reunir en el llano algunas mulas y animales que se necesitaban y se habían dispersado, y otros 25 bajo el mando del alférez don Ildefonso Álamos llevaban también auxilio de municiones a los cuerpos que se batían por el centro, quedando en ciertos momentos reducido el escuadrón a 26 hombres.

Ocupadas por nuestra infantería las posiciones enemigas, y cuando se me habían incorporado pequeños piquetes que hacían ascender como a 60 hombres el número de mis fuerzas, recibí la orden por conducto del ayudante, coronel don Samuel Valdivieso, de avanzar hasta las alturas que tenía al frente. Al llegar a ellas encontré al jefe de la primera división, coronel don Santiago Amengual, que reclamaba el auxilio de esa pequeña fuerza de caballería para completar la victoria por ese lado.

Mis instrucciones eran indeterminadas, y no vacilé en seguirlo, mucho menos tratándose de tan importante operación. Llegados a una pequeña meseta en que los cuerpos de esa división, contaban sus filas para organizarse debidamente, el señor coronel decidió ocupar la ciudad de Tacna que teníamos a la vista, y que se juzgaba encerraría todavía en sus muros a mucho de sus defensores. Organizó algunas fuerzas que por órdenes posteriores fueron tomando otras direcciones, y por fin, a la llegada a los suburbios de la población contábamos solo con los pocos carabineros a que antes me refiero, y una pequeña fuerza de infantería dirigida por el coronel don Jacinto Niño y desplegada en guerrillas.

El señor coronel Amengual, dispuso entrar personalmente acompañado solo del que suscribe y los carabineros, y a las 4:30 P. M. tomamos posesión militarmente de la plaza de armas de Tacna.

Se rescataron 11 de nuestros prisioneros de épocas anteriores que en la cárcel se hallaban encerrados, y se dieron las órdenes necesarias para la conservación del orden, y se ordenó que alguna tropa de la primera división entrara también para asegurar el más exacto cumplimiento de estás disposiciones.

El escuadrón ocupó la noche entera en reunir dispersos y prevenir los horrores y desórdenes tan difíciles de evitar en un pueblo tomado por asalto, así puede decirse. Tengo la satisfacción de creer, y no vacilo en asegurarlo, que su presencia ha evitado muchos y muy graves males, y que solo a sus constantes e incesantes esfuerzos y a su moralidad militar se debe la conservación de gran parte de esta población.

En resumen y para concluir, el señor Jefe de Estado Mayor General aparte de los movimientos de que he dado a V. S. tan extensa y detallada cuenta, el cuerpo de mi mando ha perdido 6 de sus hombres que están fuera de combate, hecho al enemigo 180 prisioneros, de ellos 2 tenientes coroneles, 2 sargentos mayores, 5 oficiales subalternos y el resto individuos de tropa, y el infrascrito puede asegurar a V. S. que cada uno de los oficiales y tropa que lo componen, lo mismo que el capitán del escuadrón Carabineros de Maipú, don Juan de Dios Dinator, y el teniente graduado don Francisco Vieytes que están agregados a él, han sabido cumplir con su deber.

Dios, guarde a V. S.

MANUEL BULNES.

Al señor Jefe de Estado Mayor don José Velásquez.

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PRIMERA DIVISIÓN.

PARTE DEL JEFE DE LA DIVISIÓN.

Señor General en Jefe:

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de lo acaecido en la división de mi mando durante el combate del 26.

En la noche del 25 acampamos como a dos leguas de las posiciones que ocupaba el enemigo, llamadas “Alto de Tacna”.

Las fuerzas de que se componía la división de mi mando era de 2.380 individuos de tropa, distribuidos entre los batallones Navales, Valparaíso, Esmeralda y Chillán, pues el regimiento Buin 1º de línea que forma parte de esta división, fue separado de ella el día antes de marchar de Yaras para formar la reserva general.

A las 6 A. M. del día 26 se me comunicó por el Jefe de Estado Mayor de mi división, que el enemigo estaba a la vista; efectivamente se divisaban como a 3 o 4.000 metros de nuestro frente dos columnas, una en dirección hacia nuestra derecha y la otra hacia la izquierda, encontrándose nuestra línea de batalla formada de oriente a poniente. Acto continuo dicho jefe dio cuenta a V. S. de lo que sucedía.

Se mandó formar la división, haciendo que el batallón Valparaíso se desplegara en guerrilla al frente y marchase al encuentro del enemigo, ordenando al mismo tiempo se replegaran las avanzadas que venían retirándose lenta­mente a la vista de él. En esta situación se mandó avanzar de frente, marcha que continuamos hasta las 10 A. M., hora en que llegamos como a 3.000 metros del alto, en donde tenía sus posiciones el enemigo y adonde se estableció después de haberse venido retirando a nuestra vista desde el lugar en donde habíamos pernoctado.

Llegados al frente de sus posiciones, se ordenó descansar y tomar algún desayuno a la tropa. Encontrándonos en está circunstancia; dos baterías de artillería, una de campaña y otra de montaña, se establecieron al frente de los cuerpos de mi división que estaba formada en columna por batallones a distancia de despliegue; aquella hizo algunos disparos hacia el enemigo, cuya artillería coronaba la altura de sus posiciones, los que fueron contestados, alcanzando algunas granadas como a 10 metros de nuestra línea, por cuyo motivo hice despejar el fondo de la artillería corriendo los batallones a derecha e izquierda para de este modo evitar pérdidas inútiles en mi tropa.

Después de algunos disparos, se notó que el enemigo suspendía sus fuegos sobre la derecha y solo se veía disparar las piezas que atacaban nuestra izquierda o sea la derecha de ellos, ocultando las piezas y tropa a nuestra vista, queriendo manifestarnos talvez con esto que se retiraba reconcentrándose hacia la derecha. Durante este tiempo el batallón Valparaíso se mantenía como a 2.000 metros del fuego de sus cañones, cuyas granadas caían en sus mismas filas, pero sin causarles daño.

La artillería nuestra enganchó sus piezas y la vimos marchar a retaguardia de nuestra línea, retirándose como a 3.000 metros.

En este momento recibo orden de marchar adelante protegido por la artillería que seguía a retaguardia y que no estaba bajo mis órdenes, pues como V. S. sabe, no se puso jamás bajo mi dirección la que correspondía a mi división, como asimismo la caballería.

Cumpliendo con la orden de V. S. de avanzar inmediatamente, ordené la formación de dos líneas de combate: componía la primera el batallón Naval y el 1º del regimiento Esmeralda, y la segunda línea el 2º del Esmeralda y el Chillán. Íbamos protegidos por el batallón Valparaíso desplegado en guerrilla.

Como no sabía el objeto de la marcha ni tenia instrucciones de V. S. ni del Jefe de Estado Mayor General sobre el plan de ataque, el lugar donde estaba el enemigo, etc., hacia que la marcha fuera lenta, a fin de esperar las órdenes del caso; mas como volví a recibir orden de avanzar con rapidez, lo ejecuté en el acto.

En ese momento llegó el capitán Flores, de artillería, diciéndome que había reconocido la cúspide de la altura, que no había enemigo y que éste se había retirado a su campamento situado a 4.000 metros de ese lugar, agregándome que iba en busca de la artillería para coronar la altura.

Como la orden era de avanzar, seguimos adelante formados como he dicho en dos líneas; sin embargo, ordené que el batallón Valparaíso marchara listo para hacer fuego en caso de sorpresa, pues el enemigo no se veía.

Efectivamente, apenas subió la altura fue recibido por un nutrido fuego de fusilería que contestó en el acto nuestra guerrilla manteniéndose firme en su puesto, a pesar de las muchas bajas que sufrió cuando encimó la altura.

Inmediatamente entró en combate la primera línea en protección del Valparaíso, que siguió avanzando con ella. Mas como se notara, por el fuego del enemigo oculto, que teníamos a nuestro frente fuerzas muy considerables y que se prolongaba su línea, siempre oculta, hacia nuestra derecha y podía flanquearnos, hubo que atender a esto haciendo que los batallones de segunda línea entraran en la de combate, corriendo así el riesgo de quedar sin ningún apoyo nuestra división, pues la reserva estaba muy distante y no podía protegernos antes de dos horas.

Comprometida así toda nuestra fuerza a la vez y teniendo a nuestro frente en magníficas posiciones a una gran parte del ejército boliviano, la lucha se hizo desesperada, nuestros soldados no se detenían a observar las posiciones del enemigo sino que avanzaban a la voz de sus jefes y oficiales, Se había trabado un duelo a muerte, se combatía a 40 metros de distancia. En estos momentos y en tan difícil situación faltan las municiones.

Antes de entrar en combate estaba en conocimiento de V. S. que los soldados de la división solo llevaban 130 tiros por individuo: 100 que es lo que carga habitualmente el soldado y 30 que se repartieron por la mañana en el campamento a todos los cuerpos excepto al regimiento Esmeralda, que no se le dio más porque no habían llegado las municiones Gras, según contestación del oficial de Estado Mayor General que las distribuyó.

En esos momentos se presentó por el ala derecha de mi división una fuerza de Granaderos, la que fue invitada a cargar por el comandante del regimiento Esmeralda. Con este oportuno apoyo pudieron nuestras tropas organizarse, y tomando algunas municiones se pudo continuar hasta el término de la jornada. Lamentable es que este importante servicio prestado por la caballería nos haya costado algunas bajas en la infantería, pues por desgracia no fue conocida la banderola que sirve de distintivo a esta división.

La falta de municiones hizo que algunos soldados se retirasen de la línea de batalla lentamente, lo que me obligó a pedir a V. S. protegiese nuestra derecha con algunos de los cuerpos de la reserva y nos auxiliase con municiones. La llegada de éstas y el refuerzo de la Artillería de Marina contribuyeron a completar la derrota del enemigo que ya estaba pronunciada, dejando en el frente de mi división varias piezas de artillería.

Llegados a las alturas que dominan el valle y la población, punto en que se habían reunido los restos de los cuerpos de la división, ordené que dos piezas de artillería de campaña, que al mando del capitán Villarreal llegaban en ese momento, hicieran 10 disparos a granada sobre los suburbios de la población, pues suponía que por allí marchaban los restos del enemigo disperso. En seguida descendimos al valle, acompañados de 60 hombres de caballería al mando del comandante Bulnes; cerca ya de la estación del ferrocarril, punto de entrada a la población, me detuve y mandé al sargento mayor don Francisco J. Zelaya, que se había incorporado, con el fin de intimar rendición al pueblo. Volvió pocos momentos después diciendo que le habían hecho fuego de la estación. Entonces ordené que una ametralladora hiciese algunos disparos sobre ese punto como asimismo una guerrilla que puse bajo las órdenes del coronel Niño.

Como no, fueron contestados estos fuegos, me dirigí a la plaza acompañado de la caballería del comandante Bulnes y de la guerrilla del Valparaíso, ordenando a la Artillería de Marina, que marchaba por el centro del valle, se dirigiera a este punto.

En mi camino encontré a los cónsules, quienes me aseguraron que las fuerzas enemigas habían tomado el camino del Alto de Lima y que la ciudad estaba completamente abandonada.

Con la caballería recorrí hasta dos leguas hacia el Oriente, y no habiendo encontrado enemigos, regresé a la población, quedando así la ciudad por nuestra.

Me es grato, señor general, cumplir con un deber de estricta justicia, recomendando especialmente a los jefes de los cuerpos de esta división, coronel comandante del batallón Naval, don Martiniano Urriola; coronel comandante del batallón Valparaíso, don Jacinto Niño; comandante del regimiento Esmeralda, teniente coronel, don Adolfo Holley, y comandante del batallón Chillán, don Juan A. Vargas Pinochet, quienes han permanecido en las filas de los suyos, alentándolos hasta la terminación del combate, habiendo salido heridos el primero y el último de estos jefes.

Con el mismo derecho, son también acreedores a igual distinción los sargentos mayores don Daniel García Videla, don Alejandro Baquedano y don Enrique Coke, que fue herido, como asimismo los oficiales de estos cuerpos, habiéndome sido recomendado por su jefe en el campo de batalla el capitán ayudante don Federico Maturana.

Importantes y oportunos han sido los servicios prestados por el Jefe de Estado Mayor de esta división, teniente coronel don Adolfo Silva Vergara, manteniéndose siempre sereno bajo los fuegos del enemigo.

A una recomendación especial se ha hecho también acreedor el capitán ayudante de campo don Patricio Larraín A., quien fue comisionado para auxiliar a los distintos cuerpos de la división con municiones que distribuyó en lo más avanzado de nuestras filas, y por consiguiente en medio del nutrido fuego.

