Relato del
Teniente del Lautaro Arturo Benavides
El comandante
Robles, que durante la marcha iba a la cabeza del regimiento retrocedió con
un ayudante, ordenando sacar los tapones a los rifles y mantener las filas
en ordenada formación...
Los estampidos
de cañonazos de artillería comienzan, sintiéndolos por nuestra izquierda y
lejanos.
Se ordena alto
y columnas cerradas por compañías...
Se presenta
ante el regimiento el Coronel Barboza, caballero en un brioso caballo,
seguido de algunos ayudantes...
Conferencia
breves minutos con el Comandante Robles y señalando con su espada unos
cerros distantes como un kilómetro de donde estábamos, le dijo que tenían
que ser tomados por el Lautaro y agregó con sonora voz dirigiéndose al
Regimiento: "Espero que el Lautaro se portará valiente como siempre" y se
alejó a trote largo, seguido de sus ayudantes.
Se reunen con
el Comandante Robles los jefes y los Capitanes...
El primer
Batallón, al mando del Comandante Carvallo Orrego, desfila de frente
cargándose a la derecha, y momentos después se despliega en guerrillas...
Casi al mismo
tiempo el segundo batallón, el mío al mando del mayor Villarreal, avanzó de
frente y a poco se despliega también en guerrillas...
A mi me
correspondió dirigir el ala izquierda de mi compañía.
Habíamos
avanzado algunos centenares de metros ¿Trescientos?... ¿quinientos?...no lo
sé, cuando se tocó fuego en avance.
A partir de
esos momentos las filas perdieron la uniformidad y avanzamos en aparente
desorden.
La obligación
de los oficiales en una batalla consiste, como es sabido, en alentar a la
tropa a avanzar, a hacer bien las punterías y a procurar la ordenada
cohesión en las filas. Yo la cumplía lo mejor que podía no cesando de
gritar: ¡Fuego niños!... ¡no hay que aflojar!...¡apunten bien!...Agáchense
para no presentar mucho blanco.
Del cerro que
trepábamos nos hacían fuego vivísimo de artillería y fusilería, y una
bandera peruana flameaba en él...
Se veía
perfectamente que un valiente oficial peruano, sin esquivar su cuerpo a las
balas, blandía su espada alentando a los suyos.
El cerro que
atacábamos, no era afortunadamente muy alto ni escarpado, y el avance lo
hacíamos con relativa facilidad. La s guerrillas de las diferentes compañías
se confundieron, pero se seguía reprochando en relativo orden.
Yo admiraba la
serenidad del oficial peruano que alentaba a su tropa; pero comprendiendo
que si era derribado ellas se desmoralizarían, recomendaba a los soldados
haciendo la puntería especialmente...
Y no cesaba de
gritar ¡apunten bien niños!...¡lueguito llegaremos!...¡no hay que afljar!...
Cuando faltaban
como unos cincuenta metros para llegar a la trinchera, el valiente oficial
peruano cayó; y comprendiendo que era el momento de hacer el esfuerzo
supremo grité: ¡Armar bayonetas y a la carga niños!...
Con vigoroso
ímpetu trepamos a la cima y traspusimos las trincheras.
El enemigo huyó
en desorden dejando en el campo multitud de muertos, heridos y dos cañones
de artillería...
En esos
momentos, y estando dando órdenes para continuar el fuego, a los fugitivos
defensores del cerro, se incorpora un tanto uno de los que yacían en el
suelo, que estaba casi a mis pies, que yo creía cadáver, y con actitud que
me pareció agresiva, me dirigió una mirada de odio o dolor, no lo sé; pero
que nunca olvidaré...
Los fugitivos
defensores del cerro, bajaban en desorden por el lado contrario al por donde
nosotros subimos, dirigiéndose a unos pastosos potreros que se divisaban en
el plan.
Nosotros los
seguimos haciendo fuego sin cesar.
Al llegar abajo
nos fuimos reuniendo...
Como a unos
treinta metros del pie del cerro donde nos encontrábamos pasaba una acequia.
Casi todos fuimos a beber y volvíamos a comentar las incidencias de la
batalla, esperando órdenes y que se reuniera mayor número.
Un subteniente
del cuerpo llegó jadeante, y sentándose en una piedra nos dijo a los que
estábamos cerca: "Me muero de sed, pero estoy tan cansado que no me atrevo a
ir a la acequia"...
Un soldado se
ofreció para traerle agua...
En esos
precisos momentos una bala lo derribó rompiéndole el cráneo. Era el
subteniente don Zenón Navarro Rojas.
Comentábamos el
triste suceso, mientras se ordenaban un poco las filas, cuando oigo que
muchos dicen: ¡...Miren...miren...la caballería!
Efectivamente;
desde donde estábamos pudimos ver como a un kilómetro hacia la izquierda de
nosotros, que uno de nuestros regimientos de caballería cargaba sobre los
fugitivos que por los potreros huían...
Era un
espectáculo imponente e impresionante.
