La Guerra del Pac�fico: Los H�roes Olvidados, Los que Nunca Volver�n
Un hombre solo muere cuando se le olvida |
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*Biblioteca Virtual *La Guerra en Fotos *Museos *Reliquias *CONTACTO Por Mauricio Pelayo Gonz�lez |
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H�roe de la semana |
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Cuando a tu paso tropieces con una l�pida, aparta la vista para que no leas: AQU� YACE UN VETERANO DEL 79. Muri� de hambre por la ingratitud de sus compatriotas. Juan 2� Meyerholz, Veterano del 79
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Juan Amador Barrientos Adriazola
Es una lluviosa ma�ana, a�n no se ha desperezado la tranquila y provinciana ciudad de Osorno, sin embargo, todo es agitaci�n y revuelo en la amplia casona que ocupa el costado sur poniente de la plaza principal. Explicable es tal alboroto, acaba de nacer un nuevo v�stago de don Luis Antonio Barrientos Fern�ndez de Lorca y do�a Balbina Adriazola P�rez Asenjo. Es el segundo de ka que ser�a una numerosa familia de doce hermanos y el calendario marca el 17 de Abril de 1849. El reci�n nacido, al que nominar�n como Juan Amador, pertenece como sus progenitores a la estirpe de aquellos conquistadores hisp�nicos que poblaron y se asentaron en el austro patrio. En efecto, por l�nea paterna desciende de don Andr�s V�squez de Barrientos Maldonado, "que vino de los reinos de Portugal con premisas de la Ces�rea Majestad de Felipe II, en consideraci�n de su persona noble y principal", acompa�ando a don Garc�a Hurtado de Mendoza, y que fuera encomendero en Osorno y posteriormente conquistador y fundador de Castro en Chilo� con don Mart�n Ruiz de Gamboa. A�n m�s, el mismo Juan Amador en su madurez, dedicado a su afici�n favorita, la genealog�a, aseverar�a que su origen familiar lo entroncaba, a trav�s de las edades, en la persona del Conde don Gason, se�or de Vierzo, a qui�n el a�o 851 el Rey don Ordo�o le encomend� restaurar la Catedral de Astorga, despu�s de la recaptura de los moros; reconoci�ndose pertenecer a una casta de guerreros, habiendo sido numerosos los Barrientos que hab�an participado en la conquista de Am�rica. Aseguraba que ya en Espa�a se les hab�a visto combatir, como buenos hidalgos y cristianos, contra la invasi�n musulmana y actuar en las naves de Tolosa en 1212, junto al Rey Alfonso VIII. Por l�nea materna descend�a de don Miguel de Adriazola y Zurita, capit�n de Infanter�a espa�ola en 1771, y por lo P�rez Asenjo de don Domingo P�rez, tesorero de la Tesorer�a Real de Osorno y m�s tarde primer Comisario General de la Guerra del Ej�rcito de la Independencia y que sirviera junto a O'Higgins y San Mart�n en Mendoza, al igual que en la expedici�n Libertadora al Per�. Por todo aquello, la historia familiar esta saturada de hechos de armas, descubrimientos, conquistas, poblamientos y luchas contra las sublevaciones abor�genes, etc. M�s ello es historia antigua, como antiguos son ya los recuerdos de las luchas y guerras de la Independencia y las posteriores convulsiones pol�ticas que este proceso acarre� para nuestro pa�s. Y ante nuevos y graves acontecimientos, resulta tambi�n historia antigua la gloriosa jornada de guerra contra la Confederaci�n Per�-Boliviana, en la que el pueblo chileno se cubre de laureles de victoria en las arenas de Yungay. La guerra contra Espa�a es el suceso b�lico del momento, en que nuevamente nuestra heroica raza, haciendo honor a su noble origen, ha decidido jugarse otra vez por los ideales de la libertad y hermandad americana. Comentario obligado de la