Las órdenes trasmitidas por los ayudantes de campo y de Estado Mayor de esta división, capitanes señores Fidel Urrutia y Patricio Larraín, tenientes señores Severo Amengual y Manuel Aguirre, y subteniente señor Santiago Peña y Lillo, han sido dadas con toda oportunidad y a mi entera satisfacción, manteniéndose siempre serenos en las difíciles comisiones desempeñadas bajo el fuego enemigo.

Según consta de los partes originales y relaciones adjuntas que tengo el honor de elevar a V. S., el número de oficiales muertos en este memorable combate pertenecientes a la división de mi mando, es de 7 y 29 heridos, incluso 3 jefes; el número de las bajas en la tropa asciende a 172 muertos y 407 heridos.

Existe en mi poder un estandarte tomado por el regimiento Esmeralda.

Es cuanto tengo el honor de exponer a V. S. en cumplimiento de mi deber.

Tacna, Junio 2 de 1880.

SANTIAGO AMENGUAL

***

CUARTEL GENERAL DEL EJÉRCITO

Arica, Junio 11 de 1880.

 

Tengo el honor de transcribir a V. S. el parte pasado por el señor coronel, Jefe de Estado Mayor General, don José Velásquez, sobre la batalla del 26 de Mayo en las alturas de Tacna:

“Campamento a la vista de Arica, Junio 6 de 1880.- Señor General en Jefe: Tengo el honor de pasar a manos de V. S. el parte detallado de la batalla del 26 de Mayo en las alturas de Tacna, y en la cual fueron completamente derrotados los ejércitos del Perú y Bolivia. Y para que el Gobierno y el país puedan darse cuenta exacta de ese importante hecho de armas, voy a exponer a la ligera los trabajos que ha sido necesario ejecutar para poner al ejér­cito en situación de medir sus armas con las del enemigo, trabajos que son como los antecedentes de la victoria obtenida.

Del 10 al 15 del pasado Abril comenzaron a moverse sobre Locumba las primeras divisiones y, como es natural, contrajimos todos nuestros esfuerzos a hacer segura y arreglada su marcha por aquellos desolados desiertos.

La caballería, que a las órdenes del señor coronel Vergara, se ocupaba en explorar los alrededores de ese valle, y varios oficiales del Estado Mayor General y artillería que recorrían y estudiaban la topografía del terreno, habían asegurado que el paso de la artillería de campaña era más o menos fácil de Hospicio a Locumba, pero imposible de aquí a Buenavista. Se presentaba, pues, una seria dificultad, que era necesario vencer a cualquier costa.

El 27, día en que la segunda división que había tomado a Moquegua marchó de Hospicio a Locumba, la primera y tercera se encontraban ya en el último punto. Los regimientos: 3º, Lautaro y Zapadores, se alistaron para ir por mar a Ite, caleta que dista once leguas de Buenavista.

El 28, V. S. marchó a unirse al ejército, y el 2 de Mayo el Estado Mayor General, los cuerpos más arriba expresados y la artillería de campaña, desembarcaban en Ite, pues el que suscribe, buscaba la vía más corta y más fácil para proveer al ejército y conducir los cañones de campaña y su numeroso y pesado material. El paso de éstos por la cuesta de Ite, fue una obra que honra a los que la llevaron a cabo. V. S. conoce los esfuerzos de constancia y de actividad que hubo que hacer en cuatro días de incesante trabajo para realizar nuestro propósito.

El 10, la artillería llegó a Buenavista, y a pesar de los deseos de V. S. para atacar con rapidez al enemigo, el que suscribe se vio en la imperiosa necesidad de quedarse en Ite, punto que debía ser en adelante el centro de los víveres y demás recursos. Era necesario establecer de aquí a Buenavista una corriente ordenada de provisiones para el ejército, trabajo que necesitaba la vigilancia inmediata de los que tienen a su cargo esa tarea tan laboriosa como secreta y difícil. He ahí el porqué de mi estadía en Ite.

Durante 15 días no hubo descanso. Teníamos en contra la braveza del mar y los mil inconvenientes que presenta el servicio de acarreo, nuevo entre nosotros y por lo mismo lleno de dificultades. Al fin el 16 pude reunirme a V. S. llevando los últimos restos de las provisiones que el mar había permitido echar a tierra.

De orden de V. S., el 29 de Mayo hice con el Estado Mayor y una buena parte de los jefes y oficiales del ejército, un reconocimiento sobre las posiciones que ocupaba el enemigo. La fuerza se componía de las tres armas. Los resultados de ese reconocimiento pudieron verse. Conocimos la situación de los aliados y pudimos, más o menos, apreciar el alcance y el número de sus cañones y estudiar, por último, otros puntos importantes para el ataque.

Después de la operación mencionada, V. S. acordó la partida del ejército para el día 25. Todo listo, éste se puso en marcha a las 10 A. M. y a las 4:30 P. M. las primeras divisiones acampaban sobre las lomas que dominan a la Quebraba Honda. La marcha se hizo calmada y sin tropiezo. El único incidente ue tuvimos que lamentar fue la pérdida de una recua de mulas, cuyo arrieros, no obstante las instrucciones dadas, se adelantaron a la caballería que debía proteger los convoyes y siguieron más allá de la Quebrada Honda, sitio escogido para pasar la noche. De los arrieros, dos quedaron en poder del enemigo y tres fueron heridos en la cara.

Tomadas las precauciones del caso para evitar una sorpresa del enemigo, que desde la altura de sus posiciones observaba nuestros movimientos, la tropa se entregó al reposo. A las 4 A. M. se hizo el reparto de municiones hasta completarle a cada soldado 130 tiros. Al mismo tiempo se dio una caramayola de agua a las dos divisiones de vanguardia, de la poca que en barriles pudo traerse, porque los estanques se quedaron a medio camino, a causa de lo arenoso y quebrado del terreno y del cansancio de las mulas que habían trabajado sin descanso durante todo el día.

A eso de las 6 A. M., se avistaron fuerzas enemigas a 5.000 metros de distancia. Eran los batallones de una parte del ejército que habían tratado de sorprendernos, pero que se habían extraviado en la oscuridad de la noche. Para hacer expedito el avance, hubo que lanzarle algunas granadas con los nuevos cañones Krupp. Una hora más tarde el ejército formado en línea de batalla y protegidos sus frentes y sus flancos por guerrillas, principió a avanzar.

Antes de seguir adelante, conviene que haga a V. S., aunque sea de una manera imperfecta, una ligera descripción del terreno en que se libró la batalla. Tacna se encuentra, como V. S. lo sabe, en el fondo de un ancho valle que cortan por el Sur y el Norte dos cadenas de elevados cerros que corren de oriente a poniente. La del Norte tiene una anchura como de media legua, es arenosa y formada de lomajes sucesivos. Por el lado del Norte es menor la elevación de esa cadena que por el de Tacna y desciende suavemente al llano por donde va el camino a Buenavista. Esta era la posición del enemigo, que tenía en la cumbre formada su línea de cañones y de infantes; por consiguiente, podía irse replegando de altura en altura hasta dejarse caer a Tacna. En cuanto a nosotros, cubríamos la arenosa y apenas ondulada llanura en un espacio de más de una legua.

Los aliados al vernos avanzar, desprenden de sus líneas compañías guerrilleras que se adelantan un buen trecho y se ocultan en fosos y en las sinuosidades del terreno.

A las 9:30 A. M., el escuadrón mandado por el señor comandante don Manuel Bulnes y que protegía nuestra derecha, toma prisioneros a un capitán de caballería, un cabo y tres soldados. El oficial capturado da algunas noticias que más tarde resultaron exactas. El ejército continúa avanzando en perfecto orden.

A las 10 A. M. la artillería enemiga rompe sus fuegos a 3.000 metros. Las primeras líneas de guerrillas toman el orden oculto y el ejército hace alto. Las granadas revientan en medio de los soldados chilenos sin producir daño. Nuestros cañones responden con punterías bastantes certeras. El cañoneo dura una hora poco más o menos y los aliados apagan sus fuegos. La primera y segunda división avanzan a paso de carga sobre el centro y la izquierda del enemigo.

A las 11:45 A. M. las guerrillas de la primera división inician el ataque a corta distancia. He aquí la colocación de cada uno de los cuerpos en los momentos de entrar en acción.

A la derecha nuestra, la primera división, compuesta del regimiento Esmeralda y los batallones Navales, Valparaíso y Chillán.

El Valparaíso dispersado en guerrilla protege el frente de la división expresada. En el centro extiende su línea la segunda división con el Santiago, el 2º y el Atacama. Las compañías guerrilleras de estos cuerpos protegen el frente. La primera división forma una especie de semicírculo alargado, con el propósito de tomar la retaguardia del extremo izquierdo de los contrarios. Separada como una media legua de la segunda división, la cuarta con Zapadores, Lautaro y Cazadores del Desierto, avanza en columnas cerradas a atacar por la izquierda, para cortar la retirada al enemigo, que, podía escaparse por Pachía y Calana y herirlo en su parte más débil y sensible.

Detrás de los extremos de la primera y segunda división, está la tercera dispuesta a apoyar a cualquiera de las alas que se sienta debilitada. Más atrás todavía, a cierta distancia y frente al fondo de las tres divisiones, se halla la reserva, compuesta de los regimientos Buin, 3º y 4º de línea y Bulnes. Todas estas fuerzas forman un cono truncado de gran base.

Las baterías de campaña, de los capitanes Flores y Villarreal, a la altura de la tercera división, protegen a la primera cuyas baterías se encuentran guardadas en su retaguardia por Granaderos y Carabineros de Yungay núm. 1. Las de montaña de los capitanes Errázuriz y Sanfuentes protegen a la segunda división. A la izquierda de la reserva y un poco a retaguardia, están las baterías de campaña de los capitanes Jarpa y Gómez. La de campaña del capitán Fontecilla, avanza con la cuarta división, lo mismo que Cazadores y Carabineros núm. 2.

Como he dicho, la primera división abrió el fuego a las 11:45 A. M. La segunda se lanzó adelante y pronto rompió sus fuegos. La artillería lo continuó también y el combate se hizo general. Pocos momentos después, la batería de la cuarta división atacaba una fortaleza enemiga artillada con cuatro cañones Krupp y un Blakely. Desde esa hora, el tiroteo se hizo horrible y nuestras filas se clareaban segundo por segundo. No obstante, el ardor del soldado no se entibiaba e iba como empujado hacia adelante desafiando el peligro. Hora y media más tarde, la tercera división entraba a apoyar la primera y segunda, que ya ganaban las cimas y que se habían batido varias veces a la bayoneta. Chacabuco y Coquimbo marcharon al centro y Artillería de Marina a la derecha.

En este momento, y con el objeto de proteger nuestra derecha, un tanto desorganizada, dio V. S. al coronel Vergara la orden de que cargara por ese lado la caballería.

Al efecto, éste mandó darla al comandante Yávar con sus Granaderos. La orden fue cumplida, salvándose las dificultades del terreno; y aunque ese movimiento no tuvo un éxito completo, sin embargo, los Granaderos impusieron al enemigo, quien perdió en el acto la pequeña ventaja obtenida momentos antes sobre nuestros infantes, escasos ya de municiones.

La artillería recibió orden de cortar la distancia y los cuerpos de reserva, arma al brazo, marcharon en perfecto orden.

A la 1:45 P. M., el enemigo, que había comprometido por completo sus fuerzas, que se había batido con denuedo, pero que no podía resistir por más tiempo al empuje de nuestros soldados, retrocedió un momento y concluyó por desmoralizarse y huir en el más completo desorden.

La batalla estaba ganada y las tropas avanzando apresuradas por el campo sembrado de cadáveres, llegaron hasta la cumbre de los cerros que dominan a la ciudad de Tacna. A intervalos se oían por la izquierda los últimos disparos de los aliados que abandonaban por aquel lado sus atrincheramientos. A la vista de Tacna, el ejército hizo alto y acampó en la noche, por orden de V. S. Mientras tanto, una fuerza respetable de caballería marchaba sobre Pachía y Calana, con el propósito de cortar la retirada a los desarmados restos que conducía Montero, que abandonó el campo antes de terminarse la batalla y que no pudo reanimar el espíritu de sus soldados para hacerlos permanecer y morir en su puesto defensivo.

He aquí, señor general, lo que ha sido la batalla del 26, batalla sangrienta, pero que nos ha dado una de las más espléndidas victorias que cuenta la historia de la guerra americana. Es el segundo golpe dado en tierra al Perú y el último y más certero a la alianza. Hemos tenido pérdidas que el país nunca lamentará bastante, como las del comandante Santa Cruz y mayor Silva Arriagada y otros; más el triunfo obtenido, sin contar las consecuencias que entraña, es por sí solo suficiente para atenuar el dolor que causa la muerte de los que caen como nobles y bravos defendiendo su bandera.

