La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

 

EL COMBATE DE CONCEPCIÓN, POR BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA. [1]

 

I

El gemelo en gloria y en sacrificio del subteniente Cruz, el subteniente Arturo Pérez Canto, alumno del Liceo de Valparaíso, fue tan valeroso como el alumno del Liceo de Curicó. Al decir de todos los que le conocieron bajo las armas, era aquel un niño de brillantísimas esperanzas, y como Julio Hernández, teniente del Buin a los 18 años, parecía llamado a ocupar un distinguido puesto entre los que sirven a su patria por el amor de su gloria.

Escuchemos a este respecto las confidencias íntimas de su hogar.

"Desde pequeño, -decía de él haciendo cariñosa memoria su hermano primogénito que había sido cirujano de su propio regimiento,- tuvo Arturo marcada afición por la carrera de las armas. Así, muchas veces, mirando el retrato de nuestro abuelo don José A. del Canto, le entusiasmaba su traje militar y el parche de Maipú que adorna su brazo, y pedía a nuestra madre que le contara la vida tan llena de accidentes del que, marino a las órdenes de lord Cochrane y soldado de la independencia, fue también minero y agricultor.

"Cuando comenzó la guerra, Arturo cursaba humanidades en el Liceo de este puerto, pero las noticias del norte le eran entonces de más interés que sus estudios. Las acciones de Pisagua, Dolores y Tarapacá produjeron en él una gran excitación, según pude saber más tarde, pues en esa época yo estaba en el ejército como cirujano del Chacabuco. Después de Tarapacá, habiendo venido con los heridos de mi batallón, me vi continuamente asediado por las preguntas de Arturo sobre la vida de campaña, el campo de batalla, las marchas, los soldados, el desierto. Pero ocultaba cuidadosamente manifestar que pensara ofrecer su pequeño contingente a nuestro ejército, pues, bien sabía que le iba a faltar el permiso de mis padres.

"Más tarde cayeron Tacna y Arica, y estas victorias decidieron a mi pobre hermano a ejecutar ya su pensamiento".

II

Fugado temerariamente de su casa y del colegio, como Manuel Baquedano en 1838, el niño santiaguino tiró sus libros al mar desde el muelle de Valparaíso, y escondido, fuese a Arica en demanda del ejército y de su hermano acantonado con su regimiento en Calama, junto a Tacna.

Cuando el estudiante de humanidades del Liceo de Valparaíso emprendía aquella odisea de la que no habría de volver sino sobre su broquel, como los héroes de Troya, no había cumplido aún la edad núbil ni siquiera la anticipada primavera de la adolescencia.

El tierno soldado no contaba todavía 16 años, puesto que naciera en 1864, y cuando a escondidas se fugó de su lecho y de la escuela en el vapor Matías Cousiño, era en el mes de agosto de 1880. Al comenzar la guerra, el subteniente Pérez Canto no pasaba de ser una criatura de 14 años que apenas podía consigo su pizarra, pero en su hora supo coger la espada o empuñar un fusil con el mismo valiente esfuerzo que su amigo inmediato en la campaña, el subteniente Cruz.

III

Al llegar furtivamente al puerto de su desembarco en la playa enemiga, intentó su hermano mayor devolverlo a su hogar, pero vencieron sus ruegos y aún sus lágrimas, y de esta suerte aquel mancebo verdaderamente heroico peleó en Chorrillos como ayudante del coronel Toro Herrera, quien dice de él, en su parte oficial de la jornada, estas palabras singulares: "El subteniente Pérez Canto se distinguió por su admirable valor a toda prueba".

IV

Un incidente digno de ser especialmente recordado respecto de estos tiernos pero generosos ánimos, aconteció en la víspera de la batalla en que tanto se señalara el subteniente Pérez Canto, y uno de sus amigos, que por una singularidad del destino lleva el mismo nombre de su inmediato compañero de armas (Luis de la Cruz), lo describió al saberse su muerte en Chile en los ingenuos términos que aquí copiamos:

"Poco antes del día en que la marcha del ejército chileno de Lurín a Lima se efectuara en la noche del 12 de enero de 1881, encontrábase el comandante Zañartu, segundo jefe del Chacabuco, el que esto escribe y otros oficiales del mismo cuerpo, reunidos a la hora de comida. Se disertaba naturalmente sobre la próxima batalla y sobre la parte que le tocaría en ella al cuerpo que pertenecíamos.