Entraron en
correcta formación y de pronto se dispersaron persiguiendo a los fugitivos
que huían aterrorizados... Y divisamos perfectamente cómo algunos de los
derrotados peruanos corrían procurando escapar, como otros intentaban
ocultarse tendiéndose cerca de los cierros, murallas y hasta dentro de las
acequias; y como nuestros fornidos centauros a todos alcanzaban o
descubrían, y con solo un golpe de sus sables les destrozaban las cabezas...
Creo que el
sitio que ocupaba el Lautaro, era el mejor para ver la soberbia y
terrorífica carga...
Fue ella la que
dieron nuestros Granaderos, y en la que perdieron a su Comandante Yavar.
Antes de
reunirse todo el regimiento se nos ordenó continuar la marcha por los
potreros, siempre desplegados en guerrilla en previsión de ataques
sorpresivos.
De pronto noto
que se forma un grupo de soldados nuestros. Acudo a ver lo que pasaba, y veo
que un soldado peruano de tipo indio, completamente mojado, suplicando que
no lo mataran alegando que era chileno.
Interrogo a
algunos soldados, y me dicen que lo había descubierto Lautaro* dentro de una
acequia que en esa parte cubría un sauce, donde se había escondido
prefiriendo el incómodo baño a encontrarse con nosotros.
Cuando me vio
presuroso se dirigió a mí, y de rodillas me decía: "Soy chileno, señor, que
no me maten" y agregaba: "Soy de la Quebrada de los Escobares, en Limache y
fui sirviente de Don (no recuerdo el nombre que me dio) Velasco".
Yo comprendía
que era mentira lo que decía, pero para averiguar la verdad dije a los
soldados: Por las señas que este da, no queda duda que es chileno, y como
los chilenos que pelean contra el ejercito de su patria son traidores, y a
los traidores se fusila, hay que fusilarlo inmediatamente. Amárrenlo para
darle cuatro tiros.
Me oía lívido;
y súbito se arrodilla, abraza mis piernas y llorando me decía: Si no soy
chileno, señor, que no me fusilen...seré su esclavo. Lo entregué a un
soldado para que lo custodiara como prisionero.
Siempre
dispersos en guerrilla, avanzamos por los potreros algunos centenares de
metros dirigiéndonos hacia el poniente, donde parecía que continuaba la
batalla.
Se tocó fagina,
que significaba reunión, y comenzamos a replegarnos a un punto que se
indicó; tirándonos al pastoso suelo a medida que llegábamos.
Se sostenían
animadas conversaciones refiriéndose unos a otros las peripecias de la
batalla, y algunos comiendo algo de lo que reservaban en los morrales.
Cuando se
consideró que ya se habían reunido la mayor parte se ordenó formación y
lista. Debe haber sido cerca de medio día. A poco llegó un ayudante del
Estado Mayor a todo galope que transmitió órdenes al Comandante Robles.
Se ordenó
desfilar en dirección al punto donde suponíamos se seguía combatiendo.
Tuvimos que
pasar por donde habían combatido otros regimientos. En cierta parte vimos
muchos cadáveres peruanos y chilenos confundidos. Se conocía que los
peruanos habían resistido en este punto, hasta afrontar cuerpo a cuerpo el
ataque a la bayoneta de nuestros regimientos. No podíamos detenernos ni para
socorrer a los heridos que encontrábamos, pues se ordenaba acelerar la
marcha lo más posible.
Se decía que
íbamos a reforzar nuestra ala izquierda, cuyos regimientos todavía no podían
tomarse las posiciones que se les había designado.
A lo lejos se
divisaba un alto cerro de donde se hacía continuados disparos de artillería
cuyos estampidos oíamos, como así mismo de fusilería, y comprendimos que ahí
se continuaba combatiendo.
Esforzamos un
poco más la marcha y divisamos una ciudad, y que en sus inmediaciones se
hacía fuego nutridísimo.
Es Lima dijeron
algunos, replicando otros no, es el mentado Chorrillos, donde sus palacios
tienen sus palacios de verano.
Recorrimos
doscientos o trecientos metros más y se ordenó fuego. Desordenadamente y
confundidos con tropas de otros cuerpos comenzamos a disparar.
Cada oficial
dirigía grupos de veinte o más soldados y siempre en avance rápido llegamos
a la cercanía de la ciudad. Algunos grupos entraron, pero la mayor parte por
órden de los jefes, sin dejar de hacer fuego, se tiraban al suelo a fin de
presentar poco blanco.
Circuló la
especie de no poderse entrar a la ciudad porque estaba minada.
Varios minutos
pasamos disparando a los numerosos grupos de soldados enemigos que seguían
combatiendo, pero pronto huyeron despavoridos, pues en la ciudad estallaron
varios incendios.
A poco el fuego
fue disminuyendo.
La batalla
había terminado?...¡No lo sabíamos!...
*Lautaro era el
perro del Regimiento
Relato del
Corresponsal Daniel Riquelme
Era el inolvidable 12
de enero de 1881.
El Ejército alzaba sus
reales para marchar sobre Lima.
El día, desde el toque
de diana -ese canto de diucas puesto en música- había tenido los afanes de
una gran mudanza: la emigración de veintitrés mil hombres que se lanzaban a
lo desconocido, a esos siniestros desconocidos, la noche, el desierto y la
muerte.