Merece una recomendación especial la segunda división, que sin detenerse un solo momento, atacó con tal brío el grueso y el centro del enemigo, que lo desconcertó por completo. Igual recomendación merece la cuarta y tercera, aquella por su tranquilidad y orden en el ataque y ésta por el oportuno auxilio que prestó a la primera y segunda.

El señor coronel Amengual mandaba la primera división. La segunda el comandante don Francisco Barceló en lugar del coronel Muñoz que, dos días antes, de orden de V. S., había pasado a mandar la reserva. Estaba al frente de la tercera división el coronel Amunátegui y de la cuarta el coronel Barbosa.

La caballería la mandaba el señor coronel don J. F. Vergara, menos el escuadrón de carabineros de Yungay núm. 1 que, desde su llegada a este territorio, estuvo de vanguardia observando los movimientos del enemigo, mientras el resto de la caballería descansaba en Ite. El día de la batalla, el mencionado escuadrón sirvió de escolta a V. S., y se ocupó durante lo más reñido de la acción en el acarreo de agua y municiones, ya que a los estanques y a los carros, que conducían esos elementos, les era de todo punto imposible salir de los médanos de arena en que se hallaban enterrados.

Nuestra artillería tenía su cabeza al teniente coronel don José M. 2º Novoa.

Las pérdidas consisten en 23 jefes y oficiales muertos y 81 heridos; 463 soldados muertos y 1.558 heridos. Total, 2.128 bajas, entre muertos, heridos y contusos.

El enemigo dejó en el campo y en Tacna más de 1.000 heridos, y otros tantos muertos.

El material de guerra tomado consiste en 4 cañones Krupp de montaña, último modelo; 4 cañones Blakely; 2 cañones de campaña; 5 ametralladoras Gatling; de 5 a 6.000 rifles de diversos sistemas; 500 granadas; 750 cajones municiones, y además un considerable número de pertrechos que sería largo enumerar. El enemigo, dominado por el pánico, no pudo al escapar, ni siquiera clavar los cañones, que mañana podemos poner en perfecto estado de servicio.

Los prisioneros hechos, contando con los heridos, casi llegan a 2.500. Entre ellos 2 generales, 10 coroneles y gran número de jefes y ofíciales.

Antes de dar término al presente parte, debo decir a V. S. que mi orgullo de militar y de chileno se halla satisfecho con el comportamiento de los señores jefes, oficiales y soldados que tomaron parte en la memorable batalla del 26. Dignos de todo elogio y recompensa son el brío y el entusiasmo con que se lanzaron al peligro a pecho descubierto. Para unos y otros aquello fue una hora de alegría y de fiesta.

La conducción general de bagajes, señor, servicio que acaso es el que impone más sacrificios y sinsabores, y el que exige mayor caudal de paciencia y actividad, ha sido en general buena. Su jefe, el señor Francisco Bascuñán, ha estado sin descanso en su puesto de responsabilidad y sacrificio. A su lado se ha distinguido el capitán don Manuel Rodríguez.

El servicio médico, con excepción de ligeros detalles, ha estado bien, gracias al celo e inteligencia del señor Allende Padín y sus cooperadores. No obstante, en la noche de la batalla, pudimos comprender que el personal era escaso y que conviene aumentarlo cuanto sea posible, como de antemano lo había solicitado.

Los siguientes jefes y oficiales de Estado Mayor General secundaron mis propósitos el día de la batalla y se hicieron acreedores a una recomendación:

Teniente coronel: don Waldo Díaz.

Sargentos Mayores: don Belisario Villagrán, don Fernando Lopetegui, don Guillermo Throup y don José M. Borgoño.        

Capitanes: don Francisco Villagrán, don Juan Félix Urcullu y don Juan M. Rojas.

Tenientes: don Salvador L. de Guevara, don Santiago Herrera, don José A. Zelaya, don José A. Fontecilla y don Alberto Gándara.

Alférez, don Ricardo Walker.

Agregados.‑ Sargento mayor, don Camilo Letelier.

Capitán de corbeta, don Constantino Bannen.

Capitanes: don Alberto Gormaz y don Alfredo Cruz Vergara.

Teniente de artillería, don José F. Riquelme.

El teniente coronel, Jefe de Estado Mayor de una de las divisiones, don Diego Dublé Almeyda, estuvo a mi lado ese día y demostró inteligencia y actividad en las comisiones que se le encomendaron.

Como a V. S. le consta, el capitán de artillería don José Joaquín Flores ha prestado en toda la campaña im­portantes servicios. Su inteligencia y su constancia lo hacen acreedor a la consideración de V. S. y del ejército.

Sería injusto, señor general, sino tuviera una palabra para los señores capellanes del ejército. En la batalla y después de ella supieron cumplir con los deberes que les impone su patriotismo y su sagrado ministerio.

Adjunto los partes de los señores jefes de divisiones y jefes de cuerpos, lo mismo que las listas correspondientes.‑ Dios guarde a V. S.‑ José Velásquez”.

Lo que tengo el honor de transcribir a V. S. para su conocimiento, debiendo agregar por mi parte que los jefes de división, coronel don Santiago Amengual, teniente coronel don Francisco Barceló, coroneles don José Domingo Amunátegui y don Orozimbo Barbosa, y el de la reserva don Mauricio Muñoz, han cumplido con su deber, ejecutando fielmente las órdenes impartidas por el cuartel general y cuyo concurso ha contribuido además al buen éxito de las operaciones.

Igual recomendación hago al Supremo Gobierno de todos los señores jefes, oficiales y tropa que contribuyeron con su valor y decidido esfuerzo a darnos la victoria del 26 de Mayo, memorable por sus resultados y por haber destruido completamente los ejércitos de la alianza.

Aunque el Jefe de Estado Mayor General, por un sentimiento de dignidad, no ha hecho el verdadero elogio de la artillería; cabe al que suscribe manifestar a V. S. que esta arma, mandada accidentalmente por el teniente coronel don José Manuel 2º Novoa, ha sobrepujado en sus esfuerzos a nuestras esperanzas, contribuyendo muy eficazmente a la victoria.

El Jefe de Estado Mayor General, coronel don José Velásquez, cuyas aptitudes son bien conocidas, ha contribuido con todo el celo e inteligencia que requiere su elevado puesto, y en perfecto acuerdo con el que suscribe, ha preparado las operaciones hasta el éxito final, manifestando en el campo de batalla una serenidad en la ejecución y cumplimiento de mis órdenes.

No terminará esta exposición sin recomendar al Supremo Gobierno los servicios prestados por todos mis ayudantes de campo durante la campaña y en la acción de guerra de que doy cuenta, cuyos nombres y clases son los siguientes:

Coronel, don Pedro Lagos, coronel graduado, don Samuel Valdivieso.

Tenientes coroneles: don Arístides Martínez, y don Rosauro Gatica.

Sargento mayor, don Francisco Larraín.

Capitanes: Don Belisario Campos, don Guillermo Lira E., don Ramón Dardignac, don Alejandro Frederick y don Juan Pardo Correa.

Agregados.‑ Teniente coronel, don Roberto Souper.

Sargento mayor, don Javier Zelaya.

Capitán, don Augusto Orrego.

Tenientes: don Julián Zilleruelo y don Domingo E. Sarratea.

Subteniente, don José Santos Lara.

Dios guarde a V. S.

MANUEL BAQUEDANO.

Al señor Ministro de la Guerra.

***

PARTES OFICIALES PERUANOS

 

PARTE DEL CONTRALMIRANTE LIZARDO MONTERO.

REPÚBLICA PERUANA.—GENERAL EN JEFE DEL 1er EJÉRCITO DEL SUR.

Tarata, 29 de mayo de 1880

Señor secretario de guerra:

En cumplimiento de un austero e imprescindible deber, paso a comunicar a V. S. el resultado del combate librado el 26 de mayo con el ejército de Chile, a pesar de no haber recibido hasta este momento parte alguno de los comandantes generales de las distintas divisiones de nuestro primer ejército del sur.

Por disposición del Excmo. Señor director de la guerra me cupo mandar el ala desecha del ejército aliado: la izquierda correspondió al señor coronel d. Eliodoro Camacho.

Después de un combate de artillería iniciado a las 7 y 30 de la mañana, principió el de infantería a las 11. Los fuegos del enemigo se desarrollaron por el ala izquierda, por cuya razón el director de la guerra me pidió refuerzos que inmediatamente   envié, haciendo avanzar los batallones Alianza y Aroma del ejército boliviano que tenía a mis órdenes. Poco tiempo después de enviado este refuerzo se comprometió el combate en toda la línea de batalla. El director pidió nuevos refuerzos para el ala izquierda y sin vacilar mandé que Machara inmediatamente el batallón Nº 2 Provisional de Lima. El señor director de la guerra calificará, como la justicia se merece, el comportamiento de este distinguido cuerpo.

Los refuerzos enviados a la izquierda me privaron por completo de refuerzos de reserva. Sin más tropas que las que formaban en primera línea hemos resistido el doble ataque de las fuerzas enemigas por el flanco y por la retaguardia, hasta que la inmensidad del número obligó a nuestros bravos soldados a emprender la retirada sobre Tacna con el propósito de renovar allí el combate. Persuadido al fin de la inutilidad de mis propósitos, abandoné la ciudad después de las 5 de la tarde, avanzando siempre con la lentitud que era indispensable para infundir nuevo aliento a nuestras tropas y encontrarme en actitud de combatir nuevamente, si las fuerzas enemigas intentaban una persecución.

Como el ejército aliado tenía tropas de las dos repúblicas, las que pertenecían a Bolivia se encaminaron por la vía de San Francisco, mientras las nuestras siguieron la del punto donde ahora me encuentro ocupado de la reorganización.

El desgraciado resultado del combate del 26 no se debe a la mala calidad de nuestras tropas sino al excesivo número de los enemigos. Tan cierto es que el ejército peruano ha luchado con bizarría que de los doce batallones que tenía bajo mis órdenes han muerto 6 primeros jefes y un comandante general cuyos nombres guardará con orgullo la historia. El coronel d. Jacinto Mendoza que comandaba la cuarta división, los coroneles Barriga Fajardo, Luna; los tenientes coroneles Maclean, Llosa y el comandante d. Samuel Alcázar, que mandaban respectivamente los batallones Huáscar, Cazadores del Rímac, Cazadores del Misti, Arica, Zepita y la columna de Para, han luchado con un heroísmo superior a todo encomio.

Aparte de tan sensibles pérdidas liemos tenido también las de muchos segundos y terceros jefes, sin contar con el gran número de heridos y cuya relación la tendré V. S. así como la de los numerosos oficiales que han desaparecido en la cruenta lucha, tan pronto como los comandantes generales pasen sus partes al señor coronel Velarde, jefe de estado mayor general.

La necesidad de atender a la defensa de Arica sólo permitió presentar 8.000 combatientes de nuestra parte; los enemigos eran 20,000 y ante tan inmensa superioridad numérica todo el denuedo de nuestras tropas se hizo tan poco eficaz para el triunfo como el viril entusiasmo desarrollado en tan supremos instantes por todos los ciudadanos de la heroica Tacna.

Si el resultado del combate no ha correspondido a nuestras esperanzas ha venido a probar una vez más que nuestro ejército no carece de competencia tratándose de entusiasmo y de valor. Por mi parte, dominado por la dolorosa impresión del inesperado desastre siento que mis fuerzas se reaniman al considerar lo comunes que son entre nosotros los rasgos de heroísmo y de grandeza.

La guerra, continuando como lo espero, no podrá dejar de ofrecemos el triunfo definitivo si aprovechamos como debemos tanto el   mérito de nuestras tropas como las lecciones de una amarga experiencia. Repúblicas como la del Perú no se anonadan ni sucumben por una derrota parcial, que puede y debe servir de origen a la última victoria que se obtenga sobre el enemigo.

Dígnese. V. S. poner en conocimiento de S. E. el jefe supremo, el contenido de este ligero parte, haciéndole presente lo sensible que ha sido para el estado mayor general del ejército aliado y la mortal herida del ilustre coronel D. Eleodoro Camacho, comandante en jefe del ejército boliviano.

Dios guarde a V. S.

