La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

Campañas de la Guerra

Campaña Naval
Campañas Terrestres
Unidades Militares
Escuadras
Música Alegórica
Libros de la Guerra del Pacifico

 

PARTES OFICIALES SOBRE LA BATALLA DE TARAPACÁ

Documentos de la Guerra

Causas de la Guerra
Tratados
Partes Oficiales
Documentos
Relatos de Guerra
Condolencias

 

 

Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

PARTE DEL GENERAL ERASMO ESCALA

El 26 del presente salió del campamento de Dolores una división de 2.300 hombres de las tres armas, al mando del coronel don Luís Arteaga, en dirección a Tarapacá, por haber tenido noticias de que las fuerzas enemigas, dispersas después del combate de Dolores, se daban cita a ese punto con el objeto de reconstituirse.

Componíase toda la división de una batería de cañones de montaña Krupp, servida por el Regimiento núm. 2 de Artillería, 400 y tantos hombres del Regimiento Artillería de Marina con cuatro piezas de cañones rayados, Regimiento 2º de Línea, Brigada de Zapadores, Batallón Chacabuco y una compañía de Granaderos a caballo. Y según los datos que se nos habían suministrado, las fuerzas enemigas allí existentes, no excedían de 2.000 hombres, mal armados y asediados por la escasez de víveres.

La noche de ese mismo día tuve que trasladarme a Iquique, donde había sido llamado por el señor Ministro de Guerra en comisión, dejando el mando accidental de las fuerzas acampadas en el distrito de Pisagua y Agua Santa al señor General de Brigada don Manuel Baquedano.

En la media noche del día 27 recibí una comunicación de este jefe, en que me participa, que la división del coronel Arteaga ha sufrido un rechazo. En el acto regresaré a Pisagua en el mismo vapor que trajo la comunicación para continuar al campamento.

Los partes telegráficos que he recibido, porque hasta este momento no he podido seguir mi viaje, relacionan que la división a que me he referido, se presentó, después de una marcha forzada, en Tarapacá el día 27 en la mañana, y fue atacada de sorpresa por fuerzas enemigas muy superiores y que se encontraban perfectamente atrincheradas en posiciones magníficas.

Se empeñó un rudo combate a las 10 A. M., que se prolongó hasta las 5 P. M., habiendo conseguido nuestra división ser dueña del campo durante dos horas. Mas, una fuerza enemiga que llegó de reserva, cuando ya era nuestra la victoria, la obligó a batirse en retirada, replegándose sobre Dibujo, estación próxima a la de Agua Santa.

El enemigo, defendido en sus trincheras y ayudado por las sinuosidades del terreno, se dejó caer de improviso sin haber dado ocasión para que funcionara toda nuestra artillería, la cual ha tenido que defender con firme tenacidad sus piezas; a si es que las fuerzas de infantería, poderosamente auxiliadas por las de caballería, han sostenido el ataque con denodado esfuerzo en las siete horas que duró, costando sensibles pérdidas a nuestro ejército, pues han sucumbido gloriosamente algunos jefes, oficiales y bastantes soldados, y hemos tenido así muchos heridos.

En un telegrama que he recibido en la tarde se me comunica el siguiente estado de nuestras bajas:

Regimiento Núm. 2 de Artillería.‑ Herido, el teniente don Filomeno Besoain, y 28 individuos de tropa entre muertos y heridos.

Regimiento de Artillería de Marina.‑ Muertos: el capitán Carlos Silva Renard y el subteniente Soto Dávila; y herido el capitán don Félix Urcullu, y 160 individuos de tropa entre muertos y heridos.

Regimiento 2º de Línea.‑ Muertos: el comandante, teniente coronel don Eleuterio Ramírez; el 2º comandante, teniente coronel don Bartolomé Vivar, los capitanes Diego Gárfias Fierro, José Ignacio Silva, José A. Garretón, Bernardo Necochea, el teniente J. Cotton y los subtenientes Barahona, Tobías Morales, Víctor Lira E., Pedro Parragué, Clodomiro Bascuñán, Belisario López Núñez, Francisco Moreno y Telésforo Gajardo; heridos: capitán Emilio Larraín y Abel Garretón; subteniente, Emilio Herrera Dueñas, Manuel Larraín, Enrique Tagle E, Ricardo Bascuñán, Domingo Jofré, Luís Olmedo y 350 individuos de tropa entre muertos y heridos.

Brigada de Zapadores.‑ Muertos: los subtenientes Froilán Guerrero, Ricardo Jordán, Francisco Silva B., Amadeo Mendoza y Francisco Álvarez; herido el capitán Belisario Zañartu, y 141 individuos de tropa entre muertos y heridos.

Batallón Chacabuco.‑ Muertos: el sargento mayor Polidoro Valdivieso; el ayudante Martín Frías, y los tenientes Pedro Urriola E. y Jorge Cuevas O.; heridos: el capitán Carlos Campos y los subtenientes Francisco J. Lira, Pedro Fierro Latorre y 105 individuos de tropa entre muertos y heridos.             

Regimiento de Granaderos.‑ Tres muertos y seis heridos de tropa.

Las pérdidas del enemigo son muy considerables, y le hemos tomado algunos prisioneros, entre ellos a jefes caracterizados.

El señor General Baquedano, al recibir en la tarde del día 27 esta desgraciada noticia, salió con las fuerzas que habían en Dolores y Jazpampa, dirigiéndose a Dibujo para ir abatir al enemigo. En este lugar se encontró con las fuerzas de la división comandada por el coronel Arteaga, que habían alcanzado a regresar. En el punto para marchar, se tuvo conocimiento de que la ciudad de Tarapacá había sido evacuada por las fuerzas enemigas, que se han dirigido, según se supone, a Arica.

Es posible que aun se rectifique la nómina de las bajas de nuestro ejército, y que se incorporen después a sus respectivos cuerpos algunos de los que se han considerado como muertos por no haberse presentado aun. Hasta este momento no tenemos noticia respecto a si algunos de los nuestros han caído prisioneros en poder del enemigo.

Hemos perdido, además, algunas piezas de artillería, que no fue posible retirar del campo por haber muerto parte de las mulas destinadas a su trasporte, y los individuos de tropa no podían arrastrar con ellas por el cansancio que les había agotado las fuerzas después de un ataque tan rudo; y según lo expresan algunos oficiales, se les ha inutilizado sacando algunas piezas importantes, sin las cuales no podrán funcionar.

Espero tener el parte del Jefe de la división para pasar a manos de V. S. un parte detallado y con mayor acopio de datos, que por la premura del tiempo y distancia que nos separa, no he alcanzado aun a obtener.

Dios guarde a V. S.

ERASMO ESCALA.

Al señor Ministro de Estado en el departamento de Guerra.

***

PARTE DEL CORONEL LUIS ARTEAGA

DIVISIÓN DE OPERACIONES SOBRE TARAPACÁ.

Campamento de Santa Catalina, Noviembre 29 de 1879.

Señor General en Jefe:

En cumplimiento a las órdenes de V. S., el martes 25 del corriente salí del campamento de Santa Catalina, dirigiéndome al pueblo de Tarapacá, con una división de 2.000 hombres, compuesta del regimiento 2º de línea, una brigada de Artillería de Marina, el batallón Chacabuco y dos secciones de artillería de montaña. Nuestra primera jornada se hizo hasta Dibujo, punto donde debía incorporárseme una pequeña fuerza que, a las órdenes del teniente coronel de guardias nacionales don José Francisco Vergara, se había destinado a practicar un reconocimiento por aquel lugar; pero habiendo ya partido a su destino, solo se reunió con la de mi mando como a tres leguas de distancia de Tarapacá, donde se mantenía en observación.

De acuerdo con el jefe que mandaba aquella división, organicé tres secciones de toda la fuerza para operar con­juntamente por tres puntos distintos.

La primera sección, que llamaremos de la derecha, for­mada por el regimiento 2º de línea, dos piezas de bronce de montaña de la Artillería de Marina y 25 hombres de caballería, y puesta a las órdenes del teniente coronel don Eleuterio Ramírez, debía apoderarse de un lugar llamado Huaraciña, donde se encuentra agua en abundancia, y di­rigirse al pueblo de Tarapacá, batiendo a los enemigos que se habían visto en la víspera ocupando el fondo de la quebrada.

El punto por donde debía principiar sus operaciones esta fuerza, dista como kilómetro y medio del mencionado pueblo.

La segunda sección, a las inmediatas órdenes del que suscribe, compuesta de la brigada de Artillería de Mari­na, del batallón de guardias nacionales movilizado Cha­cabuco y dos piezas Krupp de montaña, debía atacar de frente al enemigo por las alturas que dominan la población.

La tercera, bajo el mando del teniente coronel don Ricardo Santa Cruz, se formó con 260 hombres de Zapadores, una compañía del 2º de línea, dos secciones de artillería Krupp de montaña y 116 hombres de Granade­ros a caballo, y tenía que situarse cerca del paso de Quillaguasa para cortar la retirada a los enemigos por el camino de Arica y batir la quebrada desde las alturas, procurando antes hacer beber a la tropa y a los caballos en ese punto, desde donde el agua, quedaba de fácil acce­so según los prácticos.

Dispuestas así las operaciones, a las 3:30 A. M. del día 27, se puso en movimiento la sección de que vengo hablando, y poco después de las 4 A. M. las otras dos. La marcha fue lenta y penosa, tanto por lo muy fatigadas que estaban las tropas con la jornada de la víspera y la escasez de agua, como por lo pesado, pendiente y pedregoso del camino. La columna del comandante Santa Cruz, a causa de una de esas nieblas frecuentes en esas comarcas y conocidas con el nombre de camanchacas, se extravió del sendero que debía llevar y perdió más de 2 horas vagando por la pampa, a pesar de tener como guías dos hombres muy conocedores de la localidad, resultando de esto, que al aclarar, esta división había avanzado muy poco, encontrándose muy inmediata a la sección del comandante Ramírez, con la cual hubo de marchar casi unida.

A las 10 A. M. nos hallamos con la primera división en la parte posterior de la quebrada de Tarapacá, un poco al Norte de Huarasiña, habiendo marchado el comandante Santa Cruz a ocupar la posición que se le había indicado. Pocos momentos después, el 2º de línea descendía al valle para ocupar la posición que se le había designado, desde donde sus fuegos pudieran ofender al enemigo que se en­contraba en el pueblo de Tarapacá. En estas circunstancias se oyeron detonaciones de artillería y luego un fuego vivo de fusilería, indicando que la sección Santa Cruz se empeñaba en el combate. Efectivamente, al pasar por las alturas y que ocultan el pueblo a la vista, fue asaltado por numero­sas fuerzas enemigas que procedían de los barrancos y si­nuosidades del terreno. El ataque fue tan brusco e inespe­rado, que la artillería apenas tuvo tiempo para armar sus piezas y a los pocos disparos se vio de tal modo compro­metida que, a pesar de más de media hora de esfuerzos de­sesperados hechos para conservarla, hubo de inutilizársele, ocultando algunas de sus partes y abandonarla así al enemigo que ascendía con más y más tropas a atacarla.

Este funesto acontecimiento cambió mucho la faz de las cosas y nos privó de los medios necesarios para equilibrar la desproporción numérica en que nos encontrábamos respecto del enemigo. Así es que una hora más tarde, cuando entró en combate una parte sola de la sección del centro, que venía atrasada en su marcha por el excesivo cansancio de la tropa, debido a lo violento de la jornada, al enorme peso que conducía ésta y a los desfallecimientos de la sed, ya la infantería de Santa Cruz había sido destrozada a pe­sar de los prodigiosos actos de tenacidad y de coraje con que se sostuvo, habiéndose en este tiempo aumentado el núme­ro de los enemigos.

Sin embargo, los intrépidos comandantes don J. R. Vidaurre y don Domingo de Toro Herrera, animando sus tro­pas, entraron al combate y por larga distancia fueron recha­zando a los adversarios.

El fuego era mortífero en extremo, y por más de una oca­sión hubo que cargar a la bayoneta.

Pero, a pesar de tanto denuedo, no fue posible decidir el triunfo por lo fatigada que se hallaba la tropa, la cual caía rendida por el cansancio y la sed.

La sección primera había también empeñado la lucha contra fuerzas muy superiores, situadas en las faldas de los encumbrados cerros que se levantan a la izquierda de la quebrada de Tarapacá; y aunque con el fuego de una sola de sus compañías consiguió en poco tiempo desorganizar aquellas, no continuó sus ventajas por atacar el pueblo.

A la 1 P. M. nuestra situación era muy crítica porque ya las municiones se hallaban casi agotadas y los refuerzos al enemigo aumentaban considerablemente por momentos: Haciendo un esfuerzo supremo, reuniendo los dispersos y rezagados, se formó una nueva línea de batalla y se avanzó con ella al mismo tiempo que se daba una impetuosa carga con la compañía de Granaderos que mandaba el capitán don Rodolfo Villagrán, cuya carga dirigió el sargento mayor don Jorge Wood que me servía de ayudante. Con este nuevo empuje se produjo la dispersión del enemigo, y a las 3 P. M. contábamos con una nueva victoria para nuestras armas, porque solo contestaban a nuestros fuegos los de algunos enemigos en retirada.

En tal situación, se dispuso que la tropa y caballada bajaran al agua, a fin de que se refrescaran y pudiera emprenderse la persecución del enemigo, quedando en la pampa los que mantenían el fuego contra los dispersos de aquél. Poco después de llevarse a efecto esta medida, se me anunció que el enemigo se presentaba nuevamente con considerables refuerzos, haciéndose preciso renovar la lucha. Con gran trabajo pudo reunirse de 300 a 400 hombres, que hicieron frente al enemigo, manteniéndolo a respetable distancia, con un nutrido fuego. Por fin, des­pués de más de 7 horas de combate y no teniendo reserva de que disponer, decidí retirarme, lo que se efectuó con toda calma y orden, sosteniéndose el fuego hasta el último momento.

A las 6 P. M. cesó del todo el combate, deteniéndose el enemigo en su avance. La retirada, como era natural, fue fatigosa para la tropa, y muy especialmente para los heri­dos; pero se efectuó en orden y se facilitó a éstos todas las comodidades que fue posible.

Nuestras pérdidas han sido considerables, como es na­tural tratándose de un combate que ha durado como 8 horas contra triples fuerzas, puesto que el ejército peruano, que se había reunido en Tarapacá constaba de más de ­6.000 hombres, de los que 3.000 se hallaban estacionados en el pueblo de este nombre y 4.000 en Pachica, lugar que dista 3 leguas más arriba, de donde llegaron fuerzas e refresco al campo de batalla. La división de mi mando solo constaba de 2.300 hombres.

No encontrándose bastante seguro el enemigo, abandonó también el campo, y según los últimos informes recibidos, emprendió su retirada hacia Tacna en el mismo día del combate.

No conozco aun las bajas que hemos experimentado; pero por muy considerables que ellas sean, creo que siem­pre esta acción será considerada como un lustre para nuestro ejército. Ningún soldado abandonó su arma ni dejó de disparar mientras tuvo a su alcance al enemigo, que ha sufrido pérdidas muy considerables.

Entre las pérdidas más dolorosas debo contar la del comandante del 2º de línea, don Eleuterio Ramírez, cuyo paradero aún se ignora; la del segundo comandante, don Bartolomé Vivar, muerto durante la primera parte de la jornada; la del sargento mayor del batallón Chaca­buco, don Polidoro Valdivieso, y la de muchos valientes y distinguidos oficiales que han rendido su vida en la flor de la edad sosteniendo la gloriosa enseña de nuestra patria.

Cuando tenga a la mano los partes de los comandantes de cuerpos, comunicaré a V. S. los nombres de todos estos nobles hijos de Chile, así como también los de aquéllos que más se han distinguido en esta desigual contienda.

Recomiendo a la consideración de V. S., muy especial­mente, al teniente coronel de guardias nacionales, don José Francisco Vergara; al sargento mayor, don Jorge Wood, y al capitán del regimiento 2º de línea, don Pablo Nemoroso Ramírez, por los muy importantes servicios que prestaron en este día.

Debo, en conclusión, dar cuenta a V. S. de que hemos tomado 8 oficiales prisioneros, de teniente coronel abajo. y unos cuantos individuos de tropa, cuyo número aun ignoro por haberlos dejado en el campamento de Dibujo.

Dios guarde a V. S.

LUIS ARTEAGA.

