Relato del
Subteniente del Atacama Rafael Torreblanca
El 26 de Noviembre, fecha de mi
última carta, me embarqué con mi Batallón en el "Limarí". En este día y el
siguiente se metieron en 15 transportes 11.000 hombres de las tres armas. El
28 en la tarde zarpamos de Antofagasta custodiados por el "Cochrane", "O'Higgins",
"Magallanes" y "Covadonga". Después de muchas vacilaciones, llegamos al
amanecer del 2 del presente frente de Pisagua. A las 7 de la mañana nuestros
buques de guerra rompieron sus fuegos sobre dos Fuertes con un cañón de 150
cada uno. En menos de una hora los desmontaron. A las 9 h, doce o quince
botes se pusieron al costado de nuestro vapor. Éramos los designados para
poner los primeros el pié en tierra. Instantes después los primeros botes
tripulados por soldados de la 1º y 3º Compañía, capitanes Soto y Vallejo,
atracaban, entre una granizada de balas, en unas rocas al Norte de la
población.
Para poder entendernos voy a
hacerte una descripción del puerto.
La población esta situada al pie
de un cerro tan empinado como el que te pinto. En la cima, es decir, a 200
metros sobre el mar se extiende una ancha meseta donde acampaban 2.000
bolivianos. Estos, desde la aparición de nuestros buques, habían bajado a
parapetarse en las peñas de la playa y en la línea del Ferrocarril que sube
al cerro y en una carretera que marcha próximamente paralela a la línea.
Estos cortes del cero son, como comprenderán, trincheras magníficas para
impedir un desembarque. Apenas pusieron pie en tierra nuestros primeros
soldados, cargaron sobre los bolivianos, trepando como gatos por las peñas
casi a pico. Los "cuicos" no aguantaron el asalto y se refugiaron en la
primera curva de la carretera. Los nuestros, ocultos entre las piedras,
sostenían un nutridísimo fuego de fusilería. Instantes después saltaba a mi
vez en tierra. Nada avanzábamos con quedarnos allí. Gritando ¡a la carga! me
lancé entonces espada en mano sobre esa primera trinchera arrastrando en pos
mía 60 soldados. Los enemigos abandonaron el puesto sin que pudiéramos
ponerlos al alcance del brazo. El cerro es medanoso, así es que llegamos ahí
extenuados de fatiga. Después de algunos minutos de descanso y de fuego,
asalté la primera línea del Ferrocarril. Como en todas partes, los cuicos no
nos esperaron. Esta tirada fue más larga que la anterior y solo me
acompañaron 18 a 20 soldados. Aguardé un cuarto de hora que se me reunieran
más soldados, aguantando y contestando el fuego que nos hacían los "cuicos"
desde la carretera, a 30 metros sobre nuestra cabeza.
De ahí destaqué 1 cabo de mi
Compañía, José S. Galleguillo, con 10 hombres para que hiciera desocupar la
carretera inferior, hacia el lado de la población, desde donde se hacía un
vivísimo fuego sobre los botes. Oculto tras del corte del cerro pude
observar sin peligro el aspecto del combate. El desorden era espantoso; los
soldados se batían solos.
Sin jactancia, creo que he sido el
oficial que ha mantenido más soldados a su alrededor. Los buines y los
zapadores habían desembarcado, y en el desorden más espantoso principiaron a
trepar el cerro.
Los últimos fueron rechazados
desde la primera carretera a la playa. Una parte de nuestros soldados se
batían encarnizadamente en la orilla Norte de la población, ayudados por los
fuegos de la Escuadra, que había incendiado la población en tres partes. Por
fin consiguieron subir a la primera carretera.
Con mis 8 hombres resolví subir 4
metros más arriba, a unos peñascos buenos para parapetos. En esta subida me
mataron 2 hombres. Con los 6 restantes me mantuve 15 minutos haciendo fuego,
y vi no sin temor, que se aproximaban haciendo fuego, los mismos "cuicos"
que hicieron retroceder a los zapadores. La "Covadonga" les lanzó muy a
tiempo para nosotros, media docena de bombazos certeros que los
desorganizaron. Entonces nos atrevimos a embestirlos, y con mis 6 soldados,
ocupé la carretera.