L. MONTERO

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2° PARTE DEL CONTRALMIRANTE LIZARDO MONTERO

GENERAL EN JEFE DEL PRIMER EJÉRCITO DEL SUR

Tarata, mayo 29 de 1880

Señor Secretario:

En cumplimiento de un austero e imprescindible deber, paso a comunicar a V.S. el resultado del combate librado el 26 de los corrientes, con el ejército de Chile, a pesar de no haber recibido hasta este momento parte alguno de los comandantes generales de las distintas divisiones de nuestro primer ejército del Sur.

Por disposición del excelentísimo señor director de la guerra, me cupo mandar el ala derecha del ejército aliado; la izquierda correspondió al señor coronel don Eleodoro camacho.

Después de un combate de la artillería iniciado a las 7.30 A.M., principió el de infantería a las 11 A.M. Los fuegos del enemigo se desarrollaron por el ala izquierda, por cuya razón el señor director de la guerra me pidió refuerzos, que inmediatamente envié, haciendo avanzar los batallones Alianza y Aroma del ejército boliviano que tenía a mis órdenes. Poco tiempo después de enviado este refuerzo se comprometió el combate en toda la línea de batalla. El director pidió nuevos refuerzos para el ala izquierda, y sin vacilar mandé que marchara inmediatamente el batallón núm. 2 Provisional de Lima. El señor director de la guerra calificará, como en justicia se merece, el comportamiento de este distinguido cuerpo.

Los refuerzos enviados a la izquierda me privaron por completo de refuerzos de reserva. Sin más tropas que las que formaban en primera línea, heos, resistido el doble ataque de las fuerzas enemigas por el flanco y por la retaguardia, hasta que la inmensidad del número obligó a nuestros bravos soldados a emprender la retirada sobre Tacna con el propósito de renovar allí el combate. Persuadido al fin de la inutilidad de mis propósitos, abandoné la ciudad después de la 5 P.M. avanzando siempre con la lentitud que era indispensable para infundir nuevo aliento a nuestras tropas y encontrarme en actitud de combatir nuevamente si las fuerzas enemigas intentaban una persecución.

Como el ejército aliado tenía tropas de las dos repúblicas, las que pertenecían a Bolivia se encaminaron por la vía de San Francisco, mientras las nuestras siguieron la del punto donde ahora me encuentro ocupado de la reorganización.

El desgraciado resultado del combate del 26,  no se debe a la mala calidad de nuestras tropas sino al excesivo número de los enemigos. Tan cierto es que el ejército peruano ha luchado con bizarría, que de los doce batallones que tenía bajo mis órdenes, han muerto 6 primeros jefes y un comandante general, cuyos nombres guardará con orgullo la historia patria. El señor coronel don Jacinto Mendoza, que comandaba la cuarta división, los coroneles Barriga, Fajardo, Luna, los tenientes coroneles Mac Lean, Llosa y el comandante don Samuel Alcázar, que mandaban respectivamente los batallones Huáscar, Cazadores del Rímac, Cazadores del Misti, Arica, Zepita y la columna de Para han luchado con un heroismo superior a todo encomio.

Aparte de tan sensibles pérdidas, hemos tenido también la de muchos segundos y terceros jefes, sin contar con el gran número de heridos y cuya relación la tendrá V.S., así como la de los numerosos oficiales que han desaparecido en la cruenta lucha, tan pronto como los comandantes generales pasen sus partes al señor coronel Velarde, Jefe de Estado Mayor General.

La necesidad de atender a la defensa de Arica sólo permitió presentar 8.000 combatientes de nuestra parte; los enemigos eran 20.000; y ante tan inmensa superioridad numérica, todo el denuedo de nuestras tropas se hizo tan poco eficaz para el triunfo, como el viril entusiasmo desarrollado en tan supremos instantes por todos los ciudadanos de la heroica Tacna.

Si el resultado del combate no ha correspondido a nuestras esperanzas, ha venido a probar una vez más, que nuestro ejército no carece de competencia tratándose de entusiasmo y de valor. Por mi parte, dominado por la dolorosa impresión del inesperado desastre, siento que mis fuerzas se reaniman al contemplar lo comunes que son entre nosotros los rasgos de heroismo y de grandeza.

La guerra continuando, como lo espero, no podrá dejar de ofrecernos el triunfo definitivo, si aprovechamos, como debemos, tanto el mérito de nuestras tropas como las lecciones de una amarga experiencia. Repúblicas como las del Perú, ni se anonadan ni sucumben por una derrota parcial que puede y debe servir de origen a la última victoria que se obtenga sobre el enemigo.

Dígnese V.S. poner en conocimiento de S.E. el Jefe Supremo el contenido de este ligero parte, haciéndole presente lo sensible que ha sido para el ejército peruano la heroica muerte del general don Juan José Pérez, Jefe de Estado Mayor General del ejército aliado, y la mortal herida del ilustre coronel don Eleodoro Camacho, Comandante en Jefe del ejército boliviano.

Dios guarde a V.S.

L. MONTERO.

Al señor Secretario de Guerra.

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3° PARTE DEL CONTRALMIRANTE LIZARDO MONTERO

GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO DEL SUR.

Tarata, junio 1º de 1880

Señor Secretario:

Habiendo tenido el honor de pasar a su despacho inmediatamente después de la batalla del Campo de la Alianza, el parte que la premura del tiempo me permitió, cumplo hoy con el deber de incluirle el que me ha dirigido el señor Jefe de Estado Mayor General del ejército, al que me acompaña los que a su vez le han elevado los señores comandantes generales.

Por los indicados partes, así como por las relaciones de los jefes y oficiales muertos y heridos en tan memorable batalla, verá V.S. la heroicidad con que ha sostenido nuestro ejército una lucha que, si bien es cierto los resultados materiales no le han sido favorables, los morales dejan a mucha altura no sólo la honra de los que han combatido sino también la del país.

El comportamiento de todos ha sido tan valeroso y abnegado, que no debería recomendar a ninguno en el presente parte; pero no puedo dejar de llamar la atención del Supremo Gobierno, respecto al distinguido comportamiento del Jefe de Estado Mayor General, coronel don Manuel Velarde, quien, después de haber llenado su deber del modo más inteligente y satisfactorio y cuando ya no quedaba un solo soldado que colocar en la línea de fuego, se lanzó en compañía del valiente coronel don Agustín Moreno al medio del mayor fragor del combate, cuando se había perdido la esperanza del triunfo, en busca de una muerte gloriosa.

Cumplo también, señor secretario, en hacer una especial mención de la valerosa conducta de mis ayudantes, pues ninguno de ellos ha trepidado el cumplir, en medio del peligro, las órdenes que impartía.

Dios guarde a V.S.

L. MONTERO.

Al señor Secretario de Estado en el Despacho de Guerra.

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PARTE DE MANUEL VALVERDE

 

ESTADO MAYOR GENERAL DEL PRIMER EJÉRCITO DEL SUR.

Tarata, mayo 31 de 1880

Benemérito señor Contralmirante:

Habiendo V.S. dictado todas las órdenes que se cumplieron en el ala derecha del ejército aliado, cuyo único mando se le confió en la batalla librada el 26 del presente contra el ejército chileno, y siendo V.S. testigo de la altura con que cumplieron su deber las fuerzas que le obedecían, así como del buen comportamiento de los jefes y oficiales del Estado Mayor General y muy en especial del señor coronel don Agustín Moreno, del sargento mayor don Martín Reynaldo Llaque y del capitán don Víctor M. Ballon, limítome a tener el honor de incluirle los partes que me han dirigido los jefes superiores de nuestro ejército y las relaciones de los que han alcanzado la gloria de ser muertos o heridos en defensa de la patria.

Dios guarde a V.S.

MANUEL VELARDE

Al Benemérito señor Contralmirante, General en Jefe del primer ejército del sur.

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PARTE DEL CORONEL JUSTO PASTOR DÁVILA

Tarata, mayo 29 de 1880

Comandancia general de la primera división

Señor coronel jefe del estado mayor general del primer ejército del sur.

Señor coronel: Elevo a usted los partes originales que con motivo de la batalla librada el 26 de los corrientes en Campo de la Alianza, me han pasado los primeros jefes de los dos batallones que formaban la primera división del ejército, con cuya comandancia general se me había honrado.

Esos partes revelan, señor, que si la división se ha sacrificado sin resultado positivo para el triunfo de nuestra causa, no ha sido por carencia de valor o disciplina, de que ha hecho lujosa ostentación en el campo de batalla, sino por el doble error consumado en la dirección general del combate al hacernos expedicionar sin objeto en la noche del 25 y alejamos sin las reservas indispensables en todo plan de batalla bien combinado. Ni la fuerza numérica de los invasores ni la superioridad de sus armas, habrían producido nuestra derrota, si las líneas hubieran combatido con sujeción a los preceptos inquebrantablemente aconsejados por la táctica y la estrategia, desgraciadamente eso no aconteció y por eso el denuedo de la división, la sangre que a corrientes ha derramado, si es cierto que glorifica su nombre, también lo es que ha producido un doloroso resultado para nuestras armas.

Testigo presencial ha sido usted de los movimientos de la división y de la heroicidad con que ha luchado. Este hecho me exonera de entrar en un Orden de apreciaciones, que estoy seguro no se habré ocultado a la clara inteligencia de usted. Dios guarde a usted.

JUSTO P. DAVILA

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PARTE DEL CORONEL PEDRO A. DEL SOLAR

Tarata, 28 de mayo de 1880 Comandancia de la división gendarmes de Tacna.

Señor coronel de estado mayor general del primer ejército del sur.

Nombrado por el general en jefe del primer ejército del sur, comandante general de las fuerzas de gendarmería y policía que estaban a mis órdenes, como prefecto del departamento, las organicé agregando a ellas el escuadrón gendarmes de Tarapacá que puso a mi disposición el señor coronel d. Luis F. Rosas, prefecto de aquel departamento y los cuerpos de reserva movilizable formados por el comercio, agricultores y naturales de Tacna.

El día del combate presenté en el campo una fuerza efectiva de 750 hombres de la columna gendarmes, 60 de policía, 50 lanceros del escuadrón gendarmes de Tacna; 43 tiradores de los gendarmes de Tarapacá y poco más de 400 ciudadanos armados.

Me fue designado un puesto en la reserva del ala derecha que se ordeno ocupar en las primeras horas de la mañana del 26 del corriente. Después de cerca de dos horas de cañoneo, rompieron los fuegos de fusilería por el ala izquierda y, comprometido el combate en toda la línea se me ordenó atacar, lo que fue ejecutado en el acto con las fuerzas de gendarmería y policía y poco momentos después con los voluntarios de Tacna.

Estrechado el combate se sostuvo con toda la energía y firmeza que puede exigir el patriotismo desde que luchábamos contra fuerzas más que duplas. El comandante d. Napoleón R. Vidal, primer jefe de la columna gendarmes recibió dos heridas, una de ellas de gravedad, así como el capitan graduado Rosendo Barrios, el capitán d. Samuel Alcázar, que comandaba la columna de agricultores, fue muerto en el campo de batalla.

Cupo a las fuerzas de mi mando, con las que formaban el ala derecha, la buena suerte de ser las últimas en apagar sus fuegos, cuando la mayor parte de ellas estaban inutilizadas por el considerable número de muertos y heridos. Estaba consumada la derrota y toda resistencia era ya imposible.

Al primer rechazo que sufrió el ala izquierda comenzó la deserción y la Caballería al mando del coronel Rosas se ocupó en contenerla, empleanando la fuerza y rechazando el ataque que aquellos hacían en su fuga.

En justicia debo hacer especial mención del señor coronel d. Luis F.

Rosas, del comandante d. Napoleón R. Vidal, del mayor d. Federico Mazuelos   y capitán d. Samuel Alcázar, habiendo los demás oficiales cumplido su deber satisfactoriamente.

    El pueblo de Tacna representado en aquel acto por jóvenes de todas   clases sociales y de posición conocida ha dado una prueba más de su patriotismo y de que estiman el honor de su país, más que la vida que han sabido sacrificar a porfía.

De algunos interesantes episodios ha sido v.s. testigo presencia y puede apreciarlos debidamente. Me es honroso poner oficialmente en conocimiento de v.s. los hechos relatados, así como que concluido el combate regresé a la ciudad con la mayor parte de la fuerza de caballería que era lo único que me quedaba.

 Reunido en la plaza pública con el señor general Campero, dispuso este que tomáramos el camino de Pachía hasta donde lo acompañé con mi fuerza en formación y de donde nos separamos, tomando el señor general camino para Bolivia y yo para este lugar adonde he puesto a disposición de u.s. el escuadrón Gendarmes de Tacna para que puedan ser utilizados sus servicios como u.s. lo estime más conveniente en bien del país. Dios guara V.S.