Al señor General en Jefe del ejército del Norte.

***

PARTE DEL COMANDANTE RICARDO SANTA CRUZ

BRIGADA DE ZAPADORES.

Dibujo, Noviembre 29 de 1879.

Señor coronel:

Tengo el honor de dar cuenta a V. S. de cuanto ha ocurrido en la jornada sobre Tarapacá, el 27 del presente, con la división de mi mando y particularmente la brigada de Zapadores.

A las 3:30 A. M. emprendí la marcha desde el campa­mento de la pampa Tamarugal, llevando 260 Zapadores, 110 del 2º de línea, 115 Granaderos a caballo y 4 piezas de artillería.

A pocas cuadras tuvimos que detenernos a causa de ha­ber extraviado el camino, por la densa niebla que cubría el campo. El guía tuvo que regresar para orientarse nueva­mente, y nuestra marcha se continuó a la 4:30 próxima­mente.

Nuestro camino, que más tarde pude cerciorarme, es el mismo que conduce a Huaraciña, nos hacía andar más de una legua sobre la línea recta hacia Quillaguasa, lugar que debía ocupar. En la necesidad de adelantar nuestra divi­sión para alcanzar a ocupar oportunamente esa situación, que nos proporcionaba agua abundante, hice marchas for­zadas hasta las 8 A. M. La tropa, que iba muy fatigosa y sedienta, se mantenía con gran dificultad en la formación necesaria. En previsión de cualquiera demora, hice adelan­tar la, caballería para tomar posesión de la aguada y que la siguiera una sección de artillería, en cuanto fuera posible. A la compañía del 2º y tropa de Zapadores se les dio descanso frente a Tarapacá, ordenando antes que se aligeraran de los capotes y morrales. A pesar de esto, a las 9 no era posible adelantar, y los esfuerzos que hice por conseguirlo me dejaron de 40 a 60 rezagados.

En tal situación y tratando de adelantar la otra sección de artillería que el mal estado de las mulas no permitía hacerlo, se nos presenta el enemigo por la derecha y reta­guardia. En tan grave situación, me vi forzado a aceptar el combate bajo las peores condiciones. Al efecto, reple­gué la tropa de vanguardia, que, dispersándola inmedia­tamente, apuró sus fuegos contra el enemigo, acordonán­dolo en un arco que unía por nuestra izquierda la sección de artillería y por la derecha apoyada la tropa rezagada que felizmente se alcanzó a proteger. Nuestra línea de combate ocupó de esta manera una extensión de 600 me­tros próximamente.

El ataque se hizo muy reñido desde los primeros mo­mentos, y conseguíamos rechazar al enemigo, lo que nos permitió reconcentrar nuestras fuerzas en proporción del terreno que desalojaban. Con todo, el enemigo fue reci­biendo refuerzos considerables: nuestra línea de infantería que constaba de 360 hombres, resistió durante media hora a 800 o 1.000 contrarios.

Un fuerte empuje que se nos dio por el ala izquierda, flanqueando la artillería, hizo infructuosa la defensa de dos piezas que, inutilizadas, hubo que abandonar. En la de­fensa de éstas han quedado fuera de combate cerca de 100 individuos, incluso 6 oficiales. Nuevos refuerzos del enemigo y sin apoyo por la izquierda, me obligaron a retirar esa ala, formando mi línea perpendicular a esa di­rección, situación que mantuve por una hora más.

El eficaz apoyo que recibimos de la Artillería de Ma­rina y batallón Chacabuco, que debían atacar por ese punto, me permitió retirar por completo la tropa que es­taba a mis órdenes, y en cuanto fue posible los hice bajar al agua, de cuya posición estábamos apoderados,

Finalmente, provisto de municiones, pude utilizar mis fuerzas en el recio ataque que, a las órdenes de V. S., dio por resultado el rechazo del enemigo en toda su extensión del campo de batalla.

El nuevo refuerzo de 3.000 hombres o más de refresco que recibió el enemigo, nos obligó a emprender el ataque en retirada.

Termino, señor coronel, haciéndome un deber en ma­nifestar a V. S. que el comportamiento de los señores oficiales ha sido altamente satisfactorio. El capitán ayudante don José Umitel Urrutia, capitanes don Alejandro Baquedano y don Belisario Zañartu, así como el de igual clase del 2º de línea don Emilio R. Larraín, merecen una recomendación especial: estos dos últimos están heridos.

La artillería, por la situación excepcional en que se vio colocada, no pudo prestar los servicios a que está llamada.

La falta de municiones, que se agotaron a la mayor de la parte de la tropa en la primera hora, fue causa muy principal del primer rechazo, y como consecuencia precisa, de pérdidas considerables.

Acompaño a V. S. listas de la brigada de Zapadores que comprenden los individuos que han tomado parte en el ataque con especificación de los muertos y heridos.

Dios guarde a V. S.

R. SANTA CRUZ

Al señor coronel Jefe de la división de operaciones sobre Tarapacá.

***

PARTE DEL COMANDANTE TORO  HERRERA

BATALLÓN CHACABUCO.

Bearnes, Noviembre 30 de 1879.

Paso a dar cuenta a V. S. de la parte que cupo al cuer­po de mi mando en la sangrienta jornada del día 27 del presente en el pueblo de Tarapacá.

A las 10 A. M. del día indicado se encontraba nuestra sección del centro a una legua del pueblo de Tarapacá; en este momento sentimos disparos de artillería y luego un nutrido fuego de fusilería. Apreciadas estas circuns­tancias, apresuré la marcha de la tropa en cuanto era posible, dado el excesivo cansancio y sed que la desfalle­cía. Atendida esta distancia, hice hacer alto para organizar las fuerzas, logrando solo formar 250 hombres, por haber quedado el resto agobiado por la fatiga.

Resolví, sin embargo, avanzar sin esperar los rezagados, pues era preciso, sin pérdida de tiempo, proteger la divi­sión Santa Cruz, que había sido cortada por el enemigo. Hice que la tropa se aligerara de sus rollos y cargara sola­mente el morral de municiones.

En el acto avanzamos al trote: dos cuadras, más o me­nos, en esta situación, ordené se desplegara en guerrilla la 4ª compañía para que nos diera tiempo de organizar la línea. Se efectuaba este movimiento, cuando fuimos sorprendidos por un nutrido fuego de fusilería que el enemigo, en crecido número, nos hacia a 100 metros de distancia. Bajo este fuego y circunstancias muy desfavorables, se formó la línea de batalla, teniendo que mantener­nos en formación unida, puesto que la configuración del terreno no permitía extendernos y a la vez éramos atacados por el frente y la derecha.

El enemigo peleaba cubierto y disperso en guerrilla. Una pieza de artillería nos protegía a la izquierda; marcharnos rápidamente avanzando sobre el enemigo, ha­ciéndole retroceder por tres veces consecutivas. Pero habiendo notado que el fuego de la artillería había cesa­do, que no éramos protegidos y el enemigo aumentaba por momentos sus fuerzas con tropas de refresco y que éramos flanqueados por la izquierda, ordené a la 3ª se replegara en esa dirección para proteger a la 4ª, que desplegada en guerrilla, procuraba resguardar nuestro flanco.

Viéndome rodeado por el enemigo, mandé nuevamente avanzar, lo que se hizo con tanto empuje por nuestros soldados, que obligamos a retroceder a éste dándonos tiempo para retirarnos sosteniendo el fuego. En esta situación fue protegida nuestra retirada por una parte del regimiento de Artillería de Marina que vino en nuestro auxilio y que man­daba su comandante, teniente coronel señor Vidaurre.

Habíamos sostenido el ataque dos y media horas contra fuerzas triples de las nuestras y nos retirábamos por la que­brada con el objeto de subir a la cima y formar nuevamen­te la línea apoyados por la fuerza de Artillería de Marina lo cual fue imposible realizar, porque el cerro en esta parte era en extremo pendiente y la gente desfallecida de sed y cansancio caía desmayada, siendo impotentes nuestros es­fuerzos para animarla. Determiné entonces reunirla en el fondo del valle, donde había agua con la cual podría reponerse.

Subí con varios oficiales del cuerpo, a quienes ordené reunir la gente para proteger al 2º de línea que en esos momentos se batía al frente. Aquí se formó una segunda línea por orden de V. S., en la cual tomó parte mi tropa batiéndose también en ese punto, y a las 2:30 P. M. éramos dueños del campo, contestando el enemigo nuestros fuegos muy débilmente. A las 3:30 P. M. se divisaron nuevas fuerzas enemigas que bajaban al campo, y se organizó nuevamente la línea bajo las órdenes de V. S., en la cual formaban casi todos los oficiales del cuerpo y la mayor parte de la tropa. Esta línea se ha sostenido hasta las 6 P. M., a pesar de ser atacada por tropas de refresco y en número superior. A esta hora se emprendió la retirada sin precipitación y dando lugar a que las tropas extenuadas pudieran retirarse con toda calma.

Tenemos que lamentar la pérdida del mayor Polidoro Valdivieso, que después de caer herido pidió un rifle e hizo dos disparos contra el enemigo, y la de los distinguidos y valientes jóvenes tenientes, Jorge Cuevas y Pedro Urriola, que cayeron en sus puestos animando hasta el último momento a la tropa. El ayudante señor José Martín Frías, que fue uno de los más animados, cayó en la última carga. Fue­ron heridos el capitán señor Carlos Campos, el subteniente Ramón Soto Dávila y 4 más que lo fueron levemente. En la tropa sufrimos muchas bajas, y me hago un deber de re­comendar a V. S. el valor y la serenidad que ha mostrado. Me faltan 105 hombres, sin poder fijar el número de heri­dos, porque la mayor parte habían sido remitidos a Pisagua antes de regresar yo al campamento.

Respecto a los señores oficiales, no puedo recomendar particularmente a ninguno, pues todos ellos, sin excepción, han cumplido su deber como valientes. Debo sí hacer notar los servicios prestados por los señores oficia­les agregados al cuerpo de mi mando, señor Benjamín Silva, teniente del 3º de línea, y el ayudante en comisión, capitán graduado don Félix Briones.

La conducta del cirujano señor Clodomiro Pérez Canto es verdaderamente digna de alabanza y de nuestro reco­nocimiento, pues no abandonó un instante las filas, cum­pliendo su humanitaria misión. Durante la mayor parte del combate de la mañana estuvo en nuestras filas el abanderado de la Artillería de Marina con su estandarte, quien, habiendo sido cortado por el enemigo, se unió a nosotros y permaneció hasta que nos retiramos.

Acompaño a V. S. las listas del batallón, en las que se comprende a los individuos que han tomado parte en el ataque, con excepción de los muertos y heridos.

Dios guarde a V. S.

D. DE TORO HERRERA.

Al señor coronel Jefe de la división de operaciones sobre Tarapacá.

***

PARTE DEL CAPITÁN RODOLFO VILLAGRÁN.

Señor coronel:

La circunstancia de haber tomado parte con la compa­ñía de mi mando en la división de 500 hombres de caba­llería que, saliendo de Dibujo en ha tarde del día 30 del mes próximo pasado, debía operar sobre Tiliviche, Tana y Chiza en persecución de las tropas peruanas dispersas de Tarapacá, me había impedido dar cuenta a V. S., por lo que a mí toca, de los sucesos realizados durante la jorna­da del 27 de Noviembre último. He tenido aun que retar­dar este parte, debido a que tuve nuevamente que expedicionar sobre Suca con 300 hombres de Granaderos y Cazadores a caballo bajo las órdenes del teniente coronel don Tomás Yávar.

El 25 de Noviembre último, en virtud de instrucciones que recibí del teniente coronel don José Francisco Ver­gara, salí de Dibujo con 115 hombres de la compañía de mi mando, a las 5 P. M. de ese día, para incorporarme a la fuerza de infantería y de artillería que del mismo punto había partido en dirección a Tarapacá 2 horas antes. A las 10 P. M. pude reunirme con el cuerpo de Zapadores, donde permanecimos hasta el amanecer del 27, sin que la caballada tuviese ni agua ni forraje para su alimento. A las 2 A. M. de este día, se reunió a nosotros el regimiento 2º de línea, el de Artillería de Marina, el batallón Chacabuco y otra sección de artillería de línea. Dispuesta la marcha, se me ordenó incorporarme a la tercera sub­división del teniente coronel don Ricardo Santa Cruz, que salió a las 4 A. M.

Al enfrentar a Huarasiña se me hizo avanzar, estando como a 20 cuadras de Tarapacá, a tomar posesión de la aguada de ese pueblo, donde debía ser protegido por la artillería.

Al paso de galope puse en marcha la fuerza de mi mando, y un poco antes de llegar a Quillaguasa, descendí por la quebrada y di cumplimiento a lo ordenado. Lle­gando a este punto pude apercibir al enemigo quien nos hizo un nutrido fuego, matando un caballo e hiriendo a varios.

Estaba en esta situación cuando recibí orden del co­mandante Santa Cruz de replegarme a la división. A mi regreso tuve que efectuar la marcha, con muchas dificul­tades; primero, a causa del terreno pesado, y en seguida, porque gruesas columnas enemigas me hacían un vivo fuego. Esto no obstante, en el camino pude recoger al teniente Bahamondez de Zapadores y varios individuos de tropa que se hallaban cortados por las fuerzas enemigas, a quienes conduje a la grupa.

Pude juntarme con nuestras tropas en circunstancias que el fuego se hallaba más vivamente empeñado.

Poco antes de las 3 P. M. recibí orden de V. S., por intermedio del ayudante de campo, sargento mayor don Jorge Wood, de dar una carga con la compañía de mi mando.

En el acto di las voces necesarias y como a 200 metros de las filas enemigas ejecuté dicha carga. Al llegar allí fui recibido con numerosas descargas de fusilería, lo que no impidió que pudiésemos hacerles grandes bajas y que se dispersasen completamente, camino de la quebrada. En este ataque fueron muertos el sargento 2º Lorenzo 2º Bustamante, cabo 2º Manuel Morales y soldado Pedro López, y tuve 2 soldados más heridos.

Regresando al punto de mi partida, adonde entregué 3 soldados que hice prisioneros, recibí orden de V. S. de bajar a la quebrada, para dar agua y refrescar la ca­ballada.

Iniciado nuevamente el ataque, por refuerzos que recibió el enemigo, como a las 4:30 P. M. y estando nuestras tropas sumamente cansadas por más de 77 horas de un combate sostenido, recibí orden de V. S. de sostener la retirada de la división. Permanecí en el campo con la com­pañía de mi mando dispuesto a sostener cualquiera tenta­tiva de las fuerzas peruanas que se hallaban formadas a nuestro frente.

Cuando ya no había ningún individuo a quien fuese necesario proteger, que estuviese a nuestro alcance, empren­dí la marcha hacia el campamento de Dibujo llevando como 60 heridos, a la grupa unos y otros a caballo, para lo cual hice marchar a muchos soldados de mi compañía a pié.

Al amanecer del día 28 pude reunirme a V. S. en el citado campamento.

Para terminar, señor coronel, creo de mí deber significar a V. S. que los oficiales de la compañía de mi mando, alféreces don Ulises Barahona, don Eduardo Cox, don Pedro Nolasco Hermosilla, don José Francisco Balbontín, don Juan, E. Valenzuela, don Liborio Letelier y señor Vi­llegas han cumplido con su deber. Igual recomendación hago a V. S. de las clases y soldados que me han acompa­ñado; solo sí que quiero hacer constar que el soldado Juan Agustín Torres, teniendo su caballo herido de dos balazos, se lanzó sobre el coronel Suárez, comandante del Dos de Mayo, que encontró a su paso, y dándole un caballazo lo lanzó al suelo muerto por efecto del golpe y pudo entonces atacar a otros enemigos que lo hostilizaban.

Al mismo tiempo, hago a V. S. especial mención del cirujano de mi compañía, señor Marcial García, quien se condujo, aun en los lances más difíciles, con todo entusiasmo y filantropía.

Dios guarde a V. S.

RODOLFO VILLAGRÁN

Al señor coronel don Luis Arteaga.

***

PARTE DEL COMANDANTE EXEQUIEL FUENTES

REGIMIENTO NÚM. 2 DE ARTILLERÍA.

Campamento, Diciembre 2 de 1879.

