La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

PRENSA

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PRENSA CHILENA

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CARTAS DESDE LA ESCUADRA[1]

 

(Del corresponsal de El Mercurio).

 

(Fragmentos).

Antofagasta, octubre 12 de 1879

Al Editor de El Mercurio.

Los buques peruanos habían caído, pues, en una hábil ratonera, y adonde quiera que se dirigiesen se encontraban cortados por los nuestros, que iban estrechando cada vez más sus distancias.

Al noroeste les cortaban el paso el Cochrane y la O'Higgins, que hacían rumbo directo hacia la costa, mientras el Loa los cerraba por el oeste. La Covadonga, el Blanco y el Matías, desplegados por el sur, impedían toda esperanza de salvación por esa parte, y a los enemigos sólo les quedaba abiertos el lado norte apegándose a la costa.

Pero no había momento que perder, porque el Cochrane estrechaba cada vez más su distancia por ese lado.

Así debió comprenderlo el comandante Grau, porque sin duda con la intención de que el Cochrane despejara ese camino por seguirlo, puso su proa al sur como si intentara forzar la línea por el mismo punto que lo había hecho la Unión, mientras este buque continuaba navegando al norte.

El Blanco, el Loa y la Covadonga efectuaron la misma maniobra que anteriormente, y el Cochrane también, dejando que sólo la O'Higgins se ocupara de la Unión, torció su rumbo más al sur, siguiendo paso a paso los movimientos del monitor enemigo.

Este conoció que toda tentativa por ese lado era inútil, y a las 9.15 de la mañana se volvió aceleradamente al norte y se puso al habla con la Unión.

Poco después este buque continuaba su viaje al norte a revienta-calderas, mientras el Huáscar, virando por estribor, se dirigía al sur al encuentro del Cochrane. Fue aquel un hermoso movimiento, que manifestaba la decisión y el arrojo del comandante Grau.

A las 9.20 de la mañana disparó el Huáscar, con dos o tres segundos de intervalo y a unos 2.800 a 3.000 metros de distancia, sus dos cañones de 300 contra el Cochrane. Enseguida viró hacia el norte y emprendió como antes una desesperada fuga. Los ingenieros del monitor peruano, aseguran que en ese momento elevaron tanto la presión, que pusieron los calderos en eminente peligro. La máquina dio más revoluciones que en la prueba; pero a pesar de eso el Cochrane ganaba siempre terreno, haciendo prodigios de celeridad.

El blindado chileno, colocado entonces al sur del Huáscar y directamente por su popa, avanzaba más y más sin hacer ningún disparo, aunque estaba ya a unos mil metros de distancia del enemigo. El Huáscar, cinco minutos más tarde, viró un poco al oeste para dar campo de tiro a sus cañones y lanzó otras dos balas de a 300 a su perseguidor.

Desde el Loa, situado a unos 6.000 metros de distancia, se vio que los proyectiles peruanos habían pasado por alto, lo mismo que los anteriores. Las punterías de los artilleros ingleses no eran ahora tan seguras como contra el inmóvil Abtao en Antofagasta.

El Cochrane avanzaba siempre sin disparar, estrechando cada vez más la distancia que lo separaba del enemigo. Aquella majestuosa mole, que avanzaba inflexible en medio de aterrador silencio, infundía pavor aún a los simples espectadores de aquella inolvidable escena.

Al fin a las 9.27 de la mañana, encontrándose a unos 500 metros del enemigo, disparó el Cochrane sus dos cañones de proa. Una de las balas pasó por alto, yendo a rebotar a gran distancia del monitor peruano, y la otra le dio en el castillo de proa.

Por el alcance de los cañones pudo verse que ya el Huáscar era buque perdido y que no podría escapar en ninguna dirección antes de ser destrozado por los cañones del Cochrane.

A las 9.30, habiéndose estrechado aun más la distancia, disparó el Cochrane un nuevo cañonazo. El proyectil dio de lleno en la proa del enemigo, entrando por el lado de la cubierta, y al estallar levantó una humareda color gris o ferruginoso como el del moho, que abarcó toda esa parte del Huáscar.

A las 9.32 disparó de nuevo el Huáscar sus dos cañones de a 300, y se notó que una de las balas había levantado un enorme penacho de agua junto al costado de estribor de nuestro blindado.

Efectivamente, dio en el centro de la parte superior del reducto, removiendo toda esa plancha de blindaje y dejando en ella estampada su forma y sus cascos al estallar. Por fortuna no perforó la plancha ni causó ninguna desgracia personal.

Esta avería fue inmediatamente vengada.

No bien habían transcurrido dos o tres segundos, lanzó el Cochrane dos afortunados tiros a su enemigo, y sus terribles efectos fueron visibles para todos los que absortos y anhelantes contemplaban aquel imponente espectáculo. Uno de ellos, dando de lleno en el torreón, lo perforó de parte a parte, destrozó la guardera y rompió el muñón del cañón de la derecha, e hizo explosión allí, matando diez artilleros, entre ellos uno de los ingleses traídos del arsenal de Woolwich.

De los doce hombres que había en el torreón sólo quedó uno sin recibir heridas graves. El otro, que era uno de los cabos de cañón, y también inglés y compañero del anterior, salió gravemente herido y no pudo continuar prestando sus servicios.

El cañón de la derecha quedó desde entonces inutilizado para seguir funcionando.

Los efectos del otro proyectil fueron todavía más terribles.

Dando de lleno al lado de estribor de la torre de combate del comandante, hizo en ella un grande agujero y fue a azotar contra la pared del lado opuesto. Allí hizo explosión, derribándola por completo sobre la cubierta y barriendo con cuanto encontró dentro de la torre.

Al comandante Grau, que en esos momentos estaba dentro, lo destrozó instantáneamente. Todo lo que quedó de él fue el pie derecho y una parte de la pierna, algunos dientes incrustados en maderamen interior, y menudos trozos confundidos con los hacinados restos de la torre.

Los cascos de la granada hirieron también a uno de los ayudantes del comandante encargados de transmitir las órdenes del timón.

Después de este tiro, a las 9.35 el Huáscar disparó con su cañón de popa, y habiendo acudido nueva gente a la torre, hizo otro disparo con el cañón de a 300 que había quedado servible.

Las punterías, sin embargo, pasaban por alto, a pesar de la proximidad de los combatientes.

A las 9.36 hizo el Cochrane dos nuevos disparos al Huáscar, que le penetraron por la popa, causando grandes destrozos en el interior del buque. Uno de ellos, después de atravesar las cámaras de oficiales, sembrándolas de escombros y de cadáveres al hacer explosión en ellas, cortó los guardianes del timón, dejando al buque sin gobierno. La otra, penetrando por la misma parte a poca distancia de la anterior, voló la cabeza al segundo comandante del buque, capitán de corbeta don Elías Aguirre, que había tomado el mando al morir el comandante Grau, y que acababa de ser trasladado a la cámara gravemente herido en el brazo y la pierna derecha por los proyectiles de las ametralladoras del Cochrane.

El blindado chileno al mismo tiempo estrechaba a cada momento la distancia que lo separaba del enemigo, y ya a los trescientos metros había roto un nutrido fuego con su ametralladora de proa, últimamente colocada.

Al mismo tiempo los tiradores de las cofas no cesaban un momento sus disparos, y la cubierta del buque peruano era cruzada en todas direcciones por balas de rifles que causaron numerosas bajas en la guarnición del Huáscar.

Alrededor del buque peruano se veía el mar salpicado de penachos levantados por las balas de la ametralladora, y fueron tan certeros los disparos de esta terrible arma, que la cubierta del Huáscar, poco después de principiado el combate, quedó despejada de enemigos. Los que no cayeron muertos o gravemente heridos, corrieron a refugiarse dentro del torreón.

A las diez de la mañana eran cada vez más lentos e inseguros los disparos del Huáscar, como que reinaba a bordo el desorden y la confusión. Había tomado el mando del buque el tercer jefe, oficial del detall don Diego Ferré, que pocos minutos más tarde caía muerto por los cascos de una granada chilena, y en esos momentos todos mandaban y nadie obedecía.

Otra bala del Cochrane cortó de nuevo los aparejos que se habían colocado a toda prisa para manejar el timón, y otra vez quedó el Huáscar sin jefe y sin gobierno.

En estos momentos estaba el Cochrane a unas 50 yardas por la popa del Huáscar, y cansado ya de aquella resistencia, se fue sobre su enemigo resuelto a atacarlo con el espolón.

Dicen los prisioneros que entonces se creyeron irremisiblemente perdidos, porque el Huáscar, falto de gobierno, no había podido reponer los destrozados aparejos de su timón. Pero esta misma circunstancia los salvó providencialmente porque teniendo el buque la tendencia a caer sobre su costado de estribor, viró en ese sentido y escapó así de la embestida de su adversario, que le pasó sólo a cuatro metros de distancia por la popa.

Pero por otro lado se encontró el Huáscar colocado en la más crítica situación.

El Blanco, que a toda fuerza de máquina había ido avanzando hacia el norte con un andar que llegó en ocasiones hasta diez millas y media a pesar del mal estado de sus calderas, se encontraba a unos 3.000 metros del Huáscar durante los últimos momentos del combate, sin que todavía hubiese tenido oportunidad de disparar sus cañones.

Pero entonces, al verlo cerca por la proa, avanzó aun durante algunos segundos y le lanzó su primer disparo con uno de los cañones de proa. El proyectil pasó por alto, yendo a rebotar a gran distancia, y en ese instante el Huáscar, arreglados ya los aparejos de su timón, puso proa al norte, para escapar de aquel nuevo y poderoso enemigo. El Cochrane, mientras tanto, que le había seguido los movimientos, se encontraba con la proa hacia el oeste y un poco a estribor del Blanco Encalada.

Dos nuevos disparos hizo casi instantáneamente la nave capitana, y el último con tan feliz éxito que dio de lleno en el costado del Huáscar, levantando al estallar la misma polvareda ferruginosa que notamos después del tercer disparo del Cochrane.

El proyectil había penetrado en la sección de la máquina, destruyó los camarotes de ingenieros situados a babor e hizo explosión al chocar interiormente con el costado opuesto.

La máquina quedó sembrada de toda clase de despojos, pero felizmente sin recibir lesión alguna.

Eran las 10.15 de la mañana.

El Cochrane había recuperado su anterior posición por la popa del Huáscar, y dos minutos más tarde, a las 10.17 de la mañana, avanzaba nuevamente sobre el enemigo, quizá con la intención de embestirle con el espolón.

Esta situación era de las más comprometidas, y entonces vimos distintamente desde el Loa que el Huáscar arriaba su bandera.

Semejante maniobra no fue, indudablemente, efecto de los proyectiles chilenos al cortar la driza, porque la bandera no cayó de golpe como habría sucedido en ese caso, sino lenta, como quien dice concienzudamente. Con el anteojo se notaba hasta el movimiento de manos que imprimía al bicolor el encargado de arriarlo.

Sin embargo, el Huáscar continuaba su desesperada fuga hacia el norte, y poco después izaba de nuevo en el mismo sitio que la anterior una nueva bandera, la cual era mejor prueba de que no se la había cortado ningún cordel. En los cuatro o cinco segundos que permaneció con su pabellón arriado, era imposible anudar de nuevo la driza, colocar allí la bandera y desengancharla de la que antes tenía.

Pero en ese momento había una confusión espantosa a bordo del monitor enemigo.

Apenas tuvo al tope por segunda vez su pabellón, le lanzó el Cochrane una granizada de balazos. Uno de los proyectiles, penetrando por la popa, cortó de nuevo los aparejos del timón, dejando otra vez al buque sin gobierno y matando a los timoneles. El Huáscar viró a estribor, como lo había hecho anteriormente, y fue recibido al instante por el cañoneo del Blanco, que parecía estar acechando la ocasión de dar otros golpes a su enemigo.

El Huáscar, rehuyendo el encuentro de este formidable adversario, puso inmediatamente proa al sur, en dirección a la bahía de Mejillones, lanzándose a toda fuerza sobre el indefenso Matías, que en esos momentos pasaba frente al centro de la bahía con dirección al norte, siguiendo a poca distancia las huellas del Blanco Encalada.

Al ver el Blanco el peligro del Matías, viró rápidamente al sur para interponerse entre el monitor peruano y el transporte chileno, al mismo tiempo que éste torcía presuroso su rumbo al este, con dirección a la bahía, y emprendía la fuga a toda fuerza de máquina.

La maniobra del Blanco, aunque embarazó los movimientos del Cochrane, que se vio obligado a virar por redondo, quedando a 1.200 metros del Huáscar, evitó que el Matías fuera víctima del enemigo.

El Huáscar, al notar la proximidad del Blanco Encalada, varió su rumbo más hacia el oeste, alejándose del Matías; y el Blanco, al mismo tiempo que le dirigía nutridos y certeros disparos, le dio una arremetida con el espolón.

Con su buen gobierno evitó el buque enemigo el choque del Blanco, que pasó casi rozándole la popa.

Eran en estos momentos las 10.30 de la mañana. El combate duraba ya una hora larga.

Al virar el Huáscar hacia el norte se encontró de frente con el Cochrane, y tentando los defensores del Huáscar un último y extremo recurso, enderezaron la proa en dirección a él y embistieron a toda fuerza de máquina.

Los dos buques estaban a una distancia como de 300 metros, y al notar el comandante Latorre la maniobra del enemigo, le puso también la proa y avanzó a su encuentro.

Durante algunos segundos pudimos contemplar embargados aquella grandiosa escena en que las naves luchadoras, semejando en ese momento dos toros bravíos y furiosos, se acercaban por momentos más y más dispuestas a darse la última arremetida, que habría sido muerte segura para ambas.

Pero a pocos metros del punto de reunión flaqueó el arrebato del Huáscar, y torciendo a estribor, pasó rozando con el Cochrane costado con costado.

En esos momentos el enemigo disparó a este buque dos cañonazos casi a boca de jarro, aunque con tan mal tino, que pasaron por alto, a pesar del enorme blanco de nuestros blindados, y fueron a rebotar a gran distancia.

Desde este momento, las 10.35 de la mañana, el combate no fue ya más que una especie de lenta agonía del maltratado Huáscar, que sólo por instinto parecía huir de nuestros buques, sin ni siquiera tratar de oponer resistencia.

A esta hora tenía su proa al sur y huía en esa dirección; pero acosado de cerca por los blindados, que lo cañoneaban sin cesar, y haciendo él fuego muy de tarde en tarde y sin fijeza, pronto se vio acorralado por ellos y obligado a detenerse.

Entonces, en medio del torbellino de humo de los cañonazos, vimos por un instante que el Huáscar se dirigía hacia el oeste, y poco después, a las 10.40 de la mañana, huía a toda prisa hacia el norte. Parecía estar sin gobierno, y describía un gran círculo sobre su costado de estribor.

A las 10.53 de la mañana se ponía al alcance de los cañones de la Covadonga, que no desperdició la ocasión de largarle un tiro, y dos minutos más tarde, a las 10.55, arriando su bandera, se rendía a discreción.

Inmediatamente, habiendo detenido su marcha, se arriaron botes del Cochrane y del Blanco para ir a tomar posesión del buque.

En el bote del Cochrane, que fue el primero en abordarle, iban los tenientes primeros don Juan M. Simpson y don Juan Tomás Rogers, el teniente segundo don Ramón Serrano M., los guardiamarinas don Miguel Tejeda, don José L. Valenzuela y don Recaredo Amengual; tres aspirantes; el ingeniero segundo don Antonio Romero, el tercero don Carlos Warner, y algunos hombres de tripulación.

Estos oficiales fueron recibidos por el teniente 1º señor Garezon, que tenía en esos momentos el mando del Huáscar, e inmediatamente acudieron a custodiar la máquina y la santabárbara, haciéndose notar el señor Warner por la actividad y oportunidad de las medidas que adoptó.

