La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

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Teniente Coronel Juan José San Martín

  

 

Durante la Guerra del Pacífico, muchos fueron los soldados que se elevaron a la categoría de héroes y cuyas vidas no han sido divulgadas y uno de ellos, es el Comandante del "4º de Línea", en el Asalto y Toma del Morro de Arica, llevado a cabo por las fuerzas chilenas el 7 de junio de 1880, este hombre, que cayó bajo las balas enemigas, cuando al frente de sus soldados atacaba la cima del Morro, último baluarte de la resistencia peruana, se llamó Juan José San Martín, y ésta es su biografía:

En las montañas que se encuentran al oriente de Chillán, allí donde encontraron refugio los Pincheira, se encuentra Coihueco lugar donde se levantaba la rústica cabaña de un labrador de apellido San Martín. En ella arrullado por el viento que agitaba los corpulentos robles y el río Chillán que se desliza cercano, saltando entre las rocas de su cauce y el refugio de los pumas que en la noche salen a buscar su sustento.

Descendiente de españoles, entre sus antecedentes figura su abuelo Pablo San Martín, activo realista que sostuvo con fervor la causa del Rey durante el período denominado "La Guerra a Muerte", La familia de su madre provenía del Corsario Penrose.

A muy temprana edad, perdió a su madre y hasta los catorce años permaneció en el hogar junto a sus hermanos, endureciéndose en la tarea de labranza. Su escasa educación, adquirida en una escuela parroquial no le permitía aspirar a un desempeño mejor en la ciudad, pero llevado por su ambición de ser más, se marchó un día con el consentimiento de su padre en busca de otros horizontes, y sus pasos lo condujeron a Chillán, lugar de guarnición en ese entonces del "Batallón 4º de Línea". Apenas en el bozo de la pubertad, era el 1º de octubre de 1854 y se cumplían cuarenta años del Desastre de Rancagua, ¿Era acaso ese día un recuerdo o un presagio en su vida de soldado y la gloria lo elegía para ponerlo al servicio de la Patria? La historia, más tarde, iba a recoger su nombre y la fama a coronarlo de lauros en las laderas del Morro inmortal, cuando en pos de su bandera y al frente de su tropa dejó caer su espada, vencido por la muerte.

Soldado raso, inició ese 1º de octubre su carrera militar en la Unidad que iría a constituirse desde ese primer día, en el objeto de sus amores, y poco a poco, con sacrificio y esfuerzo comenzó la carrera hacia la altura. Lector infatigable de cuanto libro o papel llegaba a sus manos, antes de un año alcanzó dos ascensos y el 12 de abril de 1855 ya era Cabo 1º, para luego, al cumplir los tres, ostentar los galones de Sargento Primero y el 6 de agosto de 1858 sus superiores colocaban en su hombro izquierdo la charretera que constituía el distintivo de Subteniente; iba a cumplir veinte años e ingresaba Juan José San Martín al escalafón del Ejército de Chile. Su trabajo lo había destacado y su constancia había hecho de él, rudo labriego, un hombre de cierta ilustración, alcanzada por la lectura y el estudio. Un año más tarde, fue ascendido a Teniente y su nombre figuraba entre los oficiales del "4º de Línea" que, a las órdenes del Coronel Mauricio Barboza, guarnecían la baja frontera. Aquí comenzó su larga vida en la región de Arauco y en medio de las selvas seculares recibió en 1867 su ascenso a Capitán.

Pero como la vida jamás da nada sin cobrar, ese año en que lucía sus charreteras de Capitán, una triste noticia llegó hasta Santa Bárbara, lugar donde se encontraba de guarnición; su padre, el rudo labrador de Coihueco, había fallecido. El fiero Capitán que había hecho de la disciplina su norma de conducta y que no aceptaba ninguna flaqueza en sus soldados, se desplomó y sus subalternos lo vieron llorar durante todo el día, "el tronco añoso había caído al suelo dice Vicuña Mackenna, y la rama desgastada, al ser sacudida por el golpe, humedeció la tierra madre con el rocío de sus hojas. Desde ese día el Capitán San Martín quedó solo en el mundo, sin padre, sin hogar, sin montaña, sin amores, como la rama seca que el viento ha tronchado entre los árboles. Y fue desde ese día cuando comenzó la carrera exclusivamente militar del héroe glorioso de Arica.