Cada encuentro era una
lluvia de adioses, promesas y apresurados encargos. Las niñas de Chile no
pueden presumir cuántos de sus nombres fueron allí recordados entre suspiros
que remedaban un beso. En el fondo de todo, aun de la extraña alegría de
muchos, vibraba una nota e ternura cuyo desborde contenía vigoroso apretón
de manos.
¡Y cuántas manos
estrechamos entonces por última vez!
Larraín Alcalde con una
barba nazarena de campaña, sentado sobre los huesos de ballena que servían
de taburete en el rancho del comandante Pinto Agüero -en plena arena-
excusaba los muebles y la pobreza del almuerzo por «motivos de viaje»,
prometiendo ¡ay! Otro de desquite en Lima.
Camilo Ovalle, con su
mimbrosa talla y hermoso perfil de joven griego, fumaba cachimba en su ruca
de cañas, esperando el toque de marcha.
Aquella ruca recordaba
un encierro de colegio.
Sobre el suelo una
estera, encima unos ponchos y por almohada un capote enrollado que escondía
una caja de habanos, único lujo que lo ligaba a las elegancias de la vida de
Santiago, que había abandonado por la ruda pobreza el campamento.
¡Cuánta vida y cuánta
hermosura en esa cara de 22 años!
Y se lo llevó la
gloria, temerosa de que en Lima el amor matara a besos a ese niño heroico y
austero, digno de morir por la Patria, honrando con su sangre la victoria.
¡Y tantos otros!
Dejé al Chacabuco y al
Coquimbo, que vecinos estaban, para ir en peregrinación de despedida a un
sitio en que dejaba recuerdo muy especial, y de pasada darme la triste
satisfacción de recorrer por última vez el hermoso campo de Lurín, tan
querido hoy, como aquel recuerdo y todo lo que no ha de volver.
Formaban aquel sitio
unos matorrales que crecían al canto de unas lagunillas cercanas a las
viejas ruinas de Pachacamac, un amigo y un hermano de rancho... el gran
soldado cuya muerte prematura lloró todo el ejército, aquél que llevaba como
herencia de abnegación y de audacia el nombre del más gallardo guerrillero
de la Independencia.
Tendidos sobre el pasto
de la orilla, me dijo así:
-¿Se acuerda usted de
lo que llaman jabón?
El jabón era un
recuerdo de otros tiempos en aquella vida de campaña.
Después de romper la
cubierta de un paquete primorosamente atado, que la legua acusaba la mano
del amor que a tratado de imprimir un «yo» en cada nudo y en cada pliegue,
mi amigo continuó lentamente, como tratando de hacer más solemne la escena
que deseaba grabar en mi memoria:
-En la famosa despedida
de Tacna, cuando ya habíamos andado algunos pasos, me llamaron de nuevo...
-¡Para que volviera
solo, si recuerdo!
-¡Y echarme este
paquete al bolsillo!
-¿Ella?
-¡Ella!
Y una sombra como
niebla de oro pasó por los ojos de ese hombre que tenía el alma y el puño de
los antiguos caballeros.
-Mañana es año nuevo y
Ud. escribirá por los dos en recuerdo de este instante -concluyó mi amigo-,
como presintiendo que no tornaría a ver a su amada.
Y perfumados con las
rosas de ese jabón que de seguro era el único en todo el campamento chileno,
nos hundimos en las aguas de aquellas lagunillas...
Si hoy me fuera dado
volver a aquel sitio, creo que habría de encontrar en él algo del alma, que
allí quedo entonces, de ese guerrero tallado en la madera de que se hacen
los héroes y los hombres que no se olvidan jamás.
Cuando regresé al
campamento, ya la soledad nevada sobre esa tristeza indefinible de las cosas
abandonada que tanto recuerda a la muerte. Un crepúsculo de sombras que caía
sobre el alma, como la tarde sobre la naturaleza, enlutándola.
Todos aquellos rincones
y viviendas, una hora antes llenos de caras amigas y del alegre bullicio de
una pareja, estaban callados y desiertos. Una soledad que tenía ecos de
sepultura y estaba cubierta de despojos, todas prendas conocidas de éste o
aquel uniforme, que parecían gritar al corazón:
-¡Se fueron!
Eran la cuatro de la
tarde y empezaban a arder las ramadas que habían servido de cuarteles a los
cuerpos y en las cuales se habían gastado tanto trabajo y fantasías.
Los soldados quemaban
así sus naves, demostrando a su modo la resolución de dormir en Lima o en el
seno de la tierra; pero no de tornar al campo que abandonaban en son de
combate.
Media hora después, nos
reuníamos en torno de nuestra mesa de familia los empleados del Estado Mayor
del Servicio Sanitario. Juntos habíamos salido de Arica, rodeando a nuestro
jefe, el doctor Allende Padín, aborde del buque almirante de la Cruz Roja,
el Paquete de Maule, y juntos habíamos vivido hasta ese instante en la dulce
intimidad de viejos amigos de las calles de Santiago y de compañeros de
penurias y alegrías en el viaje, en la estada de Curayaco y en Lurín.