Pocos minutos después abordaba también al Huáscar un bote del Blanco Encalada.

Iban en él el capitán de corbeta don J. Guillermo Peña, nombrado comandante accidental del Huáscar; los tenientes segundos don Florencio y don Leoncio Valenzuela; los guardiamarinas don Gaspar García Pica y don Alejandro Silva V.; dos aspirantes, y los ingenieros señores Altamirano y Encina.

Llevaban también quince marineros y quince soldados de la guarnición del Blanco, al mando del teniente don Ismael Beytía, y una bomba para apagar los incendios que pudiera haber en el buque, la que prestó excelentes servicios.

Al abordar al Huáscar el primer bote chileno, estaban todos los oficiales sobre cubierta, pero ninguno de ellos entregó su espada, porque momentos antes las habían arrojado al agua. Algunos de ellos, entre los cuales se cuenta el oficial de la guarnición, gritaban en su falsete: "-Los peruanos no se rinden!" pero habiendo tenido ya precaución de despojarse de sus armas y sin tratar de hacer el menor amago de resistencia.

El capitán Peña, que iba animado por la intención de dejarlos en posesión de sus espadas, pues bien lo merecía aquella porfiada resistencia, no pudo menos de indignarse al ver aquella deslealtad que degeneraba en simple ridiculez, y sin hacer caso de sus limeñadas les dijo en tono seco:

- Tienen ustedes cinco minutos para embarcarse en el bote.

Todos, rendidos y no rendidos, se apresuraron a cumplir aquella orden, aunque el oficialito llegó al Blanco echándola de loco y gritando:

- ¡El Perú no se rinde!

Después supimos en el Copiapó, que fue el que trasladó a Antofagasta a los prisioneros, que entre algunos oficiales se había formado una especie de capítulo para asegurar que no se había arriado la bandera del buque, sino que una bala había cortado la driza.

Pero como alguien observara que ojalá persistiesen en su cuento para poder asegurar nosotros que nos habíamos tomado el Huáscar al abordaje con un bote, parece que desistieron de seguir circulando esa peruanada.

Otra fue la de que la bandera del buque la arrojaron al agua envuelta en un trozo de fierro, aunque no tuvieran la misma precaución con la de las señoras de Trujillo y una o dos más que había en el pañol.

Es de advertir que las banderas enarboladas ahora por el Huáscar y la Unión no eran las enormes que izaban cuando tenían que batirse contra buques indefensos o huir de otros con la seguridad de no ser alcanzados. Por el contrario, ambos buques ostentaban unas banderolitas pequeñas y sucias que apenas alcanzaban a distinguirse a mil metros de distancia.

Esta fue la causa porque el Blanco no alcanzó a ver que se había arriado la bandera y le disparó un proyectil que por fortuna pasó por alto.

Parte de la tripulación y guarnición del Huáscar, instigada por sus oficiales, echó también al agua sus armas. Pero estos infelices, lejos de gritar que no estaban rendidos, hacían toda clase de señales para manifestar lo contrario: cuando arribó el primer bote al costado del monitor los marineros hacían señales con pañuelos blancos, se arrodillaban, y gritaban: "¡Perdón! ¡perdón!".

Los jefes, sin duda para infundir en ellos el valor de la desesperación, que es el valor de los cobardes, les habían hecho creer que si caían en poder de los chilenos éstos no perdonarían a ninguno, sino que les tocarían a degüello, y por esta causa habían alcanzado a arrojarse al agua unos treinta pobres cholos, algunos de los cuales se ahogaron.

Tan posesionados estaban de esta idea, que los marineros, apenas pisaban la cubierta del Blanco Encalada, lanzaban un grito de "¡Viva Chile!".

Pero escrito está que los peruanos no han de hacer nada a derechas, aunque sean farsas o ridiculeces.

La primera medida que los tenientes Simpson y Rogers tomaron al subir al Huáscar, fue dirigirse a la santabárbara y a la máquina para vigilar que se hubiese puesto alguna mecha a la primera y que la segunda tuviese abiertas las válvulas. En la santabárbara se vio que todo estaba en orden, y hasta encendidas las luces con todas las precauciones que se emplean en combate; pero esto no impidió que cuando el capitán Peña dio a los oficiales peruanos la orden de embarcarse en el bote, uno de ellos se pusiera a decir en tono melodramático:

- Apurarse, porque pronto vamos a volar.

Algunos oficiales estaban ya en el bote; pero el capitán Peña, al oír la exclamación, dio la orden de que se suspendiera el transbordo, diciendo que entonces volarían juntos.

Como por encanto el mismo que había dado la alarma acudió a la santabárbara en compañía de algunos oficiales chilenos, y temeroso de que por algún accidente casual fuera a salir cierta su broma, él fue el más empeñoso en que se recorriese ese departamento y se tomasen todas las precauciones imaginables.

No había sucedido lo mismo en la máquina, en la que, dicho sea en honor de la verdad, no había ningún empleado peruano, sino que todos eran ingleses.

Los ingenieros habían recibido orden de echar a pique el buque dejando las válvulas abiertas, y cuando el teniente Simpson llegó allí, ya se estaba anegando la máquina.

Entonces, en compañía de otros oficiales y del ingeniero del Cochrane señor Warner, echaron mano de sus revólveres e intimaron a los ingenieros que se metieran inmediatamente al agua y tapasen las aberturas, so pena de la vida, lo que éstos se apresuraron a ejecutar inmediatamente.

Luego quedó desaguado el departamento, y cuando el ingeniero 1º señor Altamirano se hizo cargo de la máquina, la encontró corriente y en disposición de trabajar.

PERSECUCIÓN DE LA UNIÓN.

Volvamos ahora a la Unión que dejamos abandonada por el Cochrane al principio del combate, y perseguida únicamente por la O'Higgins.

A las 9.50 de la mañana, en circunstancias que el Cochrane estaba empeñado en lo más recio del combate con el Huáscar y cuando el Blanco no se hallaba ni aún en posición de tomar parte en esta refriega, la Unión se encontraba ya a unas diez millas de los blindados y a unos 6.000 metros de la O'Higgins.

En ese momento la corbeta chilena, al mismo tiempo que continuaba en su persecución hacia el norte, disparaba un cañonazo de desafío a su enemiga. Pero esta no dio la oreja y siguió al norte echando humo por boca y narices.

El Loa, que se encontraba entonces a unas diez millas de la O'Higgins hacia el sur, calculando que ya era inútil su presencia en el lugar del combate, puso también proa al norte siguiendo la estela de la O'Higgins y comenzó a forzar su máquina con la intención de alcanzar a la Unión y obligarla a aceptar combate con la corbeta chilena.

García y García corría y corría a más y mejor fingiendo no haber oído el cañonazo a pesar de que los blindados chilenos ya se habían perdidos de vista y que, aun cuando se hubiesen destacado inmediatamente en su busca, no podían llegar hasta ella sino después de tres o cuatro horas de caza, tiempo demasiado para definir la contienda con la O'Higgins.

A las 12.15 alcanzaba el Loa a la O'Higgins un poco al norte de Cobija, y las tripulaciones de ambos buques se saludaban con entusiastas hurras.

Desde ese momento principió el Loa a adelantarse rápidamente a la O'Higgins. El primer ingeniero obró verdaderos prodigios, pues no estando el buque con sus fondos limpios ni siendo de primera calidad el carbón que se consumía, hizo andar al Loa hasta 14 millas por hora.

El jefe enemigo, asustado con aquel rápido avance, procuró detenernos por cuantos medios le sugería su miedo, y a la 1.40 de la tarde vimos pasar por nuestro costado una especie de tortuga de hierro del buque enemigo, que parecía ser un torpedo de concusión.

A las 2.22 de la tarde estaba el Loa a unos 4.000 metros de distancia por popa de la Unión. La O'Higgins se había quedado unas diez millas atrás.

Entonces el Loa para obligar a la Unión a que le presentara combate le hizo un disparo con el cañón de proa, cuyo proyectil cayó a poca distancia del costado de estribor de la corbeta enemiga.

Al ver este desafío el buque peruano pareció sacar fuerzas de flaqueza y continuó con más desesperación su fuga.

En ese momento el Loa viraba hacia babor para hacer fuego con su cañón de a 150; pero notando el comandante Molinas que para disparar con este cañón se veía obligado a perder mucho camino, continuó haciendo fuego con el de proa.

A las 2.30 y a las 2.40 disparó el Loa dos nuevos tiros que la Unión oyó como quien oye llover.

A esa hora el comandante Montt, de la O'Higgins, temeroso por la suerte del Loa al ver el arrojo del comandante Molinas, hacía a este buque señales con banderas, y luego con espejos, a causa de la gran distancia, para que no comprometiera más su buque y detuviese su marcha.

En efecto, el buque peruano habría podido torcer rápidamente hacia el sur, hacer frente al Loa con sus catorce cañones, y echarlo a pique o inutilizarlo en media hora de combate, quedándole aún tiempo suficiente para escapar de la O'Higgins.

Pero el Loa continuó avanzando siempre, y a las 3.17 disparaba contra la Unión un nuevo cañonazo.

La O’Higgins se había quedado tan atrás, que temeroso el Loa de perderla de vista al caer la tarde, se decidió a esperarla, convencido de que la Unión no haría frente.

Los buques chilenos habían llegado a la altura de Huanillos, y a las siete de la noche torcían su rumbo para el sur, mientras la Unión casi se perdía de vista por el norte.

A las 11 de la noche encontramos en el camino al Cochrane, que había sido mandado en su busca, y por él supimos el glorioso e inesperado término que había tenido el combate del Huáscar.

***

GLORIA Y CASTIGO.

(Editorial de EL MERCURIO.)

Por fin el Huáscar, el poderoso monitor peruano que por tanto tiempo se burlara de nuestro poder marítimo, atacando alevosamente nuestras débiles embarcaciones y huyendo siempre a la vista de nuestros blindados, encon­tró en el día de ayer y en las aguas de Mejillones el tremendo castigo que merecía.

Después de un corto, pero rudo combate, combate que indudablemente no sospechó, acostumbrado como estaba a no pelear sino con barcos de madera o trasportes de comer­cio, tuvo que rendirse arriando humildemente ese mismo pabellón que el 21 de Mayo hizo flamear tan orgulloso al viento mientras el nuestro se hundía en los abismos para cubrir con su estrella inmaculada el cuerpo de los héroes de aquella jornada homérica.

¡Terrible justicia de Dios!

En menos de seis meses han desaparecido las dos más fuertes naves de la que se decía formidable escuadra; en ese mismo corto tiempo el Perú, que se reía de nuestra pobreza comparándola con la abundancia de sus recursos, ha visto huir de sus arcas hasta el último escudo; y sus gobernantes, impotentes por completo para procurarse fondos en el interior y desprestigiados hasta no más para inspirar confianza en el extranjero, han tenido que apadri­nar el robo ofreciendo a los ojos del mundo un espectáculo de que no había ejemplo.

Y todo esto, que es ruina y deshonor irreparables, se ha cumplido en menos de lo que tarda la tisis galopante en matar a un viejo carcomido por las escrófulas.

He ahí lo que es esa nación contra la cual ha desenvai­nado Chile su espada no pudiendo por más tiempo ser el juguete de sus acechanzas y felonías. Pero el castigo ha comenzado ya, y cuando Dios dispone que los pueblos sufran la pena de sus abominaciones, todo esfuerzo es vano para evitar el cumplimiento de su sen­tencia.

El Perú está irremisiblemente condenado a padecer y padecerá. Sí, padecerá por su soberbia, por su envidia, por su doblez que no le han permitido guardar lealtad a nadie. Con Colombia, que fue su libertadora, no ha podido ser más ingrato. Bolívar murió en la persuasión de haberle dado independencia mereciendo solo esclavitud.

Con Chile ¿para qué hablar? su conducta no ha sido más que un sempiterno tejido de engaños y vilezas.

En 1820 O'Higgins le envía escuadra y ejército para salvarlo del yugo colonial, y su agradecimiento fue el re­negar de tan generoso servicio acusando a San Martín y a Cochrane de haberle hecho más mal que el que le hicieron los españoles.

En 1838 Chile vuelve a enviar sus soldados para libertarlo de Santa Cruz, que con el título de oran protector ejercía allí una dictadura ignominiosa, y el pago ya se vio, lo estamos viendo ahora misino pago quién el Perú no ha sido ingrato, ruin, desleal?

Es justo, pues, que pague sus culpas y de modo que le sea imposible volver a cometerlas.

Es casi seguro que la pérdida que acaba de experimentar con la rendición del Huáscar, que era todo su poder marítimo, lejos de hacerle cobrar mayor brío, como nos habría sucedido a nosotros en análogo caso, le sumerja en el más profundo desaliento.

También es probable que Bolivia con un fracaso semejante concluya por persuadirse de que lo único que puede esperar de su aliado es participar de su derrota, la cual le quitaría todo derecho y toda esperanza a la compasión de Chile.

En cuanto a nosotros, el camino de la victoria está ya completamente expedito; no falta sino seguirlo, para obte­nerla espléndida.

Y los que han abierto ese sendero son nuestros bravos marinos.

¡Honor, eterno honor a ellos!

La patria agradecida tiene ya sus nombres en letras de oro escritos, y nuestros nietos aprenderán en ellos, como en una Biblia del patriotismo, a amar y servir a Chile como lo amaron y sirvieron sus heroicos padres.

¡Noble Arturo Prat, estás vengado!

Ta sombra ha debido aparecerse aterradora sobre la cubierta del Huáscar al izar éste la bandera de rendición. ¡Terrible espectro!

Pero Grau no estaba allí; la muerte fue generosa con él ahorrándole ese tormento.

Piedad para su nombre, murmuran nuestros labios; se la dará Chile, y es seguro que cuando celebre mañana el triunfo de Angamos, una lágrima amargará los cánticos de gozo.

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PRENSA PERUANA

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VICTORIA NACIONAL[2]

(Editorial del “DIARIO OFICIAL”)

Octubre 9.- La escuadra nacional ha cumplido digna­mente con su deber.

El poderoso buque enemigo que hasta la fecha, y merced a la mayor potencia de sus máquinas, había logrado sus­traerse al alcance de nuestros cañones, han sido al fin compelido a batirse, y ha sucumbido bajo el fuego de las naves chilenas.

La resistencia del Huáscar ha sido digna del valor de sus vencedores, y el Gobierno de la República, interpretando fielmente los tradicionales sentimientos del pueblo chileno, ha ordenado que se hagan al cadáver del contra-almirante Grau todos los honores a que tiene derecho el enemigo que cae valientemente al pié de su bandera.

La corbeta Unión, que se sustrajo por la fuga a las eventualidades del combate, abandonando a su nave capi­tana, es perseguida con probabilidades de buen éxito por dos de nuestros buques.

La noticia de esta gran victoria nacional ha sido tras­mitida por telégrafo a toda la República, a las capitales de la Argentina y Uruguay y a nuestros representantes en Europa y Estados Unidos del Norte.

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¡VICTORIA!

(Editorial del “INDEPENDIENTE.”)

Octubre 9.—¡Qué hermoso es el espectáculo de un pue­blo de valientes que se agita como un inmenso lago al impulso de las brisas de la victoria! ¡Cómo, entonces, bajo la influencia del santo amor a la patria, todo lo que es peque­ño, innoble y bajo, desaparece para dar paso a todo lo que une, eleva y engrandece! Y ese espectáculo lo ofrecía ayer Chile entero, desde los arenales del desierto en que acampa nuestro ejército, hasta las últimas poblaciones del Sur, a las cuales pudo ir la fausta nueva en alas de la electricidad. El grito de ¡Viva. Chile! que lanzaron nuestros marinos, al ver alzada la bandera blanca sobre la poderosa nave, cuya cubierta fue regada por la sangre del heroico Prat, vino a anunciar de improviso a los dos millones de habi­tantes de esta privilegiada tierra, que una nueva página de gloria acababa de ser escrita en sus anales; que la sangre de sus mártires quedaba vengada; que empezaba el escar­miento para sus ensoberbecidos enemigos; y que virtual­mente quedaba asegurada una victoria que abre inmensos horizontes al prestigio, a la grandeza y prosperidad de esta República laboriosa, honrada y pacífica, a quien, en mala hora, llamaron al campo de las lides sangrientas la perfi­dia, el odio y el despecho.

