La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

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Relato del Cirujano de la Esmeralda Dr. Cornelio Guzmán

Una hora antes del combate toda la tripulación estaba en sus puestos y lista para romper el fuego. No se trataba de considerar la desigualdad de la contienda y la posibilidad del triunfo; se pensaba solamente en que los azares de la guerra colocaba a un grupo de chilenos en la situación mas brillante y difícil que es posible imaginar: dos blindados poderosos y veloces al frente de dos pequeños barcos de madera que enarbolaban la bandera tricolor. Primer torneo en que la desigualdad de las armas solo se podría equilibrar con el temple de los corazones. Toda la tradición gloriosa de la Marina chilena debía dar en esta ocasión sus frutos.

La sección de sanidad estaba instalada en la cámara de Guardias Marinas y la formaba el siguiente personal: el contador señor Oscar Goñi, el ayudante de cirujano señor German Segura, el despensero, el maestro de víveres, el practicante y boticario Castilla y cuatro enfermeros. A estos se agrego el ingeniero civil don Juan Agustín Cabrera, que en comisión del Gobierno se encontraba a bordo en calidad de pasajero, mientras pudiera regresar al sur. Este caballero pregunto al comandante Prat en que podría servir, quien le contesto: "Vaya Ud. a agregarse a la ambulancia". El señor Cabrera, que mas tarde fue mi muy apreciado amigo, encontró que carecía de condiciones para servir a los heridos, y por otra parte, el sitio en que estábamos nos obligaba a permanecer en la mas completa ignorancia de todo lo que pasaba en cubierta. Solicito entonces permiso para ir a hablar con el comandante. Esta vez se le ordeno que tomara un rifle. Mas tarde el contador fue llamado para atender a la destrucción de la correspondencia y de toda la documentación. De este modo mi personal quedo reducido en dos valores menos.

Se siente un cañonazo a distancia. En nuestro barco hay silencio sepulcral. El comandante Prat en el puente de mando, alza su voz para hablar a la tripulación, que estaba al pie de sus cañones. Yo desde mi puesto divisaba al comandante, que pálido y vestido de media parada, pronuncio con voz firme y clara su inolvidable arenga. Al escuchar a este hombre, todo mi cuerpo se conmovió, y me pareció oír una sentencia de gloria y muerte. Inmediatamente, el corneta dio la orden de romper el fuego, primero a estribor y después a babor. Ya este cañoneo terrible no ira disminuyendo sino hasta que los cañones se vayan inutilizando por su propio uso y también por los destrozos que el enemigo cause al buque.

Los primeros heridos que nos llegan lo han sido por metrallas lanzadas por el enemigo desde tierra. Todos son gravísimos, pues los cascos de granada les han penetrado en el cráneo, en el tórax, o en los miembros. Mas tarde van llegando los heridos por los cañones de a 300 del Huáscar. En este caso las mutilaciones son enormes y no hay vendaje posible; y hay tantos que no tenemos camas suficientes.

Las horas van avanzando, y ya nos llegan heridos a rifle, pues la distancia que separa las naves ha disminuido, y los destrozos son cada vez mas considerables. En medio de mi confusión sobreviene un accidente. Una granada de los grandes cañones del Huáscar ha penetrado en la cámara de oficiales y producido un incendio cuyo humo invade mi recinto y nos envuelve en una atmósfera irrespirable, molesta y penosa para los heridos. Afortunadamente la brigada de incendio trabajo con tanto orden y eficacia que muy pronto el foco de fuego fue extinguido. Luego se produce el primer ataque al espolón, conmoviendo nuestras naves y haciéndola crujir hasta los últimos remaches. Yo, que era novicio a bordo, no supe explicarme que cataclismo se había producido.

Un rumor corre por el entrepuente, rumor que se confirma: "El comandante Prat ha muerto"..."El teniente Uribe ocupa su puesto."

Este primer espolonazo ha sido dado en la vecindad del puente de mando, el espolón, penetrando en el costado del buque, ha quedado incrustado por algunos momentos, y en esta situación inesperada, Prat, llevado por esa fuerza irresistible que enciende el alma de los héroes grita. "¡ Al abordaje !", y salta el primero sobre la cubierta del enemigo, llevando en alta su espada de combate.

Mas, su voz es apagada por un estruendo de los cañones y no pudo ser oído en la confusión del combate. Solo el sargento Aldea y otro marinero(*), cuyo nombre ha quedado ignorado, acompañan a comandante a pisar la cubierta del Huáscar.

El cañoneo y el fuego de rifles no se interrumpe. En cubierta hay muchos heridos graves que no es posible transportar por falta de gente. Oigo decir que en cubierta se están organizando dos brigadas de abordaje; una, la de proa, al mando del teniente Serrano, la de popa al mando del teniente Sánchez. El oficial de entrepuente, Fernández Vial, me da a entender  que el buque se ira pronto a pique, y que este listo.

En este momento el personal de las maquinas principia a abandonar sus puestos, porque el buque se esta inundando. El primer ingeniero ha muerto en cubierta al ir a comunicar al comandante el estado de su sección. El segundo ingeniero, señor Manterola, se me acerca y después de haberme mirado fijamente, me dice: "Doctorcito, yo quiero mucho a los médicos, una hermana mía es casada con el doctor Zorrilla, no se separe de mi porque el buque se va a hundir y yo soy un gran nadador".

Se produjo el segundo espolonazo, pareciéndome que el buque se habría y se despedazaba. Subí a cubierta y vi que el centinela que defendía la escotilla estaba muerto; mire al Huáscar, que estaría a unos 50 metros de distancia, y vi un grupo de marineros chilenos en el castillo de proa con sus armas en las manos; vi al teniente Serrano cuando con su espada levantada avanzaba hacia la torre enemiga.