tertulia familiar son aquellos magnos sucesos y la intervenci�n directa o indirecta de miembros familiares en los mismos. As�, por ejemplo, se comenta las atenciones y agasajos que han prodigado los parientes Andrade de Calbuco a la oficialidad chilena y peruana, hermanados esta vez ante el enemigo com�n y compartiendo en esa zona austral el cari�o y la adhesi�n patri�tica de sus habitantes. Se relata la alarma dada por uno de los primos Andrade ante la aparici�n del enemigo, que obligan a suspender apresuradamente las reuniones sociales; habr�a llegado anunciando a voz de cuello: "�La NUMANCIA a la vista! �La NUMANCIA a la vista!". En este ambiente cargado de comentarios b�licos se desarrolla la adolescencia de nuestro h�roe. Tiene 17 a�os al estallido del conflicto y siente hervir su sangre de amor patrio. Ha decidido emular a los bravos que luchan contra la escuadra espa�ola. Ha decidido inmolarse por la patria si fuese necesario, siguiendo el dictado de su sangre y de su estirpe. A�n no se apagan los ecos del bombardeo de Valpara�so y ya le vemos reconocer cuartel bajo los aleros de la Armada. Y un conflicto que supon�a habr�a de prolongarse quiz� por mucho tiempo o tener tal vez otras derivaciones, no prosper� m�s all� del siniestro bombardeo porte�o. Nuestro h�roe ve frustradas nuestras ansias de actuar, por el momento, m�s los a�os no tardan en pasar, en 1868 cumple los 19 y ya es guardiamarina de la Covadonga. En 1870 pertenece a la Esmeralda y luego han de pasar cinco a�os para verlo convertido en Teniente Segundo de la Armada. Hemos llegado al a�o 1875, nuevamente corren vientos de guerra, pero esta vez son los hasta ayer aliados los que soplan la ventisca. Las relaciones entre Chile y sus vecinos del norte conducen irremediablemente a la guerra. La crisis la ha de detonar Bolivia por instigaci�n de Per�. A Chile no le queda otra opci�n que declarar la guerra, hecho que concreta con la ocupaci�n de Antofagasta. El conflicto ha comenzado y Juan Amador, flamante teniente segundo de la Armada hace su estreno b�lico en el combate de Angamos (8 de Octubre de 1879). Luego vendr� la decisi�n de operar sobre territorio peruano; la campa�a de Tarapac� le brindar� la oportunidad de cubrirse de gloria; el desembarco de Pisagua ser� el escenario para su heroico comportamiento. Lato ser�a relatar todos los pormenores y hechos pol�ticos y militares que dieron origen a el glorioso dos de Noviembre de 1879 con que se inici� la campa�a de Tarapac� y que desde las diez horas de ese d�a, en sucesivas oleadas las fuerzas chilenas iniciar�an el desembarco en las playas de Pisagua. Nos concentraremos especialmente en la acci�n que le cupo a Barrientos en esta magna empresa, y para ello nada mejor que comenzar insertando el padre que el mismo dirigiera al Comandante del "Loa" don Javier Molina, y que dice: "Vapor Loa" - Se�or Comandante: Paso a dar cuenta a V.S. de la comisi�n que tuvo a bien confiarme el d�a 2 del presente en el puerto de Pisagua. Cumpliendo sus �rdenes sal� de a bordo al mando del 1�, 2�, 3� y 4� botes en los cuales iban en comisi�n los aspirantes Alberto Fuentes, Eduardo Donoso, Canobio Bravo y voluntario Carlos Gacit�a L�pez, ocupando el que suscribe el primero. Habi�ndome puesto a disposici�n del capit�n de nav�o se�or Enrique Simpson, se me orden� tomar en los botes del Batall�n Atacama con el objeto de efectuar el desembarco e el puerto, lo que hicieron como en n�mero de 50, yendo en el primero como 15 de ellos. Seg�n orden recibida de Capit�n de Corbeta Se�or Constantino Bannen, nos colocamos en segunda l�nea con varios otros