La escuadra peruana que iba en su arrogancia hasta proclamarse la señora del Pacífico, vencida moralmente en Iquique por los héroes de un combate legendario, acaba de ser material y definitivamente deshecha frente de Mejillones.

El invencible Huáscar, acostumbrado a huir, tuvo que rendirse la primera vez que estrechado por nuestras naves de guerra se vio en la precisión de empeñar combate. Igno­rando a la hora en que escribimos las circunstancias en que se realizó el encuentro y la rendición, nos guardaremos bien de escribir una palabra sola que pueda ir a caer como una gota de acíbar en el corazón de los vencidos. Entre el heroísmo y la cobardía de muchos grados; y para que un hombre de guerra merezca el respeto de sus afortunados enemigos, no es condición indispensable que se haya mostrado digno de un pedestal. Basta con que haya salvado el honor de su bandera batiéndose como un hombre de honor, y confiamos en que así habrá sabido batirse el marino que supo honrar la memoria de Prat y enjugar las lágrimas de su esposa en los mismos momentos en que el Gobierno del Perú se cabria de ignominia procurando eclipsar, con inep­tas invenciones, la aureola que circundaba la cabeza del héroe.

Aunque las horas de las emociones profundas no son propias para la reflexión, bien se ve que el pueblo de Chi­le, al celebrar con inusitadas manifestaciones de júbilo la captura de la más poderosa de las naves enemigas, abar­ca en sil inmensa magnitud las variadas y trascendentales consecuencias de tan feliz acontecimiento.

La captura del Huáscar es la Esmeralda vengada. Es la escuadra enemiga destruida.

Es la guerra marítima terminada.

Es la costa peruana, y con ella las únicas fuentes de la riqueza pública y privada del Perú, a merced de nuestras naves y de nuestros batallones.

Es el abatimiento, la desmoralización, el desconcierto y desorganización del enemigo.

Es su ejército fraccionado, incomunicado y puesto en la imposibilidad de recibir víveres, municiones y refuerzos.

Es la alianza con Bolivia sometida a una prueba que, según todas las probabilidades, traerá su próxima y com­pleta disolución.

Es, en una palabra, el bloqueo de los enemigos de Chile, mientras llega para ellos la hora de que confiesen su derro­ta o de que les impongamos la victoria.

Pero con ser de grande importancia las consecuencias que en la pronta y feliz terminación de la campaña tendrá la captura del Huáscar y consiguiente incorporación de ese poderoso blindado a nuestra escuadra, ellas no son las únicas ni acaso las que mejor explican la indecible alegría y el indescriptible entusiasmo producido por el aconteci­miento de ayer.

Chile es ya dueño del Huáscar, y ha dado un gigantesco paso hacia la victoria; pero Chile estaba cierto de que el blindado peruano había de caer en su poder, y de que la victoria habla de venir al fin a consagrar la justicia de su causa y a premiar el denuedo de sus marinos y soldados.

Pero si Chile estaba cierto de la victoria, estaba impa­ciente de la tardanza, porque comprendía que ella amen­guaba su prestigio ante la América y mantenía en torno suyo una atmósfera favorable a los que hacían contra él la propaganda de las emulaciones, de los odios y de las interesadas calumnias.

La toma del Huáscar ha venido a disipar esa atmósfera pesada y malsana en que respirábamos con trabajo. Hoy nuestro derecho aparecerá ante el mundo afianzado por nuestra fuerza; y desde hoy podemos desdeñara los envi­diosos y mantener nuestros derechos con la templanza de quien tiene, tras la razón de su buen derecho contra los incapaces de oiría, la suprema razón de sus cañones.

Los que especulaban con la marcha lenta de nuestras operaciones bélicas, tendrán que dedicarse a alguna otra especulación más lucrativa. De hoy en más hasta los más candorosos desistirán del propósito absurdo de hacernos aceptar como razones las amenazas.

Empeñado aun en la guerra que dos repúblicas le pro­movieron, Chile ve ya el éxito asegurado y sus principales consecuencias realizándose en propio beneficio y en daño de sus insensatos provocadores.

Quisieron apagar en el Pacífico la luz de la estrella es­plendente de nuestro hermoso tricolor; y es el sol de la bandera peruana el que se eclipsa, y es nuestra estrella la que brillará como el sol.

Quisieron apropiarse las riquezas de que nuestro suelo es pródigo y que los brazos de los chilenos saben centupli­car, y helos ahí expuestos a perder las suyas y a sumirse en un abismo de miserias.

Pretendieron hacer de Chile una Polonia americana y borrar su nombre del mapa del continente, y he ahí ya a Chile en situación de medirlos con esa misma vara si tuviera de ellos los instintos rapaces y la conciencia de judío.

Pero Chile, que no se echará a dormir sobre los laureles segados, no abusará de su victoria.

Si abusara, seria indigno de la predilección con que siempre lo ha distinguido la Providencia.

Hoy, después de algunos meses en que ha parecido com­placerse en probar el temple de su alma, vuelve a prodigarle sus más alentadoras sonrisas.

Los campos, tapizados de verde alfombra, anuncian para los agricultores trojes repletas; para los pobres, pan ba­rato, y para el Gobierno, cajas llenas.

El alza considerable y persistente de los cobres dará, poderoso impulso a la minería, ocupación lucrativa a mi­llares de brazos y a la actividad industrial y comercial del país, nueva vida.

Y para colmo de esos dones con que el cielo nos favore­ce, las brisas de una gran victoria naval vienen a agitar la bandera de la patria sobre nuestros hogares, disipando las desconfianzas e inundando de júbilo todos los corazones.

Gloria a Dios en el cielo y gloria en la tierra a los bravos que, batiéndose como héroes a la sombra del sagrado estandarte de la patria, renuevan su pasado, engrandecen su presente y aseguran su porvenir!—Z. RODRIGUEZ.

***

CORRESPONDENCIAS A “EL COMERCIO” Y “NACIONAL” DE LIMA SOBRE EL COMBATE DE ANGAMOS[3]

A bordo de la Unión, octubre 12 de 1879.

Señores Editores de El Comercio, Lima:

Señores editores:

Impresionado aun por la serie de acontecimientos desarrollados el día 8 del que rige, dirijo a ustedes esta correspondencia.

No quisiera narrar a los lectores de El Comercio sino el heroico y sin igual combate naval que hemos presenciado el miércoles último; pero mi carácter de corresponsal me impone el deber de dar a conocer a ustedes todos los hechos ocurridos en esta última expedición. Paso a hacerlo.

A las cuatro de la mañana del 1º del actual zarpamos del puerto de Iquique en convoy con el Huáscar y el Rímac.

Francos ya del puerto, el Rímac hizo rumbo al norte y nosotros siguiendo las aguas del monitor nos dirigimos hacia el sur.

Entraba en los planes acordados navegar separados de la costa y guardando las precauciones debidas; así se hizo.

Sin ninguna novedad navegamos los primeros días, hasta el viernes 3, que a las ocho y media de la mañana distinguimos un vapor que navegaba pegado a la costa.

El Huáscar nos ordenó por señales reconocerlo. En consecuencia se aumentó el andar de la corbeta y estando ya a una distancia conveniente se afianzó el pabellón peruano con un cañonazo en blanco.

El vapor avistado se aproximó a nosotros, ostentaba ya en el pico de mesana la bandera inglesa y al tope de sus palos de trinquete y mayor el distintivo de la compañía inglesa de vapores.

A pesar de ello, se mandó a su bordo la visita de guerra; de regreso ésta dijo ser el vapor detenido el Chala, en viaje de Valparaíso para Antofagasta.

Su capitán se negó rotundamente a contestar a todas las preguntas que se le hicieron. El Huáscar, que había llegado al costado del Chala, mandó también su bote de visita. Tampoco pudo conseguir nada.

Tuvimos pues que dejar continuar su viaje al Chala y el convoy siguió su derrota siempre al sur.

Poco antes de las 11 de la mañana llegamos al puerto de Sarco, donde se encontraban fondeados dos buques de vela.

A la vez el Huáscar y la Unión destacaron sus embarcaciones para reconocer a dichos buques, que resultaron ser el bergantín goleta con bandera inglesa Coquimbo, cargado de harinas y otros artículos, y el otro la goletita Emilia con bandera norteamericana, en lastre.

Como los papeles no estuvieran en regla y usara sin derecho la bandera inglesa, se le remitió al Callao para que fuera juzgado por el tribunal de presas.

El teniente 1º don Arnaldo Larrea y el aspirante don Arturo de la Haza, fueron los comisionados para llevar a su destino la mencionada presa, que ya había sido sacada de su fondeadero, remolcada por el Huáscar.

No teniendo más que hacer en aquel puerto, nos dirigimos al de Coquimbo.

El Huáscar navegaba más pegado a la tierra por si algún transporte al avistarnos quería huir.

A las 12 h. 30 m. de la noche distinguimos el faro del puerto y montamos los islotes "Pájaros Niños".

Pronto estuvimos dentro del puerto y tan cerca de tierra que distinguíamos claramente los buques que se encontraban fondeados dentro de la bahía.

El Huáscar por un lado y nosotros por el otro reconocimos aquellos buques; ninguno era enemigo.

La Pensacola y un buque de S.M. británica se hallaban fondeados en la bahía.

No dejaba de notarse la agitación de los habitantes de Coquimbo, que corrían en distintas direcciones con luces en las manos.

Ustedes saben que Coquimbo está bien fortificado y creímos, como era natural suponer, que se nos hiciera fuego, siquiera estimulados por la presencia de los buques de guerra extranjeros; pero tampoco esta vez se han dejado sentir los cañones del enemigo.

Practicado el reconocimiento de la bahía, que duró tres horas, no restaba ya qué hacer y salimos de ella siguiendo al Huáscar.

A las 11 de la mañana del día siguiente entramos al puerto de Tongoy para reconocer un vapor que había allí fondeado. Este resultó ser el Cotopaxi, vapor del estrecho, en viaje de Caldera a Valparaíso.

Regresaban los botes que fueron a hacer la visita de guerra al Cotopaxi, cuando el vigía dio la voz de "humo por la proa".

En convoy con el Huáscar fuimos a reconocer el humo que se avistaba, gobernándose de modo de cortarlo por la proa.

Se afianzó el pabellón con un tiro en blanco y el vapor, en cuya solicitud íbamos, paró su máquina.

Se mandó practicar la visita de guerra, era el vapor Ilo de la Compañía Inglesa, en viaje al Callao.

Tampoco en este vapor se nos quiso suministrar ninguna noticia ni dársenos periódicos de Chile.

Habíamos llegado al fin de nuestra expedición, y no sé si porque le faltara carbón al Huáscar o porque se juzgaran más útiles los servicios de los dos buques en nuestra costa, resolvió el contralmirante Grau, de acuerdo con el comandante general García y García, regresar al norte, tocando previamente en determinados puertos.

En esta virtud, hicimos rumbo al norte, siguiendo las aguas del Huáscar, a quien ya le habíamos dado algunas toneladas de carbón.

Pronto comprendimos por el rumbo que llevábamos, que aquella noche debíamos entrar en Antofagasta.

No nos habíamos engañado: el Huáscar debía entrar al puerto para reconocer los buques que allí se encontraban, y la Unión cruzar la embocadura del puerto y Punta de Tetas.

A pesar de ser noche de luna, el tiempo estaba brumoso. El Huáscar, que a las doce y media de la noche había entrado a la rada de Antofagasta, salió de ella poco después de las tres de la mañana a todo andar. A la vez distinguimos cuatro buques más, que no podían dejar de ser enemigos.

Seguimos en convoy con el Huáscar y los cuatro buques avistados cambiaron señales y venían en nuestra persecución.

Al amanecer distinguimos claramente que los buques que nos perseguían eran un blindado, una corbeta y dos buques más, probablemente de los armados últimamente en guerra. Uno de éstos hizo rumbo para Antofagasta, sin duda a dar aviso.

Era tanta la tenacidad de los buques que nos perseguían y su buen andar, que fue necesario que la Unión abriera un poco el rumbo para dar tiempo a que el Huáscar, de menor andar, pudiera ganar al N. Se consiguió el objeto, pues ya habían quedado muy atrás los buques enemigos, aunque venían a todo andar y la corbeta que se iba separando del blindado cazó su aparejo.

Nos creíamos ya fuera de la alcance de la escuadra chilena, cuando se distingue que del N.O. venían otros tres buques cortándonos por la proa. Era el otro blindado, la corbeta O'Higgins y uno de los vapores armados de guerra. Este fue a juntarse con la primera división y el blindado y la corbeta seguían gobernando a cortarle por la proa el rumbo al Huáscar.

Poco a poco iban estrechándose las distancias y el blindado chileno le entraba ventajosamente a nuestro monitor, que comprendiendo que por estar estrechado sobre la costa no podía eludir un combate tan desigual, puso proa a tierra. Creímos por el momento que alguna descomposición en la máquina obligaba al Huáscar a pegarse a la playa para vararse. No había llegado ese caso felizmente; había sido una hábil maniobra del contralmirante Grau, que viendo que tenía que comprometer el combate se pegó a la tierra para proyectarse sobre ella y presentar menos blanco al enemigo.

Gallarda y majestuosa le presentó el Huáscar su torre al formidable blindado chileno y le descargó sus dos cañones: eran las 9.30 de la mañana.

El blindado, que no sé si sería el Cochrane o el Blanco, porque no es fácil distinguir a lo lejos, contestó los disparos hechos por nuestro monitor.

Se habían estrechado tanto las distancias y se hacían por ambos combatientes un fuego tan nutrido, que por momentos esperábamos que nuestro débil monitor fuera a sucumbir.

De repente vemos que el Huáscar pone proa al blindado y se larga sobre él a partirlo con el espolón; simultáneamente le descarga casi a boca de jarro los dos cañones de su torre; inútil valentía; el blindado con su doble hélice escapa del golpe y también le dispara sus cañones.

Había ya transcurrido el tiempo suficiente para que el otro blindado se uniera al primero. Desde este momento se trabó ya el combate entre el Huáscar, el Cochrane y el Blanco.

El fuego de cañón y de ametralladoras se hacía cada vez más nutrido y el Huáscar, hábilmente dirigido, maniobraba con la mayor rapidez, haciendo fuego a sus dos enemigos, sin presentarle la popa, que siempre se la buscaban, por ser la parte más vulnerable del monitor.

No es para escrito, señores editores, el gran espectáculo que teníamos a la vista.

Dos formidables naves de guerra con doce cañones de a 300 y un blindaje de 9 pulgadas, batiéndose con un débil monitor de 2 cañones y 4½ pulgadas de blindaje al centro, por 3 y 2½ en las extremidades.

Varias veces se veía al Huáscar írsele encima a uno de los blindados, y a éste que rehuía el golpe.

¡Qué combate tan asombroso! como que es el primero en su género.

¡Gloria a los héroes del Huáscar! es la palabra con que debemos exclamar todos los peruanos.

El valor, energía y patriotismo del bravo contralmirante Grau y su digna oficialidad y tripulación, es sin igual; no tiene ejemplo.

Como dato curioso, doy a continuación el número y la hora de los tiros disparados por nuestro monitor Huáscar y los blindados Cochrane y Blanco Encalada en el glorioso combate del 8 de octubre, de las 9 h. 30 m. de la mañana en que principió el combate, hasta las 10 h. 38 m. en que ya perdimos de vista a los combatientes.