Pero no fue alegre
aquella comida, como lo eran todas. A caballo sobre las bancas que servían
de mesa, la espalda al viento, protegiendo al plato del polvo que pasaba en
nubes, devorábamos a dedo y en silencio una mezcla de charqui y harina.
Otras nubes, más
oscuras que ese polvo, cruzaban sobre nuestros corazones como siniestro
tropel ce cuervos. No íbamos a ser actores en el gran drama que se
preparaba; no saldríamos a la escena; pero ¡qué tarea entre bastidores! El
sangriento reverso de la medalla de la gloria, el horroroso detalle de lo
que cuesta un triunfo sobre el campo de batalla, eso nos tocaba: los heridos
y moribundos; sus angustias, dolores, agonías y la impotencia de reemplazar
al lado de ellos los cuidados del lejano hogar.
Nos repartimos como
hermanos una ración de pan y carne fría, que debía durar veinticuatro horas,
cada cual buscó su puesto, tras mudo y cordial abrazo.
Quédeme yo en la ramada
casera, escribiendo al galope de la pluma los últimos momentos de la marcha
del Ejército, en la confianza de que me darían aviso oportuno y muy noble
compañía el Cuartel General y el Regimiento de escolta -Cazadores-, los
cuales debían pasar por mi puerta a las diez de la noche, según rezaba la
orden del día once.
Escribí sin sentir el
tiempo hasta que uno de los sirvientes de la Ambulancia, antiguo auxiliar de
la Segunda Compañía de Bomberos, apegado desde el principio a mí por esa
confraternidad de un querido uniforme, llegó a decirme:
-¿Qué, no nos vamos,
señor?
-En cuanto pase el
Cuartel General.
-¡Si pasó hace dos
horas!
-Y tú, ¿qué haces?
-Esperándolo a Ud.
Partimos al trote de
nuestras cabalgaduras.
Desde lo alto del
puente miré el valle de Lurín, envuelto a esa hora -la una más o menos- en
una niebla luminosa que lo cubría como un globo de alabastro. La camanchaca
lloraba sobre él sus lágrimas, vertidas en tenue polvo que se teñía de rosa
al reflejo del fuego que ardía en las ramadas.
Se oían extraños
crujimientos que parecían clamores desesperados, y aquellas lenguas de fuego
y humo que se abrazaban en las alturas cual nudo de sierpes remedaban brazos
que pedían al cielo en nombre de todas las madres, de todas las esposas, de
todos los amores ausentes, el triunfo de esos hombres venidos de tan lejos
por el honor de su Patria.
Di mi último adiós a
los recuerdos que allí quedaban y seguimos nuestro camino, guiados por los
postes del telégrafo, única línea recta que orientaba un poco entre las
huellas de los nuestros diseminadas en un espacio inmensurable.
A poco andar,
encontramos en la repechada de una loma un convoy de carros de las
Ambulancias, atascados hasta los ejes en la arena.
Se trabajaba por
sacarlos en un silencio rabioso y desesperado.
Reconocí la manta y el
sombrero del doctor Allende Padín. Él y sus ayudantes jalaban de las ruedas,
unos a pie, otros a caballo, como simples postillones.
Algunas cuadras más
arriba nos dio alcance una caravana de chinos que caminaban al trote,
jadeando bajo el peso de una infinidad de objetos que producían, al
chocarse, un ligero campaneo.
Los pobres chinos, raza
tenida por tan ávida y rapaz, devolvían en activa cooperación la libertad
que les diera el coronel Lynch en el valle de Cañete y la ración de arroz
que recibían en el campamento: verdad que los chinos habían vinculado al
éxito de nuestra causa, seguro para su malicia, las esperanzas de una
redención general y de un ansiado desquite que se dejaba entrever con todos
los rencores y crueldades que son capaces los débiles. Sea como sea, es
cierto que ellos trabajaron como acémilas y siento que no haya otra palabra
que exprese mejor verdad.
Viendo los chinos que
dos jinetes chilenos seguían la ruta de los postes, se lanzaron a la carrera
hacia nosotros, diciéndonos a media voz, pero con viva emoción:
-¡Compale! ¡compale!
¡acá! ¡acá!
Sin vacilar un segundo,
cortamos en línea recta sobre el punto que nos indicaban, y sólo después de
media hora larga de trote llegamos a distinguir al pie de los cerros que
limitaban la pampa por la derecha, una especie de cordón más oscuro que el
suelo.
Allí acampaba el
Cuartel General y su escolta, sujetando cada cual su caballo de la brida.
Por lo demás, ni una
luz, ni siquiera un relincho, como si los animales estuvieran también en el
secreto de los hombres.
Por fin llegamos a la
que después supe era el abra de la Tablada. En la falda del morro de la
derecha se destacaba un grupo de sombras inmóviles, tiradas en el suelo como
cadáveres en el tablado de la Morgue.
Se nos acercó un
oficial.
-¿Podría Ud. indicarme
-le dije- el camino para llegar donde el coronel Lynch?