PEDRO A. DEL SOLAR 

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PARTES OFICIALES BOLIVIANOS

PARTE DEL GENERAL NARCISO CAMPERO

Yarapalca, Mayo 27 de 1880

Señor:

El día de ayer, en una meseta situada a dos leguas de Tacna, camino de Sama, después de un reñido y sangriento combate de cuatro horas, fue deshecho el ejército unido de mi mando.

Hubo momentos en que la victoria parecía balancearse, más la gran superioridad del enemigo en número, calidad de armamento y demás elementos bélicos, hizo inútiles todas mis disposiciones y los esfuerzos de los bravos defensores de la alianza.

El señor contralmirante Montero, General en Jefe del ejército, general que mandaba el ala derecha de nuestra línea de batalla y el señor coronel Camacho, comandante en jefe del ejército boliviano que estaba encargado de el ala izquierda y que cayó gravemente herido a tiempo en que arreciaba; el combate por este lado, han llenado su misión cual corresponde a su bien merecido renombre.

El señor general, don Juan José Pérez, Jefe de Estado Mayor General del ejército unido, ha muerto al entrar a Tacna, adonde fue conducido en camilla desde el campo de batalla.

Respecto a mi conducta como General en Jefe del ejército unido, prefiero que la soberana Convención forme su juicio por los datos particulares que sus honorables miembros podrán adquirir individualmente, tomándolos de los señores jefes y oficiales del ejército, aparte de los que suministraré por mi parte a mi llegada a esa ciudad.

Tengo entre tanto, el honor de presentar mis respetos al honorable presidente, como su muy atento y obsecuente servidor.

NARCISO CAMPERO.

Al honorable señor presidente de la Convención Nacional de Bolivia.

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PARTE DE PEDRO JOSÉ ARAMAYO.

EL OFICIAL MAYOR DEL MINISTERIO DE LA GUERRA, ENCARGADO DEL ESTADO MAYOR GENERAL DEL EJERCITO BOLIVIANO EN RETIRADA.

La Paz, Junio 12 de 1880

Señor:

La circunstancia muy lamentable pero gloriosa de haber muerto el benemérito señor general, don Juan José Pérez, Jefe de Estado Mayor General del ejército Perú boliviano, sellando con su sangre el pacto d las naciones aliadas, me impone el deber de dirigirme a V. S. para darle cuenta del hecho de armas del 26 de Mayo último, y de las operaciones militares que precedieron.

Obligado V. S. a ponerse a la cabeza del ejército unido, no solo por las inspiraciones de su conciencia patriótica, sino también por satisfacer los deseos del Excmo. Jefe Supremo de la República peruana, doctor don Nicolás de Piérola, arribó V. S. a la ciudad de Tacna el 19 de Abril del presente año, en altas horas de la noche, después de un viaje precipitado, porque comprendía V. S. que el ejército aliado, debía prepararse ya a presentar una gran batalla al ejército chileno, que resueltamente se dirigía de los puertos del Norte, a ocupar el valle de Tacna y el puerto fortificado de Arica, que eran los objetivos de sus constantes aspiraciones.

Los jefes que comandaban los ejércitos peruano y boliviano, contralmirante don Lizardo Montero y coronel don Eleodoro Camacho, si bien se encontraban acordes en la mira de defender a todo trance los puntos indicados, diferían sin embargo, en la elección del terreno en que se debía atajar la marcha del ocupador. Una madura deliberación, apoyada en la opinión de los principales jefes del ejército y en la situación marítima y terrestre de nuestras fuerzas, decidió a V. S. a elegir posiciones cerca de la ciudad de Tacna, con el fin de atender inmediatamente al puerto fortificado de Arica, y de proteger las poblaciones inmediatas, al mismo tiempo que el de presentar el frente al enemigo.

El 2 de Mayo, se puso el ejército en rigurosa campaña, la que ha soportado con laudable y patriótica conducta hasta el memorable día 26, careciendo de los elementos más indispensables, para soportar el clima, la aridez del suelo que pisaba, y lo estrechado que se veía el país por el bloqueo general.

Hecho el estudio de las localidades convenientes, eligió V. S. una posición ofensiva ‑ defensiva, a cinco millas de la ciudad de Tacna en dirección al valle de Sama, a la que para memoria eterna de la confraternidad Perú boliviana, se denominó por una orden general, “Campamento del Alto de la Alianza”.

El ejército no perdió un solo momento, en la vida del vivac, sin hacer los ejercicios tácticos aplicables al terreno, y practicando las reglas de la más perfecta castrametación, que V. S. las dirigió tan acertadamente. Lleno de ardiente entusiasmo, todo el ejército unido, en menor número que el del enemigo, estaba inspirado de una segunda esperanza de gloria, vislumbrando el triunfo, sin embargo de la diferencia de fuerzas, que creía nivelar con el valor.

El ejército contrario no bajaba de 20.000 hombres, según los avisos que se recibían: su artillería era poderosa, compuesta de 60 piezas más o menos, del mejor sistema, y su caballería ascendía a mucho más de 1.000 jinetes perfectamente montados y equipados con armamento de superior calidad. El nuestro apenas contaba en sus filas menos de 9.000 soldados, con diminuta artillería, compuesta de 21 piezas de calibre menor y solo 2 de a 12 y ninguna caballería apropiada para el combate.

El Estado Mayor General del ejército ya dio cuenta a V. S. del reconocimiento militar que el enemigo practicó sobre nuestro campamento el día 22, en cuya acción cupo mucha gloria al batallón Viedma y Coraceros de Bolivia. En la mañana del 25, el bravo escuadrón peruano Húsares de Junín, arrebató, al frente de la numerosa caballería enemiga un cargamento de barriles de agua conducidos en 60 mulas.

No omitiré en este lugar, en honor a su desprendimiento y moderación, hacer referencia de que, en el mismo día 25, V. S. se creyó en el deber de dimitir el mando supremo del ejército, porque a su juicio los poderes que los pueblos de Bolivia le confiaran para ejercer la presidencia de la República, habían caducado con la reunión de la Convención Nacional. En efecto, V. S. hizo saber al ejército, por la orden general del día, que como militar quedaba sometido a las órdenes del señor contralmirante Montero, y en su caso a las del coronel Camacho; pero ambos jefes decidieron a V. S. a continuar con el carácter de General en Jefe del ejército unido, mientras fueran conocidos los mandatos de la Representación Nacional de Bolivia.

En la noche acordó V. S. el plan de contrarrestar al número y a la superioridad de armas del enemigo, con un movimiento de sorpresa al rayar del día siguiente, que diese por resultado, comprometer la batalla antes de que todas las numerosas masas contrarias pudiesen tomar parte en la acción, y procurar así el triunfo por medio de la estrategia, único recurso que podía conducirnos a él.

Tal pensamiento fue acogido con entusiasmo por los comandantes en jefe de los ejércitos, y por el del Estado Mayor General. A las 12, de la misma noche, se emprendió la marcha con admirable precisión y silencio, pero después de dos horas de viaje, manifestaron nuestros guías que se había perdido el rumbo y que no se hallaban capaces de orientarse a causa de la densa niebla: entonces fue necesaria la contramarcha que ordenó V. S. al campamento.

En medio de la oscuridad de la noche y por las sinuosidades del terreno, los cuerpos que componían la vanguardia pernoctaron en aquel paraje volviendo a sus puestos al amanecer del día 26, a las órdenes de los jefes principales, coroneles: don Belisario Suárez, don César Canevaro, don Severino Zapata y don Ramón González, soportando los fuegos del enemigo.

Reconcentradas todas nuestras fuerzas en el campamento y frente ya al enemigo que avanzaba, dirigió V. S. la palabra a cada cuerpo con elocuencia militar y analogía a sus antecedentes y situación, consiguiendo enardecer el entusiasmo bélico que les había animado al tomar las armas para la defensa de la causa más santa, después de la guerra de la emancipación.

El orden de batalla quedó establecido de la manera siguiente: en primera línea, comenzando de derecha a izquierda, la batería boliviana de 6 cañones Krupp, el regimiento Murillo; los batallones peruanos Lima, Cuzco, Rímac y Provisional de Lima; 2 ametralladoras y 1 cañón rayado de Bolivia; los batallones bolivianos Loa, Grau, Chorolque y Padilla; 2 ametralladoras y 1 cañón rayado de Bolivia; los batallones peruanos Pisagua Arica Misti y Zepita; 9 piezas de artillería peruana entre rayados y ametralladoras.

Como reserva a nuestra izquierda, los batallones bolivianos Viedma, Tarija y 2º Sucre, con dos piezas avanzadas de artillería peruana, de grueso calibre; los batallones peruanos Huáscar y Victoria; los escuadrones bolivianos Coraceros, Vanguardia de Cochabamba, Libres del Sur y Escolta. En el centro, los batallones peruanos Ayacucho, Arequipa, el Canevaro y columna de Sama. A el ala derecha, los batallones bolivianos 1º Alianza, 4º Aroma, Columna de Zapadores, Nacionales y Gendarmería de Tacna; los escuadrones peruanos Húsares de Junín, Guías y el del coronel Albarracín. El ala derecha estaba a órdenes de S. S. el contralmirante don Lizardo Montero y el ala izquierda a las del señor coronel, don Eleodoro Camacho, quedando el centro bajo la comandancia general del coronel, don Miguel Castro Pinto y a la inmediata dirección de V. S.

A las 9:45 A. M. del día 26, el enemigo formaba su línea diagonal sobre nuestra izquierda, rompiendo sus fuegos de artillería y amenazándolas con dos grupos de caballería, por lo que, sin duda, el señor coronel Camacho se apresuró a hacer pasar a la línea de batalla a los batallones de reserva 2º Sucre, Viedma y Tarija.

Nuestra artillería de la izquierda contestaba incesantemente a los disparos del enemigo, y solo a las 11:30 A. M. comenzó el fuego de rifles en la misma ala. Media hora después el combate era general en toda la línea y V. S. ordenó que las reservas del centro acudiesen a proteger la izquierda; pero no siendo bastantes ni esas fuerzas para contrarrestar a las líneas enemigas que se multiplicaban en el ataque, tomó V. S. la determinación de conducir personalmente las reservas de la derecha con más, 2 cañones Krupp a la izquierda, donde el enemigo dirigió su principal ataque.

Continuaba recio y sangriento el combate a más de la 1 P. M., y ya el ala derecha no contaba con más reserva que las pequeñas columnas de Zapadores, Gendarmería y Nacionales de Tacna, que también entraron en la línea de batalla, para proteger los cañones Krupp. De manera que, a pesar de que todo el ejército aliado combatía con encarnizamiento y denuedo en una sola línea, ella no era bastante para cubrir el frente de la batalla.

Creció el ímpetu del ataque y nuestras fuerzas alcanzaron a tomar algunas piezas de artillería enemiga y soldados momentáneamente prisioneros. En el instante mismo en que esto sucedía, se vio con sorpresa dar media vuelta al cuerpo más crecido de los que guarnecían el ala izquierda, arrastrando en su desborde una parte considerable de los cuerpos vecinos, y abriendo, por consiguiente, un inmenso claro en la línea del combate. Entonces V. S. tomó el estandarte que llevaba uno de los que fugaban, y exhortó a los dispersos a que lo siguiesen para volver a ocupar sus puestos, ora con amenazas, ora invocando el patriotismo, y asegurándoles que el enemigo estaba ya en derrota.

Este esfuerzo solo consiguió reunir de 20 a 25 hombres; y como el gran número proseguía en precipitada fuga, entregó V. S. el estandarte a su edecán el coronel don Exequiel de la Peña, para seguir en el empeño de contener el desborde, ordenando al propio tiempo que su escolta hiciese otro tanto con los que más habían avanzado: todo fue inútil; no hubo poder que detuviera aquella gente,

A las 2:15 P. M. todo nuestro ejército estaba encerrado por la izquierda en un semi círculo de fuego que obligó a nuestros destrozados cuerpos a combatir en retirada.

A las 3:30 P. M. de aquel día, las bombas enemigas alcanzaban a la ya indefensa ciudad de Tacna, y V. S. se dirigía con los restos del ejército boliviano al punto de Palca, así como el señor coronel Velarde, Jefe de Estado Mayor General del ejército peruano y el señor Solar, prefecto de Tacna, se encaminaban al lugar llamado Calientes, donde según avisos, se encontraba el señor general Montero con un considerable número de dispersos peruanos.

Al separarse V. S. de dichos señores, les expresó su anhelo de que el desastre que se acababa de sufrir no fuera parte a debilitar los vínculos de la alianza, a lo que correspondieron ellos con la manifestación de iguales sentimientos, sellados con la sangre derramada por ambos pueblos en el campo de batalla, ofreciendo que se complacerían en trasmitir al señor Piérola los nobles conceptos que acababa V. S. de expresarles.