Helo aquí:

Huáscar rompió los fuegos.

Horas.- 9.30; 9.32; 9.36; 9.37; 9.41; 9.42; 9.46; 9.46; 9.50; 9.50; 9.55; 9.55; 10.5; 10.5; 10.10; 10.10; 10.13; 10.13; 10.21; 10.23; 10.29; 10.30; 10.32; 10.32; 10.38.- Total, 25 disparos en una hora ocho minutos.

Blindados chilenos:

El primero con quien se trabó el combate y que creo sea el Cochrane:

Horas.- 9.36; 9.38; 9.41; 9.42; 9.46; 9.47; 9.50; 9.50; 9.52; 9.54; 9.57; 9.58; 9.58; 10.3; 10.3; 10.7; 10.9, 10.12; 10.15; 10.15; 10.16; 10.18; 10.19; 10.21; 10.23; 10.29; 10.29; 10.35; 10.36; 10.36.- Total, 30.

Segundo blindado Blanco Encalada:

Horas.- 10.22; 10.22; 10.24; 10.24; 10.38; 10.38.- Total, 6.

A las 10.38 minutos apenas se distinguía el humo de los buques y se veían los fogonazos, sin percibirse de cuál salían.

Con la desesperación consiguiente nos alejábamos de nuestro monitor; pero no podía ser de otro modo.

Desde que se avistó al segunda división chilena y se estrecharon las distancias, los dos blindados se dirigieron al Huáscar y en persecución nuestra la O'Higgins y otros dos buques que presumo fueran otra corbeta y el Loa.

No era prudente, pues, que la Unión comprometiera un combate serio con las dos corbetas y el Loa, porque a éstas se hubieran reunido desde que dejáramos nuestro rumbo todos los demás buques ligeros que venían por el sur entablándose así voluntariamente una de las luchas más desiguales, que por mucho que hubiéramos hecho y por grandes que fueran los sacrificios que nos impusiéramos, era punto menos que imposible poder contrarrestar, si no con ventaja, a lo menos con igualdad al enemigo y se habría perdido la corbeta, aunque sucumbiéramos heroicamente.

Sin embargo de estas poderosas razones, la Unión maniobraba para ver si podía conseguir que algunos de los buques chilenos se separaba de los otros para acometerle.

El Loa, que era el que mejor navegaba y que había avanzado un poco, nos disparó con sus colisas de proa de 150 cuatro cañones con intervalos de 8 a 10 minutos, pero a tanta distancia que no llegaban ni a la mitad del espacio intermedio, que no era menos de 7.000 metros.

Vista la difícil situación que atravesamos, juzgó el comandante general llegado el caso de reunir una junta de guerra para acordar la resolución que debía adoptarse en circunstancias excepcionales.

En efecto; se reunió ésta bajo la presidencia del comandante general capitán de navío don Aurelio García y García, del comandante del buque capitán de navío don Nicolás F. Portal, del 2º comandante capitán de corbeta don Juan Salaverry, tercer comandante capitán de corbeta graduado don Emilio M. Benavides, mayor de órdenes de la 2ª división naval capitán de fragata don Gregorio Pérez y el teniente coronel 2º jefe de la columna Constitución del Callao, doctor don Leopoldo Flores Guerra.

Después de deliberar detenidamente lo que debiera hacerse, acordó la junta de guerra en primer lugar que nada podía influir en la suerte del Huáscar el combate que empeñara la Unión con los buques de madera; y resolvió que la Unión combatiese con cualquiera que fuese el número de buques de madera si llegaba a ponerse al alcance de nuestros cañones; y que en caso de que así no sucediera debía seguir el mismo rumbo que ya había sacado a la corbeta del centro de la escuadra enemiga, sin que esta hubiera podido impedirlo.

El Loa, que ya había avanzado algo, temiendo que volviéramos sobre él, acortó su andar para juntarse nuevamente con sus consortes las corbetas.

Estos buques continuaron con alternativas de más o menos distancias durante todo el día por nuestra popa, en cuya dirección se les veía con bastante claridad al oscurecer y pasadas algunas horas de la noche.

A la madrugada del 9 llegamos al puerto de Arica, donde no permanecimos sino el tiempo suficiente para hacer carbón y embarcar a los prisioneros chilenos del regimiento Yungay que debíamos conducir a Mollendo.

Llegamos a aquel puerto a más de las 11 de la mañana del día siguiente, y después de desembarcar a los prisioneros chilenos y de esperar instrucciones por telégrafo del director de la guerra, nos hicimos nuevamente a la mar con rumbo hacia el norte, navegando con las precauciones debidas; y hemos fondeado en este puerto a las 5.15 P.M.

No se borra todavía de mi imaginación el estruendo de los cañones de los blindados; ni se aparta de mi vista lo grandioso del sublime y desventajoso combate sostenido por el Huáscar contra el Lord Cochrane y el Blanco Encalada.

¡Ojalá nuestro heroico monitor no haya desaparecido, para que la patria agradecida recompense como se merece el valor, pericia y sacrificio de sus gloriosos hijos los tripulantes del Huáscar!

Si ha sucumbido, que la patria los llore, aunque nunca será bien sentida la pérdida que llenará de dolor a la república entera.

¡Loor a los héroes del Huáscar!

Gloria para los mártires del 8 de octubre!

El corresponsal.- J. R. C.

***

A bordo de la Unión, al ancla en el puerto del Callao, octubre 12 de 1879.

(Fragmentos).

Señor Director de El Nacional:

A las doce de la noche el Huáscar recaló a la ensenada de Antofagasta, siguiendo nuestra corbeta sus aguas, y aguantándonos a una milla fuera del puerto, a aguardarle.

Se avistaban las luces del pueblo desde el sitio adonde nos habíamos aguantado.

Esperamos hasta las dos de la mañana, hora en que salimos, para aguantarnos sobre nuestra máquina aguardando a dos millas de Punta de Tetas hasta las tres de la mañana que salió el Huáscar y puso proa al norte pasando entre nosotros y la costa como una exhalación.

A las 3.30 A.M. se avistaron tres buques al norte; procedimos a reconocerlos, después de haber cambiado con el Huáscar la señal de buques sospechosos a la vista.

Del reconocimiento resultaron ser cuatro buques enemigos: se hizo al Huáscar la señal respectiva y navegamos al S.O., atrayendo la atención de esos buques, dando al Huáscar tiempo de ganar terreno al norte.

No había duda: los buques enemigos nos perseguían y avanzaban dándonos caza con un andar rápido.

Entonces empezó un plan de defensa hábil e inteligente, que hubiera producido buen efecto si la noche no hubiera estado tan adelantada y el día próximo a rayar.

Nuestra corbeta empezó a evolucionar trazando círculos, navegando con la mitad de su andar, para llamar la atención de los buques enemigos, mientras el Huáscar avanzaba para ponerse fuera de su alcance.

La corbeta obedecía al timón, gobernado por la voz del inteligente marino que lo comanda como un corcel fogoso bajo la mano hábil de un buen jinete. El comandante general, sereno y tranquilo, con su habitual prudencia y mirada perspicaz, seguía desde el puente las maniobras.

Nuestro mejor andar nos permitía acercarnos o alejarnos del enemigo a voluntad, navegando entonces en todos los rumbos para desorientarlo y permitir que el Huáscar se pusiese fuera de su alcance.

Por orden del comandante general que dirigía todos los movimientos, se cortó nuestro andar y se arrojó por la chimenea una inmensa columna de humo, con el fin de llamar la atención del enemigo sobre la corbeta, lo que se consiguió, pues mientras el Huáscar se escapaba nos perseguían a nosotros.

Esta lucha duró hasta las 7 de la mañana, hora en que se pudo apreciar en su verdadero valor nuestra situación. El día había aclarado por completo y se divisaba distintamente en el horizonte los buques enemigos que obedeciendo a un plan combinado de antemano dominaban nuestra posición.

Uno de los vapores que nos perseguía por el norte se desprendió del convoy y se encaminó hacia tierra.

Estábamos rodeados por dos divisiones: una por el lado de la costa y la otra por el noroeste.

La primera la componían un vapor, un blindado y una corbeta; la segunda era compuesta también de un vapor, un blindado y una corbeta. Total 6 buques y con el que había tomado la dirección de la costa 7 que nos perseguía desde la madrugada.

A las 8 de la mañana, con el auxilio de los anteojos, se divisaban los buques enemigos en su tamaño real y se podía seguir distintamente las peripecias de la caza que nos daban.

El Huáscar iba por nuestra proa.

La división de la costa que venía siguiendo nuestras aguas, se iba quedando atrás y la corbeta izó sus velas para acelerar su andar.

Pero la división del noroeste marchaba con una rapidez que hasta entonces no se conocía en los blindados enemigos y venía a cortarnos la retirada.

A las 8 y media se habían acortado tanto las distancias, que esperábamos por momentos ponernos a tiro de cañón.

El Huáscar se iba quedando atrás a pesar de que nuestra corbeta no marchaba con toda la fuerza de su máquina.

Estábamos casi frente a la Punta de Mejillones de Bolivia.

El enemigo nos había acorralado.

Era ese el plan del redactor de Los Tiempos cuando preguntaba, en su estilo a la Girardini, después del combate de Antofagasta: ¿por qué no se acorrala al Huáscar y se le obliga a presentar un combate con nuestros blindados, en el que tiene irremediablemente que sucumbir?

Sí, ese era el plan, que la casualidad o el arrojo temerario del contralmirante Grau había dado lugar a que se lo pusiesen en práctica.

No había otra perspectiva que una lucha monstruosamente desventajosa para nuestras naves, lucha colosal, en que el solo pensamiento de resistencia era el heroísmo sin límites, en su grado infinito.

La persecución de los blindados se dirigía al Huáscar únicamente: la corbeta y el transporte de la segunda división nos perseguían a nosotros: en la primera conocimos a la O'Higgins y en el transporte al Loa.

A las 8 de la mañana, los buques que nos perseguían por el norte habían quedado un poco atrás; pero los otros avanzaban con una rapidez extraordinaria.

Era irremediable un combate por parte del Huáscar, que no podía competir en el andar con el Cochrane, que era el blindado que lo acosaba.

A las 9 y 20 A.M. el Huáscar puso la proa a la costa. Una vez cerca de ésta, presentó su costado al enemigo, haciendo dos tiros sobre él. Eran las 9.39 cuando rompió los fuegos.

La tripulación de nuestra corbeta, encaramada en las jarcias y aglomerada sobre la toldilla y en el castillo de proa, lanzó un entusiasta ¡viva el Perú!

El monitor hubiera podido seguir navegando en retirada durante algunas horas más, aplazando el combate lo más tarde que le fuese posible. La hora no era a propósito para poder sacar ninguna ventaja, pues el día estaba principiando. Pero el contralmirante Grau quiso ser el primero en romper el fuego.

Entonces empezó el combate.

El Huáscar hizo dos tiros más, que fueron contestados por el blindado, disparando los dos cañones de la batería de estribor.

Estos tiros de uno y otro lado fueron demasiado altos, yendo a caer en el mar, donde levantaron pequeñas columnas de agua. A las 9 y 40 m. el Huáscar gobernó para ponerse en mejores condiciones y continuar el combate.

A las 9.42 m. el blindado hizo tres tiros, todos demasiado altos.

El Huáscar disparó enseguida los dos cañones de su torre, que no obtuvieron mejor efecto que los del enemigo, sin embargo de que sus punterías eran más certeras. A las 9.45 m. una bomba del Huáscar reventó en la proa del blindado, saltando los cascos sobre la cubierta de éste. A las 9.46 m. un proyectil lanzado por el blindado fue a parar a la Punta, en tierra. A las 9.48 m. el Huáscar hizo un tiro corto y otro alto.

El blindado hizo uno alto también. A las 9.50 el blindado hizo dos más, también altos. A las 9.58 el Huáscar se apartó de tierra y gobernó sobre el blindado, embistiéndole con el ariete, para pasarlo por ojo.

Este viró con rapidez y esquivó el golpe.

El monitor pasó por la popa del blindado y siguió haciéndole fuego sobre el costado opuesto. Entonces hizo uso de su ametralladora y fusilería.

A las 10 el blindado hizo un tiro alto. A las 10 y 3 m. el Huáscar hizo dos tiros, pero ambos cortos. A las 10.5 el blindado hizo tres tiros altos. A las 10.9 m. el Huáscar el Huáscar hizo dos tiros, que parecen haber pasado por la cubierta del blindado yendo a caer al mar.

A esta hora volvió a pasar por la popa del blindado, para ponerse cerca de la costa en su primera posición.

Desde entonces la distancia que nos separaba del sitio del combate no nos permitía apreciarlo en todas sus peripecias.

Los combatientes estaban a 300 metros de distancia uno de otro.

Hubo ocasiones en que las evoluciones que hacían para acercarse y ofenderse los ponía a distancia de tiros de piedra.

El combate seguía cada vez más reñido.

El Huáscar parecía un barquichuelo; el blindado se asemejaba a una inmensa mole negra, a un monstruo marino.

Era la lucha de David con Goliat.

El combate tomaba un aspecto colosal: era la lucha de un pigmeo con los alientos de un gigante contra un monstruo.

El Huáscar no era una máquina de guerra inconsciente que arrojaba proyectiles; tenía una fisonomía propia, era la expresión de la voluntad de su comandante que se veía en todas sus manifestaciones; parecía un león hostigado que estaba dispuesto a vender caro su vida.

Se precipitaba sobre el enemigo furioso y éste esquivaba sus golpes; avanzaba y retrocedía, se detenía y volvía enseguida a avanzar, daba vuelta a su alrededor buscando dónde herirlo; atacaba siempre y sólo le daba tiempo al contrario para defenderse; sus maniobras eran rápidas como el pensamiento; era un león enfurecido que trataba de despedazar al enemigo que lo acosaba.

Pero el combate aun no había tomado el aspecto gigantesco que hace de él una excepción de los demás.

El otro blindado se acercaba y a las once y media, hizo su primer disparo sobre el Huáscar.

El combate era insostenible y sin embargo nuestro monitor seguía batiéndose.

Se colocó entre los blindados y disparó sobre ambos sus cañones alternativamente.

Fue una maniobra atrevida, porque ninguno de los blindados podía hacer fuego sin ofenderse mutuamente.

Pero esta posición no podía durar mucho tiempo; los blindados maniobraron y el Huáscar hizo lo mismo, quedando los buques enemigos paralelos frente uno al otro, mientras que el monitor sólo podía ser ofendido por el costado de uno de ellos, del que estaba a la cuadra.

El Covadonga pasó frente al monitor y le hizo un disparo, siguiendo después las aguas de los dos buques que nos perseguían.

A las doce apenas veíamos los humos de los combatientes, que se confundían formando una nube negra cerca de la costa.

No era posible apreciar más lo detalles de la lucha.

Nuestra corbeta seguía navegando en retirada; en todos los rostros se pintaba la consternación. Todo el mundo sin excepción de clase hubiera querido batirse y auxiliar al Huáscar, pero era de todo punto imposible hacerlo.

Al habernos aproximado a los blindados a la distancia en que pudiesen ofenderles nuestros cañones, hubiéramos sucumbido a sus tiros.

Además, para entrar en combate era preciso hacerlo con todos los buques de madera; y nuestra corbeta no podía batirse con cuatro de artillería de mayor calibre, arriesgándose en una lucha cuyo resultado no era dudoso, pues atendidas las fuerzas, el número y la superioridad del enemigo, éstos nos hubieran echado a pique inmediatamente.

El amor propio y la dignidad nos inducía al combate; el deber, la conveniencia y la prudencia, nos aconsejaban lo contrario.