Casi inmediatamente después de abandonar la cámara de Guardias Marinas estallo una granada, matando a todos los heridos, personal de ingenieros, mecánicos y fogoneros que habían llegado a la ambulancia. A mi generoso protector señor Manterola no lo vi mas. El único que sobrevivió de los que estaban conmigo fue mi ayudante Segura.

Avanzando sobre cubierta trate de orientarme, pues los cañones desmontados, los mamparos destruidos, la arboladura despedazada, la gran cadáveres horriblemente mutilados, la sangre mezclada al agua de las tinas de combate, que corría y se movía en cada vaivén del buque, todo aquel horrible cuadro que presentaba el aspecto de un matadero, hacia difícil la marcha. Por fin llegue al castillo de popa. Ahí estaba el comandante Uribe, que con revolver hacia fuego a una persona que se asomaba detrás de la torre del Huáscar, único ser viviente que se divisaba en el blindado peruano.

Toda la "Guardia de la bandera" ha muerto. El guardia marina Vicente Zegers, esta al pie de la bandera de combate, sólo y como un defensor heroico de nuestro pabellón. Aun dispara nuestra nave uno que otro cañonazo. El Huáscar se ha alejado un poco, pero continua haciendo fuego con sus grandes cañones. De repente observamos que el enemigo se dirige a toda fuerza de maquina hacia nosotros, como un toro furioso que embiste y al llegar dispara simultáneamente los cañones de su torre produciendo un formidable y ultimo choque. Me pareció que mi buque partía por mitad, y una ola inmensa nos cubrió y sumergió. No puedo decir hasta que profundidad hemos llegado. Yo, que soy gran nadador, nade con el intento de llegar a la superficie y de salir de la oscuridad en que me encontraba; luego vi una luz y una claridad. Miro a mi alrededor y veo que varias cabezas emergían casi al mismo tiempo, y también aparecían flotando una gran cantidad de tablones rotos, coyes y tinas de combate; sirviéndonos todo esto de ayuda para no sumergirnos nuevamente. Los sobrevivientes formábamos un circulo que permitía vernos las caras y reconocernos. Nos contamos, somos 37; en la mañana éramos 210.

El Huáscar queda como a 100 metros de distancia, y la ciudad de Iquique, bastante lejos. En esta critica situación permanecimos largo rato, tal vez media hora. Sin embargo, nunca dudamos que el buque enemigo nos socorriera. Efectivamente, se nos explico después que la tardanza en socorrernos fue debida a la compostura de los botes, destrozados por nuestros proyectiles.

Conducidos al Huáscar, y mientras desfilábamos los oficiales a la cámara del comandante Grau, vimos tendido sobre cubierta el cadáver de Prat. El guardia marina Zegers, que va junto a mi, le descubre el rostro, cubierto con un faldón de su levita, y yo pude ver una profunda herida por arma de fuego en la parte mas alta de su hermosa frente.

Una vez encerrados en la camada del comandante, se nos proveyó de un saco y de un pantalón de marinero, pues estábamos casi desnudos. Se nos dijo que el comandante Grau vendría a vernos. Efectivamente, a poco rato llega un marino de cierta corpulencia, no muy grande, ancho de espalda, de rostro tostado por la vida de mar, patillas a la española donde aparecen algunas canas. Ciñe espada, pero su aspecto es el de capitán de un buque mercante. Nos saluda con ademán cordial, nos felicita por nuestra conducta, y recordó que a alguno de nosotros había conocido en otra época en el Callao. Notando que estábamos sin zapatos, ordeno se nos proveyera.

Hemos quedado solos; el Huáscar se pone en marcha a toda fuerza con rumbo al sur. En estos instantes nos llamaron la atención unos quejidos y lamentos. Alguno de los nuestros creyó reconocer en ellos la voz de Serrano.

Como continuaran los quejidos, nuestro jefe, el teniente Uribe, se apresuro a solicitar la audiencia de algún oficial a fin de disipar nuestras sospechas y temores. Vino uno de ellos y dijo que efectivamente había un oficial chileno gravemente herido; y después de algunas consultas con sus superiores  se accedió a lo solicitado, es decir, que el medico chileno fuera a atender a su compatriota.

Acompañado de mi ayudante Segura, fuimos conducidos a la cámara de oficiales, donde se me hizo esperar. Luego llego un oficial y me pregunto si yo era medico; y como viera que yo tenia el traje de marinero, penetro a su camarote y volvió con un vetón de brin blanco con insignias de oficial, de su uso personal. Me dice que mientras el vuelva vea a los heridos que hay en la cámara.

Tendido en la mesa de oficiales y cubierto con una sabana, esta el cadáver del teniente Velarde, oficial de señales del Huáscar, herido mortalmente por una bala que le rompió la arteria femoral en la región del triangulo de Escarpa. En los camarotes de los oficiales, encontré dos marineros negros, heridos, al parecer gravemente, y que ya estaban vendados.

Mientras tanto el tiempo pasaba y yo no podía ver a Serrano. Me dirigí inútilmente a los centinelas de los pasillos, mas estos nada sabían y les estaba prohibido hablar. después de una larga media hora de espera, un marinero nos conduce nuevamente al recinto donde están nuestros compañeros, a quienes referí todo lo ocurrido.

Para nosotros fue inexplicable esta cruel conducta, esta negativa injustificada a proporcionar un consuelo a un herido, que aunque fuera enemigo, ya tal vez seria un moribundo.

Pasando los años, ha corrido la voz, de origen peruano, que Serrano, mortalmente herido, concentro sus ultimas fuerzas y prendió fuego al camarote que lo encerraba. Esta seria entonces la única explicación para negarle la atención medica que al principio, sin dificultad, se había concedido.