Con fecha 30 del mes próximo pasado, el sargento mayor don Exequiel Fuentes me dice lo que sigue:

“Doy cuenta a Ud. del resultado de la expedición a Tarapacá, emprendida el 25 del actual, a las 4 P. M., a las órdenes del señor coronel don Luís Arteaga, fuerte de 1.500 hombres de infantería y artillería, incluso las 4 piezas de montaña Krupp a las órdenes del que suscribe.

El 27, a las 2 A. M., después de un trayecto de 80 kilómetros, de los cuales los 50 últimos fueron sin agua y por terrenos arenosos, acampamos a 15 kilómetros del lugar de nuestro destino, reuniéndonos ahí con una sección de artillería a las órdenes del alférez Ortúzar, una compañía de granaderos a caballo y 250 infantes de Zapadores, que esperaban desde 24 horas antes faltos de agua.

Antes del amanecer del mismo día 21, supe indirectamente que la división iba a subdividirse en tres para rodear al enemigo por tres puntos, tomándolo prisionero, si, como se creía probable, fugaba a nuestra vista.

Según datos que oí comunicados extraoficialmente en el campamento, se creía que el enemigo no contaba sino con 3.000 hombres a lo más, mal armados y en completa desmoralización.

Por orden superior, me pidió el secretario señor Verga­ra, pusiera a disposición del comandante Santa Cruz, de Zapadores, 4 piezas, dejando las otras 2 para destinarlas a una de las subdivisiones, que no se me dijo cuál era.

Traté de obtener se me dejara completa y unido a la ba­tería, para obrar con ella convenientemente; pero se me objetó que así estaba dispuesto para cortar la retirada al enemigo. No quedaba, pues, sino cumplir la orden.

En consecuencia, me reuní con las 4 piezas a la subdi­visión Santa Cruz y me puse a sus órdenes.

Dispuse marchara a vanguardia la caballería, siguieran 2 piezas Krupp, luego Zapadores, los otros 2 cañones y por fin una compañía del 2º de línea.

En esta disposición marchamos a las 4 A. M. inclinándonos a la izquierda.

Después he sabido que hora y media más tarde marcha­ría otra subdivisión por el frente, y no sé a qué hora otra por la derecha.

Nuestro derrotero fue interrumpido 2 horas por extravío del guía.

Como a 6 kilómetros de nuestro punto objetivo, dis­puso el comandante avanzar a la caballería a paso ligero y siguiera a ésta una sección de artillería marchando con la velocidad posible.

Ordené a ésta (y con ella marché yo) dar cumplimiento, y dispuse que mi ayudante pusiera en conocimiento del jefe que la artillería de montaña no podía seguir a la caballería, pues su marcha es uniforme con la infantería, como que es conducida por hombres de a pie.

Respondió se esforzara la marcha, en cuanto fuera posi­ble, consiguiendo así separarla unos 300 metros de la van­guardia de la infantería, perdiendo a la vez de vista por vanguardia a la caballería.

Entre tanto la tropa de a pié, muy cansada y sedienta, iba quedando rezagada en un buen número.

El enemigo había sido divisado al fondo de la quebrada de Tarapacá, en el pueblo de este nombre, y el alférez señor Ortúzar que marchaba con la artillería de retaguardia (2 piezas) me da cuenta de haber visto en disposición de subir con dirección a la altura donde nosotros marchábamos, la infantería peruana y pidió permiso al jefe de la subdivisión para repelerlo a cañonazos, lo que no obtuvo, pues nuestro conato debía ser alcanzar pronto el objetivo adonde nos di­rigíamos.

El que suscribe y su ayudante se habían adelantado antes a reconocer una meseta que domina el pueblo y la quebrada, por derecha e izquierda, y encontrándola apropiada para la colocación de la artillería, solicité fuera ese el punto que ocu­páramos, petición que no tuvo aceptación, porque el lugar debería ocuparlo la subdivisión que seguía después de la nuestra.

Marchamos, pues, algunos minutos más y repentinamente se da la voz de alto a el enemigo aparece a nuestra es­palda, a 100 metros, cortándonos la retirada y los rezagados y cansados de la subdivisión.

En el acto se rompe el fuego por los dos enemigos, teniendo de nuestra parte unos 150 Zapadores, como 70 del 2º de línea y la artillería.

El fuego, una vez roto por las tropas chilenas, lo es con carabina por la artillería, pues la proximidad del enemigo no permite utilizar acto continuo los cañones.

En los primeros 15 minutos se consigue rechazar algunos metros a los asaltantes y entonces hacemos fuego de artillería logrando disparar unos 20 tiros; pero pron­tamente vienen otra vez sobre nosotros numerosos refuer­zos, saliendo de varios puntos de la quebrada, y la infantería cede lentamente abrumada por la inmensa superioridad de los contrarios; trato de retirarme en el mismo orden con mis piezas por un terreno compuesto de lomajes suaves y sucesivos llevando los cañones a brazo; pero nuestra marcha es lenta y una parte de los soldados pronto no puede de cansancio y sed, arrastrar el menor peso y se ve obligada a abandonar un cañón al emprender la repechada de la inmediata loma, con el enemigo sobre ellos. De este modo nos arrebata el ejército peruano los 4 cañones, con inter­valos de minutos, y los sirvientes de las piezas agotan sus tiros de carabina.

La lucha dura poco menos de hora y media, al fin de la cual, con muchos muertos y heridos, y principalmente con tropa tan fatigada que desfallece, se declara la dispersión.

A los cañones, al ser abandonados, se les extrajo la cuña por los oficiales que formaban en esta batería, alférez señor Sanhueza (que me servía de ayudante), alféreces comandantes de sección, señores Ortúzar y Puelma.

Diez minutos después, y a punto de caer prisioneros, llega la subdivisión que seguía a hora y media, y rompe sus fuegos por la espalda del enemigo, el que, dando frente a retaguardia, traba sostenido combate, librándonos así de la suerte que nos esperaba. Eran las 11:30 A. M.

El que suscribe y su ayudante, por haber quedado a pié, no pudimos, como lo deseábamos, reunir los dispersos a alguna distancia para incorporarnos a los que se batían, o ver modo de atacar por el flanco tan luego como nos en­contráramos en esa situación.

Nos resignamos, pues, a emprender la jornada a pié, describiendo un largo círculo que nos permitiera salvar las líneas enemigas, lo que al fin logramos a los 13 o 14 ki­lómetros.

Entre tanto, el combate se sostenía con éxito vario, ya siendo rechazadoras, ya rechazadas nuestras tropas, hasta que por fin el campo quedó de nuestra parte.

A las 3 P. M. conseguimos, el ayudante y yo, llegar a una aguada, ya en nuestro poder, y nos dirigimos a recoger los cañones; pero muy luego el nutrido fuego que sale del cam­po contrario nos anuncia nuevo combate con refuerzos lle­gados a los peruanos.

Tomo el mando de las 2 piezas que aquí nos quedan y que tenía bajo las órdenes del teniente, señor Besoain, a quien no encuentro por haber salido herido de dos balas, y del alférez señor Faz, que está en su puesto y con sirvien­tes solo para una pieza. De los 2 cañones había uno sin alza.

Nuestra infantería principia a ser rechazada, y ya con el enemigo sobre nosotros, es necesario batirse en retirada. En la imposibilidad de mover el cañón que no tiene sirvien­tes, lo inutiliza por mi orden el alférez Faz, y seguimos batiéndonos, retrocediendo hasta unos 2 kilómetros, don­de el jefe ordena cesar el fuego y emprender la vuelta a Di­bujo, donde llegamos la misma noche.

El enemigo también se detiene y suspende el ataque sin atreverse a perseguirnos.

La misma noche del combate, supimos después, emprendió su retirada precipitadamente el ejército peruano con dirección al Norte, y hasta hoy hemos podido recoger una pieza y todas las cureñas, teniendo fundados motivos para creer que los 4 cañones sin montaje deben haberlos ocultado solamente.

Nuestra pérdida consiste solamente en los 4 cañones desmontados e inutilizados por el enemigo.

La tropa que servía la batería son 66 individuos, al mando de 6 oficiales, incluso el jefe, y sus bajas consisten en:

1 teniente herido.

4 muertos conocidos. 7 heridos id., y

16 cuya suerte se ignora.

28 total de bajas.

También tomo en consideración unos 20 soldados inu­tilizados en el combate por el cansancio y la sed.

El alférez señor Puelma y el de igual clase señor Sanhueza se incorporaron oportunamente después de la dis­persión de la subdivisión Santa Cruz.

Finalmente, digo a Ud. que se ha justificado que el enemigo era, al entrar en combate, fuerte de 4.000 hom­bres, y que el refuerzo llegado a última hora era de 2.500, todos bien armados y con bastantes municiones.

El combate terminó a las 5 P. M.”

Lo que tengo el sentimiento de comunicar a V. S., ad­virtiéndole que inmediatamente después de la llegada del señor Fuentes, llamé a este jefe para tomarle cuenta de lo sucedido, como era de mi deber. Le pregunté por qué la artillería no había desempeñado el importante papel que le corresponde y por qué las piezas habían caído en poder del enemigo, y la contestación fue esta:

1º Porque a la reunión de jefes que acordó la manera de llevar a cabo el ataque no fui llamado, a pesar de ir al mando de la artillería;

2º Porque la batería se dividió, en contra de mi vo­luntad, en fracciones de a 2 piezas, que marcharon por diversos caminos a una distancia considerable unas de otras;

3º Porque se la hizo continuar adelante por la vereda de las quebradas en donde estaba el enemigo, que nos envolvió en el momento que consideró oportuno y a ­distancia de tiro de revólver;

4º Porque a pesar de avistarse al enemigo, tenerlo a tiro de cañón y de pedir al señor Santa Cruz permiso para hacerle fuego y deshacerlo, éste se negó a ello, excusándose con que de esa manera se desconcertarían los pla­nes;

5º Porque algunas piezas marcharon a vanguardia solas y sin la orden de hacer fuego en tiempo oportuno, contra toda táctica militar.

Cuando se trató, señor, de enviar a Tarapacá una divi­sión que persiguiera y atacara a los aliados, me acerqué al señor Santa Cruz para decirle que no convenía, como­ estaba por él acordado, llevar solo una sección de artillería sino una batería completa al mando de un jefe inteli­gente, como el mayor señor Fuentes. Y esto por dos razones: porque la artillería dividida pierde toda su fuerza y cohesión, y se ve expuesta a cualquiera eventualidad, aun cuando las operaciones que se va a ejecutar sean dirigidas con todo el celo e inteligencia posibles; y porque, siendo los oficiales de este cuerpo jóvenes nuevos en la carrera, convenía que marcharan bajo la vigilancia inmediata de un jefe experimentado y conocedor del arma.

Al mismo tiempo quise conocer la opinión del señor Santa Cruz respecto del número de enemigos que había en Tarapacá, y la respuesta fue vacilante. Se me dijo que había pocos, pero que era probable que se hubieran reunido ya en buen número. Fue entonces que resolví a enviar la batería que ha perdido sus cañones.

El señor general comprenderá cuán doloroso es para el que suscribe hablar este lenguaje, que es el de la verdad. Pero mi deber de militar, después del revés sufrido, me obliga a ello. Réstame solamente decir a V. S. que los oficiales que combatieron en Tarapacá se manifestaron tan serenos como es posible en circunstancias dolorosas y difíci­les, como las en que se vieron envueltos en el combate del 27. Rodeados de enemigos, estrechados por todas partes, hicieron lo que era posible hacer.

El alférez, don Santiago Faz, a pesar de los peligros del momento, salvó una pieza, lo que es para mí un acto que le honra, aun cuando no marchaba a la vanguardia y sí en la última división, que también a su vez sufrió un rechazo por fuerzas muy superiores.

Últimamente, y con la autorización correspondiente, he mandado a Tarapacá en busca de los cañones y demás úti­les, y solo se ha encontrado hasta hoy 1 cañón Krupp a más del salvado, todas las cureñas, casi todas las cajas y albar­dones y municiones de dicha batería.

No terminaré esta nota sin recomendar a la atención de V. S. los sargentos 2º José Antonio 2º Ferreira y Guillermo Vandorse, muerto el primero y herido el segundo. Estos jóvenes prometían, por su conducta, instrucción y honorables antecedentes, ser más tarde muy buenos oficiales de artillería.

Dios guarde a V. S.

J. VELAZQUEZ.

Al General en Jefe del ejército.

***

2° PARTE DEL CORONEL LUIS ARTEAGA

JEFE DE LA DIVISIÓN DE OPERACIONES SOBRE TARAPACÁ,

Campamento de Santa Catalina, Diciembre 4 de 1879.

Señor General en Jefe:

Al parte que tuve el honor de pasar a V. S. con fecha 29 del mes próximo pasado, debo agregar ahora lo que ha llegado a mi noticia con posterioridad al 27, fecha del combate de Tarapacá, acompañando los partes de los jefes de cuerpo en los que se explica detalladamente la parte que cupo a cada uno de ellos en el referido hecho de armas.

A las 8 P. M., del mismo día 27, el enemigo no creyén­dose seguro, se retiró a toda prisa hacia el Norte, abando­nando sus heridos, sus muertos, ambulancias, etc., de todo lo cual se tomó posesión al día siguiente.

Según cálculos, el enemigo perdió en esa jornada 800 hombres muertes, 178 heridos que se encontraron en la ambulancia y casas del pueblo, sin tomar en cuenta los que se haya llevado consigo, calculado en 300. De jefes y oficiales muertos o heridos del enemigo, se hace subir el número a 66.

Se han tomado algunos prisioneros, jefes, oficiales y tro­pa, cuyo número no me es posible precisar, porque a me­dida que se tomaban, eran enviados al campamento de Dolores o de Pisagua.

Por nuestra parte hemos sufrido también pérdidas de consideración, pero inferiores a las del enemigo, y son las siguientes: 3 jefes y 18 oficiales muertos, y 21 oficiales heridos.

Individuos de tropa hemos tenido, muertos, 525 y heri­dos, 191, y 16 desaparecidos,

Estas cifras no son rigurosamente exactas, porque casi día por día se presentan algunos individuos de tropa a quienes se creía muertos o prisioneros del enemigo

He aquí ahora una relación de las bajas de cada cuer­po, con designación nominal de jefes y oficiales:

REGIMIENTO NÚM. 2 DE ARTILLERÍA.

Oficiales.‑ Teniente, don Filomeno Besoain, herido.

Tropa.‑ Muertos, 4, y heridos, 7.

Además 16, cuyo paradero se ignora.

REGIMIENTO DE ARTILLERÍA DE MARINA.

Oficiales.‑ Capitanes: don Carlos Silva Renard y don Juan Félix Urcullu, heridos.

Subteniente, don Benjamín Gómez, herido.

Tropa.‑ Muertos, 68, y heridos, 35.

REGIMIENTO 2º DE LÍNEA.

Jefes y oficiales muertos.‑ Tenientes coroneles: coman­dante del regimiento, don Eleuterio Ramírez y segundo jefe, don Bartolomé Vivar.

Capitanes ayudantes: don Diego Gárfias Fierro, don Ignacio Silva y don José Antonio Garretón.

Teniente: don Jorge Cotton Williams.

Subtenientes: don Telésforo Guajardo, don Belisario López, don Clodomiro Bascuñán, don Telésforo Barahona, don José Tobías Morales y don Francisco 2º Moreno.

Oficiales heridos.‑ Capitanes: don Bernardo Necochea, don Emilio Larraín y don Abel Garretón.

Subtenientes: don Víctor Lira Errázuriz, don Pedro Párraga, don Manuel Larraín, don Ricardo Bascuñán don Enrique Tagle Castro, don Emilio Herrera, don Ma­nuel Luís Olmedo y don Domingo Jofré.

Tropa.- Muertos 334, y heridos 69.

BRIGADA DE ZAPADORES.

Oficiales muertos.‑ Subtenientes: don Amadeo Mendo­za, don Froilán Guerrero, don Francisco Álvarez, don Ri­cardo Jordán y don Francisco Silva N.

Oficiales heridos.‑ Capitanes: don Belisario Zañartu y don Alejandro Baquedano.

Tropa.- 74, y heridos, 26.

BATALLÓN CHACABUCO.

Oficiales muertos.‑ Sargento mayor en comisión, don Polidoro Valdivieso.

Ayudante mayor, don José, Martín Frías.

Tenientes: don Pedro Urriola y don Jorge Cuevas.

Oficiales heridos.Capitán, don Carlos Campo.

Teniente, don Francisco J. Lira.

Subtenientes: don Ramón Sota y don Pedro Fierro La­torre.