botes ocupados por el cuerpo de Zapadores. La escuadrilla se puso en movimiento gobernado hacia sureste de la bah�a; pero como a su median�a se me orden� desembarcar. En el acto hice rumbo al Noroeste, donde se divisaba una peque�a playa de arena, seguido por toda la segunda l�nea y muy de cerca por los botes del buque. Al acercarnos a la playa fuimos recibidos por el enemigo con un nutrido fuego de fusiler�a que nos hac�an parapetados tras las rocas que no distar�an 7 u 8 metros de la playa; pero como no viese quienes nos hac�an fuego, seguimos avanzando a toda fuerza de remos, a las 9:20, mi bote toc� el primero a la playa y salt� a tierra con 15 soldados que conduc�a, llevando enarbolada la bandera de nuestro bote. Sucesivamente desembarc� la gente del 2�, 3�, 4� y como no hubiese en el primer bote ning�n oficial del batall�n y siendo tan cr�ticas las circunstancias, tom� el mando de los soldados que saltaron conmigo. El enemigo ten�a su primera l�nea parapetada tras las rocas y a lo largo de la playa y la segunda en el cerro como a 100 metros m�s o menos sobre el camino del ferrocarril, as� es que al desembarcar quedamos colocados en medio de la primera l�nea, quedando la segunda a nuestro frente. Inmediatamente que estuvimos en tierra me dirig� con los 15 hombres que llevaba hacia un peque�o Morro que estaba como a 70 metros hacia el sur; donde hab�a algunos enemigos, y a las 9:25, acompa�ado del aspirante se�or Fuentes, enarbolamos en su c�spide nuestro tricolor, empa�ando al mismo tiempo el combate con el flanco izquierdo del enemigo, acompa��ndonos despu�s unos 15 hombres m�s del 2� bote; el resto atac� a los enemigos que quedaron a retaguardia al cortar la l�nea. El fuego del enemigo era nutrid�simo, pues est�bamos entre tres fuegos. En este mismo instante los dem�s botes desembarcaron pocos metros m�s al sur donde estaban atrincherados unos 40 enemigos; estos al verse atacados por el flanco y el frente emprendieron la retirada, siempre bati�ndose, hacia la cumbre del cerro. Los oficiales del Atacama iban mandando su gente, pero el combate estaba ya empe�ado, y los bravos del Atacama al paso de carga y con un valor sin igual hac�an un vivo fuego, avanzando siempre por el camino arenoso, empinado y dif�cil; terribles estragos le hac�an al enemigo que estaba ya al descubierto. Desde este momento, el ataque se hizo general en toda la l�nea, no pudiendo dar pormenores de lo que suced�a m�s hacia el sur de la playa por no verse a causa de los accidentes del terreno. En este desembarco el enemigo mat� a tres de los soldados que iban en nuestro bote e hiri� a uno. Mand� los botes al "Copiap�", en busca de m�s soldados, permaneciendo el que suscribe en tierra. Al llegar por segunda vez los botes a la playa, fue herido el aspirante Sr. Donoso, el patr�n del segundo bote Sebasti�n Barquero y el marinero primero Tomas Jhonson muy gravemente. El primer bote recibi� dos balas a proa y una a popa que lo perforaron; otra bala rompi� uno de los toletes y a m�s recibi� muchas otras que s�lo sacaron astillas de sus costados; el segundo bote recibi� una que rompi� el barril de aguada. Despu�s de este segundo desembarco, los botes se ocuparon en desembarcar soldados y remolcar las lanchas que iban llenas de ellos, pues el paso estaba ya libre. Igualmente envi� a bordo cuatro heridos, entre ellos se encontraba el Capit�n Fraga del Batall�n Atacama. Debo agregar que nuestra mariner�a, desde el primero hasta el �ltimo desembarco que se hizo, desde sus botes hacia un nutrido y certero fuego de rifles, pues hasta el grumete Jos� Sep�lveda, de doce a�os de