Se había hecho todo lo posible por salvar el Huáscar y no se podía hacer más, pues, sobre la lucha del momento, estaba la guerra tomando un giro terrible para las naciones aliadas, con la pérdida de la primera nave de nuestra escuadra, en un combate honroso para el Perú y en la que la derrota era una verdadera gloria.

Nuestra corbeta seguía navegando en retirada, mientras continuaba a lo lejos el combate, grande, inimitable, gigantesco, tal como debe ser entre un buque con un blindaje de cuatro pulgadas y dos cañones de a 300, contra dos buques de nueve pulgadas de blindaje cada uno, montando ambos doce cañones de a 300 también.

Es el primer combate entre blindados que registra la historia de la guerra naval.

El Loa y la O'Higgins seguían persiguiéndonos con un andar de 11 a 12 millas, con toda la fuerza de sus máquinas.

Nuestra corbeta iba también con toda la fuerza de la suya, la cubierta se estremecía bajo nuestros pies y el aparejo temblaba con la remecía del buque en su vertiginosa carrera, cortando con su quilla el agua con una velocidad rápida.

El Loa ganaba terreno acortando la distancia.

A las 3.30 m. P.M. nos hizo un tiro de cañón que quedó corto. A las 3.40 m. volvió a hacer otro, corto también. A las 3.42 hizo un tercer tiro también corto.

A las 4 de la tarde con un cañoncito de a 12, que teníamos a la popa, se le hicieron dos disparos con bombas, cuyo efecto por el tamaño del proyectil no se pudo apreciar.

Entonces acortó su andar, quedándose atrás, hasta las 6 de la tarde en que tanto la O'Higgins como el vapor se perdieron por completo de vista.

Durante la persecución que nos hicieron ambos buques, se mantuvieron a una distancia prudente para en caso de combate hacerlo los dos contra nosotros.

La artillería de ambos buques es de a 150 de calibre.

Seguimos navegando al norte, fondeando en Arica a las 8.36 m. de la mañana del día 9.

M. F. HORTA.

***

REFLEXIONEMOS. [4]


(Editorial del diario oficial EL PERUANO.)

Cuando se abre el espíritu completamente al dolor, después de un suceso adverso, se corre el muy grave riesgo de no apreciar con exactitud la situación en que se halla y de no proceder en seguida con acierto en las dificultades que quedan. Así, por muy grande, como es sin duda, el golpe que hemos sufrido con la pérdida del mejor de nuestros buques de guerra, no debemos olvidar que estamos empe­ñados en una gran lucha, en la que se están poniendo a prueba el temple de nuestra alma, el grado de nuestro patriotismo y hasta de nuestra cultura y civilización.

Solamente la reflexión, la serenidad en la desgracia, conforme fuimos moderados en la fortuna, la actividad y la audacia, deben tener hoy cabida en nuestro espíritu. No es este el momento de averiguar quién tuvo la culpa en tal o cual incidente ni de hacer manifestaciones estériles, como sucediera en Chile a causa de la pérdida del Rímac. El Perú es una República diferente: aunque con el Huáscar ha perdido, por el momento, su preponderancia marítima, no ha dado ni dará el escándalo de seguir el ejemplo de un pueblo abyecto y degradado por el látigo como el conquis­tador de la costa boliviana; de un pueblo que necesita un pretexto para estallar, como una premiosa necesidad, oprimido como se encuentra y esclavizado por un régimen gu­bernativo y social que pertenece a los peores tiempos de la Edad Media.

Serenidad y confianza: este es el primer consejo que te­nemos que dar a nuestro pueblo, que hasta aquí se ha presentado a la altura de su patriotismo y de la justicia y de la razón que defiende; porque tal es la actitud que cor­responde a un país valiente; que sabe por experiencia pro­pia que en la guerra hay emergencias desgraciadas como también las hay y hemos tenido felices; y que confía en sus propias fuerzas y en sus jefes, que han dado pruebas de competencia.. Unidos como estamos, sin declamaciones ri­dículas ni exageraciones peligrosas de plazuela, iremos adelante, siempre adelante, organizándonos en batallones para la lucha, utilizando todas nuestras armas, hasta perecer, si es posible alguna vez que un Estado perezca, le­vantando con gloria nuestro pabellón, jamás ofendido im­punemente.

¡Cuántas hazañas en el espacio de cinco meses tenemos que imitar! ¡Cuántas páginas sublimes registrará mañana la historia!

Aceptamos primero con entereza la guerra declarada por el hermano infame; soportamos después el bloqueo de Iquique y el insulto, mientras reparamos nuestros buques desartillados; emprendimos la ofensiva con valor, a pesar de que no teníamos casi escuadra y que eran de nuestro enemigo los blindados más poderosos que surcaban el Pacífico; hundimos a la Esmeralda por el crimen de haber asesinado traidoramente mujeres y niños en Pisagua; nuestras frágiles embarcaciones se presentaron repetidas veces frente a los enormes cañones de Caldera y Antofagasta; el Huáscar solo apagó los fuegos de este último puerto: en las costas del Perú y de Bolivia, en Panamá y en Chile y hasta en Magallanes en todas partes han estado con noso­tros la actividad, la reflexión, la energía inquebrantable y el respeto profundo a las leyes de Dios y a las leyes internacionales.

La escuadra, chilena tuvo, a pesar de su inmensa supe­rioridad, que retroceder vergonzosamente; se destituyó a sus jefes, mientras los nuestros acometían diversas haza­ñas, mereciendo ascensos. Ellos quemando lugares indefen­sos y asesinando a seres inocentes, nosotros salvando sus náufragos y respetando los intereses neutrales.

Tales son los hechos; ese el paralelo que los hechos es­tablecen y que debemos recordar en estos instantes de prueba. La inferioridad inmensa en las fuerzas; la supe­rioridad constante de nuestros actos. Ellos preparados hace diez o doce años contra el Perú; nosotros sorprendidos desarmados el 5 de Abril. La campaña marítima tenía que ser terrible para nosotros porque estábamos muy dé­biles: solo nuestros marinos han podido sostenerla y la sos­tendrán. Animo, pues! Estamos al principio de la guerra; alistémonos todos a dar nuevo impulso a la campaña y a prolongarla tanto cuanto sea necesario, para que nuestros soldados y nuestros cañones lancen de Bolivia a los inva­sores y para, que nuestro porvenir sea tranquilo y brillante. No defendemos solo al Perú y Bolivia—sino a toda la América!

Inspirémonos en el ejemplo del Huáscar: él solo, con dos cañones de sistema ya antiguo, luchando contra una gran escuadra: él haciendo un tiro cada quince minutos proba­blemente, mientras doce cañones de grueso calibre vomi­taban fuego sobre su cubierta y costados, sin contar los disparos de las corbetas y trasportes: el Huáscar, un bergantín, cuya importancia y fama no dependía ni de sus dimensiones, ni de su blindaje, ni de su artillería, sino de Grau y los valientes que lo tripulaban, rodeado por varias fortalezas flotantes, cada una relativamente seis a ocho ve­ces superiores a él. ¡Cuánto heroísmo, Dios mío, de que no hallamos ejemplo en ninguna época ni en ningún país!

Si, como hay fundados motivos para decirlo, la campaña terrestre va a entrar en una nueva faz, debemos felicitarnos de ello. El Gobierno, por su parte, se prepara en vasta escala: si en el Océano Chile ha hallado un enemigo heroico hasta el sacrificio, en tierra le presentaremos indu­dablemente un combate formidable.

***

 (EL COMERCIO.)

Lima, Octubre 9 de 1879.—Los telegramas de Arica que hemos publicado en nuestra edición anterior, apenas permiten dudar de la pérdida del Huáscar.

Una sola esperanza nos resta, y confiamos en que el Dios de las naciones, que tan poco propicio se nos ha mostrado esta vez, querrá que no sea defraudada esa esperanza: la de que el monitor peruano haya sucumbido gloriosamente, y sin que tengamos que lamentar otras víctimas que aque­llas absolutamente indispensables para realzar el cruento sacrificio que la patria ha exigido de los tripulantes del Huáscar.

Un combate reñido, inevitable, entre un pequeño buque armado de solo dos cañones y protegido apenas por un blindaje de dos y media a cuatro pulgadas, y dos poderosos navíos de seis cañones cada vino y con un blindaje de más de nueve pulgadas, debía fatalmente tener un fin siniestro para el primero. Tal es la verdad; no nos forjemos ilusio­nes. Demos por perdido el Huáscar, y venzamos nuestra natural congoja para sacar fuerzas de nuestra misma fla­queza.

En las horas de adversidad se prueban los espíritus, y los más fuertes triunfan de la adversidad y se sobreponen a ella.

El Huáscar, era uno de nuestros principales elementos en la presente guerra, pero no el único por fortuna. Nos quedan otros todavía: nos quedan buques menos fuertes, pero tan ligeros, como  la Unión y la Pilcomayo; y menos ligeros, pero más fuertes, como el Manco Cápac y el Ata­hualpa. Con un poco de calma y de talento se puede com­binar las cualidades de estas naves, de tal manera que, aunque ninguna de ellas baste por sí sola para reemplazar al Huáscar, en conjunto sean capaces de continuar hosti­lizando al enemigo. Nos queda un ejército numeroso, bien armado, que cada día gana en disciplina y cuyo constante afán es combatir; nos quedan fuentes abundantes de re­cursos, cuya forma de explotación acuerdan en este mo­mento los altos poderes del Estado y de las cuales tenemos mucho que esperar aun: nos queda, en fin, la convicción de que, en estos solemnes momentos de prueba, no habrá pe­ruano que no sacrifique todo género de intereses en prove­cho de la patria.

Por el momento no necesitamos sino calma y prudencia. No perdamos el tiempo en peligrosas recriminaciones, en lamentaciones estériles. No miremos atrás; miremos adelante. ¡Que los desastres del pasado, en vez de inspirarnos desaliento, nos retemplen y den fuerzas para buscar en el porvenir las compensaciones que el honor y los intereses nacionales exigen!

***

 “EL NACIONAL.”

Ocupándose de la desgraciada noticia, de ayer, da una ligera explicación de la posición topográfica del puerto de Mejillones, de lo que deduce que a pesar de las señales de la Unión y de la salida forzada del Huáscar, los blinda­dos pudieron batirlo con ventaja.

El colega termina así:

“Sea de ello lo que fuere, debemos abrigar la íntima se­guridad de que los tripulantes del Huáscar, desde el co­mandante hasta el último soldado, han cumplido con su deber.

“Por manera que, si se confirman las noticias adversas que han contristado dolorosamente nuestro espíritu, nos quedará la íntima satisfacción de que el Perú cuenta con una legión de verdaderos héroes para defender la integridad de su territorio.

“Verdad es que ese resultado, aunque elevase nuestro nombre a grande altura e hiciese resplandecer el brillo de nuestras armas, no compensaría la pérdida que podemos haber sufrido, porque al fin lo que se busca en la guerra es el triunfo; pero al menos el enemigo adquirirá el íntimo convencimiento de que aún le restan grandes obras por acometer para poner el sello de los hechos consumados a la usurpación de que se ha hecho reo.

“Felizmente el Perú, con el mismo heroísmo con que lucha en los campos de batalla, se resigna a los más gran­des contrastes. Una prueba de ello dio cuando la pérdida de la Independencia.

“Hoy, pues, aunque tuviese la conciencia de su desgra­cia, no volverla la cara atrás sino para erguirse con más firmeza, al recordar las acciones heroicas de los que pue­dan haber sucumbido en defensa de la patria.

“Toca a los poderes políticos, por su parte, resolver hoy mismo las grandes medidas que deben resarcirnos de la pérdida, casi total, de nuestro poder marítimo, si es que el legendario Huáscar ha sucumbido.”

***

LÁ “OPINION NACIONAL.”

Copia los telegramas oficiales recibidos ayer de Arica, precedidos de estas palabras:

“El patriotismo pasa en estos momentos por suprema angustia: el telégrafo anuncia la probabilidad de una gran desgracia; pero aun no hay la evidencia de su consumación.

“El Huáscar, el glorioso Huáscar, quedaba batiéndose con toda la escuadra chilena y honrando con sus heroicos disparos el pabellón que tantas veces enalteció con sus hazañas.

“El resultado no lo conocemos; pero toda conjetura pa­rece adversa.

“Soportemos este golpe con resignación y valor: esa nave era el orgullo del Perú, pero no era el Perú.

“Aun nos queda el Perú, valiente, poderoso, abnegado: estamos todos de pié y no pudiéramos por ahora llevar la guerra al enemigo; el enemigo no puede traérnosla tampoco.

“Demos, pues, tregua al dolor y levantemos nuestra con­fianza.”

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PRENSA BOLIVIANA

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MEDIDAS EXTREMAS [5]

(Editorial del HERALDO de Cochabamba del 27 de Octubre).

El desastroso combate naval de Mejillones coloca a la alianza Perú-boliviana en una cruel alternativa.

O tiene que declararse impotente para continuar la lucha, en cuyo caso tendrá que someterse, desde luego, a todas las condiciones que quiera dictarle su odioso competidor, por duras que sean.

O bien, revistiéndose de grande energía y sacando recursos y elementos de su propia situación, acepta la guerra con todas sus emergencias, sobreponiéndose a toda otra consideración, hasta salir airoso en la demanda o caer exánime ante el golpe homicida del Caín americano.

Lo primero es humillante, vergonzoso e indigno de pue­blos que se llaman libres, de pueblos acostumbrados a la lucha heroica y terrible, como fue la de la independencia.

¿Habría seres tan degradados que opten por la paz de Chile, en cambio de nuestro litoral, de nuestra honra y dig­nidad?

¿Balden eterno para los que así piensen!

Mas no, que no hay boliviano ni peruano que no sienta enrojecérsele el rostro de vergüenza y santa indignación al solo considerar esta triste eventualidad, y que encendido en ira no exclame: “¡Guerra a muerte a los salteadores del Mapocho!” “Odio profundo e inextinguible a los profanadores de la ley y de la justicia americana.”

Queremos y debemos hacer, pues, la guerra a todo trap­eé, cueste lo que cueste.

Mas, para esto preciso es abandonar los términos me­dios, y emplear ya las medidas extremas, es decir, aquellas que aconsejan la necesidad de la guerra y el logro del noble fin que proponemos.

Al efecto, póngase en campaña todo el país; cada cual dé lo que pueda o lo que tenga para, los gastos de la guerra. Corporaciones y pueblos trabajen en común, movidos por un solo pensamiento, por una sola voluntad y resolución.

Declárese traidor a la patria todo el que contraríe de obra o de palabra este magnífico propósito y hágasele sentir todo el rigor de la ley.

Véndanse todas las valiosas propiedades chilenas exis­tentes en Bolivia, para acudir con su producto a las exigencias de la guerra chilena.

Este es un gran recurso.

No se dirá que usurpamos lo ajeno, no. Hacemos uso de una retaliación justísima para repeler a los mismos que tratan de robarnos la mejor joya de nuestro territorio con sus inagotables riquezas.

Fuera de esto, revístase al poder público de toda la fuerza y autoridad que ha menester para llenar los múlti­ples y sagrados deberes que le impone la salvación de la patria.

Calle todo ante el peligro común.

Solo así habrá unidad de acción, prontitud en los procedimientos y vigor suficiente para encaminar nuestras huestes a la victoria sin tropiezos de ningún género.

Cese, pues, el indiferentismo y marasmo consiguiente a la prolongación de la guerra, y agrupados todos en torno del sagrado pabellón nacional, trabajemos sin descanso por hacerlo flamear otra vez allí donde se ostenta ahora la traidora y aleve bandera estrellada.

Aun no hay mucho que hacer. No es un revés marítimo el que puede enervar nuestro patriotismo. A veces del mismo mal se produce bien mayor.

Hagamos sobre todo supremos esfuerzos para recuperar el poder marítimo, debilitado con la doble pérdida del Huáscar y de la Independencia.