-Ante todo -me
respondió- bote Ud. el cigarro, porque estamos al frente del enemigo
-agregando que lo más prudente era permanecer ahí, pues para dar con el
coronel Lynch había que cruzar el camino que conducía a las líneas peruanas,
señalado cabalmente por los postes del telégrafo.
Era el comandante don
Javier Zelaya, de guardia a esas horas en el Estado Mayor, quien nos daba
tan sano consejo.
Al tenderme en la
arena, entre los bultos inmóviles, reconocí al general Maturana y sus
ayudantes. Se secreteaban como contrabandistas.
Una hora más tarde, a
lo que presumo, todos saltaron sobre sus caballos.
El reflejo de varias
bombas de bengala acababa de rasgar la niebla. Y tras ellas, los cerros
ocupados por el enemigo se alumbraron con un triple cordón como de doradas
luminarias que hacían el efecto de una iluminación veneciana.
En la pampa se veían
vagar largas filas de luces, remedando lejana y fantástica procesión que a
ratos se perdía, a ratos se elevaba, según las ondulaciones del terreno;
pero siempre en avance, trepando los cerros.
Era la división Lynch
que asaltaba el Morro.
Al mismo tiempo tronó
el cañón, mezclando sus notas profundas y cavernosas a la sintonía de
aguacero de los rifles.
Todo eso en el seno de
la noche, que hacía invisible a los actores, era a la vez la lluvia, el rayo
y el fragor del trueno.
-¡Parece que estuvieran
tostando cochayuyo! -me dijo mi asistente, inquieto y alegre, como el tuno
que siente las cuerdas del arpa. Y se le iba el alma por largarse al medio
de la refriega con su cruz roja.
Aún no clareaba.
Cruzando un portezuelo, encontré al general Sotomayor. No nos habríamos
apartado diez pasos cuando sentí a retaguardia el estallido de una granada
que creí lanzada por los cañones peruanos. Todavía no sospechaba las
perfidias del campo que pisaban los nuestros. Volví riendas y divisé al
general cubierto de una cosa negra que rodaba a chorros por su manta; sus
ayudantes lo rodeaban, creyendo, como yo, que aquello era sangre. Su caballo
agitaba una mano y el general, sin desmontarse, le acariciaba la crin,
tranquilizándole.
La pobre bestia acaba
de pisar una de las mil granadas escondidas en aquel paso, que era obligado,
y en el morro contiguo, que parecía hecho casualmente para observatorio de
nuestros generales.
Los peruanos habían
calculado bien la colocación de las bombas; pero lo ligero de su material y
lo suelto de la tierra en que estaban escondidas, salvó a Sotomayor de morir
en píldoras, como él decía.
Pero eran terribles
para los infantes. En la cumbre del mismo morro un muchacho lloraba a gritos
y un coro de mujeres demandaba socorro para él: otra mina le había
despedazado horriblemente una pierna.
El general, mientras
cambiaba de caballo, ordenó despejar esas alturas, que estaban como el cerro
del Parque en una parada de septiembre. Todas las mujeres de la división,
sus chiquillos y muchos paisanos, habían tomado allí balcón para contemplar
la fiesta, habiéndose venido de Lurín tras las pisadas del Ejército en
cuanto retiraron la guardia puesta expresamente para contenerlos.
A todo esto, ya la
mañana había bordado una orla celeste sobre la cresta de los cerros.
Un cuerpo de infantería
pasó por nuestra izquierda. En una hondonada de terreno hizo alto.
Sonó un toque de
corneta y al final se transmitió sucesivamente de mitad en mitad la voz de:
-¡Botar los rollos!
Siguió un silencio
profundo y helado, cual si las aves de la muerte hubieran batido sus alas
sobre todas esas cabezas.
Los soldados se
apartaban por compañías para dejar en las faldas de la loma vecina los
rollos que llevaban a la espalda.
Había llegado, pues, el
instante de alivianarse para entrar en batalla.
Todavía el ardor de la
lucha no calentaba la sangre, ni despertaba iras la muerte de ningún
hermano.
Sólo se sentía un doble
frío: el de la madrugada y el de la muerte.
-¡Qué mundo de cosas
-decía entre mí- deben pasar por la memoria de estos hombres en este
instante supremo! ¡Qué de recuerdos no picarán el corazón como pájaros con
hambre!
Así pensaba a fuer de
novicio, cuando aquel fúnebre silencio fue súbito interrumpido por un rumor
como de gente que se despierta.
Sentíanse voces,
trajines, querellas, risotadas por compañías y las órdenes secas de los
oficiales que apresuraban la tarea.
Los que la habían
terminado y como si al dejar sus rollos hubieren abandonado también todo el
amor de la vida, se burlaban alegremente de los que iban llegando a la misma
faena, todavía tristes y cabizbajos.
Un roto le gritaba al
otro:
-No lo acomode tanto,
hermano, si a nadie entierran con eso.
Otro decía:
-Déjelo por ahí, señor,
yo se lo mandaré a su mamá. Tal vez tenga algunas alhajas.
Riéndose a carcajadas
de los que con mucho esmero se preocupaban de señalar y poner en buenas
condiciones el atado de sus pobrezas, cual si fueran a bañarse y no a
desafiar la muerte que vomitaban las bocas de cuarenta mil rifles.