Durante este tiempo, el Huáscar, que marchaba a toda fuerza de maquina con rumbo al sur, se detuvo algún rato. Esta detención correspondía a los momentos en que los buques enemigos se comunicaban en el sitio en que el blindado Independencia había encontrado su tumba: Punta Gruesa.

La pericia y resistencia desesperada con que el comandante Condell sostuvo ese desigual combate, le dio el hermoso triunfo, y corono con todo éxito la jornada del 21 de Mayo.

El Huáscar continuo su ruta al sur, persiguiendo con tenacidad y furia a la Covadonga, que victoriosa de la Independencia buscaba las aguas de Chile. La persecución parece abandonada, pues el Huáscar toma rumbo al norte. Nosotros no sabemos donde estamos e ignoramos lo ocurrido en Punta Gruesa.

El barco se detiene; Grau llega nuevamente a nuestro recinto no tan cordial como antes: la imagen de la Independencia varada lo tiene anonadado.

Nos dice que se ve obligado a dejarnos en Iquique, donde no estaremos muy bien, pues tiene que expedicionar al sur. "Alístense para bajar a los botes". Nosotros estamos listos ya que no poseemos mas que nuestros cuerpos.

Estando en los botes, el teniente Uribe mira a su alrededor en la bahía, y no divisando a la Independencia, pregunta por ella. Un oficial dice: "Luego llegara"

En el trayecto hacia el muelle de Iquique anocheció; desembarcamos en medio de un gran gentío que ocupaba todo el largo del muelle. Como los prisioneros llevábamos uniformes de marineros peruanos, el publico no se dio cuenta de lo que ocurría. Sin embargo, casi al termino de nuestro trayecto hay un altercado, un tumulto: creyéndolo chileno, han atacado de hecho al oficial peruano que nos acompañaba; creo que fue el teniente Díaz Canseco, quien murió mas tarde en la toma del Huáscar. Nosotros instintivamente nos agrupamos y apuramos el paso hasta llegar al edificio de la aduana, donde estaba el Estado Mayor. Desde ahí hemos oído grandes voces y gritos de la muchedumbre, que solo en ese instante se imponía que chilenos prisioneros pisaban suelo peruano. Los gritos de "¡Mueran los chilenos!" resonaban varias veces.

Se nos ha conducido a un grande y elegante salón; llegan algunos jefes, nos saludan y se retiran.. Estando yo en un extremo del salón, se me acerca un caballero que tiene aspecto de extranjero, me conversa con nerviosidad de las impresiones del día, me dice que toda la ciudad ha presenciado el combate y que el no puede todavía borrar de su vista el espectáculo de la destrucción a cañonazos de un barco que poco a poco lo ven desmantelarse, perforarse sus costados y desaparecer por ultimo de la superficie del mar. "Nosotros hemos creído, nos dice, que nadie ha podido salvar de semejante catástrofe, y por esta razón no hemos enviado embarcaciones a socorrerlos". Observando que yo no tenia camisa se despidió y al poco rato volvió entregándome un pequeño paquete: era una camisa.

Muy avanzada la noche fuimos conducidos entre dos filas de soldados, a un galpón de zinc que servia de cuartel a la compañía de bomberos "Austriaca2. Estamos incomunicados y rodeados de guardias. Nuestras camas son simples jergones; nos acostamos vestidos.

La jornada ha terminado, solo los oficiales estamos juntos; la marinería prisionera no la volveremos a ver mas.

Ahora vamos a experimentar las amarguras y tristezas de los prisioneros de guerra. La patria la divisamos muy lejos, y nadie podrá saber el fin de nuestra prisión.

La suerte de la Covadonga la creíamos igual a la nuestra, y como no había prisioneros, supusimos muertos a todos sus tripulantes.

El día 22 de mayo continuaron las visitas y saludos de los jefes del ejercito; entre estos llega uno de los jefes del batallón peruano Zepita, que dice: "Yo saludo a ustedes, que han sabido defender a su patria, mientras tanto ese infame More nos pierde la Independencia". Con semejante noticia quedamos trastornados. Muy pronto sabemos mas detalles: la Independencia varada y la Covadonga, aunque averiada, sigue viaje al sur.

Comprendemos inmediatamente el valor y la importancia de nuestro inmortal 21 de Mayo: la mitad de la Escuadra peruana esta destruida. Desde este momento quedamos felices y tranquilos; nada nos importaba la buena o mala suerte que nos depare el destino.

Sabemos que el sargento Aldea, que había recibido 12 balazos y a quien se le había amputado un brazo en el hospital de la ciudad, había muerto al amanecer del día 22; que el teniente Serrano había muerto el mismo día 21 de Mayo a las 3 de la tarde a consecuencia de una herida en el abdomen. Los cadáveres de Prat, de Aldea y de Serrano, fueron recogidos por el presidente de la Sociedad de Beneficencia Española, el señor Eduardo Llanos, quien les dio humilde sepultura en el cementerio de la ciudad.

El día 23 de mayo al amanecer, unos discretos y misteriosos golpecitos en el zinc de uno de los costados de nuestra prisión, nos llama la atención. Por un pequeño espacio abierto se nos introdujo, con mucho sigilo, unos cuantos panes y un tarro de leche condensada. Mas tarde supimos que la mano generosa que nos llevaba este primer alimento, ya que nada habíamos comido, era una señora chilena.

después de medio día llego a visitarnos el coronel Velarde, jefe del Estado Mayor. En la conversación pudo imponerse que nosotros no recibimos alimentos desde nuestra llegada. Inmediatamente salio, y pocos instantes después se nos servia comida preparada en el Club Social de la ciudad.