En el año 1860, en circunstancias que su Batallón tenía por Comandante al Coronel José Manuel Pinto y como segundo al Sargento Mayor Pedro Lagos, en Arauco, tomaba contacto con esa tierra donde la bravura de los indígenas había merecido las estrofas de Ercilla y donde los huesos de los castellanos y mapuches caídos, se blanquearon bajo soles y lluvias para jalonar los sitios de homéricos combates. Desde ese momento, se identificó con la Guerra de Arauco y como Capitán, mandó una Compañía de Cazadores del 4º de Línea, conviviendo con sus Oficiales y soldados hasta conocer a cada uno como a un hijo y permaneció destacado en Bureo, bajo las órdenes del célebre Coronel Domingo Salvo, por espacio de ocho meses, en tanto se comenzaba a poblar la plaza de Mulchén. Corría el año 1862 y los indígenas se mantenían en actitud belicosa, hasta que llegó el año 1868, en que la rebelión General de la araucanía, por culpa de Oriele Antoine I, quién puso en jaque a las tropas chilenas que se encontraban en misión de vigilancia. En esos seis años, cumplió difíciles misiones y fue en herido repetidas ocaciones.

La guerra estalló ese año de 1868, con el robo de las caballadas del fuerte de Chiguaihue y el General Pinto, Comandante General de las Fuerzas Chilenas, dispuso la salida de dos Destacamentos de 160 hombres cada uno, bajo el mando del Teniente Coronel Pedro Lagos, y del Sargento Mayor Deméfilo Fuenzalida. La noche del 24 de diciembre de 1868, Lagos avanzaba desde Chiguaihue al río Traiguén persiguiendo a los araucanos y desvió su marcha hacia el lugar llamado Las Quechereguas, pero estos se escabullían sin poder alcanzarlos. En esas circunstancias, se desvió hacia el río Traiguén una columna de 20 Infantes del "4º de Línea", al mando del Capitán Juan José San Martín; 20 Granaderos a caballo al mando del Alférez Valericio Argomedo, más tres cívicos y dos indios guías, mientras él continuaba su marcha a Las Quechereguas.

San Martín llegó al río Traiguén al amanecer y comenzó a vadearlo con el agua a la cintura, cuando de improviso fue atacado por una masa indígena que no tardó en producirle 23 bajas, no pudiendo impedir que el enemigo los rodeara y comenzara a hacer sentir el peso de su enorme superioridad numérica.

Refugiándose en el bosque y eludiendo una enconada persecución, las fuerzas se retiraron hacia donde se encontraba Lagos, que durante el día había sostenido un terrible encuentro con los mapuches en Las Quechereguas, logrando rechazarlos. San Martín, seguido sólo por el indio Curinao, con la cabeza amarrada con un pañuelo para restañar la sangre de una ancha herida en la frente, se detuvo ante el centinela de una avanzada del campamento de Lagos:

¿Quién vive...? se escuchó gritar a éste.

¡Chile..! respondió el Capitán

¿Qué Regimiento...?

¡Cuarto de Línea!

¡Adelante! respondió el centinela

En el cuerpo de guardia se presentó con el uniforme hecho jirones y cubierto de sangre el Capitán Juan José San Martín. Al mismo tiempo, llegaba el Comandante Pedro Lagos y al presentarse San Martín, apenas lo reconoció y lo interrogó:

¿Dónde están sus soldados Capitán?

- Todos muertos, mi Comandante, sucumbieron en el río Traiguén y en los bosques cercanos.

Pase usted arrestado a la prevención hasta que se investigue el hecho, ordenó el jefe.

No tardó mucho en saberse la forma heroica en que sucumbieron esos bravos y la hermosa página escrita con sangre y valor en medio de los robledales. La muerte segó ese día las vidas de muchos hombres y la historia de la Guerra de Arauco se enriqueció con un nuevo broche de heroísmo.

Hasta 1873 estuvo en la frontera, año en que el "4º de Línea" se trasladó a Santiago para relevar al 7º de Línea en el Cuartel de la Recoleta. La muerte lo había respetado hasta entonces y aún salvó con vida de un tiro de fusil que un soldado, castigado por indisciplina, le disparó a boca de jarro y por la espalda, mientras leía un periódico sentado cerca de la puerta del cuartel.

De su vida privada, se conoce muy poco, pero se sabe que dejó una hija a la cual años después de su muerte, el gobierno concedió una pensión de gracia por los servicios prestados por su padre. La vida de cuartel y su pasión por los caballos, consumían su mayor tiempo, Vicuña Mackenna recuerda en su biografía incidentes relacionados con su afición a estos animales.

