Hoy, al tomar
posesión, en nombre de la República de Chile, de esta ciudad de Lima,
término de la gran jornada que principió en Antofagasta el 14 de Febrero de
1879, me apresuro a cumplir con el deber de enviar mis más entusiastas
felicitaciones a mis compañeros de armas por las grandes victorias de
Chorrillos y Miraflores, obtenidas merced a su esfuerzo y que nos abrieron
las puertas de la Capital del Perú.
La obra está
consumada. Los grandes sacrificios hechos en esta larga campaña obtienen hoy
el mejor de los premios en el inmenso placer que inunda nuestras almas
cuando vemos flotar aquí, embellecida por el triunfo, la querida bandera de
la Patria.
En esta hora de júbilo
y de expansión, quiero también deciros, que estoy satisfecho de vuestra
conducta y que será siempre la satisfacción más pura y más legítima de mi
vida haber tenido la honra de mandaros.
Cuando vuelvo la vista
hacia atrás para mirar el camino recorrido, no se que admirar más; si la
energía del país que acometió la colosal empresa de esta guerra o la que
vosotros habéis necesitado para llevarla a cabo. Paso a paso, sin vacilar
nunca, sin retroceder jamás, habéis venido haciendo vuestro camino, dejando
señalado con una victoria el término de cada jornada. Por eso, si Chile va a
ser una nación grande, próspera, poderosa y respetable, os lo deberá a
vosotros.
En las dos últimas
sangrientas batallas, vuestro valor realizó verdaderos prodigios. Esas
formidables trincheras que servían de amparo a los enemigos, tomadas al
asalto y marchando a pecho descubierto, serán perpetuamente el mejor
testimonio de vuestro heroísmo.
Os saluda otra vez,
valientes amigos y compañeros de armas, y os declaro que habéis merecido
bien de la Patria.
Felicito especialmente
a los jefes de división, General Sotomayor y Coroneles Lynch y Lagos, por la
serenidad que han manifestado en los combates y por la precisión que han
ejecutado mis órdenes; A los jefes de las brigadas y a los jefes de los
cuerpos, por su arrojo y por el noble ejemplo que daban a sus soldados; a
estos, en fin, por su bravura sin igual.
Debo también mis
felicitaciones y gratitud a mi infatigable colaborador el General don Marcos
Maturana, Jefe de Estado Mayor General; al Comandante General de Artillería,
Coronel don José Velásquez, que tanto lustre ha dado a la arma de su
predilección; al Comandante General de Caballería y jefes que servían a sus
órneles.
En cuanto a los que
cayeron en la brecha, como el Coronel Martínez, los comandantes Yávar,
Marchant y Silva Renard, los mayores Zañartu y Jiménez y ese valiente
Capitán Flores de Artillería, que reciban en su gloriosa sepultura las
bendiciones que la Patria no alcanzó a prodigarles en vida.
Cumplido este deber,
estrecho cordialmente la mano de todos y cada uno de mis compañeros de
armas, con cuyo concurso he podido realizar la obra de tan alto honor y de
tan inmensa responsabilidad que me confió el Gobierno de mi país.
Palacio de Gobierno, Lima, 18 de Enero de
1881
Manuel Baquedano
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