A fines del mes de Mayo, el general Prado, Presidente del Perú, que visitaba sus tropas, vino a vernos. Penetro a caballo en nuestro galpón, diciendo que por tener reumatismo en un pie no podía desmontarse. Reconoció al Guardia marina Wilson, a quien había conocido en Chile. Talvez como resultado de esta visita, fuimos trasladados algunos días después a una pieza del mismo edificio a donde llegamos la noche del 21.

En los primeros días de junio, el Cónsul ingles en Iquique nos entrego dinero que nuestro Gobierno nos enviaba. Con alguna dificultad principiamos a comprarnos ropa.

Siempre estamos incomunicados y encerrados en una sola pieza. El teniente Uribe ha conseguido algunas novelas inglesas que nos lee en altavoz y con tanta facilidad como si estuviera en castellano. Este es nuestro único pasatiempo.

En el transcurso de este mes hemos recibido correspondencia de Chile. Los primeros periódicos chilenos que pudimos leer fueron remitidos ocultamente por el almacén español "La Joven América". Era tanta la emoción que nos dominaba, que nadie pudo leerlos en voz alta, pues los sollozos apagaban las palabras.

Hemos recibido la primera visita del Jefe del Ejercito peruano, señor General Buendía. Hombre culto y agradable que trataba de ayudarnos en lo que podía. Nos refirió que en la campaña del año 38 había servido como capitán del regimiento chileno "Carampangue", a las ordenes del general Bulnes. Entre otras atenciones, recuerdo que nos mandaba por las noches agua resacada de su uso personal, pues la que nosotros bebíamos y la que bebía todo el pueblo, era salobre: La Escuadra chilena, que bloqueaba el puerto, impedía funcionar la resacadora. también nos visitaba el coronel Velarde, jefe del Estado Mayor. Este distinguido jefe, viendo una noche que no teníamos ropa de cama, nos mando frazadas, compradas con su peculio particular.

Entre penalidades y tristezas se va pasando el tiempo. A fines de este mes de Junio se recibió una carta y una orden del presidente Prado para que el guardia marina Wilson fuera trasladado a Arequipa. El joven oficial rehusó la generosa oferta declarando que quería compartir la suerte de sus compañeros y no separarse de ellos.

En la noche del 10 de Julio se sintió un fuerte cañoneo en la bahía, y algunos disparos cayeron en la población. Como a las dos de la mañana llego a nuestra pieza el general Buendía, un tanto agitado. Nos dice que con motivo del cañoneo el pueblo se ha amotinado y pedido nuestras cabezas. Ha sido necesario reforzar la guardia. Nos dice: "La situación de ustedes no es segura, he telegrafiado al presidente Prado para que los aleje de esta plaza. No estoy tranquilo pensando que bajo mi mando fuera a atacarse a los prisioneros de guerra. también les declaro que la canalla que me rodea me impide ser generoso con ustedes. Me llaman el general chileno, porque vengo a visitarlos.

A fines del mes en curso supimos la llegada del Presidente de Bolivia a Iquique. habíamos oído toques de diana y marchas militares que resonaban en el campamento peruano. Era el general Daza que revistaba las tropas, compuestas, según decían de 15.000 hombres.

Se nos anuncio que el general vendría a visitarnos, y muy pronto vimos llegar a un militar de aspecto ordinario, cubierto de bordados, de pantalón blanco y botas, grande de cuerpo, colorin, pecoso y rostro manchado, al parecer, por la viruela.

Venia acompañado de numeroso sequito, entre los cuales se encontraba un joven oficial que había sido compañero de Wilson en un colegio en Valparaíso. Daza nos saludo, nos miro con atención y nos pregunto si estábamos bien de salud y como se nos trataba; agregando: "Si ustedes hubieran estado en Bolivia, yo los habría tratado muy bien". Al retirarse el general con todo su Estado Mayor, el oficial amigo de Wilson quedo el ultimo, y volviéndose hacia nosotros, dijo sonriendo: "No le crean al general, si el los pilla los habría guillotinado".

Habiendo suspendido el bloqueo del puerto la Escuadra chilena, se noto gran movimiento en la ciudad; y una noche fuimos despertados de improviso, recibiendo orden de levantarnos y salir de nuestra pieza. Como dormíamos medio vestidos no tardamos en estar listos y ponernos en marcha entre dos filas de soldados, que nos condujeron al muelle y de ahí al transporte de guerra peruano Chalaco. Fuimos recibido con toda amabilidad por el comandante Reygada, quien nos condujo al elegante salón del vapor y nos dijo: "Aquí estamos entre camaradas, están ustedes en su casa". después de tres meses era la primera noche que dormíamos entre sabanas.

Y comenzó para nosotros una larga peregrinación. Pasando por el Callao y Lima, transmontamos la cordillera con un frío glacial y a 5000 metros de altura y llegamos a Tarma, en plena sierra, pequeña ciudad destinada a servirnos de prisión. Ahí encontramos al señor coronel don Manuel Bulnes con todos sus oficiales del Regimiento Carabineros de Yungay, prisioneros del Rimac.

A mediados de diciembre se nos da la gran noticia de que ha terminado nuestro largo y triste cautiverio, que hemos sido canjeados por prisioneros del Huáscar, y un tren directo nos conduce al Callao donde nos embarcamos en el vapor Bolívar, que nos condujo a Chile.

 

 

Relato del Subteniente Antonio Hurtado

 

Iquique, mayo 23 de 1879

Señor don Miguel Hurtado.