Así, llegamos a la última etapa en la vida de este hombre que dedicó gran parte de su existencia a la Institución, lejos de una mujer y de una hija, que quedaron en Santiago, cuando el clarín de la guerra llamó a los chilenos a defender el norte. El 14 de febrero de 1879, fecha de la ocupación de Antofagasta en la Guerra con Bolivia, marchó con su Regimiento a esa ciudad y el 23 de marzo participó en el Combate de Calama. A las órdenes de otro héroe, Eleuterio Ramírez, se hizo notar por su valor y fue herido en una oreja. En reconocimiento a su conducta se le otorgó, el 28 del mismo mes, el grado de Sargento Mayor.

Estuvo con su Unidad en el desembarco de Pisagua, formando parte de las fuerzas de la III División que comandaba el Coronel Amunátegui y más tarde en Tacna con su Regimiento, que formaba parte de la Reserva. El 10 de febrero de 1880, había sido ascendido a Teniente Coronel y en Abril de ese mismo año, fue nombrado Comandante del Regimiento 4º de Línea.

El muchacho que el 1º de octubre de 1854, llegara hasta las puertas del cuartel de esa misma Unidad en Chillán, era ahora su Comandante; era el triunfo del pequeño labrador autodidacta de Coihueco.

En la tarde del 6 de junio de 1880, Juan José San Martín, era elegido con sus soldados para atacar en primera fila junto al 3º de Línea, y arrancar de manos del enemigo la formidable fortaleza de Arica. Chile esperaba de sus hijos un sobrehumano esfuerzo y los colores de su bandera irían al frente para indicarles el camino.

El 7 de junio, día memorable para Chile, la aurora comenzaba a emerger del fondo de la noche y su luz teñía las crestas de los Andes. Los cóndores despertaban abriendo sus alas para iniciar el vuelo; los pumas regresaban a sus guaridas después de la caza nocturna, mientras los corazones de los soldados chilenos, que estaban tendidos en la pampa, latían con fuerza, atentos a escuchar las voces de sus Comandantes de ¡Al Morro Muchachos!.

La hora había llegado con la penumbra que anunciaba el día y en medio del silbar de las balas, el "4º de Línea" avanzó hacia las trincheras enemigas llevando al frente a su bravo Comandante. Sin escatimar esfuerzos atacaron los reductos del fuerte de cerro Gordo y desde allí, en incontenible carga se lanzaron sobre las posiciones que defendían la plazoleta del Morro y en medio de una lluvia de balas, chocar de bayonetas y de corvos con sus hojas cubiertas de sangre, lograron la victoria. Pero el "4º de Línea", había experimentado una baja que nadie podía reponer; quizás el destino o los caprichos de la vida, que nunca da nada gratis, había cobrado su precio y una bala lo hería de muerte en el vientre, dejándolo tendido en tierra al Comandante Juan José San Martín, a pocos metros de la cima del Morro.

El niño de Coihueco, nacido entre los bosques de Ñuble, que arrullado por el viento entre los guayes y el río que salta entre las rocas de su cauce, quedaba allí tendido sobre la arena de la pampa, muerto por la Patria. La Parca lo enroló en sus filas, poniendo término a su carrera de soldado que duró veintiséis años, en la mañana de ese grandioso día 7 de junio de 1880.

Nadie mejor que él representaba los valores de la raza y al hombre surgido de la masa ciudadana que viste el uniforme y empuña el fusil en defensa del suelo patrio. Las virtudes del soldado se encarnaron en ese niño, que hizo del Ejército su razón de ser y que no escatimó esfuerzo cuando, como Oficial Subalterno y como Comandante, debió mostrarse como ejemplo a sus soldados. Lo modesto de su hogar y su escasa educación no fueron obstáculos para que este hombre, Juan José San Martín, el ilustre Comandante del "4º de Línea", fuera un ejemplo que debe destacarse, ya que había alcanzado la más alta jerarquía militar si la gloria no lo hubiese llamado esa mañana a ocupar un sitial en su templo y en las páginas de la historia. Como los soldados de Napoleón, puede decirse que él llevaba en su mochila el bastón de mariscal y desde la ensangrentada arena del Morro su espada señaló la victoria de Chile en el Asalto y Toma del Morro de Arica.

Quizás su último deseo, fue ver izado el Pabellón Patrio, dominando desde la cumbre del Morro la ciudad de Arica y la inmensidad del Océano Pacífico.

*Bibliografía sacada de Internet


 

 

 

 

 

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