En resumen, hágase todo cuanto es posible al esfuerzo humano, sin trepidar en el costo ni en las dificultades. ¿De qué no es capaz el patriotismo?

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PRENSA ARGENTINA

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LA PRENSA ARGENTINA Y LA RENDICION DEL “HUÁSCAR”

CUÁNTA NOBLEZA!


(Editorial del CORREO ESPAÑOL de Buenos Aires del 10 de Octubre.)

No bien tuvimos el primer aviso del combate de Meji­llones, en que la bandera peruana ha sido arriada por se­gunda vez ante el enemigo, desde que se inició la campaña naval del Pacífico, nuestro espíritu se prepara para oír a algunos colegas a quienes no podía hacerles gracia el triunfo que en aquellas aguas lograban las armas de nues­tros vecinos ultramontanos.

La rendición del Huáscar tenía que ser apreciada a su antojo por aquellos a los que mataba la esperanza de ver a Chile vencido, tributario y empobrecido, destruido su poder marítimo y sin miras de levantarse, sino tras largo tiempo, de una postración a que con placer lo hubieran visto condenado.

LA PRENSA, por una parte, sin acordarse de cuán malo es hacer suposiciones, hace algunas de ese combate que a fe son perdonables en el colega, dado ese lujo de novedad y redundancias con que reviste toda noticia grave que apa­rece en sus columnas.

El colega presenta al Huáscar cual un débil niño ro­deado por una escuadra de atletas, convertido en “una fie­ra que, ensangrentada y en agonía, yace en tierra.”

No dudamos que el contra-almirante Grau se haya ba­tido como un león al verse acosado por los buques enemi­gos, que haya muerto como un valiente sobre el puente de su nave, y que sus subalternos le sucedieron con iguales disposiciones para morir con gloria.

Lo esperábamos y lo aplaudimos.

Pero aun así, ¿por qué se pretende desvirtuar el efecto moral de esa acción? ¿A qué conduce eso de empequeñecer la estrategia de los marinos chilenos por haber logrado en­cerrar al marino que jamás presentó combate sino en con­diciones de una superioridad extraordinaria?

De otro modo era imposible coger o hundir al Huáscar; con su andar habría burlado siempre a sus enemigos cuando se presentaran en condiciones iguales o superiores.

El Huáscar, pues, se ha visto obligado a rendirse ante un enemigo que lo atacó en buena lid y del cual huyó sin conseguir escapar, teniendo como último recurso que resistir hasta que le fuera posible, y salvar por lo menos a la corbeta Unión que, dado su andar, pudo por lo visto tomar rumbo a Arica, despreciando el comandante García y García la ocasión de imitar a su noble y heroico compañero de armas.

Pero no se reduce a ese solo punto la nobleza de ciertos periódicos: va aun mas allá de tales límites.

LA REPÚBLICA, no menos que el órgano oficial del Gabi­nete nacional, aprecia ese hecho en los términos siguientes:

“Las noticias de más sensación ayer han sido las refe­rentes a la rendición del Huáscar. Han conmovido la opinión, al ver que la escuadra del Perú, queda destruida, y aumentada la de Chile con un buque más, y poderoso, como es el Huáscar. Nuestros políticos de aquí comenzarán a arrepentirse y a divisar peligros ciertos, porque la intolerancia y la petulancia de Chile no tendrá límites.

¿Tenía o no razón LA REPÚBLICA cuando en una serie de editoriales decía que había llegado la oportunidad de arreglar nuestra cuestión con Chile definitivamente, y que si nos declarábamos neutrales debía ser a rendición de un arreglo definitivo?”

Y esto lo dice el diario de que es propietario el señor Presidente Avellaneda, no mucho tiempo después de que su Ministro de Relaciones Exteriores se dirigía al Congre­so en estos términos a propósito de la cuestión con Chile:

“Mientras esas naciones se desgarran en lucha fratricida y prefieren dirimir sus cuestiones en medio del humo y de la sangre de las batallas, en vez de buscarles solución, en paz y amistad, confiándolas al fallo desapasionado de un árbitro, la República Argentina ha sabido evitar con honor las calamidades de la guerra, y espera de la justicia el triun­fo de su derecho.

Esta actitud moderada y digna le facilita los medios de ensanchar sus horizontes comerciales, exportando en gran­de escala, y bajo diversas formas, los ganados de sus verdes planicies, y abriéndose con sus meses nuevos mercados en el mundo.

Haciendo votos fervientes por la paz entre las tres re­públicas del Pacífico, hijas de una madre común, a las que nuestra patria señaló un día el camino de la victoria, luchando con ellas y por ellas en nombre de la independen­cia y de la libertad de América, el Gobierno cree que no debe intervenir en sus actuales contiendas, y mantendrá sin debilidad ni provocaciones la política exterior dentro del límite estricto de nuestros derechos.”

El doctor Avellaneda, como gobernante, se presenta ha un mes ante el Congreso con la palma de la paz en alto, y prometiendo, por su parte, neutralidad absoluta en la contienda del Pacífico; y como periodista pide hoy el arrepentimiento de haber obrado bien, para contener la insolencia y petulancia de Chile.

¿Qué pretende con esos cambios de frente el doctor Ave­llaneda? ¿Cree que tal proceder ha de serle aplaudido por los hombres de conciencia honrada?

Se equivoca redondamente. Tal paso no es el que corres­ponde a un hombre de Estado, y mucho menos al jefe de una nación amiga y que en documentos públicos ha estam­pado palabras que son una garantía de neutralidad absoluta.

Pero ¿A qué proponernos enderezar entuertos posibles?

¿No vemos diariamente ejemplos semejantes en ciertos periódicos y con hombres que son tenidos ante el público como sensatos y prudentes?

Felizmente el doctor Montes de Oca, después de proce­der con todo patriotismo y lealtad en las conferencias con el señor Balmaceda, se ve libre de la responsabilidad que pudiera caberle por las imprudencias y falta de tacto político del doctor Avellaneda.

Felizmente también tales actos de nobleza parten de los órganos de que por lograr el colmo de sus aspiraciones han llegado a poner al país al borde de un precipicio; y no del pueblo de los hombres sensatos y jui­ciosos que miran por el bien de la República.

Nobleza obliga, dirá la prensa de Chile al leer a los co­legas citados, y no será extraño que proceder tan inoportu­no e injusto lleve de nuevo al país al borde de donde lo arrancó la probidad y patriotismo del doctor Montes de Oca.

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LOS SUCESOS DEL PACÍFICO Y LOS CONSEJOS DE UN SUSCRITOR.

(Editorial de EL PUEBLO ARGENTINO de Buenos Aires del 11 de Octubre).

Acabamos de recibir un anónimo en que se aconseja a la redacción que no debe guardar imparcialidad en los asuntos relativos a la guerra entre Chile y el Perú.

Las razones en que se funda son las simpatías por la causa del último y nuestras diferencias con Chile.

Como por la letra, el estilo y otros antecedentes de nues­tra reserva, el que nos aconseja anda muy a menudo por los salones de la Casa Rosada, hemos creído prudente contestarle, advirtiéndole que no se sirva de tales medios y que le franqueamos las columnas de nuestro diario para que haga las apreciaciones que le cuadren a sus sentimientos, pero bajo su firma.

Respecto de los hechos gloriosos del Huáscar, vamos a decir lo que cumple a nuestra hidalguía, al deber de la prensa y a la imparcialidad que exige el decoro personal al menos.

En el trascurso de cinco meses hemos visto publicar, por diarios que se titulan serios, hechos falsos en los que se descubría mal espíritu.

Hemos callado porque nuestro papel no es servir de de­fensor de la verdad de lo que oteare en el Pacífico, dejan­do que el trascurso del tiempo y el esclarecimiento de los Sucesos, de cualquiera naturaleza que sean, hagan la luz y den la razón a aquel de los beligerantes que la tenga.

Por ejemplo, a las correrías del Huáscar se les ha dado una importancia que hace ridículo el rol de algunos dia­rista apasionados, al extremo de hacer comparaciones exorbitan es que hacían de este famoso buque otro Nautilos como el de Julio Verne.

Nosotros ni escribimos mentiras, ni estamos bajo la in­fluencia de malas pasiones, ni nos asombramos de los he­chos gloriosos del Huáscar.

Solo hemos visto que desde que surcó las aguas del Pa­cífico se ocupó de dar caza a las naves pequeñas e indefen­sas, entrando a puertos indefensos también y huyendo siem­pre la presencia de los blindados chilenos.

No era, pues, a nuestro juicio, este modo de hacer la guerra, si bien conveniente al Perú, una prueba grande de sublime heroísmo.

Hemos visto al contrario que las naves chilenas, de ma­dera y débiles han sucumbido sin rehuir los combates des­proporcionados, donde, sin arriar bandera, han caído cen­tenares de mártires.

El hecho de nuestras diferencias con Chile no nos auto­riza ni para mentir ni para hacer demostraciones que hon­ran poco a nuestro altivo carácter; y debe saber el señor del anónimo que somos mas argentinos que él y que todos sus ascendientes; pero que EL PUEBLO ARGENTINO jamás publicará lo que no sea justo y verdadero, ni seguirá la corriente de los politiqueros que explotan nuestro entre­dicho con Chile para sacar ventajas de mala ley, especu­lando con el porvenir de dos pueblos ligados por la histo­ria y hasta por su sangre.

Nuestra tarea será por el contrario retemplar los espíri­tus para que lleguemos a un arreglo que nos honre, sin ocurrir por conveniencias de partidarismo o de mala política a los terribles extremos de una guerra como la que está enrojeciendo con sangre de hijos de la familia americana las aguas y el suelo de allende los Andes.

Hemos tributado a Grau, con religioso respeto, una página en nuestro diario a su memoria, y lo hemos hecho con toda la efusión de nuestros sentimientos. Nuestra grandeza, como argentinos, está en mantener­nos más arriba de nuestras pasiones, y como representan­tes de la prensa, en no asumir el rol de enemigos mientras no lo seamos.

Leemos en algunos diarios: “No se engría Chile, ya verá lo que le puede suceder,” y en otros, “que con el triunfo querrá declararle la guerra a la Inglaterra o que ya se nos vendrá encima ensoberbecido.”             

¿Qué significan semejantes torpezas, hijas de la pasión y de un deplorable mal espíritu?

¿No acusan los mismos telegramas publicados que Chile se halla profundamente conmovido e impresionado por el tráfico fin del noble e infortunado Grau?

Entonces ¿a qué anticipar juicios que acrediten más que mala voluntad, insensatez de odios injustificables, que pueden llevar al ánimo de las masas inconscientes prevenciones perniciosas?

Nada en favor de Chile o del Perú; nada en contra de ninguno de los dos países. Nuestra misión fuera de la im­parcialidad solo mostrará a todo el mundo miseria humana.

Tal actitud, lo repetimos, no tomará jamás este diario, cuyos intereses dirijo y representa un argentino que conoce mucho a Chile, al Perú y a su país.

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ARTICULOS DE PRENSA POSTERIORES AL COMBATE

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RECIBIMIENTO DEL COMANDANTE LATORRE EN ANTOFAGASTA[6]

Damos a continuación una relación que nos ha sido enviada de Antofagasta de las entusiastas y espontáneas manifestaciones con que en el cuartel general de nuestro ejército ha sido recibido el valiente y victorioso comandante del Cochrane.

Antofagasta, octubre 12 de 1879.- Con motivo del arribo a este puerto del Cochrane y Huáscar, se han repetido las expansivas fiestas de estos días.

Poco antes de las ocho de la mañana del día de hoy, se avistó un humo en el mar hacia el norte e instantes después, otro, que, pasados algunos momentos, resultaron ser nuestro blindado Cochrane y el monitor Huáscar, navegando en convoy.

Tan pronto se esparció en el pueblo esta noticia, que era esperada con anhelo y hasta con ansiedad, puede decirse que todo Antofagasta se dirigió al muelle para saludar al comandante, señor Juan José Latorre, el vencedor de Chipana, y Mejillones, y el que también se encontró al mando de la Magallanes en las acciones de Iquique y Antofagasta; y para admirar de cerca al valeroso Huáscar, hoy el compañero de lucha de nuestra escuadra.

Cuando el Huáscar se dejó ver a distancia, izado al tope tremolaba con gracia el hermoso pabellón chileno, que al decir de muchos le sienta mejor que la insignia de sus antiguos señores.

Siendo la hora de misa aquella en la que los dos citados buques entraban a la bahía, las tropas permanecieron formadas en la plaza, y el regimiento 1º y 2º de línea hicieron prolongar sus filas hasta el muelle, en donde terminaba el ala izquierda del segundo batallón del regimiento 2º.

En esta disposición, se esperó el arribo de los dos blindados que por momentos se acercaban al fondeadero.

Inmediatamente que el Cochrane echó anclas, los artilleros del 2º regimiento de línea, colocados en batería en la explanada al sur del muelle, hicieron una bonita salva, los ecos de cuyos disparos, repercutiendo en las lejanas quebradas de los cerros adyacentes, iban a repetir los vivas que el pueblo ebrio de entusiasmo lanzaba al aire de minuto en minuto saludando a nuestros bravos marinos y a la querida patria.

Con anticipación, todos los botes del puerto y algunas lanchas llenas de gente se habían dirigido a bordo para recibir a los intrépidos tripulantes del Cochrane y examinar por sí mismos los estragos causados en el Huáscar por las bombas de nuestros blindados.

El señor Máximo R. Lira, delegando del intendente general del ejército, acompañado de otras personas, se dirigió también a bordo con el fin de invitar a tierra, y a hacer compañía al benemérito comandante Latorre. En el muelle lo esperaban el jefe de estado mayor, coronel don Emilio Sotomayor, en unión de varios jefes del ejército y muchas otras personas notables.

Tan pronto como el comandante Latorre y su comitiva saltó a tierra, la banda del regimiento 4º rompió con la Canción Nacional, lanzándose a la vez por toda la inmensa concurrencia un general y prolongado ¡hurra!

En este instante, el coronel Sotomayor se acercó a Latorre, a quien saludó afectuosamente y felicitó por sus victorias. Inmediatamente el comandante señor Eleuterio Ramírez se acercó al lado de su amigo Latorre, saludándolo cordialmente y estrechándose ambos en un fraternal abrazo.

Cuando vimos estrecharse a esos dos dignos jefes, involuntariamente exclamamos: -"Hé ahí el saludo de dos valientes!... Las almas nobles saben comprenderse; los corazones generosos saben amarse!..."

Momentos después llegó el señor general en jefe, quien, dirigiéndose al señor Latorre lo cumplimentó por su bello comportamiento. Asimismo, el señor Latorre fue felicitado por muchísimas otras personas. Concluidas estas conmovedoras salutaciones, todos se dirigieron a la plaza de armas, siguiendo por la calle formada por los dichos regimientos 1º y 2º, que al efecto habían abierto sus filas.

Tras de Latorre y su comitiva, venía la bandera de las señoras de Trujillo obsequiada a Grau para el Huáscar y la que fue encontrada a bordo del monitor. Este bonito y bien trabajado estandarte era conducido por oficiales de marina y varios del batallón cívico de este puerto. A retaguardia iba la banda del 4º tocando escogidas marchas.

El pueblo, en número crecidísimo, llenaba por completo la calle hasta estrecharse en ambas aceras y extendiéndose en una proporción de más de dos cuadras.

Durante el trayecto, el bravo Latorre fue vitoreado sin cesar; y aquellas espontáneas ovaciones le hicieron quitarse su gorra por dos y tres veces, saludando y demostrando así su sincera gratitud por este pueblo compuesto en su mayor parte de militares y que le colmaban de aplausos.

Pocas veces hemos presenciado ovaciones tan justas y tan generales como la de que nos ocupamos, y pocas veces también hemos visto a un individuo tan dueño de sí mismo siendo objeto de manifestaciones de esta especie.