edad, derrib� a dos soldados enemigos. Tanto el valor de nuestros soldados del Atacama como la mariner�a de nuestros botes, ha sido signo de todo elogio: No puede exigirse mayor coraje, audacia y serenidad. Igualmente tengo el placer de poner en su conocimiento que los se�ores aspirantes y el voluntario se�or Gacit�a se han portado con valor y serenidad admirables. Es todo cuanto tengo que decir a Ud. Barrientos. Pisagua, Noviembre de 1879" Este escueto relato es bastante esclarecedor de lo que fueron los primeros instantes de esta heroica acci�n, no sin raz�n el Almirante Silva Palma pudo graficarlos en sus "Cr�nicas de la Marina" en los siguientes t�rminos: "El primer contingente fue desembarcado en los botes, digo mal, no fue desembarcado, sino tirado a las rocas de un lugar, que no es desembarcadero, y m�s que todo, lanzados en las astas del toro, que all� a mansalva, bien atrincherado y a corta distancia, hac�an de los nuestros una matanza segura, pero no por esto falt� un Amador Barrientos que, arrancando la bandera de su bote, salt� sobre una colina, enarbolando por primera vez en aquella tierra el tricolor chileno, para indicar a los de abordo que all� estaba el camino de la gloria". (Agreguemos que bien pudo, una vez desembarcado su contingente, cumpliendo con su estricto deber, volver con sus botes en busca de nuevas tropas). No sin raz�n los marinos ingleses de la "Turquioise" y el "Thetis" que desde la bah�a presenciaron este desembarco lo catalogaron de "A sublime absurd". S�, porque desde que el bravo e intr�pido Barrientos recibiera del comandante Simpson la orden: "Teniente Barrientos: Con toda la Divisi�n de Atacame�os trate de desembarcar a sangre y fuego donde pueda y lo estime conveniente", este comprendi� la gravedad de la orden y el peso de la comisi�n que, como teniente m�s antiguo de la flotilla se echaba sobre �l, con esa delegaci�n del mando del jefe de desembarco, orden simple y clara, en�rgica y terminara que le reiterara por orden de Simpson nuevamente el capit�n Bannen, y que �l supo cumplir con sencillez y decisi�n espartana. Y por ello el comandante del Loa, su Comandante, don Javier Molina pudo estampar con orgullo en el parte de combate: "El Teniente Barrientos fue el primer chileno que salt� en tierra en la playa del norte, llevando una bandera nacional que plant� sobre una prominencia de terreno en medio de una lluvia de balas que s�lo perforaron su traje". El Abanderado y El Conductor
Leyendo el parte de Barrientos, distinguimos dos actitudes que a la vez se conjugan. Desde el momento en que desembarca como abanderado y como conductor. Al igual que en las antiguas contiendas, en las cuales el rol del abanderado adquir�a una dimensi�n may�scula, pues encarnaba la figura m�s codiciada por el enemigo, qui�n llevaba el pend�n que arrebatar; as� tambi�n lo era para sus parciales, pues �l era qui�n indicaba la direcci�n del ataque, as� como marcaba las posiciones y permit�a visualizar el avance o retroceso en la lucha. El �xito o la derrota estaban se�alados por el pend�n en lo alto, inc�lume, sagrado, en las manos de quienes le protegieron y llevaron a la victoria. Por ello, desde antiguo el abanderado era elegido entre aquellos guerreros de excepcionales condiciones de bravura, coraje y temple y para aspirar a �l era necesario reunir y demostrar con creces que se pose�an tales cualidades. En el desembarco de Pisagua, Barrientos intuye una similitud con las antiguas epopeyas y se posesiona del rol de abanderado desde los primeros instantes en que, arrancando la bandera de su bote se lanza al ataque y conquista