Querido papá:

El 21 del presente, a la 8.40 A. M., fuimos sorprendidos por el Huáscar i la Independencia. El Huáscar se batió con nosotros i la Independencia con la Covadonga, que eran los únicos dos buques que sostenían el bloqueo; el combate duró hasta la 1.45 P. M. durante las cuatro horas i minutos de combate se dispararon todos los proyectiles que se pudieron, que fueron más de 200; la Esmeralda fue echada a pique después del tercer espolonazo que recibió del Huáscar, quedando a flote un gran número de cadáveres. Los que salvamos, que fuimos más o menos 60, hemos salvado a nado. A los veinte minutos fuimos recogidos por los botes del Huáscar. Después que se nos dio ropa i permanecimos algún tiempo abordo se nos llevó a tierra, donde nos encontramos prisioneros.

He aquí una relación de los muertos:

Comandante Prat
Teniente 2° I. Serrano
Guardia-marina E. Riquelme
Ingenieros, todo el cuerpo, i como ciento i tantos de la tripulación.

Cuando tenga el gusto de darle un abrazo a usted, a mi mamá i hermanos, les contaré mucho que por ahora no se puede.

Sin más que esto se despide su hijo.

ANTONIO D. HURTADO

P. D. - Mando un abrazo general.
Dentro de una hora nos embarcamos en el Chalaco con dirección al Norte, no sabemos a dónde.

Su hijo

 

ANTONIO


 

Relato del Teniente Francisco 2° Sánchez

Iquique, Junio 16 de 1879

Señor don Carlos Sánchez.
Mi querido hermano:

Por el vice-cónsul inglés tuve el grato placer de recibir tu estimable del 4 del presente.
Es inútil explicarte la emoción que en esos momentos experimenté. Es necesario encontrarse en las circunstancias en que me hallo, prisionero de guerra, separado de la familia, de la patria i amigos, etc. Leí i volví a leer tu carta i la de la querida hermana Agustina, i sólo entonces comprendí lo que realmente significaba. Conociendo el carácter de todos ustedes tan sumamente sensible, i especialmente el de Agustina, temí que algo muy serio sucedería en casa en los primeros momentos que llegó a ésa la noticia del encarnizado combate que tuvo lugar en esta agua. Gracias a Dios solo ocasionó la grave incertidumbre respecto a los que habíamos sucumbido i que no dejó de ser seria tomando en cuenta que duró ésta cerca de ocho días, como me lo explicas en tu carta.
Previendo esto, al día siguiente del combate pasó un vapor para el sur i conseguimos que nos permitieran escribir a nuestras familias, i más aún, escribimos al capitán Molina, gobernador marítimo de Antofagasta, una relación de los que sobrevivimos para que, acto continuo, por telégrafo lo comunicara a ésa. Si hubiera cumplido con esto, dos días después habrían tenido conocimiento.
Sentí muchísimo no haberte remitido una relación completa del combate por el vapor que zarpó de ésta el 27 del pasado.
Como las cartas las entregamos abiertas a las autoridades militares, temí que no llegara a tu poder. Por ella te habrías impuesto de la horrorosa mataza. Todo lo que se diga es poco, i nosotros mismos nos espantamos cuando recordamos tanta sangre derramada. Pasará mucho tiempo antes que se sepan las cosas tales cuales son. Las cartas de Zegers a su padre i la de Uribe a don Eulogio Altamirano, si es que se publican, darán indudablemente alguna luz sobre lo sucedido en lo que corresponde a la descripción de la acción; pero hay muchos hechos que se irán sabiendo poco a poco i que la historia se encargará de darles su verdadera importancia.
Como estamos completamente incomunicados, rodeados de centinelas, sólo hemos podido obtener muy pocas noticias respecto a la opinión de la prensa chilena. Por una casualidad, entre la ropa mandábamos comprar, nos llegó un pedazo del diario MERCURIO del 30, i nos sorprendió que en nuestra patria crean que la Esmeralda sucumbió en el momento en que nuestro comandante Prat pasó a la cubierta del Huáscar con el sargento de la guarnición Juan de Dios Aldea, que fue el único que alcanzó a acompañarle, cayendo herido con siete balazos.
El valiente comandante Prat abordó al enemigo en el primer espolonazo que tuvo lugar más o menos a las 11 ½ AM.., i nuestro buque desapareció de la superficie a la 1 ½ PM.. con poca diferencia. Se deduce aquí que nos hemos batido sin nuestro comandante, con poca diferencia, dos horas.
Cuando recibimos el primer choque, habíamos perdido poca gente, i el Huáscar se retiró con tanta precipitación que a pesar que lo recibimos en la aleta (en la popa), de la guardia de bandera, que está formada en la toldilla, precisamente en el lugar del espolonazo, sólo uno, que fue el sargento alcanzó a saltar. Muchos dirán, ¿cómo es que no se tomó alguna providencia para asegurar el abordaje? En la guerra marítima el combate con espolón esa casi desconocido. Está muy fresco el ejemplo de dos blindados alemanes que por evitar el encuentro con un buque mercante, chocó un blindado con el otro, echando a pique al último inmediatamente, quedando el primero en muy malas condiciones para continuar navegando.
Ahora, si entre dos blindados ha sido tan fatal el resultado para el que recibió el espolonazo, ¿qué esperanza tendría la vieja Esmeralda de sobrevivir a la embestida del poderoso Huáscar? Creo que de los 200 hombres que formaban nuestra tripulación no hubo uno solo que no dijera al ver al Huáscar, que a toda fuerza venía hacia nosotros, estamos perdidos. Por fortuna, nuestro comandante logró maniobrar de tal suerte que lo recibimos por la aleta. En esos supremos momentos toda la gente estaba en sus puestos de combate. Nuestra artillería sostenía un fuego nutrido i era mayor la excitación del combate a medida que avanzaba el enemigo. Por otra parte, los trozos de fusilería ayudados de los rifleros de las cofas, agregados a los disparos de los cañones del enemigo i sus ametralladoras, formaban un conjunto aterrador. En medio de ese inmenso eco del combate, de los gritos de los heridos, etc., nuestro comandante tuvo la inspiración de abordarlo, i acto continuo dio la voz de al abordaje, voz que no fue oída sino por los que estaban muy cercanos. Abordar al Huáscar en esas circunstancias era una empresa imposible. La sangre fría que hasta esos momentos manifestó el comandante Prat le hizo concebir la sublime idea de morir como hay pocos ejemplos de tanto heroísmo, en la cubierta del enemigo, i acto continuo saltó, viéndolo un momento después caer con su espada en mano al pie de la torre.
La pérdida del comandante produjo en la tripulación una profunda impresión. La idea de venganza se apoderó de todos, i cada uno quiso ser un héroe para imitar su ejemplo. Valor inútil: nada podíamos hacer sino esperar la muerte con resignación. En efecto, momentos después de este primer choque, el Huáscar a toca penoles nos arrojaba su gruesa artillería, i las bajas en nuestra gente se sucedían con mucha rapidez. Envidia nos daba ver caer muerta nuestra gente. Los sufrimientos para éstos habían terminado. Desgraciados eran los que caían heridos. Eran espantosos los gritos de estos infelices i no podía prestárseles ningún auxilio. El cuerpo médico era insuficiente para atender a tantos heridos, así es que todo lo que se hacía con ellos era hacerlos a un lado para que no estorbaran a la artillería. Sabíamos que todos teníamos que morir momentos después.
Había cadáveres que quedaban divididos i cauterizados. A cada momento se encontraban piernas i brazos que no se sabía de quienes era. No creo que haya otros ejemplos de un combate tan horrible. El fuego continuaba con la misma viveza por ambas partes, i el enemigo a 700 metros se preparaba para darnos la segunda embestida.
Muerto el capitán Prat, Uribe tomó su puesto i yo el de Uribe. Nos reunimos luego que fue posible con el teniente Serrano para conferenciar sobre la determinación que debíamos tomar, si echar a pique al buque para evitar derramar más sangre, pues creo que no bajarían de 40 a 50 los muertos i heridos, o continuar combatiendo hasta sucumbir. Resuelto esto último, volvimos a nuestros puestos; pero yo quedé siempre en la batería por ser allí más útiles mis servicios. Era el instructor de la artillería i conocía la gente, i por consiguiente podía llenar las bajas con los individuos más aptos para las vacantes que quedaban.
No puedo fijar con exactitud la hora del segundo espolonazo, pero creo que sería cerca de las 12 i media PM.
Era curioso lo que pasaba en mi imaginación, i creo que lo mismo sucedía a los otros. Del mismo modo que los trabajadores esperan los días Domingo para descansar, yo miraba con cierta satisfacción, que no se como explicarla, la segunda venida del enemigo. Sabía que un segundo espolonazo no podríamos resistirlo i de un solo golpe daría fin con todos i descansaríamos por consiguiente de presenciar tantas desgracias. Sin embargo, luego puso el enemigo su proa a la moribunda Esmeralda, el entusiasmo renació con mayor fuerza i entusiasmábamos a la gente. Yo mismo tomé una rabiza de un cañón i se rompió el fuego con toda actividad; igual cosa hicieron los trozos de fusilería. Por fin, nuestro buque gobernaba muy despacio, la máquina se movía con poca fuerza, procurando evitar el segundo choque. Un ruido estrepitoso nos indicó este momento; el buque se cimbró como una tabla, la gente para sostenerse tenía que agarrarse de lo primero que tenía a mano. El buque a pesar de los deseos del enemigo, quedó a flote. Todavía nuestra gloriosa bandera brillaba, i un pueblo entero i un ejército enemigo la contemplaba muy a su pesar. Si no se evitó del todo el golpe, nuestra proa tuvo bastante firmeza para resistirlo.