Latorre no absorbía de la atmósfera de gloria que le rodeaba ni vanidad ni soberbia: su alma noble no da albergue a esos bajos sentimientos, sólo acariciaba con cariño la dulce satisfacción que le causaba el ver interpretado por sus conciudadanos su amor a la patria que le diera el ser.

Sereno y firme sin afectaciones, no demostraba la jactancia de su mérito y en su rostro varonil sólo se divisaba el reflejo de su conciencia pura y la noble satisfacción del deber cumplido.

Modesto y bondadoso por carácter, se atraía las miradas y afecciones de todos, y es por eso que los vítores eran más entusiastas, cuanto más espontáneos.

En una palabra, los actos de Latorre como marino le han merecido y le merecerán justos elogios, y es por ello que se ha captado el respeto de sus conciudadanos; y su noble modestia le ha hecho querido de todos, hasta de los que no han tenido el gusto de conocerle.

El estandarte de las señoras de Trujillo fue puesto por algunos momentos en la torre de la iglesia para calmar las exigencias y deseos del público que anhelaba conocerlo, después de lo cual se le dio colocación en el altar mayor.

Suponemos que esta valiosa pieza histórica será llevada a Santiago y puesta al lado de la antigua bandera de nuestra gloriosa Covadonga en la iglesia metropolitana.

Concluido este acto, las tropas desfilaron por frente al señor general en jefe que acompañado de varios jefes y personas respetables se hallaban en los balcones de la casa consistorial, que se encuentra al lado de la iglesia, retirándose enseguida todos los cuerpos a sus respectivos cuarteles.

En toda esta improvisada fiesta ha reinado el más completo orden y compostura por parte del pueblo, y el fogoso entusiasmo, llevados hasta los límites de una sana prudencia, no ha dado margen para que se injuriase ni se dirigiese vituperios de ninguna especie a nuestros enemigos.

Por el contrario, si todos los habitantes de este pueblo han celebrado con entusiasmo, que ha rayado en delirio, la toma del Huáscar, así también ha causado en ellos un verdadero sentimiento la muerte del valiente y caballeresco Grau, pues no hay una sola persona que no haya reconocido en él al marino inteligente y digno y al caballero educado y cumplido. Sinceramente damos a nuestros enemigos el pésame por esta gran desgracia.

El pueblo de Antofagasta -pueblo chileno al fin- ha dado una vez más elocuentes pruebas de su cultura y moderación; y sabiendo hacer justicia y premiar con sus aplausos a los defensores de la patria, silencia y calla los actos poco correctos y las defecciones de nuestros enemigos, y lamenta tal vez más que ellos mismos, la pérdida tan valiosa que con la muerte de Grau han tenido.

***

MANIFESTACIONES POR EL TRIUNFO DE ANGAMOS[7]

MANIFESTACION DEL PUEBLO EN SANTIAGO.

A las doce había más de dos mil almas en los patios de la Moneda.

En ese momento bajaba el señor Augusto Matte y se abrazaba con efusión con el señor Vicuña Mackenna, a quien decía al oído algunas palabras.

El pueblo pidió entonces que hablara el señor Vicuña. Mackenna, y toda la concurrencia se dirigió a la plazuela.

En esos momentos S. E. el Presidente de la República dirigía algunas palabras desde los balcones exteriores.

El señor Vicuña Mackenna fue obligado a subir sobre un carretón cargado de armamento y equipo que en ese momento estaba a la puerta del palacio.

El entusiasmo era indescriptible, y los aplausos y las exclamaciones tan prolongadas, que pasaron más de cinco minutos antes que se hiciera silencio.

Entonces el señor Vicuña Mackenna pronunció más o menos las siguientes palabras:

¡Pueblo de Chile! Al fin ha llegado tu hora en ese mar que siempre fue tuyo!

¡Pueblo de Chile! la bandera del Huáscar?, está a tus pies.

¡Gloria a los vencedores!

(Los vivas a Latorre, Riveros y a la marina nacional atronaban el aire).

Compatriotas:

El cielo de nuestras viejas glorias, que hoy nos acaricia con su manto azulado de luz, ha querido que este meeting del patriotismo espontáneo tenga lugar al pié de la esta­tua del hombre ilustre que con su genio poderoso derribó la primera maquinación de ingratos vecinos contra nuestra honra y nuestra fortuna.

¡Que su brazo levantado al horizonte, nos enseñe otra vez el camino de la victoria decisiva! Que nuestro valeroso ejército no tarde en pisar las cubiertas de nuestras naves victoriosas! Que la santa impaciencia del país se calme en el ancho mar! Que las banderas de Chile floten ufanas de­lante de las rocas que ocultan la quilla bendita de la Es­meralda, y que ese mismo trapo glorioso así redimido, flo­te al día siguiente a la puerta del cementerio que guarda al otro lado de la colina la sombra del héroe, que nadie ha olvidado y nadie podrá olvidar en este suelo ni en la más remota posteridad!—(Grandes aplausos).

Ciudadanos:

Hay hechos verdaderamente providenciales!

Cuando hace un momento un amigo llevaba a mi retiro el primer anuncio de la fausta nueva que agita aquí nues­tros corazones, leía tranquilamente bajo los árboles una carta del comandante del Cochrane, escrita hace ocho días en las mismas aguas que se sacuden todavía al estampido de sus cañones, y esa carta era promesa evidente de victoria.

Dios guiaba la inspiración del bravo marino, porque es Dios quien dicta al corazón del hombre y del cristiano los presagios de la gloria y del sacrificio.

Compatriotas!

Aceptemos esta primera ofrenda de la victoria como una enseñanza suprema y oportuna, y marchemos en pos de ella con celeridad y vigor, a coronar la obra americana que, con el auxilio de Dios estamos empeñados en llevar a cabo.

Viva la República!

Viva la marina chilena!”

Acogidas estas palabras con muestras de loco entusiasmo el pueblo se retiró pidiendo unos la música de granaderos, otros se dirigieron a las iglesias a pedir repiques, y el mayor número se quedó estacionario en medio de un verda­dero océano de coches, de gente de a caballo, soldados y todo género de vehículo. La carta del señor Latorre a que aludía el señor Vicuña Mackenna, fechada en Mejillones de Chile, a bordo del Cochrane, dice así:

“El objeto de nuestra marcha parece que tiene relación con un plan combinado ya, y que puede dar buenos re­sultados si nuestra suerte no desaparece junto con embar­carnos en estas baterías flotantes.

Yo no lo espero, sin embargo, y por lo mismo estoy con­vencido desde luego de que a mi vuelta podré recibir el abrazo doble que para entonces me promete.”

En esos mismos momentos se enarbolaba el pabellón nacional en el palacio de la Moneda, edificios públicos y particulares, y la ciudad se vio embanderada como por encanto.

El comercio, tanto nacional como extranjero, cerraba sus puertas, que adornaba con los colores nacionales, y se asocia al entusiasmo general.

Los tribunales, oficinas públicas, ponen también término a sus tareas.

A las dos de la tarde, en la plaza de Armas, en los por­tales, en las calles, se ven numerosos grupos que marchan en todas direcciones, retratándose en todos los semblantes el entusiasmo patrio. Minuto a minuto aumenta el gentío, y al lado del lujoso carruaje pasan las procesiones de ciu­dadanos ostentando el tricolor y vivando a Chile. De mu­chos balcones se arrojaban flores sobre los transeúntes.

Muchos carros urbanos, así como carruajes del servicio público y diversos vehículos, estaban embanderados o en­galanados con flores.

A las dos y media los alumnos de todos los estableci­mientos de educación están de asueto y vienen a aumentar la concurrencia de las calles y plazas.

Mientras tanto, diversas bandas de música recorren la población, tocando himnos marciales; y la animación y el entusiasmo sigue creciendo, así como el gentío que invade los paseos, portales, Moneda, etc.

A las cuatro de la tarde, hora en que se recibe el cuarto telegrama, confirmando la victoria, las calles se han con­vertido en verdaderas oleadas humanas. La banda de granaderos sale de su cuartel tocando el himno de Yungay, acompañada de una avalancha de gente de a pié y de a ca­ballo, y en medio de vivas a Chile y a nuestros marinos.

Poco después, varios miembros de la 2ª, y 5ª compañía de bomberos, bombas “Esmeralda” y “Arturo Prat”, toman un carro del ferrocarril urbano y con una banda de música improvisada, tocando los mismos voluntarios varios ins­trumentos, otros las cajas de guerra, recorren en la imperial, llevando las banderas de la 2ª y 5ª  la línea de la Alameda.

Desde el cuartel hasta la estación, los entusiastas bom­beros son objeto de simpáticas manifestaciones.

De la estación el carro siguió por la línea de Yungay, tomando por la calle de la Catedral, completamente em­banderada; de los balcones y ventanas cada una lluvia de flores sobre el carro, bomberos y músicos. La improvisada banda tocó en todo el trayecto los himnos Nacional y de Yungay, llegando a la Plaza de Armas cerca de las seis de la tarde. Ahí el pueblo acompañó a los voluntarios hasta el cuartel, vivando a Chile y al Cuerpo de Bomberos.

Más o menos a la misma hora, la banda de granaderos regresaba también a su cuartel, seguida de un inmenso gentío, y los cañones del Santa Lucia dejan oír sus disparos en medio de los repiques y acompañados por los soni­dos de la campana del cuartel general de bomberos.

En la noche, la mayor parte de los edificios habían ilu­minado sus frentes. Las procesiones encabezadas por ban­deras nacionales y faroles de colores, recorren las calles en distintas direcciones.

En el Teatro Municipal la concurrencia era inmensa; el extenso coliseo estaba, como se dice, de bote a bote. La función dio principio con el Himno Nacional, que fue repetido entre los más entusiastas aplausos y exclamaciones.

En fin, el día de ayer ha sido una verdadera odisea de entusiasmo; y en medio de este entusiasmo, que rayaba en delirio, hemos visto, no solo con satisfacción, sino con orgullo, que se ha vivado a Chile sin que una sola voz se ha­y a dejado oír que pudiera herir en lo más mínimo la sus­ceptibilidad de ninguno de los dos países con quienes estamos en guerra.

PROGRAMA OFICIAL.

El siguiente fue decretado por la Intendencia, en celebración de la gran victoria del 8.

INTENDENCIA DE

Santiago, Octubre 8 de 1879.—La intendencia de Santiago, de acuerdo con la comandancia general de armas, de­creta el siguiente programa oficial en celebración de la victoria obtenida hoy por la marina de Chile sobre la del Perú:

JUEVES OCTUBRE 9.

Al salir y ponerse el sol se hará una salva mayor en el Santa Lucía y se tocará diana en todos los cuarteles. Las bandas de música recorrerán la población hasta las 7 de la mañana, tocando el Himno Nacional y el de Yungay.

Permanecerá desde este día, hasta el 13 inclusive, enar­bolado en los edificios públicos y particulares el pabellón nacional.

Se ruega al patriota vecindario encienda luminarias du­rante las noches.

A la una y media estarán formadas, desde el pala­cio de la Moneda a la iglesia Catedral, las tropas de lí­nea y cívicas existentes en Santiago, para hacer carrera a S. E. el Presidente de la República, que se trasladará con los señores ministros del despacho, miembros del Congre­so, de la Universidad y la ilustre Municipalidad, etc., etc., a solemnizar el Te Deum que se entonará en acción de gracias a la Providencia por tan fausto acontecimiento.

Desde las 7 hasta las 10 P. M. las bandas de música tocarán, una en el tabladillo de la Alameda, otra en la plaza de Armas, otra en la plazuela de la Recoleta y otra en el monumento de los escritores, frente a la calle del Estado.

En el Teatro Municipal se dará comienzo a la función con el Himno Nacional.

VARNES OCTUBRE 10.

Salvas e iluminación como en el día anterior.

A las 12 del día, festival por todas las bandas en la Alameda, bajo la dirección de don Raimundo Martínez, alrededor de la estatua de O'Higgins.

Hablarán algunos oradores y poetas.

A las 4 y media P. M., función en la Quinta Normal. Se cantará un coro de 100 voces por todas las niñas de las escuelas públicas y del Conservatorio de Música.

Se ruega a los directores de sociedades y establecimien­tos de instrucción asistan a esta función.

De orden del Supremo Gobierno se declaran días cívicos el jueves 9 y viernes 10, permaneciendo en consecuencia cerradas las oficinas y establecimientos públicos.

Anótese y publíquese—Z. FREIRÉ.

ORDEN DEL DIA.

Octubre 8.—Para solemnizar el espléndido triunfo ob­tenido por nuestra Escuadra sobre los peruanos, mañana al salir y ponerse el sol se hará por la artillería, en la explanada del Santa Lucía, una salva mayor. Las bandas de todos los cuerpos tocarán diana a las puertas de sus respectivos cuarteles, y, luego recorrerán las calles de la ciudad tocando los Himnos Nacional y de Yungay.

A la 1 y media en punto P. M., del expresado día todos los cuerpos de línea, cívicos y movilizados de esta guarnición, se encontrarán formados, haciendo calle desde el palacio de la Moneda hasta la Iglesia Metropolitana, para hacer los honores a S. E. el Presidente, que asistirá con todas las corporaciones al Te Deum que se celebrará a las 2 P. M en el expresado templo en expresión de gracias al Altísimo por aquella señalada victoria.

Nómbrase al coronel de guardias cívicas don Ramón Vial Comandante en Jefe de estas fuerzas, sirviéndole de ayudantes los oficiales de su propio cuerpo.

La artillería ejecutará en la explanada del Santa Lucía una salva mayor al llegar la comitiva a la plaza, y otra igual al salir del templo.

Concluida la función, los cuerpos desfilarán por el fren­te de la Moneda, en orden de columna, por mitades, reti­rándose en seguida a sus cuarteles.

Desde las 7 a las 10 P. M., las bandas de música toca­rán en el tabladillo de la Alameda, Plaza de Armas, pla­zuela de la Recoleta y al pié del monumento de los escri­tores, frente a la calle del Estado.

Un ayudante de esta comandancia general designará oportunamente a cada banda el lugar donde lo ha de eje­cutar.

El viernes, al salir y ponerse el sol, se ejecutaran las mismas salvas prevenidas para el día anterior. A las doce del día se verificará un festival por todas las bardas al pié de la estada de O'Higgins.

Santiago, Octubre 8 de 1879.—PRIETO.

TE-DEUM.

Santiago, Octubre 8 de 1879.—Señor Dean: Telegra­mas de las 4 P. M. confirman la rendición y captura del blindado peruano y el Gobierno desea que la pri­mera manifestación oficial sea un Te Deum que podrá te­ner lugar en la iglesia Metropolitana mañana a la 1 y me­dia P. M., si, como lo cree el Gobierno, cuenta para ello con la cooperación del Venerable Cabildo Eclesiástico, del que V. S. es digno Dean.

Para los fines del caso, S. E. el Presidente de la Repú­blica me encarga de decirlo así a V. S.—Dios guarde a V. S.—MIGUEL L. AMUNÁTEGUI.—Al señor don Manuel Valdés, Dean del Venerable Cabildo Eclesiástico.

CABILDO ECLESIÁSTICO.

Santiago, Octubre 9 de 1879.—En el acto de recibir la muy grata nota de V. S., fecha de ayer, en que solicita la cooperación del Venerable Cabildo Eclesiástico para ce­lebrar el fausto acontecimiento de la rendición y captura del blindado peruano Huáscar, impartí las órdenes con­venientes para que se cante hoy a las 2 P. M. un solemne Te Deum en acción de gracias al Todopoderoso, como S. E. el Presidente de la República lo desea.