Tropa.‑ Muertos, 42, y heridos, 49.

GRANADEROS A CABALLO.

Tropa.‑ Muertos, 3, y heridos, 5.

En los partes de los jefes de cuerpo encontrará V. S. designados los oficiales que más se han distinguido en tan ruda jornada, cabiéndome la satisfacción de manifes­tar a V. S. que todos han cumplido con su deber, y de recomendar especialmente a los tenientes coroneles don Ramón Vidaurre, don Domingo de Toro Herrera y don Ricardo Santa Cruz.

Dios guarde a V. S.

LUIS ARTEAGA

Al señor General en Jefe del ejército.

***

2° PARTE DEL GENERAL ERASMO ESCALA

GENERAL EN JEFE DEL EJÉRCITO.

Campamento de Santa Catalina, Diciembre 5 de 1879.

Señor Ministro:

La derrota que en la gloriosa acción de la Encañada de Dolores sufrió el 19 del mes próximo pasado el ejército peruano boliviano, produjo en sus filas una deserción com­pleta, pues hizo su retirada en desorden y las tropas se dispersaban en distintas direcciones. A nuestro mismo campamento llegaban día a día muchos soldados y aun oficiales que espontáneamente venían a presentarse pri­sioneros; y por todos ellos adquiríamos la confirmación de esta desordenada retirada, y nos añadían que se les daba cita a la ciudad de Tarapacá, distante unas 45 a 50 millas, talvez con el objeto de reconstituirse allí bajo las órdenes del General en Jefe don Juan Buendía, que se había dirigido a ese punto; pero que la mayor parte de los soldados no acudirían, pues se repartían por toda la comarca sin rumbo fijo ni propósito determinado.

El reconocimiento que en los días subsiguientes se hizo del campo, venía también a confirmar estas noticias, por­que en todas partes se encontraban inequívocas muestras del espanto que se había introducido en las filas enemigas y de su completa desorganización al abandonar el campo.

Mi primer pensamiento fue enviar a la ciudad de Tara­pacá y demás puntos en que se trataran de reunir los aliados, una regular división de caballería, apoyada por infantería, que pusiera en fuga a esas fuerzas dispersas, imposibilitándoles su reconstitución. Sin embargo, no era conveniente por el momento diseminar nuestras fuerzas, pues podía hacerse necesaria en el acto la mayor recon­centración posible de ellas para dirigirnos sobre Iquique, que había quedado casi completamente desguarnecido por haber marchado las fuerzas de línea allí existentes en el ejército aliado que vino a nuestro encuentro, dejándose la guarnición de la ciudad a cargo de la guardia nacional, compuesta de 1.000 y tantos hombres.

Mas, la fausta noticia de la rendición de esta plaza, recibida aquí en la mañana del día 23, vino a cambiar por completo el aspecto de la campaña, desde que debía­mos abandonar la idea de hacer expedicionar hacia el Sur nuestro ejército, concretándonos a enviar una división de caballería que recorriera toda la línea hasta el mismo puerto de Iquique y tomara posesión de los puntos inter­medios, que debían estar abandonados. A más, impediría que las fuerzas cívicas que habían quedado en la ciudad vinieran a agregarse a las que se decía estaban reuniéndose en Tarapacá.

Efectivamente, ese mismo día salió el regimiento de Cazadores a caballo, al mando del señor Jefe de Estado Mayor, coronel don Emilio Sotomayor, y llevó a feliz tér­mino su expedición, de la cual da cuenta en el parte que original tengo el honor de pasar a manos de V. S.

Al llegar esta división a Pozo Almonte tuvo conocimiento el señor Jefe de Estado Mayor de que en Tarapacá se encontraban el general Buendía y el coronel Suárez, Jefe de Estado Mayor del ejército enemigo, con una fuerza de 5.000 hombres; y aunque me envió un propio para participarme esta noticia, que comunicó también al señor Ministro de la Guerra en campaña, se extravió aquel en el camino; así es que permanecí completamente igno­rante de un hecho de tan trascendental importancia, que me habría obligado a tomar en el acto las medidas que la importancia del caso requería para desbaratar ese ejército.

Entre tanto, los datos que aquí habíamos conseguido obtener a este respecto, nos informaban unánimemente de que en la ciudad de Tarapacá solo habrían unos 1.500 a 2.000 hombres en pésimas condiciones, agobiados por el cansancio y la escasez de recursos, y en un estado de completa desmoralización, producida en gran parte por su vergonzosa fuga, y por la profunda disensión que se hacia sentir entre las fuerzas aliadas y que se revelaba ya en hechos escandalosos y muy serios.

En vista de esto, determiné enviar bajo las órdenes del coronel don Luis Arteaga, una división compuesta de 2.800 hombres de las tres armas, que bajo todos concep­tos era superior a la que se presumía existiera en dicha ciudad, y bastante a deshacer las fuerzas enemigas con completa seguridad.

Una pequeña parte de la división, compuesta de 270 Zapadores y una compañía de Granaderos a caballo, se adelantó para hacer un reconocimiento, saliendo del cam­pamento el día 24, y la siguió al otro día el resto de ella, poniéndose en marcha directa desde Dibujo a Tarapacá el día 26, a las 3 P. M.

La premura del tiempo y la circunstancia de que atenciones del servicio me obligan a estar en constante movi­miento, me han colocado en la precisión de remitir origi­nales a V. S. los partes del jefe de la división y de los comandantes de cuerpo que en ella tomaron parte, a fin de calmar la justa ansiedad del Supremo Gobierno por conocer los detalles de esta memorable jornada, que una vez más ha venido a poner en relieve el esforzado valor del soldado chileno, y la denodada comportación de sus estimables jefes y oficiales, que con heroica tenacidad han compartido con él los rigores de un ardoroso combate que se prolongó durante 8 horas consecutivas.

El resultado ha sido desastroso para el enemigo, que ha sufrido inmensas pérdidas y que se retiró precipitada­mente del campo de batalla, que nuestras fuerzas se vie­ron en la absoluta precisión de abandonar por habérseles agotado sus municiones, encontrándose sumamente can­sadas después de una penosa marcha y tan recio combate. Además, la noche se acercaba y ellos ignoraban si el ene­migo recibiría aun mayor refuerzo, que los sorprendería desarmados, o si alcanzaría a venir en su auxilio alguna división nuestra.

Los cuerpos que tomaron parte en esta reñida acción han tenido que lamentar sensibles pérdidas en el personal de sus oficiales y tropa, principalmente el regimiento 2º de línea, que por la posición que ocupaba sostuvo lo más recio del ataque, y ha visto desaparecer sus dos jefes y muchos otros oficiales.

El primer comandante de este regimiento, teniente coronel don Eleuterio Ramírez, sucumbió en el campo de batalla, que en tantas ocasiones había salvado con gloria para su carrera militar, y conquistándose el alto puesto que ocupaba, rodeado del aprecio y estimación de sus superiores, compañeros y subalternos, que hoy tributan merecido homenaje a sus preclaras virtudes.

El segundo jefe del cuerpo, teniente coronel don Bartolomé Vivar, fue gravemente herido y falleció tres días después en el campamento, legando a sus compañeros de armas un honroso ejemplo que ellos sabrán recordar ha­ciéndose dignos de él.  

Cayó también en el campo el segundo comandante del batallón Chacabuco, sargento mayor don Polidoro Valdivieso, que con su contracción había logrado granjearse la confianza de sus jefes y del cuerpo a que pertenecía, que ha sostenido con honra el puesto a que lo habían hecho acreedor su reconocido valor y competencia.

Y en la muerte de los nobles jóvenes que con espontánea abnegación han ofrecido su vida en aras de la patria, tiene ella justos motivos de enorgullecerse al contemplar su desprendido y puro patriotismo por sostener la honra de la nación, y por cuyo honor han rendido su vida.

Digna de especial recomendación es así mismo la conducta del jefe de la división, coronel Arteaga, que en medio de las vicisitudes de que se vio rodeado, mantuvo su tranquilidad, la cual le permitió tomar tan atinadas disposiciones, que gracias a ellas pudo nuestra división salvar del terrible conflicto en que se encontró.

Poderosamente secundado fue aquel jefe en esta delicada y difícil situación por el señor secretario don José Francisco Vergara, que una vez más ha expuesto su vida a los fuegos enemigos con inminente riesgo. Sus conocimientos especiales, la prudencia y acierto que ha desplegado en todos los encuentros a que espontáneamente ha ocurrido, contribuyeron en mucho a las acertadas medidas cuya realización procuraba personalmente.

Cabe también honrosa e importante participación en este hecho de armas de los dignos comandantes de los cuerpos que en él entraron, tenientes coroneles don José Ramón Vidaurre, don Domingo de Toro Herrera y don Ricardo Santa Cruz. Ellos han dado un noble ejemplo a los cuerpos que comandan y que han sido testigos de su serenidad y de la energía que con decidido empeño emplearon durante el combate para salvar las dificultades de todo género con que tuvieron que luchar.

La confianza que hasta aquí he mantenido en el valor a toda prueba del soldado chileno cuando combate por el honor y defensa de su querida patria, ha venido a afianzarse más y más con esta nueva acción, que ha revelado las brillantes y sólidas cualidades de que está revestido y que serán la salvaguardia del país en las difíciles circunstancias porque atraviesa.

Réstame solo, señor Ministro, antes de concluir, reco­mendar muy especialmente a la consideración del Supremo Gobierno a los dignos oficiales que, llenando cumplidamen­te sus deberes, han tenido la desgracia de caer heridos, y en general a todos los que se encontraron en este hecho de ar­mas, y que por su bizarro comportamiento se han hecho acreedores a una expresa recomendación, y de que dan tes­timonio los partes particulares que adjunto al presente.

Dios guarde a V. S.

ERASMO ESCALA.

Al señor Ministro de la Guerra.

***

PARTE DEL COMANDANTE LIBORIO ECHÁNEZ

REGIMIENTO 2º DE LÍNEA.

Santa Catalina, Diciembre 1º de 1879.

En posesión de todos los datos necesarios, paso a dar cuenta a V. S. del resultado del combate del 27 del presente en el pueblo de Tarapacá, en la parte que cupo al regimiento de mi accidental mando, combate que tuvo lugar entre una división de las tres armas de nuestro ejército y otra de las fuerzas aliadas de más de 6.000 hombres.

La división al mando de V. S., partió de Negreiros el 26 a las 3 P. M. y el 27 a las 8 A. M. se hallaba al frente de Tarapacá y a seis cuadras de distancia. En dicho punto, y por disposición de V. S., se segregó del grueso de la tropa la 1ª compañía del 1ª batallón del regimiento 2º de línea y 10 hombres de caballería al mando de un oficial, para flanquear al enemigo por el costado Sur del cajón en que se halla sentado el pueblo de Tarapacá. Esta fuerza iba bajo las órdenes del que suscribe.

Después de descender al bajo, se procedió a hostilizar al enemigo, tomándole varios prisioneros, entre ellos un te­niente peruano.

A las 10 A. M., poco más o menos, y después de recorrer más de ocho cuadras de terreno en enemigo recibiendo los fue­gos de éste, se reunió a la fuerza de mi mando la 2ª compañía del 2º batallón del regimiento, siguiendo con toda esta pequeña tropa, en protección del grueso de la división que había tomado la plaza y que, rodeada de fuerzas infinitivamente superiores del enemigo, se batía desesperadamente.

Notando el que suscribe que el enemigo, desplegando en guerrilla una fuerza respetable, trataba de cortar la comu­nicación de los nuestros; aislada la infantería, que se encontraba en el bajo, de la artillería y caballería, situadas en las alturas del Oeste, dispuse que una tropa trepara el ­escarpado cerro de ese, lado para desalojar al enemigo y res­tablecer la comunicación en las fuerzas de nuestra división, lo que se consiguió desplegando en guerrillas dichas dos compañías del 2º de línea y algunos soldados de la 2ª del 1º de la 1ª del 2º, que se les habían reunido en el trayecto, haciendo por este medio retroceder a las tro­pas aliadas en una extensión de más de doce cuadras, ha­ciendo los nuestros fuego en avance y cargando a la bayo­neta en tres ocasiones, obteniendo de este modo de tres trincheras y obligando al enemigo a replegarse a la última de que disponía en el alto, de donde, a pesar del arrojo y anhelo de nuestros soldados y de haber hecho todos los esfuerzos humanamente posibles, no se les pudo desalojar por estar nuestros soldados exhaustos de municiones, no tener un solo soldado de refresco para relevar, y por último, haber recibido el enemigo de 2 a 3.000 hombres de refuerzo. En esta desesperada situación, esta pequeña porción de nuestras tropas recibió orden del batirse en retirada, y lo hizo en tan buen orden, que, debido a ello, pudo la fuerza, que momentos antes se hallaba encerada en el bajo, tomar la altura y replegarse a la artillería y caballería, que a su vez y protegida por la fuerza de mi mando, pudieron reunirse en el mejor orden.

Como el enemigo notara la escasez de municiones de nuestros soldados, la consiguiente fatiga a un combate de más de 8 horas, sin agua, y el no contar por nuestra parte con protección o refuerzo de ninguna especie, pretendió, usando sus tropas de refresco, reconquistar el campo y posiciones perdidas, e intentando cortar la retirada al resto de nuestra división; pero observado esto por el que suscribe, dispuse se formara una nueva guerrilla de los soldados que se retiraban por falta de cartuchos, prove­yendo a algunos de ellos de varios cajones de municiones que en su primera retirada dejó el enemigo y que fueron encontrados a última hora. Esta guerrilla, acompañada a la vez de dos piezas de artillería, sostuvo el fuego hasta las 6 P. M., hora en que ya todas nuestras tropas ha­bían tomado la altura y estaban a salvo del fuego de los aliados.

Paso ahora a hacer relación a V. S. del papel desempe­ñado por las otras 6 compañías del regimiento en éste memorable y sangriento combate. La 4ª del 1º marchó unida a Zapadores, a las órdenes del teniente coronel don Ricardo Santa Cruz, y las otras 5, al mando del coman­dante don Eleuterio Ramírez y teniente coronel don Bartolomé Vivar, se dirigieron por orden de V. S. a tomar la plaza, lo que se consiguió después de una tenaz resisten­cia por parte del enemigo; mas como éste, en posesión de los cerros, hacia sobre nuestras tropas un fuego vivísimo y mortífero, el 2º recibió orden de atacar a los aliados en sus mismas trincheras, trepando al efecto el cerro Redondo, más próximo a la plaza, haciendo fuego en avance y calando bayoneta. Tomado ya el cerro y batién­dose con otras fuerzas enemigas atrincheradas en la planicie de los cerros de más arriba del lado del Este, y no teniendo la fuerza del 2º apoyo por el bajo, por hallarse la demás tropa de la división atacando otros puntos, el enemigo, penetrado de ello y contando con batallones de refresco, rodeó el cerro en que se hallaba el 2º, haciéndole en esta posición fuego por todos lados.

En este desigual ataque perecieron jefes y varios oficiales de los nuestros, viéndose los sobrevivientes en la terrible situación de buscar la retirada por en medio de las filas enemigas, forzando éstas y abriéndose paso a espada y bayoneta.

Con pena participo a V. S. que el regimiento 2º ha tenido el profundo sentimiento de perder en el combate de que he hecho mención a su querido y distinguido pri­mer jefe, comandante don Eleuterio Ramírez, y al no menos apreciable teniente coronel don Bartolomé Vivar, cuyos jefes, siempre al frente de su tropa y animándola con la voz y con el ejemplo, pelearon con un valor y he­roísmo dignos de los mayores elogios.

Así mismo todos los sobrevivientes de este regimiento lamentamos en alto grado la muerte de los dignos y va­lientes oficiales cuyos nombres encontrará V. S. en la nómina que tengo el honor de adjuntarle por separado.

Entre los oficiales muertos en el combate del 27, aparece el subteniente, don Telésforo Barahona, encargado del estandarte del regimiento, cuyo oficial merece una especial men­ción, pues con valor y entereza supo conservar esa preciosa y valiosa insignia, defendiéndola con su espada y hasta con su cuerpo del enemigo que pretendía arrebatársela, cayendo y muriendo, por último, abrazado del valioso tesoro que le confiara el regimiento y la nación para su defensa.