En el tambo de Tacora, hizo dictar V. S. la correspondiente orden general para la reorganización del resto glorioso del ejército boliviano.

Es digno de notarse el esfuerzo varonil con que nuestros artilleros pudieron salvar del campo de batalla algunas piezas que, trasmontando los Andes en medio de las dificultades del terreno, las tiene el pueblo en la plaza de esta ciudad de la Paz. Los nombres de aquéllos serán consignados en el parte especial respectivo, que se ha pedido a los jefes de cuerpo.

Por resultado de la jornada del 26 de Mayo, tenemos que deplorar hasta ahora, más de 2.500 entre muertos y heridos Perú ‑ bolivianos, en cuyo número se encuentran, el Jefe de Estado Mayor General del ejército aliado, el comandante en jefe del ejército boliviano, dos comandantes generales de las divisiones peruanas, 20 jefes principales, otros muchos jefes subalternos y un gran número de oficiales, lo que da la medida del comportamiento de los defensores le la causa Perú ‑ boliviana y de la magnitud del sacrificio realizado por su patriotismo.

Creo de mi deber recomendar a la consideración de las naciones aliadas, la bizarría y serenidad de S. S. el contralmirante don Lizardo Montero, obrero infatigable de la confraternidad Perú ‑ boliviana, así como la de su distinguido y arrojado Jefe de Estado Mayor General, coronel don Manuel Velarde; el valeroso comportamiento del coronel Camacho, que ha correspondido con mucho a la confianza que en él depositó el ejército boliviano el 27 de Diciembre último; la memoria del veterano general, don Juan José Pérez, cuyo último aliento fue destinado a encomendar la continuación de la alianza Perú ‑ boliviana; y la del esforzado comandante de la 4ª división del Perú, coronel Barriga; siéndome imposible clasificar particularmente la conducta de los demás jefes, oficiales y cuerpos del ejército unido, porque, con pocas excepciones, merecen los prestigios del valor, del sacrificio y de la gloria que corresponde a los vencidos del 26 de Mayo.

En cuanto a V. S., señor, el ejército todo y el pueblo de Tacna son testigos de la asiduidad y celo con que ha dirigido la campaña, así como el entusiasmo con que se ha distinguido en los momentos de conflicto, poniendo en relieve su carácter verdaderamente militar, para ejemplo de nuestros jóvenes guerreros. En consecuencia, nuestra patria, de una manera uniforme y espontánea, ha acordado un justo galardón al ilustre vencido, considerándolo muy digno de continuar rigiendo sus destinos, y de llevar adelante la guerra en que están comprometidas las naciones aliadas.

Acompaño a este oficio el parte que se ha recibido de S. S. el señor contralmirante don Lizardo Montero, y el de la división general de ambulancias del ejército boliviano, reservándome formar el detall cuando se me dirijan los demás documentos referentes a estos sucesos.

Aprovecho de esta oportunidad para reiterar a V. S. la expresión de los sentimientos de alta consideración y respeto con que me suscribo de V. S. atento seguro servidor.

PEDRO JOSÉ ARAMAYO.

Al señor Capitán General de Bolivia don Narciso Campero, General en Jefe del ejército unido en el Sur del Perú.

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PARTE DEL CORONEL PEDRO P. VARGAS

JEFATURA DEL BATALLÓN PADILLA 6º.

La Paz, Junio 18 de 1880

Señor Coronel:

Librada la acción que anhelaba el ejército aliado, situado a inmediaciones de la ciudad de Tacna y en el Campo de la Alianza el 26 de Mayo último, me compete el debe de pasar a V. S. un parte detallado de las operaciones del batallón Padilla 6º de mi mando, en aquella memorable jornada.

Después del acelerado regreso de los cuerpos Padilla, Canevaro, Arica, Sucre, Viedma, Tarija y demás que expedicionaron la noche del 25 a órdenes del coronel don Belisario Suárez para sorprender al enemigo, recorriendo un trayecto de seis leguas entre ida y vuelta, porque se nos hizo extraviar a derecha e izquierda por la mala dirección del rumbo, logramos ocupar cada uno de los cuerpos nuestra respectiva colocación en el campamento.

El batallón Padilla vino a retaguardia de los demás cuerpos de infantería y a horas 4 A. M., descubrió la presencia del enemigo, por haber sido herido en la mano el soldado Miguel Castro de la 2ª compañía, por un centinela perdido del lado del costado izquierdo. El ejército enemigo avanzaba en masa y lentamente levantando gruesas columnas de polvo, siendo de advertir que al rayar el día, segui­mos marchando en retirada, cuando su artillería nos despidió varias descargas de bala rasa y bombas, las que cesaron al llegar nosotros a más de la mitad del camino, sin duda porque nos alejamos bastante y no podrían los enemigos adelantar con facilidad.

Eran pues las 7:30 A, M., cuando nos restituimos a nuestras antiguas colocaciones como se tiene expresado anteriormente.

El tiempo que medió hasta horas 9 A M., lo pudo emplear la tropa en desayunarse ligeramente con lo que podían encontrar en aquel estado de ansiedad general.

Entretanto, se aproximó el ejército enemigo a tiro de cañón: tocóse generala y al punto se formaron todos los cuerpos, sin haber muchos de ellos alcanzado al desayuno. Situáronse primero en columna cerrada, después en batalla y en lugares inmediatos a sus campamentos y no divisados por el ejército contrario.

Rompióse el fuego de artillería sobre el costado izquierdo de nuestra línea y el derecho de la adversa contestó la pequeña batería del centro que estaba a nuestro frente a órdenes del denodado comandante don Adolfo Palacio y a su vez reforzada por dos piezas Krupp traídas de la derecha por el mayor don Octavio Paz, y de este modo se arreció el fuego de artillería por más de dos horas. Grande era la impaciencia con que la infantería aguardaba la orden de ataque en todo ese tiempo trascurrido; cuando al fin las guerrillas desplegadas a vanguardia de cada cuerpo, según el plan preconcebido, recibieron orden de romper el fuego, sobre el enemigo que hacia de su parte mortífero sobre nuestras filas sin dejar de avanzar.

La principal guerrilla del batallón Padilla formaba la 6ª compañía, mandada por el capitán don Juan Garitano Zavala, con reserva de la 5ª a órdenes del sargento mayor don Julián Paz, mientras que las demás compañías permanecían formadas a su retaguardia. Replegada la 1ª guerrilla, salió a afrontarse la reserva, y pocos momentos des­pués, recibí de esa comandancia general, orden de atacar con todo el cuerpo. Incontinenti se avanzó en batalla al trote y sin hacer mucho fuego, aproximándose como a tres cuadras del enemigo después de haber vencido la larga distancia que nos separaba; entonces fue que el batallón se desplegó cargándose a la derecha del contrario y dando un fuego nutrido y ganando terreno a cada descarga hasta desalojar a aquél. Aquí me permito mencionar, señor comandante general, la intrepidez, bizarría y uniformidad con que cada capitán y cada subalterno, animaba y conducía a su valerosa fuerza, sin permitir que se retrasara ninguno de la línea de batalla. El 2º jefe, teniente coronel don Vi­cente Crespo, llenó también cumplidamente su deber; siendo aun notable que el comandante don Octavio Rivadeneira del Estado Mayor General, tuvo la inspiración de incorporarse a mi cuerpo y de compartir de nuestro ardimiento, dando así una prueba de abnegación y denuedo poco comunes entre otros que tienen el mismo carácter de colo­cación.

Hecha esta relación, no debo omitir, que los cuerpos Chorolque y Grau que estaban a nuestra derecha respectivamente cargaron con igual bizarría, viniendo a ocupar cerca de la dirección de nuestra línea. El batallón Arica de nuestra izquierda, rivalizó en entusiasmo y decisión. El paso con que avanzó fue siempre el de carga hasta arrollar y hacer dar media vuelta a la fila enemiga, y hubo instante, que cesando por completo el fuego contrario, se dieron prisa varios del Padilla a dar alcance a los corridos para desarmarlo a bayoneta calada y lo consiguieron tomando muchos prisioneros. En este estado apareció una nueva línea enemiga, detrás de la ceja de nuestro frente, que con sus descargas cerradas consiguió proteger a los que quedaban.

Trabóse una encarnizada lucha con fuego a pié firme de ambas partes y al cabo de un cuarto de hora, nuestra línea volvió a cargar y avanzar hasta arrollarlos otra vez. Se inutilizaron varios rifles de nuestros soldados, los que en el acto cambiaron con los Comblain de los chilenos prisioneros y muertos sobre cuyos cadáveres pasaban, usando de sus municiones. Entretanto murieron heroicamente los capitanes: Juan G. Zavala y Julio Achá; los tenientes: José María Obando, Delfín Butron, Justo Pastor Rivera, el porta estandarte Sócrates Céspedes y N. García que se alistó en la 5ª compañía momentos antes de la batalla. Fueron heridos, el que habla, del brazo y costado izquierdo, inutilizándosele su cabalgadura por tres proyectiles; el 2º jefe, teniente coronel don Vicente Crespo, en la parte interior de la rodilla derecha; el sargento mayor don Manuel Cordero, de gravedad en el muslo derecho y el sargento mayor graduado don Julián Paz de la 5ª compañía.

Al empuje que repetirnos tuvo que retroceder otra vez la línea enemiga, dando fuego en retirada hasta la ceja donde apareció, y allí, se reforzó con otra línea más compacta y más extensa que las otras, la cual nos obligó a detenernos y a dar otra vez fuego a pié firme. Mientras tanto pasaron mucho más de tres horas que la misma línea por nuestra parte sostenía el combate; la distancia que habíamos avanzado del campamento era aproximativamente de una legua, varios soldados habían agotado sus municiones, que en el Padilla no pasaban de 120 proyectiles por plaza, y todos generalmente estaban rendidos por la fatiga de movimientos tan constantes y acosados por la sed, habiendo desaparecido más de sus dos terceras partes. La reserva que debía darnos respiro no parecía; fue preciso retroceder con fuego en retirada hasta la hondonada, donde habíamos destruido la primera línea enemiga. Allí se renovaron los fuegos con vigor y entereza. Se notó en toda la línea cierta laxitud por la fatiga y deseo de tomar ligero descanso y municionarse, con cuyo motivo comenzó a desgranarse sin que fuera posible contenerla. A ese tiempo, el ala izquierda de nuestro ejército que ya había sido arrollada, dio lugar a que los enemigos nos presentaran un cambio de circunvalación tomándonos a dos fuegos. Sus baterías arreciaron sus fuegos para desalojarnos y en esto la batería boliviana del fuerte de la derecha menudeó sus descargas con tanta celeridad y maestría que contuvo y deshizo a los enemigos dejándonos así hasta la dirección del campamento aliado, en que divisamos varias compañías del Canevaro que hacían fuego de sus posiciones situadas en la altura de nuestro campamento En seguida se declaró la dispersión de nuestro ejército, las caballerías enemigas por escalones atacaban nuestra retaguardia y eran contenidas a su vez por el fuego en retirada de nuestras tropas.

Terminada la relación que me ha cabido, sírvase V. S. aceptarla y darle el lugar que ella merece por su veracidad.

Dios guarde a V. S.

PEDRO P. VARGAS

Al señor Coronel, Comandante General de la segunda división del ejército boliviano don Severino Zapata.

***

PARTE DEL CORONEL SEVERINO ZAPATA

COMANDANCIA GENERAL DE LA SEGUNDA DIVISIÓN DEL EJÉRCITO BOLIVIANO

La Paz, Junio 18 de 1880

Señor General:

Tengo el honor de dar cuenta directamente al señor General Supremo Director de la guerra, en ausencia del señor Comandante en Jefe del ejército boliviano y por muerte del señor General en Jefe de Estado Mayor General del ejército unido, de todos los sucesos notables acaecidos en la batalla del memorable y desgraciado día 26 del mes anterior en los Altos de la Alianza, incluyendo original el parte que se me ha pasado por el señor coronel 1er. jefe del Batallón Padilla 6º de Línea.

El día 25, anterior al del combate, me hallaba de servicio como jefe de la línea. Hasta el momento antes de romper los fuegos, tengo dado, con esta misma fecha y en distinto oficio, el respectivo parte de todos los incidentes ocurridos en la noche del 25 y mañana del 26, en que se incorporó el ejército de la izquierda en el campamento general. Réstame, tan solo,  darlo a como Comandante General de la 2ª División del ejército boliviano.