En nombre del Venerable Cabildo hago votos por que el Señor, a quien se dedicará hoy en su templo la primera manifestación del júbilo nacional, siga favoreciendo nues­tras armas en la guerra que sostenemos.—Dios guarde a V. S.—MANUEL VALDES.—LUIS SALAS LAZO, secretario capitular—Al señor Ministro de Estado en el departamento de lo Interior.

Efectivamente, el día 9 se celebró en la iglesia Metro­politana el solemne Te Deum en acción de gracias al Altísimo por el espléndido triunfo obtenido por nuestra escua­dra en las aguas de Mejillones.

Desde la 1 P. M. principió a llegar a nuestra iglesia Metropolitana una crecida multitud de señoras y caballeros, que esperaban en las puertas que llegase el momento en que debía tener lugar el solemne acto religioso en que todo un pueblo católico va a depositar a los pies del Señor de los Ejércitos sus ofrendas de agradecimiento por el seña­ladísimo triunfo que le ha deparado la Providencia contra sus orgullosos enemigos.

Como a la una y media ya principiaron a llegar a la plaza los cuerpos del ejército y de guardias nacionales que debían hacer calle a S. E. el Presidente de la República y su comitiva desde el palacio de la Moneda hasta la iglesia Catedral.

Momentos después de las 2, la comitiva presidencial sa­lía de la Moneda y tomaba por la calle del Chirimoyo hasta la de la Bandera en el orden siguiente y haciendo calle a esta parte el cuerpo de Bomberos Armados con su magní­fica banda a la cabeza:

Primero los jefes y oficiales francos de la guarnición ves­tidos de gran parada; después el Asilo de la Patria repre­sentado por doce pequeños, esperanzas de la patria e hijos de los bravos marinos que en Iquique pusieron a tanta altura el pabellón de Chile. Llevaban dos hermosas banderas, la chilena y la de la Cruz Roja cubierta con un crespón negro; eran conducidos por su digno director el filántropo y caritativo sacerdote señor Ramón Ángel Jara.

Seguía después el Comité Patriótico, compuesto de ca­balleros abnegados que han recorrido la república colec­tando erogaciones para atender a las necesidades de las víctimas de la guerra. Iba a la cabeza con su estandarte su presidente el señor don Ramón Florencio Moreira.

Seguía después la Ilustre Municipalidad de Santiago, los señores decanos de las diversas Facultades Universita­rias y el cuerpo de profesores de la misma; los señores jueces de ambas Cortes, y los de los juzgados del crimen.

Seguía, después el Senado y la Cámara de Diputados, los señores Ministros del Despacho, S. E. el Presidente de la República, llevando a su derecha al presidente del Se­nado y a su izquierda al de la Cámara de Diputados; tras de S. E. iban los señores edecanes y el señor coronel Prie­to, cerrando la marcha el Cuerpo de Cadetes.

La comitiva desfiló por la calle de la Bandera hasta la de la Compañía, desde donde dobló hacia la Plaza de la Independencia hasta el templo Metropolitano.

Cantó el Te Deum el Ilustrísimo Obispo de Martyró­polis y Vicario Capitular de Santiago.

Hubo magnífico canto, buena música, y durante el tiem­po que duró ese solemne acto religioso, reinó el mayor recogimiento entré la inmensa concurrencia que hacía llegar hacia el Dios de las batallas entre las nubes del incienso sus fervorosas oraciones.

A las tres de la tarde próximamente, terminó el acto; y la concurrencia empezó a retirarse.

Una vez que salieron S. E., los señores Ministros y las corporaciones, la comitiva se puso en marcha, seguida de los cadetes que escoltaban el batallón Guardias del Orden, del Cuerpo de Bomberos Armados y todas las brigadas cívicas.

Al llegar la comitiva a la calle de la Compañía, las bandas de música de los batallones entonaron el Himno Nacional, que electrizó a todo el pueblo.

En seguida la comitiva volvió por el mismo trayecto hasta el palacio de la Moneda, frente al cual desfilaron todas las tropas, dirigiéndose a sus respectivos cuarteles, tocando marchas guerreras.

En la noche y al día siguiente, se cumplió el programa oficial, como estaba prevenido y con gran entusiasmo de toda la población.

MANIFESTACION EN VALPARAISO.

Apenas empezaron a llegar los telegramas del combate de nuestros blindados con el Huáscar, se presintió el resultado, porque ahora no era más que cuestión de encuen­tro. La zozobra no se prolongó mucho: a los pocos mo­mentos llegaba como una bomba la gran noticia de la rendición del Huáscar.

Resonaron los vivas en la Intendencia, se repitieron en la calle, todos corrieron, se agruparon en la plazas y la plausible noticia se esparció por la población como por vía de encantamiento.

Pronto las campanas se echaron a vuelo, la población se engalanó con el pabellón nacional, izado en todos los edificios y en las naves, se cerraron todos los almacenes y tiendas, las calle se llenaron de transeúntes, los vivas re­sonaron por todas partes, y en cada semblante, sin excluir extranjeros, se veía pintado el gozo que se había apoderado de los corazones.

Las bandas de música salen también a contribuir al contento general.

El regocijo público se prolongó hasta horas avanzadas de la noche. Ni una injuria para nuestros enemigos. Al contrario, una especie de duelo nacional, espontáneo y sin­cero, en medio de la alegría, por la muerte del comandante del Huáscar.

Grau era una excepción que hacía honor al Perú por su digno comportamiento y que acabó por hacerse simpático, para Chile cuando se supo que había sido de los primeros en censurar la conducta de García y García cuando entró a Arica con la bandera chilena puesta al revés.

Por supuesto que esa cobarde acción está muy en armonía con su huida, dejando al Huáscar abandonado a su propia suerte.

Cuando se tocaron a rebato las campanas de bomba, muchos creyeron, como era natural, que se trataba de un incendio, alcanzando a salir muchos bomberos vestidos de uniforme por nuestras calles.

Afortunadamente el incendio estaba muy lejos, en Meji­llones.

Todos los hoteles y cafés que hoy hay en Valparaíso han estado ayer de gran triunfo: el consumo ha sido extraordinario, hasta agotarse muchas cantinas, como sucedió en el café de la Bolsa, donde fue necesario proveerse casi de nuevo de toda clase de licores.

—Entre los vivas de ayer hemos podido ver que el pue­blo consagraba muchos de ellos a Latorre y Riveros, dig­nos jefes de nuestra escuadra.

—Los salones de la Intendencia eran invadidos comple­tamente a la llegada de cada telegrama, los que costaba leer; porque a cada uno de sus párrafos prorrumpía la multitud en atronadores vivas, que no podía contener a pesar del lugar en que se hallaba.

—El entusiasmo en las primeras horas de la noche fue mayor aun que en el día.

A las ocho los alumnos del liceo, seguidos de un numeroso concurso de personas, entraron a la plazo, de la intendencia cantando el himno nacional.

Inmediatamente se improvisó un numeroso y entusiasta, meeting.

Alumbrados por los variados reflejos de las luces de Bengala y en medio de vivas estruendosos, dirigieron la palabra a la concurrencia el Intendente señor Altamirano, el contra-almirante Goñi y varias otras personas.

Terminado el meeting, una parte, del pueblo se dirigió nuevamente al Almendral llevando a la cabeza una banda de música, mientras otra parte se quedó en la plaza esperando noticias.

—Luminarias hubo por la noche en muchos edificios de la ciudad. El cuartel general de bomberos estuvo ilumina­do con profusión de luces de Bengala durante media hora, ofreciendo un lindísimo golpe de vista.

—La luz eléctrica también funcionó desde el muelle fiscal, contribuyendo así al regocijo público y dando una nueva prueba de su buena calidad,

—Muchos partes a Buenos Aires y Europa han ido ayer por la línea trasandina, a las autoridades y a varias notables personas, comunicándole tan fausto aconteci­miento.

—Los carros del ferrocarril urbano no cesaron de ir y venir atestados de gente hasta tarde de la noche.

No solo la gente del pueblo vivaba y cantaba desde las imperiales, sino también muchas familias decentes que no podían contener su entusiasmo.

—No sabemos de dónde salió ayer esa gran canti­dad de banderitas, tanto de género como de papel, que por todas partes llevaban hombres, niños y hasta mu­jeres.

No parecía sino que las habían tenido preparadas ex-profeso para ese día.

—Los trabajadores que se ocupaban en los calderos de la Chacabuco arrojaron sus herramientas, diciendo: —¡Para qué necesitamos más buques!

Y se largaron a celebrar el triunfo.

—Entre los vivas del pueblo se oía con mucha frecuen­cia éste: ¡viva el Huáscar chileno!

La artillería cívica, con su banda, de música a la cabeza y seguida de una gran masa de pueblo, recorrió gran la población en los primeros momentos, contribuyendo a dar más expansión al regocijo público.

***

CONVERSACIÓN CON LOS PRISIONEROS DEL HUASCAR[8]

Octubre 17.- Hemos continuado nuestras visitas a los prisioneros del Huáscar y en la de hoy viernes hemos conversado con el ingeniero primero señor Samuel Mac Mahon, robusto y membranudo inglés que sirvió en el Huáscar los cinco últimos años. Se expresa comprensiblemente en nuestro idioma y demuestra gran cariño por el Perú, donde ha servido doce años en los diversos buques de la escuadra.

Hicimos rodar nuestra conversación sobre el departamento de las máquinas del monitor, que estaba a su cargo, con especialidad en los momentos del combate.

Preguntámosle qué clase de combustible era el que usaban, y nos dijo que consumían el mejor carbón inglés conocido y de las dos clases siguientes:

El primero dominado de patente, formado en planchas o pasteles de treinta pulgadas en cuadro, usándose este combustible sólo en la noche o en cualquier momento en que era requerido por las circunstancias, teniendo la especialidad ese combustible de no arrojar sino una imperceptible cantidad de humo, invisible a la menor distancia; el segundo el carbón de Swansea de primera calidad sólo para las marchas a la larga y en alta mar.

Merced a estas precauciones, el monitor podía acercarse a nuestros puertos a hacer reconocimientos, sucediendo que cuando el blindado Cochrane se dirigió a Caldera en busca del Huáscar, éste pasó muy cerca sin ser visto por aquel. La chimenea de éste no arrojaba sino una ligera humareda, no obstante que sus hornillas llevaban los fuegos tan encendidos que hacían correr al buque once y media millas.

Antes de que el Huáscar saliera de Arica a la última expedición opinaron varios jefes del buque y entre ellos insistió con más exigencia el jefe de la sección de las máquinas, de que el Huáscar fuera al Callao a limpiar sus fondos y recorrerla, pues había disminuido su andar en dos millas. El contralmirante Grau, sea por la orden recibida de partir inmediatamente o por no ser de la opinión de los demás, no hizo caso de las observaciones y puso proa a la mar.

Analizando este punto importante, que fue tan fatal en sus resultados, nos inclinamos a creer que hubo urgencia en el mandato recibido por el contralmirante de partir, por cuanto nos refirieron algunos oficiales que los corresponsales de los diarios de Lima, señores Neto y Reyes, habían bajado a tierra a dar un paseo en las calles de Arica y no hubo tiempo de avisarles que el buque se hacía a la mar, razón por la cual no hemos tenido, gozando de nuestra temperatura, a esos insultadores de Chile.

Concretada nuestra conversación al momento del combate, nos decía el primer ingeniero que perfectamente habrían podido escapar a los esfuerzos que hacía el Blanco para echarlos sobre la costa a fin de que el Cochrane les cortara el camino por el sur, escapada que con toda seguridad habría también hecho del último blindado; pero la confianza íntima del contralmirante de que el Cochrane era incapaz de andar más de ocho millas por las veces que éste mismo había demostrado no poder más, hizo no prepararse para el combate ni aun alarmarse por un encuentro. Grau fue sorprendido cuando notó de que el Cochrane avanzaba extraordinariamente, calculando su andar el ingeniero primero del Huáscar en once y media millas. Sólo entonces dióse la orden de prepararse para el combate, ordenando el toque de zafarrancho.

Pero un importantísimo incidente vino a acontecer a bordo del monitor en tan supremos momentos, incidente tan fatal que fue el que perdió al buque.

Sabido es que el Huáscar tiene dos timones, uno para su marcha ordinaria y otro denominado timón de combate y destinado a este solo objeto. La operación que se practica para transmitir el poder del movimiento del primero al segundo demora diez o quince minutos a lo más. Pero desgraciadamente se quebraron algunas piezas importantes de los aparatos de transmisión y hubo, por no haber tiempo para repararlas a firme, que servirse de aparejos y cabos que retardaron tan esencial como indispensable maniobra.

Fue en esta interrupción de la marcha que el Huáscar casi se va a tierra y lo que faltó de gobierno hizo que nuestro blindado ganara distancia.

En ese solo momento fue cuando el contralmirante Grau dio la orden de dar su mayor andar al buque, pero ya no era tiempo.

Este incidente es el que, según mi relator, fue el origen de tamaña desgracia. Sin esto el Huáscar vuela y nuestros blindados se habrían quedado atrás.

El ingeniero dice que al momento de embestir la proa el Huáscar al Blanco, llevaba una fuerza de trece millas y que era fuera de duda que ambos se habrían ido a pique.

Dice que cuando se le ordenó abrir las válvulas lo hizo con dos que tienen cinco pulgadas de alto por cuatro de ancho y que se preparaba para destapar la mayor que tiene 33 pulgadas, abierta la cual el buque se habría sumergido en dos minutos; pero no hubo tiempo: esa operación habría demorado siete minutos por cuanto habría tenido que sacar unos veinte pernos que la cierran, a cuyo objeto tenía listos tenazas, llaves y martillos y para mayor imposibilidad llegó una bomba y barrió con esas herramientas, hiriéndole a él y a otros ingenieros.

La salvación completa del Huáscar, en opinión de todos los oficiales y maquinistas, es debida a la prontitud y ligereza con que llegaron a bordo y a la actividad con que se precipitaron para obrar sobre el departamento de las máquinas.

Nos refería el señor Mac Mahon que cuando él se disfrazó de marinero para que no lo reconocieran, se olvidó de quitarse la gorra; por ésta lo reconoció el teniente Simpson y tomándolo con fuerza del cuello, le dijo:

- Mira, gringo: vas a cerrar las válvulas sobre la marcha; si no te disparo los seis tiros.

En el acto corrió a esa operación y con ella cesó todo peligro.

Nos refiere también que las máquinas están en perfecto estado y son muy superiores a las de nuestros blindados.

Juzga que deben estar a bordo y en su camarote los planos de nuestros blindados y que son copia de los hechos por el arquitecto naval de nuestros buques señor Reed, agrega que el contralmirante Grau tenía en su cámara tanto los planos de nuestros buques como los de las fortificaciones de toda la costa de Chile.

Le preguntamos si admitiría a bordo del Huáscar el mismo puesto que ocupaba, y nos dijo que tenía un gran cariño por el buque, pero que también lo tenía por el Perú y esto no le haría admitir jamás.

Tiene gran conocimiento de lo que podremos decir maquinaria marítima, como también de nuestros buques en esa parte y aun en el poder de su artillería y blindaje.

Por cierta creencia que tenemos de que pueda servir para más tarde el detalle importantísimo en que nos hemos detenido, juzgamos que valía una correspondencia y como tal la enviamos, respondiendo de la exactitud de la relación.

Cuenta uno de los ingleses que uno de los náufragos de la Esmeralda estaba ahogándose y le sacaron tomándole por los cabellos. Apenas tuvo la cabeza fuera del agua, dio un grito de ¡viva Chile! razón por la cual un oficial peruano quiso matarle, y lo habría hecho así a no haberse opuesto a ello revólver en mano otro de la misma graduación.

EL CORRESPONSAL.

***

 

 


 

[1] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 508 a 512

[2] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 537 a 539

[3] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 512 a 515

[4] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 539 a 541

[5] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Página 541

[6] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 519 - 520

[7] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 482 - 483

[8] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo I. Páginas 520 - 521

 

 

 

 

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