"El valiente comandante Zañartu tenía una preocupación constante que le mortificaba sin cesar y de que nos había hablado en otras ocasiones. Esta vez nos repetía: "A medida que se aproxima el día del combate más me mortifica la idea de que este niño Pérez vaya a servir de carne de cañón, y si esto sucede, tendré un remordimiento eterno en la conciencia... Yo quisiera que el coronel lo dejara con algún pretexto sin entrar en acción".

"Y a la vez que así se expresaba, mandó llamar al niño Pérez, como él lo nombraba siempre, quien se presentó a los pocos momentos.

"Lo llamo, subteniente Pérez, -le dijo Zañartu,- para decirle que Ud. se quedará el día del combate a cargo del equipaje del cuerpo".

"Pérez recibió aquellas palabras como un bombazo, quedando por muchos minutos silencioso. Por fin dijo: "Yo cuando vine a ocupar un lugar en las filas del ejército, fue, señor, para estar siempre al lado de mi cuerpo, tomando así parte en las acciones en que se hallara, pues considero que sería indigno y ridículo que un oficial, mientras sus compañeros están en medio de la batalla! él, con toda sangre fría, permanezca inerte, cuidando que alguno no se robe la manta u otra prenda del soldado...

"Se olvida, subteniente, -le interrumpió Zañartu,- con quién habla! Parece que ignora Ud. la ordenanza que manda obedecer sin replicar las órdenes de sus superiores!

"Pérez tuvo que guardar silencio. Dos lágrimas asomaron a sus párpados, mientras que el encendido color de su rostro indicaba la lucha de encontrados sentimientos que había en su alma.

"El valiente, el noble Zañartu, se sentía también conmovido a la vista del valor y digna actitud de aquel joven que reclamaba un derecho indisputable.

"Le Indicó se retirara y que luego se le comunicaría la última resolución. Libre ya de su presencia, Zañartu exclamaba con entusiasmo: -"Si Chile me diera un regimiento de niños como éste, tendría bastante para batir a todo el ejército peruano. En fin, he hecho cuanto me era posible para evitarle una muerte casi segura: él lo quiere, mi conciencia queda tranquila".

"Dos días después el ejército se ponía en movimiento y el subteniente Pérez, cabalgando en un magnífico animal que le obsequiara el coronel señor Toro Herrera, marchaba a su lado sirviéndole de ayudante".

V

Hasta aquí la confidencia de su compañero de bandera y de victoria. El subteniente Pérez Canto, en su calidad de ayudante de campo de su jefe de batalla, no obstante su pequeña talla infantil, había tenido ocasión de lucirse en su caballo de pelea, y no fue é quien cayera sino el valiente capitán, que haciendo oficio de padre, había querido salvarle, ahorrándole por ese camino algunos días de vida.

VI

En confirmación de todo lo que hemos venido diciendo, deberemos agregar aquí que el subteniente Pérez Canto había nacido en Santiago el 26 de noviembre de 1864, y era nieto del bizarro comandante don José Antonio del Canto, tronco de numerosísima familia militar y que fundó su escuela combatiendo en la tierra y en el mar bajo las banderas de Cochrane y San Martín.

En cuanto a la elevación de su alma, he aquí lo que el mismo de sí propio decía, según una nota manuscrita que se nos ha enviado desde la Inspección General del Ejército, y con la cual cerramos esta página de su nobilísima carrera.

"Poco antes de su muerte había recibido una carta de su señora madre, en que le decía que sentiría sobremanera el que le ocurriera una desgracia, y que su pérdida le ocasionaría un eterno desconsuelo; a lo que el niño le contestó: "Que si tal cosa llegaba a sucederle, haría porque su muerte fuera acompañada de fúlgidos destellos de gloria, que más bien que sentimiento le llevara, junto con el ósculo de eterna despedida, un justo sentimiento de orgullo y la satisfacción de haber engendrado al hijo que había sabido morir por la patria".