Igualmente, merecen distinción especial, la escolta del estandarte, compuesta de los valientes veteranos, todos premiados, que a continuación se expresan: sargentos 2º Francisco Aravena, Timoteo Muñoz, Justo Urrutia y José M. Castañeda; cabos primeros, José D. Pérez, Ruper­to Echaurren y Bernardino Gutiérrez, y soldado Juan Carvajal. Estos individuos, peleando como leones en defensa de su querido depósito, perecieron todos en sus puestos.

La parte del regimiento hoy existente se enorgullece, señor coronel, del proceder tan noble y elevado de la escol­ta a quien confió su gloriosa insignia, y cábeme a mí la honra y la satisfacción de expresarlo así a V. S.

En cuanto a los que tuvieron la suerte de salvar de este terrible y sangriento combate, me es muy grato expresar a V. S. que todos ellos, oficiales y tropa, se han comportado tan dignamente como cabe a todo buen chileno amante de su querida patria, pues el valor, arrojo y entereza desplegados en la pelea, no pueden sino merecer el más grande y justo encomio de mi parte, como creo lo merecerán de V. S., que siempre ha sabido distinguir el valor y el heroísmo.

Así mismo merece una mención de honor, y me complaz­co en hacerlo, el cirujano 1º del regimiento, don Juan Kid, el que, despreciando las balas del enemigo y con un interés y asiduidad reconocidos, atendía en el mismo cam­po de batalla a los oficiales y soldados heridos, habiendo caído a su lado más de un soldado de los que le ayudaban en esta noble y generosa tarea.

Tanto la nómina de los jefes y oficiales del regimiento que asistieron al combate del 27, como la de los muertos y heridos, podrá consultarlas V. S. en los documentos ad­juntos.

Las bajas de tropas en el regimiento en combate de que he hecho mención, ascienden a 407 individuos, descompuesta esta cifra como sigue: 338 muertos y 69 heridos, habiendo marchado al combate 900 hombres.

No concluiré, señor coronel, sin manifestar a V. S. que, si por su parte nuestra tropa ha observado toda clase de consideraciones con los heridos enemigos, éstos, con una crueldad que raya en lo criminal y bárbaro, asesinaban cobardemente cuanto jefe, oficiales y soldados nuestros encontraban heridos a su paso, ultimándolos del modo más atroz a golpes de fusil o a estocadas con sus yataga­nes. Estos actos, propio solo de países bárbaros y sin ras­gos de civilización, han venido a probar una vez más que el Perú y Bolivia hacen una guerra de exterminio, olvi­dando los actos humanitarios del soldado chileno y de todo Chile con los heridos y prisioneros de los aliados, con los cuales ha sido siempre cumplido, clemente y hasta en exceso condescendiente.

Todo lo cual tengo el honor de participar a V. S. para los fines consiguientes, omitiendo detallar otros inciden­tes, tomando en cuenta que V. S., como comandante en jefe de la citada división y habiendo tomado parte di­recta durante todo el combate con su serenidad y valor acostumbrado, ha podido penetrarse de ello personalmente, por lo que V. S. mismo es conocedor también de la exactitud del anterior parte.

Escrito lo anterior, ha llegado a mi conocimiento la fausta noticia, obtenida de un oficial de Cazadores a caba­llo venido del teatro mismo del combate, de que el teniente coronel don Bartolomé Vivar no ha muerto; pero que, gravemente herido, ha podido librar de caer en poder del enemigo. Agrega el dicho oficial, de que el mencio­nado jefe llegará pronto a ésta traído por la ambulancia Valparaíso.

Dios guarde a V. S.

O. LIBORIO ECHANES.

Al señor coronel comandante, Jefe de la división, don Luís Arteaga.

***

PARTE DEL CORONEL JOSÉ RAMÓN VIDAURRE

REGIMIENTO DE ARTILLERÍA DE MARINA.

Campamento Santa Catalina, Diciembre 1º de 1879

Señor comandante general de infantería:

El 27 de Noviembre último, a las 5 A. M., recibí orden de V. S. para que la tropa se alistara y partiera del último punto donde acampamos, el que distaba nueve millas de Tarapacá. Una milla antes de llegar a este último lugar, recibí orden de V. S. para apresurar la marcha, porque la primera división que estaba al mando del teniente coronel don Ricardo Santa Cruz, había empeñado la acción con fuerzas muy superiores de parte del enemigo.

Inmediatamente organicé el regimiento, haciendo al mismo tiempo que se dispersara en guerrilla la compañía lige­ra del capitán don Carlos Silva Renard y avanzara al lugar del combate.

En seguida, dispuse que la sección de artillería Krupp de montaña que mandaba el teniente Besoain, se pusiera a las inmediatas órdenes de V. S., y la sección de cañones de bronce de montaña, sistema francés, se colocara en el lugar que V. S. le designó, a cargo del capitán don Gregorio Díaz.

Una vez hecha esta operación, llevé a los rezagados al lugar donde estaba el regimiento. El batallón Chacabuco, al mando de su comandante, teniente coronel don Domingo de Toro Herrera, pasó más adelante en protección de la división Santa Cruz, quedando el regimiento de mi mando a la derecha del Chacabuco, situado en batalla de Norte a Sur, y con él batimos al enemigo que nos atacaba en nú­mero considerable.

Después de 4 horas de combate, conseguimos rechazar a los contrarios, obligándolos a replegarse a su campa­mento, no sin haber dejado antes un gran número de muertos y heridos en el campo.

Queriendo los fugitivos ganar los pasos, me dirigí a este lugar que V. S. puso bajo mi cuidado y que me ordenó no abandonara sin orden por escrito.

A las 3 P. M. volvió a aparecer el enemigo, el que dio un nuevo ataque por haberle llegado un refuerzo como de 3.000 hombres, al que hicimos un fuego nutrido de rifle sobre mampuesto con la tropa que cuidaba de los pozos, ocasionándole algunas bajas. Al mismo tiempo mandé al capitán Álamos atacara por el flanco a la cabeza de 150 hombres. Debo consignar aquí también que el citado capitán tomó prisioneros al sargento mayor don Tomás Ba­llón, capitán don José S. Mayo, teniente don Belisario G. Norangán, subteniente don Manuel Vélez y dos individuos de tropa, los que mandé a disposición de V. S. Así mismo me fueron entregados por los subtenientes del 2º de lí­nea don Abraham Valenzuela Silva y don Carlos Arrieta, los prisioneros, comandante del 2 de Mayo, un subteniente del Zepita y un teniente del Iquique, los que envié a V. S. suficientemente, custodiados a las órdenes del subteniente abanderado don Víctor A. Bianchi.

A las 6 P. M. notamos que el fuego había cesado en las alturas y que el enemigo descendía por la quebrada del centro y por ambas laderas del río para encerrarnos; pero con 200 hombres del regimiento de mi mando y 150, poco más o menos, que reuní de los distintos cuerpos, nos batimos en retirada. Viendo que la munición se iba agotando, su­bimos el cerro, y a distancia de dos millas, vimos todo nues­tro ejército formado en batalla, al que nos unimos para seguir la marcha, cumpliendo así con lo dispuesto por V. S. de replegarnos a la división.

Los partes que adjunto, darán a conocer a V. S. las ra­zones por qué se dejaron abandonados y completamente destruidos 2 cañones de bronce de montaña, sistema fran­cés, pertenecientes al regimiento de mi mando, los cuales se ha mandado traer ya con el subteniente don Julio A. Medina del lugar en que se dejaron, y creo que hoy mismo estarán en este campamento.

También acompaño el estado de la fuerza, y las listas no­minales de los muertos y heridos que ha tenido el regimiento.

De los 398 individuos de tropa que entraron en comba­te, tuvo 103 bajas en la forma siguiente: 68 muertos y 35 heridos. Oficiales heridos: capitán, don Carlos Silva Re­nard; subteniente, don Benjamín Gómez, herido levemente, y don Juan Félix Urcullu.

Antes de terminar el presente parte, me hago un deber en recomendar a la alta consideración de V. S., que tanto el teniente coronel, sargento mayor y oficiales del regimiento, han cumplido con su deber.

En especial, recomiendo a V. S. al segundo y tercer jefes, capitán ayudante, don Miguel Moscoso; capitanes: don Gabriel Álamos y don Carlos Silva Renard; teniente, don Elías Yáñez; subteniente, don Manuel 2º Blanco y aban­derado, don Víctor A. Bianchi. De la misma manera se condujo la tropa.

Por lo que respecta al abanderado, me permito hacer presente a V. S que recibió en el asta de bandera algunos balazos, los cuales despedazaron ésta, por lo que se vio obligado a recibirla y mantenerla en sus brazos, y a más perdía la mitad de su escolta.

Habiendo sido cortado por un grueso número de fuerzas del enemigo, se vio obligado a permanecer algún tiempo en el batallón Chacabuco, y como aquel siguiera poniendo todo su empeño en quitar la bandera, cargando sus fuerzas a ese costado, la tomó el capitán ayudante don Miguel Moscoso, conservándola como 15 minutos en su poder, entregándola nuevamente después de ese tiempo al aban­derado.

J. R. VIDAURRE.

Al señor Comandante General de infantería.

***

***

PARTES OFICIALES PERUANOS

PARTE DEL CORONEL BELISARIO SUÁREZ

ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO DEL SUR.

Tarapacá, Noviembre 27 de 1879.

Séame permitido, antes de describir la batalla que con tanta honra nuestra ha cambiado la situación, hacer notar a V. S. que la sola ascensión hasta el nivel de los baluar­tes contrarios, es por sí misma un triunfo, porque la ciudad que nos servía de cuartel general está por todas partes dominada y solo a fuerza de un espíritu superior a nuestra fatiga y a merced del aturdimiento del enemigo, que nos supone desconcertados y nos encontró poseídos del más ferviente entusiasmo, ha podido realizarse esa subida a la luz del día y al través de dificultades que daban toda la ventaja a los enemigos, que contaban por suyo el campamento.

Antes de combatir hemos tenido que ponernos en con­diciones de hacerlo, entregándonos indefensos a tiro de los contrarios, y eso se hizo con la serenidad de los valientes.

Llegados a la altura, la segunda división emprendió uno de esos ataques que todo lo arrollan y que tienen en su impetuosidad y arrojo la mejor garantía del éxito.

Zepita tomó cuatro de los cañones enemigos con sus municiones, mientras digno emulo de su decisión y de su gloria, llevaba en trofeo el regimiento Dos de Mayo, los dos que se encontraban a su frente. Estaba cumplida, en los primeros momentos del combate, una de las más notables proezas de la infantería, y fue entonces cuando brilló el valor y cuando se revelaron en todo su mérito la perseve­rancia y talentos militares del comandante general de la segunda división, señor coronel don Andrés Avelino Cá­ceres, que tuvo el acierto, tan raro en el arte, de saber utilizar la victoria sin dejarse arrastrar ciegamente por ella. Preocupado solo del triunfo de nuestras armas, el coronel Cáceres moderó el ardor de sus soldados, organizó el mismo entusiasmo, y no pedía sino fuerzas que recordaran su plan admirablemente combinado y que redujo a la impotencia a los contrarios.

En esta jornada admirable, sucumbió heroicamente el señor coronel, primer jefe del regimiento Dos de Mayo, don Manuel Suárez, y se diezmó la oficialidad de los cuerpos que llevaron a cabo ese esfuerzo, que aseguró la victoria a simples columnas de infantes, contra un verdadero ejército cuidadosamente dispuesto y pertrechado con todos los recursos de las tres armas.

Este cuadro de la acción es el más sublime de ella; ese triunfo, que hizo fáciles los posteriores, que casi obligó al heroísmo al resto de nuestras tropas, merece tenerse en cuenta, porque llevados por mí concurrieron al lugar donde se decidía así la suerte de dos naciones, el batallón Iquique núm. 1, cuyo valiente jefe, el señor coronel ­Ugarte, fue herido a bala en la cabeza y continuó, no obstante, alentando a su tropa con el ejemplo, confirmado con su sangre, y la columna Naval, que debía poner pocos momentos más tarde el sello del heroísmo sobre la sangre de su primer jefe, el comandante Meléndez, y el sacri­ficio de gran parte de su distinguida oficialidad.

La tercera división del ejército, si no se hizo como la anterior centro de las operaciones porque no se lo permitió su puesto en la línea, escribió su nombre en la historia de esta jornada, de tal suerte que están en su poder un estandarte enemigo, el del 2º de línea, tomado por el guardia de Arequipa Mariano Santos. Muchos de los prisioneros probaron el denuedo de la lucha y la generosidad después de la victoria. El señor comandante general, coronel don

Francisco Bolognesi, estuvo a la altura de esos soldados que caracterizan a aquellos cuya presencia en la fila enemiga hacia rendir banderas, y el batallón Guardias de Arequipa, por sus certeras punterías, por su orden y serenidad, hizo suyo gran parte del honor de este triunfo, en que columnas de infantes, naturalmente señaladas como víctimas de su propio valor, evidenciando una vez más la superioridad del valor y de la disciplina sobre todos los elementos que pueden oponerle los adelantos de la guerra moderna.

La quinta división, compuesta de los cuerpos de la guardia nacional del departamento y de la columna Loa, com­puesta de ciudadanos bolivianos, había llegado la víspera al campamento después de una penosísima jornada, y su valiente comandante general, el señor coronel don José M. de los Ríos, que abandonó a Iquique, solo por obediencia, sonrió al peligro y se precipitó en él con un júbilo, del que participaron sus fuerzas materiales después de la quinta herida, pero dejando su espíritu en todos sus subordinados. Es admirable el modo como el Iquique, privado de su jefe y sus oficiales: como el Loa, que parece haber encarnado la lealtad y el valor tradicional de Bolivia, como la fatal herida en su jefe y sus oficiales superiores, dispersaron la caballería enemiga, trocando en fuga su insultante confianza y arrancando de las manos los sables prontos a caer sobre nuestras columnas sin protección.

Los cuadros que esos cuerpos forman recuerdan la época de la lucha antigua; y el enemigo, privado de su artillería por Zepita y Dos de Mayo, lo fue de su caballería por los nacionales de Iquique y los representantes del honor boliviano.

La artillería, sin cañones, peleó con sus armas menores hasta hacer excepcional en sus filas y en su oficialidad la fortuna de salir ilesa, y se dio tiempo para ofender al enemigo con sus propios cañones dirigidos por el sargento mayor graduado Carrera.

La división de exploración acudió a todos los lugares del peligro, desalojó a los enemigos parapetados en lugares casi inaccesibles y confirmó la brillante reputación de su comandante general interino señor coronel Bedoya.

Cuando en toda la línea se rechazaba a la fuerza chilena, a pesar de sus posiciones y de su tenacidad, en 9 horas de combate, se presentaron en el alto por el camino de Pachica, donde se encontraban de estación, las divisiones Vanguardia y primera del ejército. Su sola presencia completo la dispersión de los contrarios, no sin que antes tuviera la segunda ocasión de tomar a vivo fuego en la lucha indescriptible otra de las posiciones alevosas de la fuerza chilena y de distinguirse la primera por la atisbada y ejemplar serenidad con que su comandante general, el señor coronel Dávila, la condujo, armas a discreción sufriendo impasible el fuego del enemigo hasta dominarlo, con solo su resuelta y táctica actitud. El coronel don Juan González, primer jefe del regimiente Guías, que desde días anteriores se encontraba gravemente enfermo, se presentó en Tarapacá la víspera del combate, y haciendo en él honor a su justa reputación, cayó en la fila enemiga tan grave­mente herido, que es casi imposible conservar su existencia.

El teniente coronel don Isaac Recabarren, el defensor de Pisagua, que había vuelto a ocupar su puesto de Jefe del Estado Mayor de la segunda división, después de multiplicarse en todas partes, de llevar personalmente los cuerpos de esa división a los puestos preferentes de la lucha, fue herido en la mano sin que nada pudiera obligarle a dejar el campo de batalla, en el cual, al lado de V. S., al mío y en todos los que le señalaban el honor y el riesgo, fue hasta el fin modelo de soldados y patriotas.

Interminable sería este oficio, si mencionara uno a uno los nombres de todos los que se han distinguido en esta batalla, que ofreció a nuestro deseo la errada presun­ción de los invasores; las listas de muertos y heridos tie­nen mayor elocuencia que cuanto pudiera darle el parte más minucioso; ellas revelan que el puesto del peligro fue el único disputado por los jefes. Orgullo, y dolor inspira ese cuadro de heroísmo, que V. S. y el Perú apreciarán debidamente.