El Huáscar, un momento antes del choque i al desabracarse, nos disparó sobre nuestra cubierta sus dos cañones de 300 i barrió con una parte de la gente de los cañones. Algo parecido sucedía en el entrepuente. Sin embargo, con los pocos que quedaban se continuaba haciendo fuego, con la diferencia que los cañones no se metían en batería, sino que se disparaban a lo largo de braguero.
En esta ocasión, es decir, en el momento del choque, veo a Serrano que se dirige a proa, i al acercárseme me dice: amigo Sánchez estamos fregados, i continuó su camino. Grande fue mi sorpresa cuando lo veo saltar a la cubierta del Huáscar con diez a doce hombres que también murieron. Este es otro hecho que demuestra el arrojo hasta el sacrificio de Serrano i los que le acompañaban. Serrano fue muy valiente desde los primeros momentos del combate. Una serenidad admirable unida a un valor que lo dio a conocer a cada momento. Si el capitán Prat se ha inmortalizado por su valor, igual cosa debe acontecer con el amigo Serrano.
El enemigo se retiró hasta la distancia de 600 metros más o menos. Concluimos de quemar los últimos cartuchos. La Santa Bárbara se inundo completamente, ahogándose los que se encontraban dentro. Sólo el condestable alcanzó a salvarse por haber un momento antes subido al entrepuente. La máquina dejó de funcionar. El agua subió hasta los fuegos i concluyó el vapor. En las mesas de la sala de amputación, que era la antecámara de guardia-marinas, había muchos heridos de gravedad. De los encargados de los pasajes de balas, granadas i los de pólvora, muchos habían sucumbido. Desde este momento nada nos restaba que hacer. Un silencio profundo reinaba a bordo, i sólo era interrumpido por los disparos de algunos rifleros i lastimeros quejidos de los heridos. Nos cruzamos de brazos i esperamos. Yo subí a la toldilla i me junté con Uribe i otros compañeros. El enemigo pone su proa a nosotros a la una i media más o menos. En estos momentos se ve salir humo por la escotilla de la cámara de guardia-marinas. Una granada, penetrando por la botica, puso fin a la existencia de los ingenieros Mutilla, Manterola i Gutiérrez, dos mecánicos, dos carpinteros, el sangrador i varios otros; concluyó con los heridos.
La muerte de los ingenieros i demás de la máquina, fue como sigue:
No teniendo éstos nada que hacer abajo, puestos que los calderos estaban apagados, los abandonaron i al estar en el entrepuente se desnudaron completamente, i en este estado se disponían para subir a cubierta, pero no alcanzaron a llegar; en la misma escala cayeron.
Sobre la muerte del ingeniero primero, todavía no hemos podido saber si ha muerto ahogado o por las balas. Cuando dio cuenta que la máquina no podía funcionar, hablé con él i no lo vi. más.
Luego que vimos con la fuerza que venía el enemigo, nos desnudamos i en este estado me bajé a esperar en el cañón séptimo a estribor. Otra granda destrozó la rueda del timón i cuando encontró por delante, murieron todos los que había cerca i especialmente los del timón.
Esta vez me escapé muy bien, estando tan sumamente cerca. Todavía tenía que bañarme. El cabo Cortés tomo la corneta, pues su dueño había muerto, i tocó a degüello en los momentos que se abría el buque i desaparecía de la superficie. El último disparo ordenado por mi lo quemo el guardia-marina Riquelme. Riquelme se hizo notable por su valor i entusiasmo. No se movió un momento de los cañones, i cuando encontraba a algún marino algo decaído, lo entusiasmaba i lo hacía consentir que teníamos muchas esperanzas de triunfar. Este bravo oficial murió ahogado, como igualmente el cabo Cortés.
Un momento después, una nata de cabezas humanas flotaba en la superficie i cada uno trataba de agarrarse a algún coi o pedazo de maderas, de los que había muchos.
No deseo que a otro buque chileno le suceda lo de la Esmeralda. ¡Es muy desagradable tener que bañarse en un combate!
Lo que me sucedió es muy fácil explicarlo. Repentinamente me encontré atraído por el remolino i la atracción que formó el buque al sumergirse. Tragué bastante agua i recuerdo bien que en esos instantes me consideré perdido, por creer que la fuerza del agua me arrojaría dentro de la cámara alta. En estos apuros toqué algo i agarré bien. Me pareció ser algún cuerpo. Inmediatamente reconocí que era un coi. Este gran recurso me llevó luego a la superficie. ¡que felicidad es volver a la luz!
Para concluir con esto i no volver más a ocuparme, le diré: que permanecimos en el agua veinte minutos. El Huáscar paró su máquina i al verlo con toda su guarnición formada en cubierta, creímos un momento que nos iban a disparar; pero luego disipamos esta idea al ver que arriaba sus botes.
Una vez en el Huáscar, nos pusieron en la cámara del comandante. Nos dieron un poco de licor, i media hora después estaba vestido con una camisa blanca, una cotona i un pantalón de marinero.
El buque salió i no supimos a donde.
Dos días después calculamos, cuando tuvimos noticias de la pérdida de la Independencia, que la salida tuvo por objeto recoger los náufragos de dicho buque. Serían las seis i media cuando fuimos desembarcados. Al salir a bordo nos dieron un par de zapatos. Sombreros no nos dieron por no haber a bordo. El frío i el hambre nos atormentaban. En todo ese día no había probado bocado, i al estar sin medias, calzoncillos, camiseta, etc. No es raro suponer que con tan poca ropa pudiera estar abrigado.
En el trayecto del muelle a la prefectura no hubo nada de notable, a no ser algunas hostiles demostraciones del populacho, que es difícil evitar. Una vez en el salón de la prefectura, fuimos felicitados por los jefes del ejército. Todos admiraban el heroísmo de la Esmeralda i lo hacían con sinceridad.
El jefe del ejército nos dijo: Ustedes no son prisioneros, ustedes son náufragos. El valor de ustedes no tiene ejemplo en la historia de las guerras marítimas. Si ha habido un caso igual, estoy cierto que no hay quien lo sobrepuje. No recuerdo bien las palabras.
Al día siguiente fuimos visitados por el general Canseco, i este jefe se enterneció cuando nos hablaba alabando nuestra conducta, i estas visitas continuaron por algunos días.
Esa misma noche, después que comimos algo, fuimos conducidos a la Bomba Austriaca, donde permanecimos como quince días.
Hace tres días que se nos entregó un terno de ropa que nos mandaron hacer. Ya nos habíamos familiarizado con el traje de marinero i hará sólo diez o doce días que usamos ropa interior por no haber en la población.
Hoy puedo decir, sin temor a equivocarme, que las pocas comodidades que tenemos se las debemos puramente al general Buendía. Estos dos caballeros se han conducido muy bien con nosotros i les estamos muy agradecidos. El señor Velarde continuamente viene a visitarnos i a ofrecernos lo que necesitemos.
El general Buendía también, cada vez que puede, viene a vernos con el coronel Velarde. ¿I qué se dice por allá sobre nuestro rescate? ¿Podemos tener esperanza de alcanzarlo pronto? La inmovilización en que nos encontramos i el no poder continuar siendo útiles a la patria, nos atormenta.
Tu afectísimo hermano.