VII

Y con relación a la memoria que de su virtud y de su valor ha dejado entre sus compañeros de armas, que él tanto amó, las dos cartas que enseguida copiamos dan testimonio de alto y cariñoso aprecio más allá del martirio, del cuartel y de la tumba:

"Lima, agosto 3 de 1882.

"Señor Rudecindo Pérez - Valparaíso.

"Respetable señor:

"El 9 y 10 de julio último en el pueblo de la Concepción fue atacada y exterminada por el enemigo la 4ª compañía del Batallón Chacabuco, que tengo el honor de mandar, y de la que formaba parte el subteniente señor Arturo Pérez Canto.

"En ese hecho, que ha sido muy honroso para las armas de Chile, fue muerto su distinguido hijo Arturo, después de haber luchado 19 horas con señalado heroísmo.

"Al dar a Ud. esta sensible noticia, declaro a Ud., a nombre de mis compañeros y al mio propio, que nos asociamos a su pesar, lamentando la muerte de nuestro querido compañero de armas con el más tierno afecto, y asegurándole que la gloriosa memoria de Arturo será siempre recordada en el Chacabuco con respetuoso cariño.

"Con sentimientos de respeto y consideración, me suscribo su muy atento y seguro servidor.- Marcial Pinto Agüero".

***

"Lima, agosto 3 de 1882.

"Señor Rudecindo Pérez - Valparaíso.

"Respetado señor:

"Los jefes y oficiales del Batallón Chacabuco tenemos el propósito de hacer un retrato al óleo de su hijo Arturo para recordar la memoria de nuestro distinguido compañero de armas; y a fin de poder realizar nuestro deseo, espero que Ud. nos haga el servicio de mandarnos un retrato de fotografía por no existir aquí ninguno del finado.

"Con este motivo, me suscribo su atento y seguro servidor.- Marcial Pinto Agüero".

VIII

Tal fue el imponderable sacrificio llamado de los "77 de la Concepción", y a nadie se habrá ocultado la viva similaridad que en ese grupo de niños, comandados por un capitán de 30 años, ofrecía con relación al mancebo que más de cerca precedía en años al postrero de la serie. Entre los subtenientes Cruz y Pérez Canto, encontrábanse, en verdad y sin esfuerzo, interesantes analogías. Ambos eran estudiantes en su respectiva ciudad, es decir, en Curicó y Valparaíso. Ambos sentaron plaza de soldados, el uno en el Curicó (noviembre de 1880), el otro en el Chacabuco (noviembre de 1880). Ambos, en cierta manera, se marcharon como prófugos de su hogar; ambos desobedecieron la orden de custodiar los bagajes de su cuerpo en las batallas de Lima, puesto a que, por su edad y aspecto infantil, los destinaron sus jefes, y ambos se batieron con señalada bravura en aquellas jornadas. Ambos también murieron uno junto al otro.

IX

Por esto el conjunto de todos, de capitán a tambor en el grupo de la Concepción, ¿no habría ofrecido un digno tema, como el grupo de Iquique, para perpetuar en el bronce su juventud, su gloria y su martirio?

Al menos lo pensaron así sus propios compañeros que erigieron a su memoria marmóreo monumento; y al guardar sus corazones traídos a su suelo en rica ánfora, humedecida de lágrimas, y confundiéndolos a todos en un solo abrazo, su jefe superior había dicho de ellos, en su parte oficial de la jornada, estos conceptos que serían un digno epitafio para su sepultura común, bendecida y bendita.

"La memoria del capitán don Ignacio Carrera Pinto, subtenientes don Julio Montt, don Arturo Pérez Canto y don Luis Cruz Martínez, sacrificados con sus 73 soldados en el puesto del deber, es algo que el que suscribe, como el personal de mi mando, recordaremos siempre con profundo respeto, y nos esforzaremos en imitar, en algo siquiera, el camino que con su abnegación y sus vidas nos ha trazado ese puñado de valientes".