A fuerza de gritar y hacer
señales, subieron algunos soldados más y entre ellos un corneta. Hice tocar
llamada y a la carga y a las 2 de la tarde clavaba una banderita chilena en
la cima del cerro, en el campamento boliviano.
A mi derecha y a mi izquierda, en
una línea de 20 cuadras se han tiroteado encarnizadamente. Por mi parte,
solo te cuento lo que he hecho personalmente; naturalmente en otras partes
harían más. Eso sí, me cabe el honor de haber sido el primero en ocupar una
trinchera y el primero en subir a la cima, acompañado en lo último con
Alejandro Arancibia. Al pobre Cucho Fraga le atravesaron de un balazo las
dos piernas. Según dicen se portó valerosamente. Lo llevan al Sur. Ha
escrito desde el vapor una carta que lo eleva mucho. En el Atacama hay
heridos 2 subtenientes más, Barrientos y Hurtado. Individuos de tropa
muertos, 19 y heridos 40. En los otros cuerpos, lo ignoro. Zacarías bueno.
No se batió.
R. 2º T.
*"Santa
Cruz y Torreblanca de Sergio Fernández Larraín. Editorial Mar del Sur.
Relato del
Corresponsal del Mercurio
En una minuciosa correspondencia mandada a El Mercurio
desde Pisagua mismo, encontramos tan detallada la toma de ese puerto y sus
alturas, que no podemos menos que tomar de ella algunos acápites que hacen
plena justicia a los soldados del Atacama y de Zapadores a quienes
correspondió lo más rudo en ese porfiado combate. Dice así el corresponsal
del Mercurio.
"Imposible parecía que aquellos 450 hombres se hubiesen
sostenido durante tanto tiempo combatiendo contra fuerzas superiores en
número y parapetados tras de formidables trincheras. Desde el mar se veía
sembrada de cuerpos humanos la rápida pendiente que a manera de ancho lomo
sube desde el morro situado entre ambas ensenadas, y es imposible describir
las sensaciones que todos, marinos, soldados y oficiales, experimentaban al
ver abandonados aquellos valientes.
Los soldados del "Atacama" sin embargo, subían como
culebras la arenosa cuesta, y después de disparar un tiro medio recostados,
principiaban a arrastrarse de nuevo hacia arriba. La mayor parte de los que
desde abordo nos parecían cadáveres, examinados con el anteojo los veíamos
avanzar, levantando de cuando en cuando la cabeza para distinguir a sus
enemigos y disparándoles a quemarropa certeros tiros.
Y subían y subían sin mirar atrás y sin preocuparse de
sí eran apoyados, guiados únicamente por su coraje y su bravura. Vimos un
grupo de 5 atacameños, entre ellos, según supimos, el valiente capitán
Fraga, que, después de posesionarse de la trinchera formada por la primera
vía del Ferrocarril, llegaba a la mitad del segundo tramo de la falda y se
batía casi a boca de jarro contra los enemigos parapetados en esa nueva
posición.
Allí caía herido el valeroso capitán, que con voz
entera siguió animando a sus soldados a que continuasen subiendo.
Los Zapadores, mientras tanto, en vez de batirse como
los mineros del Atacama, es decir, cual leones rabiosos, con ímpetu, sin más
orden de batalla que el indicado por la propia conservación, lo hacían
ordenadamente, al son de la corneta y desplegados en guerrilla al mando de
su capitán. El mayor Villarroel, de este cuerpo, que fue a tierra en la 1º
División fue gravemente herido dentro del que lo conducía.
Los Zapadores sufrían de flanco un nutrido fuego del
enemigo, parapetado en la casa de la Compañía de Salitres, a más de los
tiros de frente que les dirigían desde arriba. No retrocedían, sin embargo,
un paso y conservaban su orden de formación, avanzando lenta pero segura y
resueltamente.
Todos aquellos bravos se habían apoderado de los
peñascos de la playa batiéndose cuerpo a cuerpo con los enemigos y
empleando, más que las balas, la bayoneta y la culata de sus rifles.
En el primer asalto de la playa, fatigados del largo
rato que habían permanecido encerrados en la embarcación, saltaron a tierra
como locos y escalaron ágiles las rocas por distintos puntos, acompañados
por los marineros, aspirantes y oficiales de los botes.