FRANCISCO 2° SÁNCHEZ

 

Relato del Teniente Luis Uribe

Iquique, Junio 15 de 1879


Señor don Juan Manuel Uribe

Querido tío:

Usted debe estar ya al cabo del combate de Iquique i de algunos de sus detalles. Como se puede decir que he revivido, desde que se nos dio a todos por muertos, deseo también que reviva nuestra ininterrumpida correspondencia.
Principiaré, como es natural dándole algunos detalles referentes al hundimiento de la vieja Esmeralda i la milagrosa escapada de su sobrino.
Como todos saben, el combate de Iquique duró cuatro i media horas. Lo que sucedió en este tiempo es lo que deseo que UD. sepa.
Al reconocer al Huáscar i la Independencia, ya puede UD. suponer lo que pasó por mí. De acuerdo con el comandante se tomaron las medidas conducentes para incendiar o echar el buque a pique en caso necesario.
A las 8 hs. 30 ms. la acción se hizo general. No se puede UD. imaginar el entusiasmo de nuestros marinos; cada tiro que acertábamos al Huáscar era saludado con un ¡viva Chile! La primera granada del enemigo, que nos acertó, entró por mi camarote, barrió con todo lo había dentro, pasó por la cámara de oficiales llevándose sillas, mesas, etc., i fue a romper al otro lado abriendo un boquete de uno i medio metros. Yo me encontraba en ese momento inspeccionado el pasaje de grandas i como a cuatro pasos de mi camarote. Un momento no más que hubiese tardado el proyectil, no estaría ahora con la pluma en la mano.
Pero subamos a cubierta.
Hace cerca de dos horas que combatimos i sólo tenemos tres o cuatro muertos; esto es porque las punterías del enemigo son nada certeras. El lo conoce, i cansado ya de nuestra resistencia nos embiste con su espolón. El capitán ya de nuestra resistencia nos embiste con su espolón. El capitán Prat quiso evitarlo; pero la vieja Esmeralda andaba como una mosca en el alquitrán, i recibió el espolonazo a babor frente al puente. Los cañones del Huáscar disparados a boca de jarro, antes i después del ataque, barrieron nuestras baterías.
Como UD. sabrá, el capitán Prat saltó a la cubierta del enemigo i murió allí como un héroe. Yo me encontraba en el castillo de proa, desde donde vi. caer muerto a nuestro valiente comandante. Inmediatamente me fui al puente i tomé el mando del buque.
¡¡Considere mi situación!! Me encontraba mandando un buque agujereado i haciendo agua; i con el Huáscar por delante, que desde una distancia de 100 metros hacía terribles estragos sobre nosotros. Nadie caía herido; todos eran horriblemente mutilados i a los pocos minutos la sangre corría por la cubierta. Pero nuestra gente no desmayaba ni abandonaba sus cañones.
Por un momento el Huáscar paró sus fuegos, como dándonos tiempo para reflexionar i rendirnos; no hacía más que aumentar nuestra agonía, desde que nadie pensó en arriar la bandera que flameaba en el pico de mesana.
Viendo pues el Huáscar que no nos imponía, nos embistió por segunda vez con su espolón. Por amor propio quise evitarlo, i si no lo conseguí del todo, al menos, no nos echó a pique tampoco. Sin embargo, quedando en un estado lamentable: la Santa-Bárbara se inundó i la máquina dejó de funcionar. Cuando el ingeniero me avisó esto último, me crucé de brazos. No había más que hacer que arriar la bandera o esperar que el buque se fuese a pique. Los pocos cartuchos que quedaban en cubierta sirvieron para hacer la última descarga cuando el Huáscar, viendo que aún estábamos a flote, nos dio el golpe de gracia. Ya era tiempo, la cubierta se hallaba sembrada de cadáveres destrozados: era aquello un espectáculo horrible de cráneos, brazos, piernas, etc., sembrados por todas partes.
Una granada se llevó como trece individuos, entre ellos los cuatro ingenieros; i creo que fue la última la que pasó por debajo del puente i barrió con los timoneles i otros que había allí cerca. Un poco más alto el tiro i su sobrino estaría a la fecha en el otro mundo.
Pocos minutos después de recibir el tercer espolonazo, la vieja Esmeralda se hundió para siempre en las aguas de Iquique i con ella los que tuvimos la suerte de escapar de las balas.
Después de tragar un poco de agua me encontré a flote, sin saber cómo, porque ha de saber UD. que nado como piedra.
Del agua fuimos recogidos por los botes del Huáscar i desembarcados en este puerto en calidad de prisioneros.
Cuándo nos darán la libertad? Este es un problema que deseamos se resuelva cuanto antes.
Mis recuerdos a su familia i a los amigos de Copiapó.



LUIS URIBE

 

Relato del Guardiamarina Arturo Wilson

Iquique, Mayo 23 de 1879

Señor don Vicente Santa Cruz




Querido Vicente:


Hoy hemos tenido oportunidad de escribir i la aprovecho para darte noticias mías.
El 21 hemos tenido un sangriento combate entre el blindado peruano Huáscar i la Esmeralda, donde yo me encontraba embarcado, que duro cinco horas, echándonos a pique el blindado peruano después de tres espolonazos. Datos i comentarios no me es posible dártelos: sólo puedo decirte que la Esmeralda se ha hundido, pero con gloria, quedando apenas 50 de 200 hombres que habíamos a su bordo. He escapado qué sé yo cómo, pues hasta ahora no me doi cuenta de ello. Nos desembarcaron en este puerto, donde permanecemos prisioneros de guerra, buenos i sanos.

Las autoridades peruanas nos han tratado con amabilidad i consideración, pero después del bloqueo de este puerto no hai casi recursos, así es que sólo tenemos un traje de marinero. La escuadra andaba afuera algunos días i aún no llega.

ARTURO WILSON

En este momento nos comunican la orden de embarcarnos en el Chalaco para llevarnos al Norte, no sabemos a qué punto.

 

 

 

 

 
 
 
 
 

 

 

 

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