Y la algazara subía de
punto.
Por hablar algo le
pregunté a un soldado:
-¿Qué quiere decir
botar los rollos?
-¡Escupirse las manos y
apretarse los calzones! -me respondió el roto, haciendo la última operación.
Un toque de corneta
impuso silencio.
El regimiento se formó
en columnas y luego se deshizo en hebras que se alargaban, se alargaban como
culebras hacia las cumbres.
Lo que siguió después
me parece que lo he soñado.
*Bajo la
Tienda de Daniel Riquelme
Testimonio del
coronel Víctor Miguel Valle Riestra
"Al comenzar estas líneas me encuentro
tentado en poner punto final a mi trabajo. Lo que voy a narrar, es una
lección para la nación chilena, y la grave falta que sus soldados
cometieron, conviene se recuerde....
Pero no hay que temer que el roto sea
disciplinado cuando se les presente ocasiones iguales; y hoy más que ellos
conocen sus fuerzas y saben cuando deben de imponerse á sus fuitres.
Por otra parte, mi rencor contra el
invasor, me incita a referir las espantosas escenas del incendio de
Chorrillos, del saqueo y de los asesinatos que se realizaron en esa villa.
Hay que recordar la historia vergonzosa de la crápula del ejército chileno
en aquel memorable día; hay que mostrar el lodo de aquel ejército, que
siendo vencedor quedó vencido durante 24 horas, porque sus vicios lo
cegaron, y si no fueron exterminados, fue debido a que en las líneas
peruanas no hubo una cabeza aunque sobraron corazones.
Dispersa en las calles de Chorrillos la
soldadesca chilena, asaltó las pulperías y despacho de licores entre el
diluvio de balas que se cruzaban en todas direcciones. Las pipas de vinos
eran desfondadas á culatazos; los piscos rotos a balazos; las botellas
descogolladas al golpe seco del corvo, tinto en sangre enemiga.......y
amiga; y pocos minutos después 14000 chilenos estaban borrachos en las
calles del Versalles peruano, siendo la oficialidad impotente para contener
el desborde, que, repito, era más espantoso que una derrota. En esta, la
mancomunidad de la desgracia y de los peligros une a los hombres, pero lo
que pasaba en Chorrillos, había relajado, olvidado y atropellado toda
subordinación. El "delirium tremes" dominó al ejército invasor por completo.
Muertos, fusilados y asesinados, los
cholos peruanos, el instinto sanguinario de los rotos buscó nuevas víctimas,
y los extranjeros, principalmente los italianos, fueron exterminados. Muchos
de estos habían quedado en Chorrillos guardando sus intereses, pero todos
fueron fusilados ¿Cómo comenzaron tales asesinatos con personas que no
habían tomado la menor parte en el combate?
En la calle del Tren, un despacho fue
asaltado y los chilenos trataron de insultar a la esposa del italiano que
custodiaba el negocio. Este se interpuso como era su deber y la quiso
arrancar del poder de los soldados, pero hicieron fuego sobre aquel infeliz
y una bala puso fin a sus días. ¿Qué fue de la infeliz mujer? Hay cosas que
dan asco referirlas. Insultada, maltratada, disputada a golpes, dejó de
existir; ¡y su cadáver seguía siendo profanado por aquellas bestias del
instinto!
Las pocas mujeres que quedaron en
Chorrillos, fueron víctimas de los más inicuos crímenes (*), y esto a la luz
del día, sin el menor recato, en plena vía pública. Y cuando la bestia
dominaba al hombre en aquellas fieras armadas, las balas de sus rifles
atravesando al rival y a la mujer disputada, les daba campo para arrojar a
un lado el cadáver del primero y profanar el de la segunda.
Un italiano entre otros muchos, fue
hecho prisionero, si se puede, en este caso, emplear la palabra. El pobre
hombre lleno de miedo les halagaba su amor propio temeroso de que hicieran
con él lo que habían hecho con sus paisanos. Era el desgraciado la befa de
los guardianes. Uno le daba un golpe con la culata del rifle.
. Ande niño no má pa que coma pronto
mancarroni, le decían.
Otro con la bayoneta lo iba punzando, y
por último, el que estaba a su espalda se lanzó contra el infeliz y
rodeándolo con los brazos por la cintura, le introdujo en el estómago un
corvo vaciándole el vientre.
Un grito italiano y las carcajadas de
los rotos se escucharon. Estas hicieron grato espectáculo de tan espantoso
hecho.
. ¡Guatita con porotos niños!, decían en
su sanguinaria burla.
El doctor Mac Lean, médico inglés y
padre de una numerosa familia, nacida en Tacna, vivía en Chorrillos, en un
rancho en la calle de Lima. La casa tenía una inmensa bandera inglesa, sobre
la puerta, el escudo de aquella nación y en el muro, en una plancha de zinc,
con los colores ingleses, se leía, PROPIEDAD INGLESA.
Este rancho, verdadero palacio, fue
invadido por los chilenos, el respetable anciano se creía seguro bajo su
bandera patria y protestó, pero fue insultado, golpeado, mientras los rotos
se lanzaron al saqueo de despensa y muebles.