La división de mi mando componíase de los batallones Sucre 2º de línea, Viedma número 5 y Padilla número 6, comandados respectivamente por los señores coroneles Juan P. Ayoroa, Ramón González y Pedro P. Vargas.

Formada la línea de batalla, esta división ocupó el centro; pero en las reformas que los señores directores tuvieron a bien hacer en ella, en fecha 23 o 24 de mayo, se mandaron los dos primeros al costado izquierdo para reforzar esta ala que estaba débil, considerando estos cuerpos fuertes, y, en atención, según parecer del señor General en Jefe de Estado Mayor General del ejército unido, al que el centro no sería atacado con vigor. Permanecí en el centro únicamente con el Batallón Padilla, habiendo venido a llenar los claros que dejaron en la línea estos cuerpos, el Batallón Chorolque, al mando del señor coronel Justo de Villegas.

Comprometido el combate por el ala izquierda de nuestra línea y rotos los fuegos sucesivamente por este costado, previa orden del malogrado señor General Jefe de Estado Mayor General  del ejército unido, que se presentó en los momentos más oportunos, mandé a los señores coroneles Pedro P. Vargas, 1er. Jefe del 5º y Justo de Villegas 1er. Jefe del Chorolque número 8, que atacaran al paso de vencedores y con todo ímpetu, conforme al plan e instrucciones recibidas del señor General Supremo Director de la guerra.

El señor coronel Pedro P. Vargas, antes de comprometer el combate, dirigió la palabra a su tropa inspirándoles todo el ardor bélico de que él se hallaba poseido y retemplando su patriotismo; habiendo tenido la felíz ocurrencia de entusiasmarlos más con la insinuación que les hizo para que quitaran las fundas de los morriones, a fin de distinguir su comportamiento. La tropa animosa, botó velózmente las fundas blancas y quedó con morriones colorados, que en efecto, era distintivo; y recibida la orden de hacer fuego, se lanzó con tal brio y energía, que hacen honra al soldado boliviano.

Los dos cuerpos enunciados hicieron tan recio ataque, que llegaron a la línea enemiga y consiguieron, de pronto, desordenarla, tomando prisioneros y armas. El crecido número de enemigos, cuyas líneas de combate eran distintas, fácilmente pudieron diezmar y destruir la nuestra, que en su apoyo no tenía fuerza alguna de reserva, la que, si bien existía antes del combate, ella debió haber sido conducida a otros puntos más necesarios, pues que éstas no dependían de los comandantes generales de primera línea. Sin esperanza de poder resistir por más tiempo al enemigo, que arreciaba aún más su ataque momento a momento por la superioridad numérica y calidad de sus armas, la poca fuerza restante de los expresados cuerpos emprendió la retirada, haciendo siempre fuego hasta llegar a su posesión anterior, de donde se notó que la derrota había sido ya declarada; pues que, a poca distancia el señor Director de la guerra, en compañía del señor general Montero, se esforzaba con una bandera en la mano, en detener a los dispersos, con objeto sin duda de reunirlos y hacer una retirada más ordenada.

No dejaré pasar desapercibido ante el señor General Supremo Director de la guerra, el comportamiento de los cuerpos que se hallaban al costado derecho de la división de mi mando, batallones Loa y Grau, que entraron a la vez y con igual energía que los batallones Padilla y Chorolque. El batallón peruano colocado a la izquierda del Padilla y la brigada de artillería boliviana comandada por el señor comandante Palacios, combatieron con todo heroísmo.

Estas son, señor, las acciones que he notado en los supremos momentos en que se decidía la suerte de dos naciones, que defendían el pabellón de la alianza con todo el valor y denuedo que impone la patria, cuando se trata de recobrar su honra mancillada.

Es deber mío recomendar ante el país y ante el señor General Supremo Director de la guerra, la conducta heróica de los señores jefes, oficiales y tropa de los cuerpos que combatieron bajo mis órdenes, muchos de los que han traido hasta este Cuartel General rifles Comblain, arrebatados al enemigo, que atestiguan su digno comportamiento.

Los señores jefes Pedro P. Vargas y Vicente Crespo del Batallón Padilla, y Octavio Rivadeneira del Estado Mayor de la 2ª División, merecen particular mención, así como los jefes y oficiales del Batallón Chorolque, cuyo 1er. jefe coronel, Justo de Villegas, deberá pasar el parte o detall de su cuerpo a quien corresponda.
Los jefes y oficiales del Estado Mayor Divisionario, que se hallaban a pie, combatieron también en la línea de batalla, habiendo el coronel Francisco Solís tomado al enemigo un rifle Comblain, que actualmente conserva en su poder.

La patria, reconociendo el sacrificio de sus hijos que tomaron las armas en su defensa, sufriendo los rigores de una ruda y penosa campaña de 13 meses, quedará satisfecha, y la historia les dedicará una página que brillará eternamente; pues, si la suerte nos fue adversa, no por esto se oscurecerá el comportamiento heróico de los soldados de la alianza, que cedieron el campo a la superioridad del enemigo y después de haber dejado en él más de la mitad de su número total.

Con sentimientos del más distinguido aprecio y respeto hacia la persona de V. S., señor General, me es honroso suscribirme como su más atento y obsecuente servidor.

SEVERINO ZAPATA

Al señor General Supremo Director de la guerra.

***

PARTE DEL CORONEL ILDEFONSO MURGÍA

 

COMANDANCIA GENERAL DE LA EXTINGUIDA DIVISIÓN RE­SERVA DE LA ALA DERECHA DEL ALTO DE LA ALIANZA

Oruro, Agosto 13 de 1880

Señor Ministro:

Herido durante la acción de armas del 26 de Mayo último, hasta el punto de serme material y absolutamente imposible continuar más acá de Tacna, mi retirada con los restos del ejér­cito nacional, ni con los del amigo y aliado el de la noble herma­na la República del Perú, creí, fundadamente, que mi segundo en el mando de la división reserva del costado derecho del Alto de la Alianza, el coronel don Balvino D. Medina, pasara a quien correspondía o en su defecto a ese Ministerio el parte ofi­cial de las operaciones militares de la división que yo y él res­pectiva y ordenadamente comandábamos; pero desde el 26 de Mayo aludido hasta el 7 de Julio, es decir, después de un mes y medio del combate, es cuando, como aparece en el registro ofi­cial de la República número 43 y su fecha, 3 de los corrientes, recién se ve aquel parte importante por muchos conceptos que no se escapan a la elevada penetración de V. S. y en el cual, sin embargo, he notado con profundo sentimiento por la honra de las armas nacionales, muchos vacíos trascendentales, inexactitudes y deficiencias que como Comandante General de la referida división y como tal, subordinado del esclarecido señor General Pre­sidente y Director Supremo del memorado combate, no puedo pasar en silencio, menos que nunca hoy que el honroso programa de gue­rra de Bolivia y el Perú exige que sus soldados y defensores ha­blen la verdad toda entera, tanto en las infaustas horas de los reveses como en las espléndidas de la victoria; creería pues de­fraudar la alta confianza del señor General Presidente de mi patria y de la digna aliada si no hiciera constar el brillante papel que a los jefes, oficiales y soldados de mi invicta división les cupo en suerte desempeñar en aquel desgraciado combate, si bien de glorioso sacrificio para aquellos que como tan buenos hijos de la patria, no supieron abandonar el campo sino diezmados, después de arrollar al triple número de enemigos con enseñas que aún conservan algunos y cediendo ante innumerables huestes y muy superiores en elementos bélicos y trabajo en aquel memora­ble día.

Cumplo, pues, con un sagrado deber de militar y de subordi­nado. Confío ampliamente que el Supremo Gobierno recibirá con agrado el presente parte de las verdaderas evoluciones de mi división y de algunos incidentes que son del decoro del ejército al cual tengo el honor de pertenecer, poner en conocimiento de usted y a su vez del noble General Presidente.

Después de una frustrada operación militar sobre el enemigo, realizada en la noche del 25 de Mayo próximo pasado, regresa­mos a nuestro campamento del Alto de la Alianza con alguna fatiga; pero sin desaliento, antes con entusiasmo y en ordenada formación, a las 41 ½ A. M.

Observadas estricta y rigurosamente las prevenciones de campaña y frente al enemigo conforme a los deberes militares, la división se puso en descanso.

Rayaba la aurora del 26 de Mayo y muy pronto, a las 7 A. M., se dejó oír en todas nuestras filas el toque de generala y a continuación el estampido de la artillería enemiga que hacía fuego desde una distancia inmensa. Aquel marcial toque y esas deto­naciones que anunciaban la deseada hora del esperado combate, fueron saludados con inexplicable entusiasmo y conmovedores cuanto repetidos vivas a la Alianza y al ejército: la división marchó en esa majestuosa actitud al punto que de antemano se le designara por el supremo Director de la Guerra.

La artillería enemiga continuaba haciendo disparos y la acción se empeñaba, con las primeras guerrillas de la línea más avanzada, cuando recibí una orden (8 ½ A. M.) del Estado Mayor General del ejército peruano para que mi división ganara terre­no por el flanco izquierdo hasta la altura del centro del ejército, a vanguardia de las ambulancias peruanas, a retaguardia de los Nacionales de Sama y derecha del batallón Cazadores del Cuzco número 5, que a órdenes del pundonoroso e intrépido coronel don Víctor Fajardo, formaba la reserva del centro: el ordenado movimiento se efectuó con paso muy acelerado y en tal disposición de ánimo, que hace honor a los cuerpos que lo verificaban; llegados al expresado punto, hizo alto la división en masas des­plegadas, permaneciendo así por más de media hora.

Mientras tanto, el combate arreciaba: parecía un torrente desencadenado o la atronadora explosión de una furiosa tempestad, tal era lo nutrido del fuego de la artillería y los repetidos disparos de la del enemigo, formando solemne concierto con los de las fusilerías de ambos combatientes en el frente de nues­tra línea de vanguardia.

Ante aquella imponente situación, los batallones Alianza, 1.° de Bolivia y Aroma 4.° de mi división, acrecía en entusiasmo; ni las descargas incesantes que escuchaban serenos, ni las bombas enemigas que cruzaban sobre nosotros para ir a estallar o a enterrarse con estrepito a retaguardia, nada lograba amenguar la decisión y consoladora disciplina de esos dignos soldados de la Alianza; los vítores saludaban las bombas que pasaban, y el anhelo de precipitarse sobre el relativamente lejano enemigo, se veía ostensiblemente retratado en tan nobles y empolvados sem­blantes. La obediencia proverbial y su inalterable disciplina mantenían, sin embargo, firmes a esos valientes en el lugar ordenado por el Estado Mayor General de que dependían.

No permanecimos en aquel punto sino hasta que una nueva orden superior me mandó llevar la división a su primitivo puesto que era a retaguardia del escuadrón Murillo y la batería de los Krupp: allí el señor coronel Velarde, jefe del Estado Mayor General del ejército peruano, bajo cuyas inmediatas órdenes estaba por pertenecer al ala derecha comandada por el señor General don Lizardo Montero, me ordenó desplegar en batalla mi fuerza, mandato que se cumplió en el acto. Pasarían ocho minutos de verificado este movimiento cuando vino una nueva orden, para que mi división marchara al costado izquierdo por hallarse su­mamente comprometido ese punto; así se hizo, marchando con singular bizarría por el flanco izquierdo y atravesando toda la línea al trote, como estaba mandado, nuestros soldados veían por fin llegado el momento de medirse cuerpo a cuerpo con el inva­sor y mostraban, en su resuelta actitud, la seguridad de escarmenarlo con el poder de su brazo.

Continuaba en el compás indicado y recibí nuevamente tres órdenes superiores consecutivas para que avanzara en batalla, lo que se obedeció inmediatamente haciéndolo con paso de ven­cedores rompiendo los fuegos en el acto. Fue en ese instante decisivo cuando el coronel don Agustín López, edecán del supre­mo Director de la Guerra, se me incorporó con la misma orden de avance: permaneciendo a mi lado hasta que, como lo diré después, cayó muriendo como valiente.

La orden de avance se cumplió pasando sobre cadáveres cuya vista inflamaba el ardor patriótico de nuestros soldados: el com­bate se rehízo allí con tal ímpetu y bravura, que a los 17 minu­tos de mortífero fuego, quedó en ese punto restablecida la línea; los batallones enemigos Esmeralda, Santiago y Navales que habían avanzado hasta muy cerca del campamento ocupado antes por la división del ala izquierda nuestra y formada del Sucre núm. 2, Tarija núm. 7 y Viedma núm. 5; aquellos batallo­nes enemigos, digo, tuvieron que cedernos el terreno, huyendo en vergonzosa fuga y puestos en completa derrota por los bravos del 1° de Bolivia: el compacto y nutrido fuego que éstos recibían no logró atemorizarlos, ni fue parte alguna para que, con homé­rico esfuerzo, arrebataran al enemigo sus piezas de cañón, con las cuales no hacía mucho, hostilizaban a nuestros compañeros pretendiendo flanquearlos por completo.