el suelo enemigo. Pensamos, si en la antig�edad, en que s�lo se pod�a temer el peligro de la espada, lanza o masa, el rol de abanderado adquir�a una extrema peligrosidad y un riesgo sobrehumano, �Cu�nto valor se necesitaba ahora, en que las armas de fuego permit�an a un enemigo bien atrincherado hacer f�cil blanco en un abanderado que a pecho descubierto hac�ale el quite a las balas?. �Cu�nto valor siendo, como es l�gico, el principal y codiciado blanco de los fusileros enemigos?. Pues su condici�n, �No era una forma de desviar la atenci�n de los defensores desde sus compa�eros, atray�ndola hacia �l como blanco preferido? �Cu�nto valor se necesita para no ver caer ni arrebatada la bandera chilena?. Todo ello lo vislumbr� nuestro h�roe, como instuy� la enorme inyecci�n de optimismo y coraje que dar�a a todos, los que a�n en los botes o buques esperaban ver flamear en tricolor en la colina costera, en el sitio m�s visible. Las balas enemigas quiz� asombradas de tanto valor, se rindieron respetando la vida a este singular atacante. Pero Barrientos tambi�n debi� preocuparse de cumplir con las �rdenes que hab�a recibido respecto de dirigir el desembarco, �rdenes que cumpliera a cabalidad, a�n m�s, no existiendo oficial de mayor graduaci�n en el momento de pisar tierra, dirige y ordena el primer ataque exitosamente, preocupase tambi�n de dar nuevo destino a los botes que vuelven en busca de nuevos combatientes, preocupase adem�s de los heridos y de las dem�s contingencias que se viven en aquellos cruciales primeros momentos del desembarco. En todo instante demuestra sus innatas condiciones de temple guerrero y sus dotes de mando, por ello creemos que no exagera al estampar en su parte, refiri�ndose en general al comportamiento de su gente: "No se puede exigir mayor audacia, coraje y serenidad" Y estos conceptos, �A qui�n son m�s aplicables sino a �l y a su heroico y talentoso comportamiento en aquellos cr�ticos momentos? Por ello creemos que Barrientos cumpli� aquel glorioso 2 de Noviembre dos roles singulares y relevantes, de ABANDERADO Y DE CONDUCTOR y en ambos impuso su personal sello de osad�a y valor inherentes a su naturaleza militar excepcionalmente dotada. El Crep�sculo de un Hombre Con la batalla de Arica, en la cual Barrientos tambi�n interviene, finaliza la primera fase de la guerra. Decepcionado al sentirse postergado en el reconocimiento de sus m�ritos y servicios, pide el retiro temporal de la Armada, y pasa a desempe�arse con �xito en el campo civil. En 1886 es Subdelegado de la Noria, en la recientemente conquistada Tarapac�. Al a�o siguiente Comisario de Salitreras. Es una �poca de trabajo intenso y de holgura econ�mica. En su ocupaci�n �l puede apreciar como ninguno el inmenso venero de riqueza que significa para Chile la conquista de la extensa zona salitrera. Pero, cual si todo fuera ef�mero y aleatorio, el pa�s que con inmensos sacrificios humanos y materiales gan� una guerra, se beneficia y progresa con los frutos de su victoria y parece ir en camino de bienestar bien cimentado, se jugar� ahora su destino en una absurda guerra fratricida. Nadie es ajeno a aquella tragedia nacional y menos Barrientos que ha de convertirse en un fiel defensor del Presidente Constitucional. Balmaceda le reincorpora al servicio activo con el grado de Capit�n de Corbeta, desempe��ndose como segundo comandante del Caza Torpedera "Almirante Lynch". La revoluci�n del 91 tuvo un desenlace amargo para el h�roe, qui�n al triunfar los partidarios del Congreso se ve perder su empleo y bienes, debe exiliarse y vivir� casi hasta sus �ltimos d�as en una franca