. ¡Mire padre eterno, le decían
aludiendo a su blanca y poblada barba, nos ise donde están las chauchas
porque si no lo fusilamos en seguidita no má¡
El Doctor Mac Lean trató de salir
llegando a conseguirlo hasta la reja de hierro, pero allí lo alcanzó un
disparo que instantáneamente lo mató. Pocos minutos después ardía el rancho
regado, por completo de kerosene.
La crápula, a las cinco de la tarde,
hacía, entre los invasores, sus terribles efectos.
Los niños estaban de remolienda, como
ellos decían. Entre los muertos y heridos rodaban los borrachos, con esa...
embrutecida y sanguinaria del chileno. Los gemidos y gritos, pidiendo
socorro, de los heridos, se mezclaban con las blasfemias y cantos obscenos
de los borrachos. Las coplas de la monótona chilena, se escuchaban al mismo
tiempo que las oraciones de los moribundos.
Y la remolienda seguía in crecendo; ya
no existía disciplina; ya no se conocían ni entre ellos. Una botella para
vaciarla, una mujer, viva o muerta, una lata de kerosene para incendiar los
palacios de Chorrillos, eran disputados á bala o á corvo.
No se cansaban de matar, cuando ya no
había cholos peruanos ni bachiches ni gringos, se mataban entre sí, se
quemaban como ratas.
El rancho, o mejor dicho el palacio que,
en la calle del Tren, posee la familia Pflücker fue el teatro de espantosas
escenas. Algo muy codiciable debieron encontrar ahí los rotos, puesto que
como fieras, se disputaron el botín. Se dividieron en dos bandos y la más
numerosa arrojó afuera a la menor. Pero ésta buscó refuerzo, y ya fuerte,
atacó la casa, trabándose un serio combate entre chilenos; pero viendo los
asaltantes que sus paisanos no cedían, resolvieron incendiar el rancho, y
así se realizó, puesto que en pocos instantes las llamas rodearon a los que
estaban dentro.
Trataron estos de salir, pero se les
recibió a balazos, se les cazaba, apenas asomaban la cabeza.
Un jefe chileno, un sargento mayor,
llegó a tales momentos y al presenciar lo que pasaba creyó que sus soldados
sufrían un error. No comprendía que entre chilenos se matasen.
. Niños, les gritó, lanzando sus
caballos entre los asaltantes, miren que los de la casa son chilenos. No
hagan fuego, déjenlos salir.
. Mi jiefe, le contestó uno, déjenos no
má que pa eso somos tantos.
El mayor chileno dio órdenes de
suspender los fuegos.
. Mire, señor patroncito, váyase no má -
le repusieron en son de amenaza.
Pero el jefe chileno quería imponerse y
llevar al orden a sus soldados. Estos montaron en cólera.
. Mire el futre, le dijeron, ya pué
abrirse á lo largo.
Y lanzando una palabra peculiar del
chileno, uno de ellos hizo fuego sobre el sargento mayor, matándolo en el
acto.
Los de la casa fueron todos quemados
vivos. Eran chilenos contra chilenos.
¿Para qué seguir relatando más? Cansa el
espíritu, lo enferma el recuerdo de tales hechos.
El desorden de los chilenos intimidó á
generales, á los jefes y oficiales. Se vieron impotentes para tal
desmoralización, se encontraron amenazados de muerte por su mismo ejército.
El jefe ú oficial que intentara contener
a sus soldados, era victimado sin compasión. Había que dejarles que
incendiaran el último rancho, que se consumiera la última botella de licor.
La Reserva que fuera de Chorrillos
tenían los chilenos, también se desbandaba. No podían los rotos permanecer
arma al brazo cuando tan cerca tenían la remolienda, es decir, el saqueo, el
incendio y el licor. Los centinelas abandonaban sus puestos.
El ejército chileno no existía. Era una
manada de fieras embrutecidas que rodaban por el suelo como odras llenas de
alcohol.
Por la noche, las llamas subían al
cielo, rugían, lo devoraban todo. La gran hoguera alumbraba las más
espantosas escenas que recuerda la historia de América.
Y allá, en Miraflores, doce mil hombres
armados, valientes y resueltos, esperando una orden, animados del deseo de
combatir, enfurecidos con el espectáculo del mundo de ese Chorrillos que
tanto amaban, en donde se habían anidado sus ilusiones de juventud, de amor
y de sueños de gloria.
Allá en ese Miraflores, doce mil hombres
que amaban a la Patria, que tenían a sus espaldas, hogares que defender,
afecciones sagradas que salvar; doce mil hombres que lanzadas sobre
Chorrillos no hubieran tenido que hacer otra cosa que aplastar con las
culatas de sus rifles los cráneos de veinte mil borrachos...
Relato
del Coronel Arnaldo Panizo
(Respuestas del coronel Arnaldo
Panizo con respecto al incendio de Chorrillos)
PRESIDENTE DEL COMITE DE LOS DAMNIFICADOS ITALIANOS
Lima, Enero 3 de 1885.