El enemigo ocupaba al principiar la acción un campa­mento de casi una legua entre el Alto de la cuesta de Arica y el de Visagra, y al concluir había retrocedido hasta el cerro de Minta, dos leguas más allá de sus atrincheramientos.

Los chilenos han combatido siempre a favor de sus parapetos construidos expresamente e improvisados entre las casas y tras de los matorrales que presta el bosque.

Cuatro cañones Krupp, 4 obuses, 1 estandarte y varias banderas; 56 prisioneros, fuera del sin número que hemos abandonado a los auxilios de las ambulancias, entre ellos una de las cantineras, dan testimonio de esta victoria superior a las esperanzas que racionalmente podía ofrecer una sola arma puesta a prueba por las tres perfectamente organizadas.

Nuestras tropas han hecho en este día uso de la munición y de las armas tomadas al enemigo sobre su propio campo, y ha habido momento en que trabada la lucha cuerpo a cuerpo, señaló la victoria la superioridad perso­nal de nuestros soldados.

Remito a V. S. las relaciones de nuestros heridos y pri­sioneros; le felicito por la ejemplar conducta de que ha sido testigo y admirador el ejército, y le ruego ponga este oficio y sus anexos en conocimiento de S. E. el señor Gene­ral Director supremo de la guerra para satisfacción del país y honra de sus armas.

Dios guarde a V. S.

BELISARIO SUÁREZ.

Al benemérito señor General de división y en Jefe del ejército.

***

ANEXO

ESTADO MAYOR GENERAL DEL EJÉRCITO DEL SUR

Mocha, Noviembre 30 de 1879.

Después de obtener el 27 en las alturas de Tarapacá, una espléndida victoria sobre la fuerza chilena en un combate de 9 horas, tomándose 8 cañones, 1 estandarte, varias banderas y más de 100 prisioneros,  contando los heridos dejados en las ambulancias, la necesidad que nos ha hecho experimentar la falta del contratista de carne y la escasez de municiones, gastándose en todo un día de lucha, hemos tenido que emprender la marcha por el camino que señala el adjunto itinerario.

Es posible que lo cambiemos por la vía de Codpa y procuraré comunicarlo a V. S. por medio de expresos, esperando los dirija a su vez a este ejército y lo auxilie, si no es absolutamente imposible, con alguna división que nos sirva de refresco y traiga las municiones necesarias, a fin de oponerse a la sorpresa que puede intentar en esta marcha el ejército chileno, de refuerzo, venido nuevamente a Tarapacá, según los últimos informes.

La gloria de la última jornada es tanto mayor, cuanto que solo algunas columnas de infantería han derrotado completamente una división escogida de las tres armas, tomando a viva fuerza 4 cañones Krupp y 4 obuses de bronce, hecho volver cara a la caballería y vencido, a pesar de sus atrincheramientos en las casas vecinas convertidas en fortificaciones, a una infantería superior, arrebatándole su armamento y municiones para emplearlos contra ellos mismos. Es incalculable el número de muertos del enemigo; y entre nosotros, honrosa aunque triste la relación de bajas, porque figura entre los muertos y heridos considerable número de jefes y oficiales, como el coronel don Manuel Suá­rez, primer jefe del regimiento Dos de Mayo, el teniente co­ronel don Juan B. Zubiaga, que lo era accidentalmente del Zepita, que se cuentan entre los primeros; el coronel don José Miguel de los Ríos, comandante general de la quinta división; el coronel don Juan González, primer jefe del regimiento Guías núm. 3, que están gravemente heridos y otros muchos que constan en el parte oficial del combate que va por este mismo correo.

Dios guarde a V. S.

BELISARIO SUÁREZ.

Al benemérito señor contralmirante don Lizardo Montero.

***

PARTE DEL COMANDANTE RAMÓN ZAVALA

BATALLÓN PROVISIONAL DE LIMA NÚM. 3.

Tarapacá, Noviembre 27 de 1879.

Tengo el honor de pasar a V. S. el parte oficial de la del día de hoy en lo relativo a la fuerza de mi mando, a fin de que por el digno órgano de V. S. llegue al conocimiento del señor coronel Jefe del Estado Mayor General.

A las 9 A. M. del día de hoy, y por orden de V. S., desfilé con el batallón de mi mando y ocupé las alturas de la Banda para proteger la entrada a la ciudad por el cauce del río: tomada la posición indicada y rotos los fuegos entre la tercera división, situada a 300 metros a nuestra vanguardia, y las fuerzas chilenas que habiendo descendido por La cuesta de Visagra, habían avanzado hasta posesionarse y parapetarse tras los cerros de piedra de las chacras fronterizas del punto ocupado por la tercera división, V. S. me ordenó replegarme a ella.

Cumplida la orden anterior, V. S. me dio la de descender y atacar al enemigo que parapetado tras los cerros de las chacras y casas nos hacía un nutrido fuego de fusilería. Atacado éste casi simultáneamente por fuerzas de la segunda división, columna Loa, batallón Ayacucho y el de mi mando, abandonó sus posesiones que tomamos sobre montones de cadáveres y se escondió entre las chilcas y el monte de donde continué el fuego de fusilería. A fin de evitar que nuestras fuerzas quedaran imprudentemente tendidas en el campo mientras las del enemigo permane­cían invulnerables, hubo necesidad de incendiar chilcas y montes.

Despejado el terreno por el fuego y ya el enemigo al descubierto, bastaron algunas descargas para destruirlo y dispersarlo.

En este combate, el cuerpo de mi mando que luchó 3 horas sin cesar, lamenta, entre otros daños sufridos, verse privado por algún tiempo de la poderosa cooperación e importantes servicios de su segundo jefe, teniente coronel, don Oswaldo Pflücker, y los del capitán don José García, he­ridos en la refriega.

No me es dado apreciar en que proporción el batallón de mi mando cooperó a la completa destrucción de las fuerzas enemigas, que en número de más de 2.000 hombres, invadieron la quebrada; pero sí debo hacer constar el hecho que hizo durante el combate 23 prisioneros, 20 individuos de tropa, pertenecientes al 2º de línea, rifles Comblain y municiones.

A las 2:30 P. M., hora en que el batallón de mi mando llegó a la cima, las fuerzas enemigas se encontraban a 200 metros, más o menos, de distancia. El señor coronel don Andrés A. Cáceres que allí estaba, me indicó los puntos que debía ocupar, los mismos de que estaban posesionados el batallón Ayacucho núm. 3 a 700 metros del enemigo.

Después de 30 minutos de combate, durante los cuales el cuerpo de mi mando tuvo que hacer uso de rifles y municiones abandonadas por el enemigo, avanzó tomando terreno 50 metros; mientras tanto el fuego de fusilería del enemigo continuaba sostenido; no así el de cañón que solo se dejaba sentir de rato en rato y cuyos tiros pasaban muy altos sobre nuestras cabezas.

En el trascurso de hora y media y en dos empujes avan­zaron 100 metros, más o menos.

A las 4:30 P. M. el enemigo emprendió la fuga después de tres descargas cerradas de la división Vanguardia, que avanzó por nuestro flanco derecho.

Las pérdidas del batallón en el día de la fecha son: 1 Jefe y 1 oficial heridos, 12 individuos de tropa muertos y 20 heridos.

A las 6 P. M., por orden de V. S., contramarché y ocupé la ciudad.

Durante la jornada, todos, en la fuerza de mi mando, han cumplido con su deber.

Lo que tengo el honor de poner en conocimiento de V. S. en cumplimiento de mi deber.

Dios guarde a V. S.

RAMÓN A. ZAVALA.

***

RELACIÓN DE LOS MUERTOS Y HERIDOS PERUANOS.

REGIMIENTO DOS DE MAYO.

Muertos.- Coronel graduado, don Manuel Suárez.

Teniente coronel graduado, don Mariano Moran.

Teniente graduado, don Daniel Torrico.

Subteniente, don Manuel J. Osorio.

Heridos.- Capitán graduado, don Manuel A. Rivera,

Subtenientes: don Lucas Gao, don Tomás Berenguel, don Guillermo Bello, don José Torres Paz y don Pedro Torres.

SEGUNDA DIVISIÓN.

Herido.‑ Jefe de Estado Mayor, coronel don Isaac Re­cabarren.

CAZADORES DE LA GUARDIA NÚM. 7.

Muertos.‑ Capitanes, don Carlos Alberto Odiaga y don Enrique Vargas.

COLUMNA LOA.

Muertos.‑ Capitán, don Aniceto Rivera.

Subtenientes: don Rubén Córdova, don Nicanor Monte y don Adolfo Vargas, y 35 entre clases y soldados.

Heridos.‑ Subtenientes: don Luis Mugurtegui y don José Cuéllar, y 40 entre clases y soldados.

GUARDIAS DE AREQUIPA.

Muertos.‑ Capitán graduado, don Clodomiro Chávez Valdivia, y 34 guardias.

Heridos.‑ 30 id.

ESCUADRÓN GENDARMES DE TARAPACÁ.

Muerto.‑ 1 soldado

Heridos.- 5 entre clases y soldados.

GUARDIA CIVIL DE IQUIQUE.

Muertos.- 6 guardias.

Heridos.‑ 2 guardias.

GENDARMES DE TARAPACÁ.

Muertos.- 1 soldado.

Heridos.- 5 soldados.

BATALLÓN PUNO NÚM. 6.

Heridos.‑ 3 soldados.

LIMA NÚM. 8.

Muerto.- 1 soldado.

Heridos.- 3 soldados.

BATALLÓN ZEPITA.

Muertos.‑ Teniente coronel, don Juan B. Zubiaga,

Capitán graduado, don Francisco P. de Figueroa.

Subtenientes: don Juan M. Cáceres y don Juan R. Me­neses.

Heridos.‑ Sargentos mayores: don Benito P. de Figue­roa y don Luis Lazo.

Sargento mayor graduado don Juan M. Calderón.

Subteniente, don Federico Ramírez.

Capitán graduado, don Julián Cruzado.

Teniente, don Telémaco Delfín.

SEGUNDO AYACUCHO.

Muertos.‑ Teniente, don Mariano Marquezado.

Subtenientes: don Juan B. Tafur y don Manuel Ponce, y 25 entre clases y soldados.

Heridos.- Capitán graduado, don Juan de D. Vera.

Teniente, don Agustín Zerpa, y 32 entre clases y soldados.

COLUMNA TARAPACÁ.

Muertos.‑ Sargento mayor, don Francisco Perla.

Subteniente, don José Gavilán y 25 entre clases y sol­dados.

Heridos.‑ Capitanes graduados: don Rosendo Carrión, don Federico C. Rivera y don Ambrosio Guimaraes, y 25 entre clases y soldados.

BRIGADA DE ARTILLERÍA.

Muertos.- 12 individuos de tropa.

Heridos.- Sargento mayor, don José R. de la Puente.

Sargentos mayores graduados: don Guillermo Guerrero y don Francisco Pastrana.

Capitán graduado, don Eloy Caballero.

Tenientes graduados: don José G. Cáceres y don Nica­nor A. Málaga.

Subtenientes: don Federico Pezet, don Lino A. Zenteno y don Enrique Varela, y 18 entre clases y soldados.

Se advierte que 14 quedaron en el morro y la quebrada, cuyos nombres se ignoran.

PRIMER AYACUCHO NÚM.  3.

Muertos.- Sargento mayor, don Leandro Escobar.

Teniente, don Eliseo Valencia.

Subtenientes: don Ismael Cornejo (cuyo paradero se ignora) y don Manuel Lozada, y 9 soldados.

Heridos.‑ 16 soldados.

PROVISIONAL DE LIMA NÚM. 3.

Heridos.- Teniente coronel, don Oswaldo Pflücker.

Capitán, don José García.

Muertos.- 12 soldados.

CAZADORES DEL CUZCO NÚM. 5 DE LÍNEA.

Muertos.‑ Subteniente, don Enrique Vargas y 1 sol­dado.

Heridos.- 3 soldados.

COLUMNA NAVAL.

Muertos.- Capitán, don Sixto Meléndez y 14 soldados.

Heridos.‑ Teniente coronel don José María Meléndez, gravemente.

Tenientes: don Federico Mandrean y don Pedro Portillo, y 16 soldados.

DIVISIÓN VANGUARDIA.

Herido.‑ Teniente, don José María Ochoa.

BATALLÓN IQUIQUE.

Muertos.‑ Subteniente, don Alberto Gill y 39 entre cla­ses y soldados.

Heridos.‑ Coronel, don Alfonso Ugarte.

Sargentos mayores: don Lorenzo P. Infantas y don Rosendo Ballón.

Capitán, don José S. Olivencia.

Subteniente, don Mariano L. Arias y 31 entre clases y soldados.

Se ignora el paradero del capitán don José S. Mayo; tenientes: don Belisario Mugaburu y don Manuel G. Vélez. Tampoco se encuentra al instructor, sargento mayor, don Tomás Ballón y al subteniente don Manuel P. Reyes.

RESUMEN.

Muertos……………………………. 236

Heridos……………………………..            261

Dispersos………………………….. 76

***

RELACIÓN DE LOS PRISIONEROS CHILENOS.

REGIMIENTO 2º DE LÍNEA.

Sargentos 2º: Manuel Necochea, José Manuel Mayorga y Carlos Madiage.

Cabo 1º, Germán Aranda.

Cabos 2º: Pedro Rojas, Pedro Mesaña y José de la Cruz.

Músico, Nicasio Peña.

Soldados: Gregorio Ibáñez, Juan Medina, Juan Gon­zález, Juan Venegas, Andrés Villarreal, Tomás Benítez, Bartolo Silva, Hermenegildo Olivar, Juan de D. Caro, Fructuoso Castro, Guillermo Martínez, Isidoro Maldona­do, Pablo San Martín, Andrés Valenzuela, Santiago Ibáñez, Gervasio Arana, Nicolás Duran, Juan Perea, José Flores y Brígido Marín.

BATALLÓN CHACABUCO.

Soldado, José Antonio Mundaca.

ZAPADORES.

Subteniente, don Tomás Ramírez.

Sargento 2º, Raimundo Ibarraza.

Cabo 1º, Rudecindo Nulla.

Soldados: Juan B. Aspillaga, Faustino Ramírez, Juan de Dios Fuentes, Lindor Quintana, Manuel Cano, Pedro A. Alvial, Tomás Astudillo, José S. Villa, Feliciano Jara, Diego Fuentes, Antonio Rodríguez, José Rifo, José del Carmen Bejarano, Juan de la C. Donoso, Juan de Dios Rodríguez y Agustín Toro.

ARTILLERÍA DE MARINA.

Cabos  José Luis Norambuena y Reinaldo Rodríguez.

Id. 2º: Fernando Gallegos y Juan Plata.

Soldados: Juan Molina, Manuel Vicente, Faustino Za­morano, Germán Zúñiga, José Nicolás Oriola y Lorenzo Bravo.

Cantinera, María Quinteros Ramírez.

 

***

PARTE DEL CORONEL ANDRÉS CÁCERES

COMANDANCIA GENERAL DE LA SEGUNDA DIVISIÓN,

Pachica, Noviembre 28 de 1879.

Cumpliendo con mi deber y en el doble carácter de comandante general de la segunda división y primer jefe del batallón Zepita núm. 2, paso a dar cuenta a V. S. de los acontecimientos precedentes a nuestro feliz resultado final del día de ayer de una manera tan circunstanciada como lo permite la memoria de un encuentro de tan grandes emociones y de tanta duración como el que paso a relatar.

A las 8:30 A. M. del día de ayer, y según instrucciones de V. S., hice desfilar mi batallón sobre el enemigo que ocupaba la altura de la población, disponiendo que el segundo jefe comandante Zubiaga, con dos compañías, tomara el camino de la derecha; el tercer jefe, mayor Figueroa, al mando de otras compañías marchara por el camino de la izquierda, y el cuarto jefe, mayor Arguedas, desfilara con las dos restantes compañías por la falda del centro.

Siguiendo este orden llegaron a la cima del cerro que presentaba la extensión de una pampa ocupada en sus di­ferentes puntos por el enemigo, que con sus fuegos de artillería e infantería procuraba impedir el ascenso de mi tropa.