 

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BIOGRAFÍA DEL SUBTENIENTE DON JULIO MONTT, MUERTO EN EL COMBATE DE CONCEPCIÓN, POR BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA. [2]

I

Hecha a quedado en las páginas anteriores de este libro la lista de los que en la Concepción pelearon dos días y una noche sin rendirse, y en consecuencia habrá de necesitarse espacio estrecho para hacer memoria de los tres sublimes niños que allí secundaron a su capitán y a su lado murieron.

El subteniente Julio Montt tenía al morir sólo 20 años.

El subteniente Julio Hernández, 19.

El subteniente Cruz, apenas 18.

Indecisos para escoger las mies de la muerte y en el orden de prioridad de los años, elegimos en estas memorias, que forman un libro de lágrimas, pero que tienen las compensaciones sublimes de la inmortalidad, la designación de la suerte. La fama de los hechos memorables, así como el baldón del banquillo, es también susceptible de ser diezmada...

II

Julio Montt Salamanca, fue hijo del apreciable caballero don Manuel Montt Goyenechea y de la señora Leonarda Salamanca, noble matrona fallecida en 1878, es decir, en la víspera de la guerra que había de matarle a su hijo, amado por ella con indecible terneza.

Julio no había venido solo al mundo; porque en el regazo de su madre le hizo compañía un gemelo a quien pusieron con donaire el nombre de César -"Julio César"-, y ambos nacieron asidos por una sola vida en Valparaíso el 26 de septiembre de 1861. Ambos se hicieron soldados más o menos por el mismo tiempo y para iguales fines.

Julio entró al Regimiento Curicó para marchar a Lima. César se hizo Carabinero de Yungay para pelear las batallas de la patria a la vista de su hermano.

III

No se creyó por nadie en Casablanca, lugar de la residencia de su padre, que el subteniente Montt hiciera lucida figura en la guerra. Era un niño de hermosa y casi artística cabeza (cual se deja ver en su retrato), de ojos profundamente azules y melancólicos y de una contextura frágil y enfermiza, a tal punto que un tenaz mal de garganta le traía desde la niñez luchando con la muerte.

De suerte que cuando se supo en la aldea del hogar la brillante manera como se había conducido en el Manzano y en Chorrillos el antes delicado mancebo, hubo entre los suyos tanto regocijo como admiración: sólo su padre no se sorprendió, porque le conocía más allá de la transparente corteza de su ser. "Era rasgo distintivo de su carácter, -nos ha dicho el autor de sus días en tierna carta escrita en el segundo aniversario de su muerte (9 de julio de 1884)- , ser tan pundonoroso, que antes de merecer reproches por faltas cometidas, habría preferido recibir 100 balas, porque dentro de un cuerpo al parecer de junco se encerraba un alma de roble".

IV

Y esa era la verdad, porque un testigo extranjero y abonado, el doctor irlandés O'Regan que lo curaba de su dolencia física y conocía su moral, agrega sobre él que fue un soldado tan valiente como modesto: "a soldier as modest as he was brave".

El doctor irlandés no había a la verdad esperado mucho éxito para su fama al ver partir aquellos dos niños que acababan de ser arrancados al almácigo de su hogar y de su aldea (fresh from the nursery). Pero el eco de Chorrillos y después el de la Concepción, llegó pronto a desengañarlo.

V

Está ya contada la muerte del subteniente Montt del Chacabuco, y así queda escrita también la vida de este querido adolescente, porque como lo dice con filosófica exactitud el capitán de su propia compañía en el Regimiento Curicó, don Daniel Polloni.- "¿Qué puede contarse de la infancia de un ser que ayer era un niño y hoy sólo es un niño muerto?"

La única diferencia está en que la cabeza del primero tenía por aureola la risueña vida, y la del último, la imperecedera corona del martirio en la inmortalidad.

 

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BIOGRAFÍA DEL SUBTENIENTE DON LUIS CRUZ, MUERTO EN EL COMBATE DE CONCEPCIÓN, POR BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA. [3]

I

Luis Cruz Martínez, el más temerario de los combatientes de la Concepción, fue hijo de un misterio, pero desde la edad de dos meses le crió en Curicó como madre adoptiva doña Martina Martínez de Franco, y esto es todo lo que de su ignorada cuna se sabe.