penuria econ�mica que supo sobrellevar con estoicismo y dignidad admirables. La secuela de odiosidades y rencores que genera dicho conflicto habr�n de cerrarle las puertas del reconocimiento a sus m�ritos tanto en el campo civil como institucional. Pasaran 26 a�os para que la Armada le conceda una magra pensi�n. Ello ayuda en parte a mitigar sus estrecheces que sobrelleva con pulcritud, orden y altivez inigualable. En tanto el pa�s pierde el rumbo, se empobrece, es esquimado y anarquizado por un parlamentarismo corrupto y est�ril, ante tal cuadro de decadencia suele repetir y sentenciar a qui�n quiera escucharle: "Es la sangre de Balmaceda cayendo gota a gota sobre este desgraciado pa�s". Su situaci�n y la indiferencia de sus contempor�neos unido a su orgullo hipertrofiado le hacen desde�ar la tertulia social. Viviendo en pensiones solo visita a algunos parientes y especialmente a sus sobrinos a quienes quiere extra�ablemente. Tal vez con una forma de evasi�n se dedica con ahinco a sus estudios de genealog�a que le absorben gran parte de su tiempo. La vida le reserva nuevos golpes. La muerte de su hermano, marino como �l, a consecuencia de un acto de heroicidad y la de un sobrino, el mayor, tambi�n muerto en un tr�gico accidente mar�timo. Sobreponi�ndose a su dolor, el pobre y enfermo h�roe de Pisagua escribe sobre este hecho a su cu�ada, do�a Tecuispa Rosas Andrade: "Mi pobre y estimada cu�ada. �Qu� podr� decirle despu�s de una desgracia tan grande como inesperada? Hay cosas que es mejor no moverlas; el coraz�n humano y sobre todo el de una madre, puede resistir todos los dolores por m�s terribles que sean, pero la herida que deja el pesar ni a�n el tiempo la cicatriza ni hace olvidar; no queda sino la conformidad pero regada con muchas l�grimas que poco a poco van arrancando los dolores del coraz�n y calmando los sollozos de sus m�s crueles heridas; las l�grimas son el roc�o que el cielo dio a nuestra alma para calmar sus aflicciones por m�s amargas y penosas que sean: D�jelas, pues, pobre cu�ada, que ellas corran a la medida de sus penas y congoja. Junto con esta reciba un fuerte abrazo y a mi nombre se lo da a la querida t�a Rosario, la abuela de la v�ctima y de la desgracia, y a todos mis queridos sobrinos. Igual encargo hice a Alberto cuando vino a verme y �l les dir�a el motivo por el que no iba ni les escrib�a, no pensaba hacerlo todav�a, pero lo hago para adjuntarle esa carta y tarjetas que he recibido del callao de la t�a Delfina P�rez; hay heridas cu�ada que no deben tocarse sino cuando pasa mucho tiempo; ah� el motivo de mi silencio. Mi salud a�n no buena del todo: la mayor parte de Agosto lo pas� enfermo, desde el 2 de Septiembre hasta mediados de este mes, casi todo el tiempo lo pas� en cama; qued� sordo y ni a�n pod�a escribir por el pulso y el cerebro d�bil: ahora reci�n voy convaleciendo con alimentos y medicina. Perdone la demora de mi p�same, en nombre de todo lo que yo tambi�n he sufrido y llorado por el sobrino. Su afmo.cu�ado." La salud empeora, suela con los a�os felices en el norte y hasta se ilusiona con volver a �l. �Cu�ntas veces no prometi� a sus sobrinitos: "Los llevar� al norte y los pasear� en carruajes de plata"?. M�s el inexorable tiempo hace su cruel y callada labor. El h�roe cae gravemente enfermo. Uno de los sobrinos describe a un hermano los �ltimos d�as y postreros instantes del anciano: "Romeo, hoy tuvimos el dolor de ir a dejar los restos de nuestro querido t�o Amador, al Cementerio General y los depositamos en el mausoleo de los defensores de Chile, nicho 167. Como t� sabr�s mi t�o se encontraba