Empeñado así el combate, resultó en el primer encuentro muerto el comandante Zubiaga y mortalmente herido el sargento mayor Figueroa. Replegándose el enemigo en retirada, penetramos las primeras posiciones, encontrando en el campo 4 cañones. El Dos de Mayo, que llegaba por la izquierda conducido por el Jefe de Estado Mayor de la división, atacó al enemigo, reuniendo 2 cañones más que este cuerpo había tomado en el campo, provistos de abundante parque y el equipo allí abandonado. Reunido al Dos de Mayo, el Jefe de Estado Mayor de la división me dio parte de haber muerto heroica y entusiastamente el primer jefe del regimiento coronel don Manuel Suárez.

La división ya unida siguió avanzando sobre el enemigo, que sin dejar de hacer nutrido fuego, iba cediendo el campo.

A las 11 A. M. salió herido del lugar del combate el comandante Recabarren, obligado a retirarse para su curación.

Reforzado el enemigo y agotándose las municiones, llegó un momento dudoso para la suerte de nuestras armas, por presentarse al mismo tiempo y a mi derecha caballería enemiga con dos columnas de infantería. Logrando reorganizar la división y proveyéndome de las armas y pertrechos enemigos, emprendí otro ataque, consiguiendo hacerlo retroceder hasta gran distancia. En este empuje estuve acompañado por el coronel Ugarte de la guardia nacional de Iquique y comandante Meléndez de la columna Naval de ídem, ambos a la cabeza de su fuerza; y no obstante de resultar herido en la parte superior del cráneo, el coronel Ugarte continuó en el campo hasta los últimos momentos.

Avanzando sobre el enemigo hasta la distancia de una legua, se empeñó otro reñido choque, y presentándose en ese momento V. S., le hice saber la escasez de las muni­ciones y lo diezmada que se encontraba la tropa, por cuyo motivo regresó V. S. pocos momentos después acompañado con fuerzas del batallón Ayacucho y Provisional de Lima y del Arequipa. Con este considerable refuerzo se logró poner en dispersión las columnas enemigas. Avanzando sobre ellas, tomé posesión de sus dos últimos caño­nes, acompañándome en esos momentos el comandante Somocurcio, del 1º Ayacucho; comandante Zavala, del Provisional de Lima, y el teniente Moor, del Arequipa, que al frente de una guerrilla daba ejemplo de entusiasmo y valor.

El comandante Recabarren, una vez que le hicieron la primera cura, volvió al lugar del combate, presentándoseme y acompañándome hasta el término de la acción.

Con los últimos cañones tomados, el mayor Carrera, de la artillería, trabajó hasta lograr ponerlos en condición de hacer fuego, y efectivamente logró hacer varios dispa­ros sobre los dispersos enemigos.

A las 4:30 P. M., abandonando los enemigos sus últimas posiciones y estando presente V. S., llegó la división Vanguardia formada en batalla, y quedándole solo tiempo para hacer dos descargas cerradas que completaron el éxito de nuestros esfuerzos, cesando todo el fuego a las 5:10 P. M.

En el combate de ayer quedó evidenciado, una vez más, que el enemigo no puede sostener encuentro en terreno llano, y sí solo presenta batalla cuando la superioridad del número los alienta y el terreno les permite parape­tarse.

La falta que nos ha hecho la caballería habrá sido no­tada por V. S. en muy diferentes momentos, y no puede menos que ser lamentada, pues aun sin ella se ha logrado reunir considerable número de prisioneros.

El sello de gloria que a nuestras armas toca por la jornada de ayer, se debe mucho a las activas y acertadas medidas de V. S. en los momentos más críticos y complicados.

La excitación y entusiasmo de nuestras tropas patentiza la justicia de tantas glorias adquiridas, y la victoria de ayer, en tan desproporcionadas condiciones respecto del enemigo, rescatan el prestigio de nuestras armas.

Haré presente a V. S. que el ayudante de la coman­dancia general, capitán don Luís Chacón, me acompañó con entusiasmo y celo desde el principio del combate. Del mismo modo el teniente don Joaquín Castellanos, ha desempeñado comisiones de importancia y riesgo sirvién­dome de ayudante y acompañándome hasta que le mata­ron el caballo.

Igualmente los estudiantes universitarios, subtenientes don José Torres Paz y don Eduardo Leca, se han distinguido en su comportamiento. Estos caballeros, con todo el ardor y abnegación inherentes a su edad y condiciones especiales, se han puesto a la altura de la alta misión que se les confiara, habiéndome servido de ayudantes durante todo el tiempo del combate, y desempeñado variadas y peligrosas comisiones. El primero fue honrosamente herido. El subteniente Bedoya, de la misma comisión, ha cumplido asimismo con su deber.

Recomendaré a V. S., para que a su vez lo haga al Director de la guerra, el digno y elevado comportamiento de todos los señores jefes y oficiales e individuos de tropa que han servido bajo mis órdenes.

Concluiré, señor Jefe de Estado Mayor General, acompañando la razón que me pasa el Jefe de Estado Mayor de la división, de los jefes y oficiales muertos y heridos en el campo de batalla.

Aun no se pueden apreciar las bajas en la tropa por la premura del tiempo, reservándome hacerlo en su oportunidad, pero solo puedo asegurar a V. S. que el número de muertos y heridos es considerable.

Dios guarde    a V. S.

ANDRÉS A. CÁCERES.

Al benemérito señor coronel Jefe de Estado Mayor General del ejército del Sur.

***

PARTE DEL CORONEL EMILIO CASTAÑÓN

COMANDANCIA GENERAL DE ARTILLERÍA.

Tarapacá, Noviembre 28 de 1879.

Señor coronel:

Cuando a las 8:30 A. M. de hoy se anunció la presencia del enemigo en las alturas e inmediaciones de la ciudad y se sirvió V. S. ordenarme tomar posiciones en el morro contiguo a la izquierda de la quebrada, lo hice así sin pérdida de momento; minutos después de encontrarme allí se apercibió, en efecto, el enemigo que, por nuestra izquierda y a unos 200 metros próximamente, comenzó sus fuegos sobre la brigada de mi mando y de la tercera división que se hallaba a retaguardia mía y resultó a mi izquierda en aquel momento; se trabó desde luego un combate sostenido por más de dos horas, en que unidos a las fuerzas de dicha división logramos rechazarlos y hacerlos descender al valle, en donde fueron tenazmente perseguidos hasta obligarlos a refugiarse en las casas, cercas y montes que en ese paraje se encuentran; allí continuaron una nueva y vigorosa resistencia que cedió al fin al valor y  perseverancia de los nuestros, reforzados por otros cuerpos que concurrían por aquel lado al combate.

Terminado a eso de las 3 P. M. este sangriento episodio, regresé a la población con los restos de mi fuerza; V. S. y dispuso entonces que ésta como los de los demás cuerpos, reunidos en la plaza subieran a las alturas de la derecha, donde las divisiones del mando de V. S. habían logrado     arrollar al enemigo desde temprano, tomándoles 4 cañones sistema Krupp y 4 piezas de bronce también rayadas.

La resistencia que en ese lado hacia aun el enemigo, perseguido durante cerca de dos leguas, duró hasta las 5 P. M., hora en que se declaró el triunfo definitivo y que­dó cumplido el deseo de nuestros soldados de medir su coraje con los chilenos, que pudieron creerse talvez supe­riores por el inopinado descalabro del día 19, motivado por el incalificable proceder de las fuerzas aliadas.

Esta victoria, señor coronel, nos cuesta bien caro es verdad; de los 6 jefes y oficiales que con 132 individuos de tropa entraron a mis órdenes en combate, han sido heridos 1 jefe, 8 oficiales, 32 individuos de tropa y 12 o 15 muertos de estos últimos, como verá V. S. por las rela­ciones adjuntas.

Debo, en justicia, recomendar a la consideración de V. S. y del señor General en Jefe del ejército el brillante comportamiento de los jefes, oficiales y tropa de la briga­da en la bella jornada de hoy, particularizando la de los heridos de ambas clases, que se distinguieron por su ardimiento y arrojo, así como al sargento mayor don Manuel Carrera, capitán de la 2ª compañía, al teniente gradua­do don José G. Cáceres de la 1ª, y subteniente don Enri­que Varela de la 3ª, cuyo singular porte merece esta especial mención.

No puedo menos que recomendar a V. S. el digno comportamiento de los sargentos mayores don José María Prado y don Pedro Luna y Olivares, que, a la cabeza de los obreros de la maestranza, tomaron en el combate una parte tan activa como el ejército.

Dios guarde a V. S.

EMILIO CASTAÑÓN.

Al señor coronel Jefe de Estado Mayor General.

***

PARTE DEL CORONEL BALTAZAR VELARDE

COMANDANCIA GENERAL DE LA QUINTA DIVISIÓN.

Tarapacá, Noviembre 28 de 1879

El día de ayer fue de júbilo para la patria, pues triunfantes nuestras armas en la célebre y memorable batalla que se libró con las fuerzas enemigas en las alturas de esta población, ha dado una prueba más de la virilidad, patriotismo y decisión de nuestros soldados, que con la energía que infunde siempre la defensa de las causas no­bles y sagradas combaten con la serenidad de los héroes y con la entereza de los mártires.

Sorprendido por el enemigo, a las 9 A. M. del día citado, recibió la comandancia general orden de V. S. para que desfilaran los cuerpos que la componen a batir las fuerzas chilenas que atacaban, y superando las dificultades y escabrosidad del terreno, se verificó una ascensión por puntos casi inaccesibles con toda la rapidez que requería la gravedad de las circunstancias. Una vez posesionados y dominando las cumbres de los cerros, se rompieron los fuegos, y comprometido el choque, la división a que pertenezco avanzaba intrépida y sin vacilar hasta que llegó a imponer al enemigo, haciéndolo retroceder, contando para ello con la valiosa cooperación de los denodados regimientos Dos de Mayo y batallón Zepita núm. 2 de la se­gunda división.

Me sería, a la vez que imposible, estéril hacer comen­tarios ni entrar en apreciaciones sobre tan brillante jor­nada; imposible, porque lo brusco y repentino del ataque dio como consecuencia inmediata que los cuerpos perte­necientes a esta división atacaran también por diversos puntos, diseminándose con tal motivo; y estéril, porque tanto el benemérito señor General en Jefe del ejército como V. S. se encuentran persuadidos del patriótico comportamiento de la división citada, desde que con el valor guerrero que les caracteriza y con el entusiasmo que anima a todo pecho que late a impulsos del patriotismo, recorrieron la línea de derecha a izquierda en las horas de peligro, dictando las disposiciones que exigía lo apremiante de la refriega. Así, pues, me limito tan solo a adjuntar los partes que sobre tan espléndido hecho de armas me han dirigido los primeros jefes de los cuerpos de la división, que en conjunto han sufrido las pérdidas de 1 jefe, 8 oficiales y 124 de tropa muertos, y 5 jefes, 7 oficiales y 131 de tropa heridos.

Por lo demás, benemérito señor coronel, réstame tan solo y cumplo con el deber de recomendar a V. S. al coro­nel graduado don José Félix Silva, a los tenientes de guardia nacional don Manuel Francisco de los Ríos, don Francisco de P. Ramírez y don Marcos Elías Sotillo, el cual se encuentra gravemente herido en esta ciudad; al teniente graduado de ejército don Abel de la Cuba y a los subtenientes de guardia nacional don Vicente Pacheco y don Guillermo Velarde, pertenecientes a esta coman­dancia general y Estado Mayor, que, como buenos perua­nos y patriotas, cumplieron con su deber, guiados, sin duda, por la sublime emulación crecida al ver el arrojo de sus compañeros de armas y al contemplar la grandiosidad de la causa que defendían.

No concluiré sin felicitar a mi patria y al país por tan fausto triunfo, lamentando a la vez que la victoria se haya alcanzado perdiendo tantos valientes y deplorando que el valeroso y digno comandante de la división, señor coronel don José Miguel de los Ríos, se encuentre gravemente herido. Incesante y audaz recorría de un punto a otro la línea que le competía en la extensión que lo era posible, infundiendo con su arrojo, ánimo y valor a sus soldados y desafiando con denuedo al enemigo para arrancarle los laureles de la victoria.

Dios guarde a V. S., benemérito señor coronel.

BALTASAR VELARDE.

Al benemérito señor coronel, Jefe de Estado Mayor General.

***

PARTE DEL CORONEL FRANCISCO BOLOGNESI

PARTE DEL COMANDANTE DE LA TERCERA DIVISIÓN.

Tengo la satisfacción de participar a V. S., para conoci­miento del benemérito señor General en Jefe del ejército, que el día de hoy, en momentos de haber ordenado que la división de mi mando se alistase para continuar la marcha sobre Arica, según lo dispuesto por ese Estado Mayor Ge­neral, como a las 9 A. M. se tuvo noticia de que el ejército enemigo coronaba las alturas de este punto y que por derecha e izquierda de la quebrada se encontraban fuerzas listas para emprender ataque sobre las nuestras.

Como V. S. sabe muy bien, se me ordenó que con la división de mi mando, saliese a tomar posesión de las al­turas opuestas a las que ocupaba el enemigo.

Verificado este movimiento, y habiéndose visto que el enemigo dentro de la quebrada avanzaba sobre nosotros por nuestro flanco izquierdo, hallándose a corto tiro de rifle, ordené que avanzasen los dos cuerpos que componen la división y rompiesen los fuegos sobre ellos, pues ya se encontraban ocupando la altura inmediata.

Empeñado el combate y rechazados de su posición por el valor e intrepidez de nuestros entusiastas soldados, seguimos avanzando sobre él hasta que nos posesionamos en un punto en donde se empeñó con mayor encarnizamiento la lucha, habiendo sido el batallón 2º de línea y otros cuerpos del enemigo los que nos hacían resistencia parapetados en las casas, tapias y matorrales.

Viendo que el enemigo permanecía posesionado ventajosamente, se prendió fuego a unas habitaciones, cuya iniciativa fue tomada por los capitanes don José Camilo Valencia, del batallón 2º Ayacucho, y don Rudecindo López, de Guardias de Arequipa, a fin de sacarlos de sus atrincheramientos; lo que dio lugar a que el pánico se apoderara de las filas enemigas, poniéndose en fuga y arrojando sus rifles, después de haber sido arrancada de sus manos la bandera del 2º de línea por el soldado Manuel Santos, de la 1ª compañía del Guardias de Arequipa, y tomándose así muchos prisioneros y quedando el campo cubierto de centenares de muertos y heridos.

A las 3:30 P. M. contramarché hacia la población y de allí recibí orden de V. S., comunicada por el sargento mayor don Pedro Palacios, segundo ayudante del Estado Mayor General, para desfilar con la división de mi mando sobre las alturas que dominan la población, y en donde se sentían aun las detonaciones de la fusilería enemiga.

Situado en este punto, observé que avanzaba la división Vanguardia, cuyas huellas seguía a corta distancia hasta que, como a las 6 P. M., se me dio orden de retirarme del campo por la total derrota del enemigo.

Injusto sería si no recomendase ante la consideración del Supremo Gobierno, por el digno órgano de V. S., la bizarría y buen comportamiento de todos los señores jefes, oficiales y tropa que me están subordinados en los momentos del combate; pues que cada uno de ellos se disputaba el mejor puesto en el peligro, como soldados y como patriotas.

Dios guarde a V. S.

FRANCISCO BOLOGNESI.

***

PARTE DEL COMANDANTE MELCHOR BEDOYA

DIVISIÓN EXPLORACIÓN.

A las 9 A. M. del día de hoy se recibió aviso de que el ejército chileno avanzaba para atacarnos en este campamento; al efecto, se me comunicó orden de ese Estado Ma­yor General de mover la división que accidentalmente está a mi mando y tomar posiciones a la altura de la quebrada por donde venían fuerzas enemigas en gran número. En el acto dispuse que desfilara en el orden siguiente: el ba­tallón Ayacucho subió por el Panteón y se posesionó de las alturas de Quillahuasa, para contener a la caballería enemiga que descendía de las opuestas, y el Provisional de Lima núm. 3, conducido por el que suscribe y sus dos jefes, tomó la Quebrada, y ocupando las alturas de la Banda fuimos a proteger a la tercera división que por aquel lugar se estaba batiendo con fuerzas enemigas que habían ascendi­do ya a nuestras posiciones y que  inmediatamente fueron rechazadas.