Los bolivianos, sorprendidos por aquella avalancha,
disparaban a quemarropa sin apuntar, y parecían absortos y paralizados a la
vista de aquellas furias, sin atinar a hacer uso de la bayoneta. El valor
frío e impasible de los cholos no resistió allí mucho tiempo al ímpetu
irresistible del soldado chileno.
La tarea de trepar penosamente un cerro arenoso y casi
a pique, fue la que puso más a prueba las brillantes dotes de nuestros
soldados.
Al enterrarse hasta media pierna en la movediza arena
de la falda, los soldados del Atacama maldecían las botas, y uno de ellos
nos dijo que si hubieran tenido hojotas lo habrían hecho mucho mejor.
Como buenos mineros, trepaban el cerro, a pesar de su
molesto calzado, más ligeramente que los famosos bolivianos, y muchos de
estos fueron cogidos por detrás y muertos a culatazos; otros abandonaban el
rifle para huir con más presteza, y algunos se veían obligados a volverse y
disparar sobre los que ya les iban a los alcances.
En otra lancha en que iban 50 hombres del Atacama,
entre ellos subtenientes de ese cuerpo señores Hurtado y Matta. Esta lancha
iba remolcada por la lancha a vapor del "Cochrane", en que iba el Estado
Mayor, y sea por temor a las rompientes o por otra causa, la dejó sin
remolque cuando todavía faltaban unos 50 metros para llegar al
desembarcadero.
Las embravecidas olas arrastraron la lancha hacia las
piedras, y fue una fortuna que no se destrozara al chocar contra ellas. Pero
quedó montada sobre una roca, bamboleándose a impulso de la resaca y
expuesta a los fuegos del enemigo sin que sus tripulantes pudieran
defenderse, porque los fuertes vaivenes de la embarcación les impedían
apuntar.
En esta desesperante situación fueron muertos 6 hombres
y heridos 8; entre ellos el subteniente Hurtado, y viendo los soldados del
"Atacama" que allí iban a perecer todos sin disparar un tiro, principiaron a
tirarse al agua para ganar a nado la ribera.
Las olas y la resaca les impedían, sin embargo, ganar
tierra, y 2 se ahogaron en aquella tentativa, logrando salir 6 a la playa,
después de desesperados esfuerzos, entre ellos el subteniente Matta.
Pero en vista del peligro a que estaban expuestos los
que salían de la lancha, el subteniente Hurtado prohibió a los demás que los
imitaran, y allí permanecieron hasta que un bote del "Loa" los recibió a su
bordo y los dejó en la playa.
El enemigo fue el que vino a pagarla, porque aquellos
hombres avanzaban furiosos cerro arriba, reuniéndose pronto con sus
compañeros que habían bajado a tierra en la 1º División.
El subteniente Hurtado, a pesar de su herida, se puso a
la cabeza de sus soldados y los acompañó hasta el fin de la lucha.
Uno de los oficiales bolivianos prisioneros dice que
los del Atacama parecían leones hambrientos, y que su sola presencia
paralizaba a sus soldados hasta el punto de que necesitaban a cada momento
ser animados para que no emprendiesen la fuga.
La parte en que se batió el Atacama estaba cubierta de
cadáveres de soldados bolivianos, siendo de notar el escaso número de
heridos hecho por nuestras balas.
Esto nos lo explicó un soldado del Atacama, diciéndonos
que necesitaban dejar bien muertos a los enemigos que habían ocupado la
ribera porque muchos cuicos se hacían los muertos y después les disparaban
por detrás a mansalva. Sin duda por esto el número de heridos bolivianos y
peruanos no pasa de 30, mientras que hasta la fecha se han contado ya más de
150 cadáveres.
Un diario del Sur hace las siguientes observaciones que
se desprenden del combate de Pisagua, comparando las bajas del Batallón
"Atacama" con las que experimentó el "Huáscar" en su "heroica tripulación".
Solo 150 hombres del "Atacama" desembarcaron en
Pisagua. De los 150 salieron heridos, como se sabe, 104.
¡Qué heroico bautismo!
En cambio, de los 200 dioses del "Huáscar", quedaron
ilesos 166.
Basta comparar cifra con cifra para que queden comparados hombres con
hombres
|