enfermo hac�a un mes, yo iba casi todos los d�as a verlo a la calle Galves, donde se encontraba casi abandonado, pues no ten�a ni remedios y solamente una mujer que lo conoc�a, lo cuidaba y �l estaba muy agradecido de ella, que seg�n �l, hab�a sido para �l una verdadera hermana de caridad. Por fin hace como cinco d�as que C�sar lo trajo a la cl�nica Alemana, donde se constat� que era una bronco-neumon�a y que el coraz�n marchaba bastante bien. El d�a antes de morir me dijo: "Dale un abrazo, a mi nombre, al soldadito y que sea muy feliz en la tierra. Mis medallas y mis diplomas que �l los guarde". Todos los d�as se acordaba de ti y lloraba muy enternecido. El 23 en la ma�ana fue mi mam� a verlo, como todos los d�as, yo no pude ir, pues ten�a clases y lo dej� para la tarde, estaba all� mi mam� y lo encontr� medio durmiendo, ten�a destapado los brazos y mi mam� se los tapo pero no se percibi� de ello, en vista de esto mi mam� llam� a una enfermera y sali� a buscar un sacerdote: pero cuando volvi� ya se hab�a muerto. Su muerte fue tranquila, pero se fue quedando como dormido hasta que expir�. En la tarde cumpl� el doloroso y terrible deber de vestirlo. No estaba desfigurado, �nicamente ten�a la palidez del cad�ver. Me dijo que nos dejaba todos sus libros para que los guard�ramos entre todos en su memoria. Pregunt� por Rebeca y dijo que quer�a despedirse de todos. Hoy sali� su relato con una narraci�n, en el "Diario Ilustrado", "El Mercurio" y "La naci�n", de su vida y sus haza�as. Se le hicieron honores de Capit�n de Corbeta y asistieron dos compa��as del Pudeto y Banda de M�sicos. Asistieron al entierro: Luis Jim�nez, con sus dos hijos, Caracciolo Molina, Arturo y Gumercindo Barrientos, etc... y un Capit�n de Fragata a nombre de la marina, me olvidaba de Meliton Guajardo. Cesar ha corrido del todo. En fin. Se fue a descansar en paz, nuestro pobre t�o, que fue tan bueno con nosotros. Se despide tu hermano, que llora contigo. Juvenal". Un 23 de Julio de 1921, una fr�a ma�ana de fr�o Invierno, el h�roe de Pisagua libra su �ltima batalla y la da con la misma dignidad, entereza, altivez y hombr�a de bien que le caracterizara. Recordemos para concluir lo que escribiera, refiri�ndose a su persona don Gonzalo Montecinos: "Si fue sensible al fr�o de la indiferencia de sus compatriotas, no es de extra�ar que reaccionara naturalmente y con altivez contra ella. No es com�n en los hombres, a�n de su temple superior, lograr sobreponerse a su medio social para recogerse en si mismos y vivir su vida �ntima con independencia absoluta de los dem�s. Este es atributo de s�lo dos especies de hombres; de los santos y de los locos: en proporci�n menor del h�roe. El santo, el loco, el h�roe, sufren una hipertrofia o un acondicionamiento particular de su personalidad y se desprenden de aquellas mezquindades que generalmente entraban a la acci�n de los hombres, para darse por entero a lo que su imaginaci�n, su sensibilidad o alguna exaltaci�n de sus inclinaciones o sentimientos les dicta. Pero, por razones obvias, es evidente que �nicamente el santo y el h�roe, sin contar al arista, que entra en otra categor�a, logran dar a su vida ese sentido de plenitud que importa la realizaci�n del ideal como superaci�n de la naturaleza. Y llegando as� a alcanzar una idea de perfecci�n por medio de un gozo espec�fico de superaci�n, gozo que es emoci�n propia de la vida completamente espiritualizada, como dice Keyserling, subliman una obra de arte persistiendo ser el verdadero arte de su vida". *Cortes�a Felipe Fern�ndez Barrientos
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