A las 10 A. M., di orden a la división de contramarchar por la derecha y ocupar la chacra de San Lorenzo, donde una gran fuerza enemiga estaba parapetada; y encontrando allí a la tercera división atacamos impetuosamente al enemigo, incendiándoles sus posiciones para obligarlo a abandonarlas, lo que se hizo después de dejar un considerable número de muertos y heridos, y tomando 45 prisioneros inclusive un jefe, un oficial y una cantinera; dichos prisioneros, al ver la consideración con que se les trataba, dieron vivas al Perú y comunicaron que las fuerzas que nos ataca­ron eran los regimientos 2º de línea y la Artillería de Marina, fuertes en 1.000 plazas cada uno.

Después de esto, y por orden de V. S., me dirigí con mi división a la plaza de la ciudad donde el ejército estaba re­concentrándose; allí se me ordenó relevar a la segunda y tercera división que estaban fatigadas y faltas de munición.

Dando cumplimiento a esta orden, subí al alto de la cues­ta de Arica donde estaban situadas dichas fuerzas, y encon­trando al señor coronel Cáceres, éste me manifestó la urgente necesidad que tenía la división de ser relevada, pues estaba muy fatigada y sin munición, por lo que hice marchar mi fuerza a colocarse en las posiciones que anteriormente ocupaban aquéllos.

Situados en estos nuevos puestos, fuimos avanzando ter­reno sobre el enemigo, obligándole a dejar los lugares que ocupaba, atacándole sin tregua por espacio de 4 horas segui­das hasta lograr ponerlo en completa dispersión y tomándole 2 piezas de artillería y un regular número de rifles y municiones.

Para terminar, señor coronel, cumple a mi deber hacer presente a V. S. que los jefes, oficiales e individuos de tropa de la división de mi mando, se han portado en esta memorable jornada como no podía menos de esperarse de su valor y patriotismo, habiendo estado a mi lado los ama­nuenses de este Estado Mayor, tenientes don Rafael Rojas, y Cañas y don Tomás Bustamante.

Las bajas que hemos sufrido han sido pocas en relación con las 9 horas de combate incesante que hemos sostenido, y por la superioridad del enemigo por su artillería, de cuya arma carecíamos; pues solo llegan a 29 muertos y 36 heridos, entre estos el segundo jefe del Provisional de Lima núm. 3, comandante don Oswaldo Pflücker y el capitán instructor del mismo cuerpo, don José García. Las relaciones nominales de muertos y heridos las pasaré en su oport­unidad a ese Estado Mayor General.

Para que sirvan de complemento a este parte, acompaño a V. S. los que respectivamente me han pasado los jefes de cuerpo de la división de mi mando, los que tengo el honor de elevar a V. S. a fin de que se digne ponerlos en conocimiento de S. S. el General en Jefe del ejército.

Dios guarde a V. S.

MELCHOR J. BEDOYA

***

PARTE DEL CORONEL ALEJANDRO HERRERA

PRIMERA DIVISIÓN.

Pachica, Noviembre 28 de 1879.

A horas 1 P. M. del día de ayer recibí orden de marchar con la división de mi mando, que se hallaba en este mismo pueblo, y dirigirme al teatro del combate que libraban nuestras fuerzas con las del ejército chileno en los altos y que­bradas de Tarapacá.

Al llegar a 200 metros más o menos de la población de este nombre, se presentó un ayudante de ese Estado Mayor General, y me comunicó que, después de llenar en el río las cantinas, atacara por entre la quebrada al enemigo, que en gran número se encontraba parapetado en los caseríos y cercos.

En el acto y en vista de lo accidentado del terreno en que tenía que operar, hice que el batallón Cazadores del Cuzco núm. 5 de línea, desplegara sus compañías en guer­rillas marchando tras de ellas con el señor coronel don Víctor Fajardo a la cabeza, el que atacó y tomó la ranche­ría en que el enemigo se había parapetado. Las otras tres compañías fueron conducidas personalmente por mí sobre el flanco izquierdo y a la misma altura que las anteriores, tanto para proteger a éstas, cuanto para batir a otra parte del enemigo que se hallaba cubierto por los cercos de los potreros y ríos.

El batallón Cazadores de la Guardia núm. 7, al mando de su primer jefe, benemérito señor coronel don Mariano E. Bustamante, y conducido por el Jefe de Estado Mayor de la división, teniente coronel don Adeodato Carvajal, dispuse que marchara sobre el flanco izquierdo y a la altura de las guerrillas del 5º para reforzar con prontitud.

Momentos después de trabado el combate se vio que una fuerza enemiga se dirigía por nuestro flanco izquierdo y conociendo que este movimiento era practicado para ro­dearnos y atacarnos por la retaguardia, ordené que dicho batallón coronase en el acto la colina inmediata, y batiese a dichas fuerzas, las que al fin, al ver el movimiento y lo ventajoso de la posición tomada, emprendieron inmediatamente la fuga, pudiendo apenas hacerle un prisionero y dejando muerto en el campo un oficial.

A las 5:30 P. M. éramos en lo absoluto dueños del cam­po en que operábamos, y las guerrillas que dirigía el coronel Fajardo tenían en su poder algún número de prisioneros.

Por los partes de los primeros jefes de ejército, que ori­ginales tengo el honor de adjuntar, se enterará V. S. de los detalles de esta memorable jornada en la parte que hemos tenido en ella.

De más sería, señor coronel, encomiar la buena conducta y entusiasmo que han manifestado todos, señores jefes, ofi­ciales e individuos de tropa, pues con ello no han hecho otra cosa que cumplir con su deber.

Dios guarde a V. S.   

ALEJANDRO HERRERA.

***

PARTE DEL CORONEL JUSTO PASTOR DÁVILA

DIVISIÓN DE VANGUARDIA.

Moche, Noviembre 28 de 1879.

El día 27, a la 1 P. M., hallándome acantonado en el pueblo de Pachica con la división de mi mando, supe por una persona particular que las fuerzas de nuestro ejército estacionadas en Tarapacá sostenían un reñido combate con numerosas fuerzas chilenas que habían venido en nuestra persecución. En el acto mandé alistar los cuerpos de la división para desfilar tan luego como tuviese certi­dumbre del combate que se anunciaba.

A las 2 P. M., próximamente, aunque no recibí aviso oficial alguno, desfilé hacia Tarapacá, siendo seguido en mi marcha por la primera división, compuesta de los batallones 5 y 7, que la comandaba el señor coronel don Alejandro Herrera, y se hallaba también en el mismo pueblo.

Por los adjuntos partes se impondrá V. S. de los movimientos que efectué sobre las fuerzas enemigas, movi­mientos que dieron lugar a su completa desorganización.

Los muertos y heridos de los batallones Puno núm. 6 y Lima núm. 8, están en relación separada, resultando tam­bién herido el C. M. de la división el teniente graduado don José María Ochoa.

Réstame tan solo recomendar a V. S. la decisión y en­tusiasmo de los señores jefes, oficiales e individuos de tropa de la división de mi mando, y la celeridad con que marcharon a socorrer a sus hermanos en el conflicto, lo que dio lugar a coronar la espléndida victoria que alcanzó ese día nuestro ejército sobre las fuerzas invasoras.

Dios guarde a V. S.

JUSTO P. DÁVILA.

***

PARTE DEL GENERAL JUAN BUENDÍA

PARTE DEL GENERAL EN JEFE.

Tengo el honor de incluir a V. S. para conocimiento de S. E., el señor General Supremo Director de la guerra, el parte que me ha sido dirigido por el señor coronel Jefe de Estado Mayor General, acompañándome los que le han elevado los señores comandantes generales de división, con motivo del combate que ha tenido lugar el día de ayer en las alturas de Tarapacá.

Los partes mencionados informarán a S. E. de todos los detalles y condiciones del combate, sostenido de nuestra parte solo con infantería, contra un enemigo superior en número y elementos, puesto que nos combatían con fuer­zas de las tres armas.

En 10 horas de rudo y encarnizado combate, todos aquellos poderosos elementos fueron destrozados por la intrepidez y denuedo de nuestros soldados; la infantería y caballería huyó en dispersión; la artillería quedó en nues­tro poder, como también un estandarte, algunas banderas y numerosos prisioneros, entre los que se encuentran jefes, oficiales, tropa y vivanderas.

Fue la primera en ocupar las alturas, así que se aper­cibió el enemigo, la segunda división, al mando del intrépido coronel comandante general don Andrés A. Cáceres; fue recibido con un fuego nutrido de artillería; pero el arrojo de nuestros jefes y oficiales, llevó a nuestros solda­dos hasta el pié de los enemigos, que fueron tomados por una carga vigorosa a la bayoneta; como consecuencia de tan ardoroso heroísmo, deploramos en esta división, entre otras pérdidas, la del señor coronel don Manuel Suárez, primer jefe del batallón Dos de Mayo, y teniente coronel don Juan B. Zubiaga segundo jefe del batallón Zepita.

La división exploradora, mandada por el señor coronel Bedoya, Jefe de Estado Mayor y comandante general accidental de ella, tuvo también una parte eficacísima en el éxito alcanzado; el batallón Provisional Lima núm. 3, al mando del teniente coronel don Ramón Zavala, y una fracción del batallón 1º de Ayacucho, dirigido por el teniente coronel Somocurcio, acompañaron notablemente a la segunda división en sus denodados esfuerzos.

Sentimos en esta división la pérdida del sargento mayor Escobar, perteneciente al 1º de Ayacucho, que pere­ció en el combate, resultando también herido el teniente coronel Pflücker, segundo jefe del Provisional de Lima núm. 3.

La tercera división, al mando del señor coronel coman­dante general don Francisco Bolognesi, tiene también gran parte en la victoria; su jefe, que hasta el momento del combate se encontraba enfermo y postrado en cama, olvidó sus padecimientos y marchó a la cabeza de su di­visión acompañado del Jefe de Estado Mayor, teniente coronel don Bruno Abril; el comportamiento de esta divi­sión fue notable y el batallón Arequipa llegó hasta las filas de los enemigos para arrancar como trofeo el estan­darte del batallón 2º de línea.

La quinta división, compuesta de la guardia nacional, había llegado la víspera del combate de Iquique a Tara­pacá, mandada por el señor comandante general don Mi­guel de los Ríos y su jefe de Estado Mayor, coronel don Baltasar Velarde; la componen el batallón Iquique núm. 1, mandado por el coronel Ugarte; la columna de Navales, por el teniente coronel Meléndez; la columna Loa, por el coronel González Flor; la columna Tarapacá, por el coronel Aduvire, y la gendarmería de Iquique, man­dada por sus respectivos jefes. Esta división, sin reparar las fatigas de su penosa marcha, subió a batirse con el mismo arrojo y decisión que el ejército de línea, como lo demuestran las numerosas bajas de jefes, oficiales y tropa.

Resultó herido su comandante general el señor coronel Ríos que se mantuvo, sin embargo, en su puesto hasta reci­bir la quinta herida; el señor coronel Ugarte con una herida en la cabeza, se negó a retirarse del campo y continuó alentando a sus soldados; el teniente coronel Meléndez que recibió en el costado derecho una herida de suma grave­dad, y el sargento mayor Perla de la columna Tarapacá que pereció en el combate.

Las divisiones Vanguardia y Primera se encontraban a distancia de cuatro leguas en el punto denominado Pa­chica; pero al comienzo del combate les mandé orden de marchar al teatro de la acción y llegaron muy oportuna­mente; la Primera, al mando accidental del coronel don Alejandro Herrera, y la Vanguardia, dirigida por su co­mandante general el señor coronel Dávila; aquella, com­puesta del batallón 5º de línea, al mando de su jefe coronel Fajardo y el batallón núm. 7 al mando de su segundo jefe coronel Bustamante, tomó la izquierda de la línea de batalla para destruir al enemigo que se encon­traba en la quebrada; la Vanguardia, compuesta del batallón núm. 6, mandada por el teniente coronel Cha­morro, y el núm. 8, por el teniente coronel Morales Ber­múdez, tomó la derecha cayendo sobre el enemigo con tanta precisión y con movimientos tan acertados, que consumó la victoria.

La artillería, a órdenes de su comandante general, coronel don Emilio Castañón, desprovisto de su arma, se batió heroicamente como infantería, hasta el momento en que las propias piezas enemigas le sirvieron para hacer dispa­ros sobre la caballería.

La decisión de los artilleros puede medirse por el núme­ro de las bajas que acreditan los partes, de los que resultan que siendo 16 los jefes y oficiales, resultaron 9 heridos.

El batallón 5º de línea, mandado por el coronel Fajardo, en su movimiento sobre la izquierda, tomó la quebrada, des­truyendo 4 atrincheramientos, llegando hasta Huaraciña y trayendo 20 prisioneros y 18 heridos enemigos.

Difícil me sería describir los rasgos de abnegación y he­roísmo a cuyo favor se ha obtenido la victoria más com­pleta y gloriosa sobre el enemigo; pero debo sí recordar el valor, celo y previsión del señor Jefe de Estado Mayor Ge­neral, don Belisario Suárez, como así mismo la conducta de los señores jefes y oficiales del Estado Mayor, y muy espe­cialmente la del teniente coronel don Manuel M. Seguin, que alternativamente acompañaba al coronel Suárez y al que suscribe.

El teniente coronel Recabarren, Jefe de Estado Mayor General de la segunda división, fue herido en mi presencia, resistiéndose a abandonar el campo y multiplicando sus es­fuerzos para continuar en él los eminentes servicios que ha prestado durante la campaña.

El coronel don Juan González, que, había quedado en Pozo Almonte a causa de la misma enfermedad que le im­pidió dirigir su regimiento el día 19, llegó convaleciente a Tarapacá la víspera del combate; iniciado éste, hizo el es­fuerzo de montar a caballo y se dirigió sobre el enemigo, donde recibió una herida doblemente grave por el estado desfalleciente de su salud.

Durante la acción, comisioné a mi ayudante, sargento mayor don Emilio Coronado, para trasladarse a Pachica y hacer regresar las divisiones Vanguardia y Primera que habían marchado a dicho punto el día anterior. Posterior­mente el señor coronel Jefe de Estado Mayor General, igno­rando esta disposición, envió a mí otro ayudante, capitán don Lorenzo Marín, con el mismo objeto, llenando ambos cumplidamente su comisión.

En el momento de la batalla, encontrando sin jefe la mitad de un batallón de guardia nacional, coloque a su frente a mi ayudante, teniente coronel don Roque Sáenz Peña, quien lo condujo a la pelea con la más valerosa decisión.

Me quedaron, pues, como ayudantes los tenientes, don Lorenzo Velásquez y don Luis Dancout, quienes impar­tieron cumplidamente las órdenes que les trasmití, acom­pañándome también el valiente escritor don Benito Neto quien me prestó muy útiles servicios.

Tales son los movimientos y las maniobras militares ejecutadas por el ejército de mi mando sobre el terreno que se describe en el parte del Estado Mayor General, como también los rasgos culminantes de muchos jefes, oficiales y tropa que he querido hacer constar, siquiera sea concisamente, porque sería inacabable el detalle de todos los rasgos de heroísmo.

Al principio del combate éramos escasamente 3.000 hombres de infantería, batiéndonos con una fuerza de 5.000, dotada de las tres armas y provista de todos los elementos de guerra; porque no solamente éramos infe­riores en el número y nos faltaba caballería y artillería, sino que nuestros mismos infantes se encontraron sin muni­ciones en un momento dado, teniendo que recoger los rifles y las cápsulas de los muertos, heridos y dispersos enemigos.

En estas condiciones hemos alcanzado la victoria, po­niendo al enemigo en vergonzosa fuga; pudiendo asegu­rarse que si hubiéramos contado con fuerzas de caballería no hubiera escapado ese ejército disperso y fatigado por un día entero de pelea.

Sírvase V. S. hacer presente a S. E. los sentimientos de satisfacción y regocijo con que este ejército ha saludado la victoria. Nuestras armas vencedoras han comenzado la reparación que nos debe Chile por sus injustas agre­siones; el triunfo acompaña a la justicia y el honor militar a nuestro ejército.

Dios guarde a V. S.

JUAN BUENDÍA.

Al señor Secretario general de S. E., el señor General Supremo Director de la guerra.

***


 

 

 

 

 

Los Mutilados

 

 

Monumentos


 

 

 

 

 

 


 

 

Viña Corral Victoria ;  Una Viña Patriota

 

 

 

 

 

© 2000 - 2017 La Guerra del Pacífico ; Los Héroes Olvidados www.laguerradelpacifico.cl

La primera y más completa web de la Contienda del 79

 

 

La pintura en la Guerra del Pacífico