De su escuela, dice uno de sus compañeros de aula lo que sigue, casi tan vago como su cuna:

"Al estallar la guerra, estudiaba el cuarto año de humanidades en el Liceo de este pueblo, siendo el alumno más aventajado con que contaba ese establecimiento. Vasta memoria, inteligencia despejada, aunque demasiado tierna, y conducta ejemplar, eran las prendas que auguraban al joven estudiante un porvenir seguro y un sólido bienestar a su familia.

"Una larga lista de premios confirma los que dejamos apuntado".

De su virtud, dejó él mismo noble memoria, porque cuando ascendió a cabo, dispuso en favor de su madre adoptiva y desvalida una mesada de ocho pesos, y cuando ascendió a subteniente, subió el precio de su gratitud a 30 pesos, los dos tercios de su haber.

En cuanto a su valor, había peleado como sargento en Chorrillos y días antes de morir soñaba con nuevas batallas.

"Por acá, -escribía desde Jauja a Chile, el 3 de julio-, se corre con mucha insistencia que iremos al departamento de Arequipa; el ejército lo desea y está que se muere de ganas de ir cuanto antes. Yo estoy muy contento con la noticia. Así como salvamos en el Manzano, en San Juan y Miraflores, podemos salvar, si Dios quiere, en Arequipa. Iré, pues, con muchísimo gusto al encuentro de los enemigos de Chile".

II

Según todas las noticias recogidas, incluso las auténticas del Estado Mayor General, el subteniente Cruz peleó y murió con imponderable bravura, reconocida y acatada por sus mismos feroces inmoladores. Su tierno cadáver fue encontrado en medio de la plaza, en el sitio que los pueblos eligen para el zócalo de sus héroes; y hay constancia de que, reconociéndolo los montoneros desde los balcones de la casa de Valladares, situada frente al cuartel en la plaza de la Concepción, y que él solía visitar, le gritaban a voces que se rindiera; y el sublime mancebo, blandiendo la espada con su brazo ya herido por dos balas, los denostaba de cobardes y asesinos, hasta que, despedazado literalmente por el plomo, cayó en el lugar maldito.

El subteniente Cruz había sido en el Curicó el ayudante favorito del bravo y olvidado Olano, y hoy está visto que él no sólo le enseñó a pelear sino que le enseñó a morir.

III

Era el subteniente Cruz, al comenzar la guerra, niño de tan tierna edad que apenas podía alzar su rifle a la altura del hombro, y era de estatura tan pequeña y endeble que cuando comenzó a militar como clase en el Regimiento Curicó, le daban sus camaradas humorísticamente el nombre de "El cabo Tachuela"; pero su alma grande sobrepasaba por 100 codos su niñez y su estructura física, y así quedó probado.

IV

Los peruanos mismos, deponiendo su animosidad, declararon que en diversas peripecias del combate le ofrecieron la vida desde las ventanas de la casa ya mencionada de los Valladares, de cuya familia era amigo.

Pero el inflexible niño a cada grito de misericordia de sus enemigos, respondía blandiendo su espada en un grito bravío y osado reto, haciendo recordar en miniatura a Cambronne y su dicho en Waterloo.

El subteniente Cruz fue encontrado medio a medio de la plaza de la Concepción, con las manos destrozadas por un pertinaz combate sostenido al arma blanca.

Y a la verdad, inspiraron a sus propios exterminadores tal respeto la incontrastable resolución y el valor indomable de los 77 chilenos de la Concepción, que aún muertos los últimos, aquellos huyeron, cosa que ellos mismos cuentan en sus boletines, y forma un elogio incomparable para "los exterminados".

El Congreso Nacional reconoció por un acto explícito el heroísmo de los combatientes de la Concepción, otorgando los sueldos íntegros de los oficiales muertos a sus madres (1883), sin excluir la madre adoptiva, que recibió un año más tarde una pensión vitalicia por haber "educado a su héroe".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

[1] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo VII. Páginas 228 a 230

[2] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo VII. Páginas 227 - 228

[3] Ahumada Moreno, Pascual. Tomo VII. Página 228

 

 

 

 

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