Las piezas tomadas y aun calientes eran: dos Krupp de calibre mayor, tres de menor y una ametralladora desmontada y caída; todas ellas con sus respectivas municiones, rifles abandonados por el pánico del contrario, tres banderolas que ostentaba el sub-teniente Manuel T. Córdoba (argentino), un sargento y un soldado, cuyos nombres se me escapan en este momento de la memoria, pero los tres bravos mencionados pertenecientes a la dotación del 1°.

Aquello, señor Ministro, era un espectáculo grandioso y ejemplar: sobre los trofeos conquistados y creyendo mis soldados asegurada la victoria, me presentaban en alto los rifles del invasor, llegando hasta ofrecerme un Winchester el sargento Florentino Salazar.

Sobre la marcha hube, sin embargo, de ordenar, que arrojasen esas armas e hiciesen uso de las propias, para perseguir al enemigo y aprovechar con éxito de la ventaja alcanzada. Las piezas, pues, fueron dejadas a retaguardia y avanzamos con prontitud, más de doce cuadras aún, diezmando y dispersando al enemigo, a tal punto que mi oficialidad y tropa veían aquella despavorida fuga y ostensible desorganización de los tres cuerpos referidos y su brigada de artillería, como un signo innegable del definitivo triunfo de las armas de la alianza.

Avanzábamos y avanzamos difundiendo cada vez mayor temor en las destrozadas filas enemigas, pasando sobre cadáveres y rifles abandonados; pero presentó se muy luego la numerosa ca­ballería enemiga que con veloz carrera y por escuadrones se nos venía a la carga, pretendiendo flaquear nuestro costado izquierdo, para envolvernos y arredrarnos.

Vi entonces ocasión de realizar mis previsiones de instrucción: los brillantes cuadros de infan­tería que para algunos quedaban proscritos de la táctica moder­na por la precisión de las armas de estos últimos tiempos, nos sirvieron allí para mostrar una vez más al enemigo la destreza y pujanza de nuestros soldados: ante aquella carga de caballería y midiendo tanto el número de la fuerza enemiga, como el terre­no sobre que operaba, ordené calculando el tiempo preciso, formar cuadrilongos para esperarla: la tradicional pericia y sere­nidad de mis subordinados nada dejó que desear en tan supre­mos momentos, los cuadrilongos fueron formados en número de seis del modo siguiente: al centro, tres por los intrépidos y bra­vos comandantes de compañía, sargento mayor, con retención de mando, don José María Yáñez; capitanes don Gumersindo Bustillo y don Juan S. González; a mi izquierda uno, por el va­liente tercer jefe del batallón l°, teniente coronel don Zenón Ramírez que a ciento cincuenta metros a retaguardia había perdido su caballo; y por fin, dos últimos cuadrilongos a mi de­recha, por el malogrado, sereno y heroico teniente coronel don Felipe Ravelo, segundo jefe del mismo batallón, del cual eran también los oficiales ya referidos.

La rapidez de ejecución en estos movimientos correspondía a la velocidad de avance del enemigo; una inmensa nube de polvo y el estruendo de sus armas acompañaban a sus ligeros corceles; esa carga hubiera tal vez impuesto a pechos menos viriles y a menos serenas frentes que las de los leones que la esperaban con la seguridad de rechazarlas.

En el impetuoso avance de sus caballos vino el enemigo hasta quince metros de nosotros: armada la bayoneta, una descarga que parecía hecha por un solo hombre, la recibió, y después otra y otra uniformes y tremendas; la cobarde caballería volteó caras en menos tiempo del que basta para decirlo.

El instante debía aprovecharse para envolverla y ordené dispersión en guerrilla: la orden fue obedecida con pasmosa celeri­dad; los bravos del 1.° se lanzaron en persecución del agresor, que huía y huía acosado por un fuego tenaz en aquellas sinuosi­dades arenosas y sembradas de estos humanos y cabalgaduras. Estruendosos vivas a la Alianza, al Perú y Bolivia acompañaban a ese glorioso incidente del combate; jefes, oficiales y tropa felicitaban a su jefe y aclamaban al Supremo Director de la Guerra; la palma del triunfo parecía pertenecernos por la centésima vez.

Fue en esa impetuosa carga de nuestra guerrilla donde fueron heridos los denodados sargento mayor don Juan Reyes, teniente don Nicolás Cuellar, muerto después villanamente por el enemi­go a nuestra vista; por último, los subtenientes N. Castillo y An­tonio Sucre.

Pero aquella ilusión del patriotismo y del valor no debía du­rar por mucho tiempo: apercibido el grueso de las reservas ene­migas del destrozo de los suyos, envió un refuerzo considerable, a cuyo amparo se rehacían los antes dispersos batallones, brigadas de artillería y caballería.

Mis soldados no perdían, sin embar­go, terreno; sino que por el contrario obligaban aún a retroceder a los vencidos aún no puestos cerca de su reserva que avanza­ba, en un movimiento envolvente y acelerado.

Seguro estaba entonces, como ahora mismo lo estoy, de que con un auxilio competente en aquellos críticos instantes, ni las ya escarmentadas tropas chilenas, ni los nuevos regimientos que le vinieron de refresco y rápidamente, nos hubieran arrebatado la victoria final. Desgraciadamente, el anhelado auxilio no nos vino; el enemigo, ya inmensamente superior en número, elemen­tos y descanso, amenazaba envolver a nuestra diminuta tropa; nuestros flancos estaban a poco tomados y ocupado el frente, de manera que aquella avalancha humana formaba un semicír­culo, semejante a un herraje de fuego a nuestro alrededor.

Fue, pues, indispensable abandonar los lauros conquistados y ordenó fuego en retirada (serían las 3.30 P. M).

La retirada, después de un trabajo incesante de ocho horas de movimientos y de fuego, era en aquellos terrenos cuajados de eminencias arenosas, tan difícil como penosa; mas con gente há­bil y arrojada como la que me restaba de la División; no dudé ni por un momento en verificarla, rompiendo casi las filas ene­migas y cuando éstas, por el norte, tenían dominadas las eminen­cias del valle y ciudad de Tacna. Solo me quedaba, pues, una corta extensión franca por el centro, inclinada al Sur de la población y con acceso por un desfiladero, que era necesario fran­quear antes que el enemigo coronase completamente las cimas. Así lo pretendí y fue allí donde cayó muerto con su cabalgadura el intrépido coronel don Agustín López, comunicando, en cali­dad de mi voluntario ayudante, las órdenes que se le impartían; digno hijo de la patria, cumplió espléndidamente su deber, aún más allá de lo que se lo exigían sus atribuciones de edecán del supremo Director de la Guerra. Allí fue también donde cayó herido el bravo teniente coronel don Felipe Ravelo, quedando en el campo.

Trascurrirían dos minutos de este doloroso suceso cuan­do una bala enemiga me atravesó la parte inferior de la pierna izquierda, dando instantáneamente ente muerte a mi caballo.

Las bajas de mi diminuta fuerza continuaban, merced al in­menso número de proyectiles, ya que heridos sus primeros jefes la retirada se hizo necesariamente más lenta de lo que hubiese convenido: la ruda faena del día contribuía no poco a tal lentitud.

Bien, es cierto que, apoyado en mi espada, anduve cerca de dos cuadras, y que el comandante Cornelio Durán de Castro se negó a facilitarme su caballo o a llevarme consigo, no estando él herido, aunque durante la refriega estuvo siempre en su pues­to de honor.

Conviene a mi deber y a mi conciencia, como al decoro de la graduación que tengo en el ejército; conviene, digo señor Minis­tro, hacer constar aquí y de la manera más solemne, un hecho de significación, no tanto por mi persona, que nada significa an­te los grandes intereses nacionales, sino porque él demuestra los íntimos lazos de unión entre los hijos verdaderamente dignos de la Alianza. Sirviéndome de apoyo mi espada, mi retirada y con ella la salvación tal vez de mis diezmados soldados, hubiera fra­casado, a no ser por el noble desprendimiento y desusada corte­sía de un soldado del bravo escuadrón de caballería comandado por el prestigioso coronel peruano don Gregorio Albarracín, que combatía protegiendo no poco mi retirada por el lado Sur de aquellas eminencias. El soldado aludido, y cuyo nombre desgra­ciadamente ignoro, fue solicitado por dos sargentos del batallón Alianza 1.° de Bolivia, para entregarme su caballo; sabiendo mi nombre y la clase y condición que tenía en el ejército boliviano, bajóse del animal y puesto ya de pié, llevando la mano a su chacó me dijo: monte usted, mi coronel.

Así lo hice, conmovido ante tan no acostumbrada abnegación en el campo de los reveses. Ayu­dóme el mismo soldado, el teniente don José Zeballos y los sargentos Manuel Flores y Andrés Salas del repetido Alianza, y pude encontrarme nuevamente a cabal o, y más que todo, en disposición de activar la retirada para salvar los restos de la invicta división que se me confiara.

Llega los a las faldas de los cerros que caen al Sur de Tacna, continuamos haciendo fuego en retirara, protegiéndonos muy en breve en las chacarillas pertenecientes al doctor don Felipe Oso­rio y contiguas. La caballería enemiga, que había descendido ya al llano, no se atrevió a internarse allí, donde hubiera sido des­trozada por los bravos de los cuadrilongos, desde las eras y arbolarías que la imposibilitaban iban para atacarnos con éxito.

Una vez cerca a los suburbios de la población y viendo inútil comprometer esta a los dispersos de la artillería chilena, que empezaba a hacer fuego ya de las laderas del panteón de Tacna ordené cesar el fuego. Poco después se me incorporó el teniente coronel Olegario Parra, segundo jefe del Aroma; interrogado por mí acerca del lugar en que había combatido, me contestó: que lo había hecho en mi costado izquierdo con una parte de los dignos del expresado batallón Aroma. Incorporándoseme también en el trayecto el teniente coronel don Zenón Ramírez; comandante, don Cornelio Durán de Castro y sargento mayor don José María Yáñez, con muchos de los que faltaban del escaso número del Alianza. Allí les ordené que reorganizaran la tropa y la condujera al Alto de Lima, para ponerse a disposición del supremo Director de la Guerra; pues mi herida, sangraba abundantemente y sentía debilitarse mis fuerzas hasta imposibilitarme, para se­guir con los restos del ejército. Cumplidos así mis deberes en tan azarosas y apremiantes circunstancias, asiléme, casi exánime, en casa del comerciante italiano y mi digno amigo don Augusto Vignolo, a cuyos cuidados y la exquisita solicitud de su distin­guida familia, he debido mi restablecimiento hasta encontrarme expedito para regresar a mi patria y tener ocasión de dar cuenta y rectificar, como lo llevo indicado en el principio de este parte, lo relativo al brillante papel a que destinara el supremo Director de la Guerra y su dependiente el E. M. del E P., mi División.

En el curso de mi exposición militar he tenido el honor de mencionar a los señores jefes, oficiales y tropa que se han dis­tinguido durante el combate, y séame permitido, al terminar, informar a U. S. M., de que en los momentos de la reyerta, todos, sin excepción, han rivalizado en valor, disciplina e intrepidez, allí, sobre el campo del honor y llenos de ejemplar entusiasmo y homérica bravura, jamás han desmentido el proverbial renombre del soldado boliviano los del 1.° de Bolivia y sus dignos compañeros, dejan colocado en su augusto puesto el lustre de las armas, que se les confiara para la defensa de la santa causa de la Alianza: ya que no siempre, S. M., el éxito final de una batalla puede empañar el brillo de esas armas, cuando el valor es supeditado por el número y los elementos. El Gobierno, la Nación y la historia harán, lo espero, cumplida justicia a los leones de los cuadros del Alto de la Alianza.

No habiéndome visto con ninguno de los subordinados a quie­nes ordené la reorganización de la tropa, ni con jefe alguno de los del ejército aliado ni del enemigo en Tacna, ni pudiendo por estas razones sino dar, como es de mi deber, exacta cuenta de todos los muertos, heridos y faltos de la División que fue a mi cargo, en el Alto de la Alanza, remitiré oportunamente y con los seguros informes posibles, la relación respectiva; sirviéndose V. S., mientras tanto, poner el presente parte en el supremo conocimiento del esclarecido señor Presidente.

Dios guarde a V. S., S. M.

ILDEFONSO MURGIA.

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