Sor. D. Francisco Molfino
Muy Sor mío:
Me es grato contestar á U.
su atenta de 2 del pte. En la que se sirve pedirme le absuelva la serie de
preguntas contenidas en un interrogatorio referente al incendio de
Chorrillos el día 13 de Enero de 1881. Testigo presencial de aquel
acontecimiento, paso a contestar, una por una las 29 preguntas que contiene.
Pregunta 1ª. ¿Asistió U. á la
batalla que tuvo lugar el 13 de enero de 1881 entre los Ejércitos Peruano y
Chileno?.
Contesto: Sí.
P.2ª. ¿Qué posición oficial
ocupaba U. en el primero de estos ejércitos?.
C: Era Comandante General de las
Baterías de Chorrillos y Miraflores
P.3ª. ¿Cuál era la menor
distancia que había entre la línea de batalla y el pueblo de Chorrillos, en
sus puntos más cercanos?.
C: Dós kilómetros próximamente.
P.4ª. ¿En qué parte de la línea
de batalla se encontraba Ud. cuando principió el combate?.
C: En la Batería principal
denominada "Martir Olaya".
P.5ª. ¿En qué lugar fue U.
Hecho prisionero?.
C: Como verá U. por el parte de la
batalla pasado por mí, al E.M.G. de los Ejércitos el 9 de Febrero de 1881 y
que creo necesario adjuntarle en Copia; dominados por el enemigo
definitivamente, en la Batería Principal, fuimos precipitados desde la
pendiente hasta la playa y una vez allí, emprendimos la marcha sobre
Miraflores por el mismo camino que momentos antes había recorrido la
División del Sor. Coronel Noriega. Casi a la altura de la bajada llamada, de
la "Agua Dulce", nos cortó el enemigo y nos fue preciso retroceder pero
perseguidos también por retaguardia, tuvimos que ascender con gran trabajo y
en medio de los fuegos, por el contra-fuerte que casi cortado a pico forma
la espalda de los ranchos situados en la "Calle de Lima". Guarecidos en uno
de ellos, aguardábamos la noche para descender por la misma vía y llegar á
la Batería "Alfonso Ugarte" situada en Miraflores; pero desgraciadamente un
numeroso grupo de soldados chilenos rompieron á balazos las puertas del
rancho, y después de fusilar en nuestra presencia á los pocos soldados en su
mayor parte desarmados, que nos acompañaban, nos desnudaron de cuanto
teníamos é ívan á fusilarnos también sí oportuna presencia del Teniente
Benites del E.M.G. Chileno no nós hubiéramos salvado á mí, á los Sargentos
Mayores Haza y Alegre y al Sub Teniente Rodríguez: allí pues caímos
prisioneros.
P.6ª. ¿Hasta que hora
permaneció U. En este lugar?.
C: Eran más ó menos las 4 de la
tarde cuando esto pasaba, é inmediatamente fuimos trasladados a otro lugar.
P.7ª. ¿A dónde les trasladaron
después y qué camino siguió U. Para llegar á ese punto?.
C: Recorrimos casi toda la "Calle
de Lima" hasta la esquina del rancho de Tenderini y tomando la derecha nos
condujeron hasta el campamento de la Artillería Chilena, establecida en uno
de los potreros de la "Hacienda de Villa", contiguo á la "Escuela de
Clases", hasta las seis de la tarde que se nos trasladó á uno de los salones
del segundo piso de la escuela yá sitiada.
P.8ª. ¿En qué parte hizo U. La
última resistencia al enemigo?.
C: En la Batería principal,
denominada "Martir Olaya".
P.9ª. ¿En qué parte se hizo los
últimos tiros por las fuerzas peruanas?.
C: En dicha Batería que fue último
baluarte de la resistencia en Chorrillos.
P.10ª. ¿A qué hora fueron los
últimos del ejército peruano?.
C: A las dos de la tarde
próximamente.
P.11ª. ¿A qué hora cayó U.
Prisionero?.
C: A las 4 de la tarde mas ó
menos.
P.12ª. ¿Al recorrer la ciudad,
del punto en que lo tomaron á su prisión vió U. Que se quemaba algun
rancho?.
C: No ví fuego ni señal alguna de
él, por ninguna parte de las calles que recorrí ese día.
P.13ª. ¿Qué día y á que hora
salió U. De su prisión?.
C: A las 9 de la mañana del dia 16
de Enero.
P.14ª. ¿A dónde lo llevaron?.
C: Jefes, oficiales y tropa fuimos
trasladados al fondeadero de "La Chira", abordo de la Fragata Mercante
"Inspector" al servicio de Chile, remolcados en seguida, al fondeadero de
"Chorrillos" y en la madrugada del 17, al de la "Caleta de Presos" en la
Isla de San Lorenzo.
P.15ª. ¿Atravesó U. Al salir de
ella, algunas calles?. Dignese indicarlas.
C: Sí: Recorrimos, desde la
"Escuela de Clases" toda la avenida de la estación del "Ferrocarril" hasta
la esquina de la plaza del mercado, variamos de dirección á la derecha hasta
resultar á la espalda de la Iglesia por cuyo costado derecho entramos á la
plaza desde cuyo punto y paralelamente, al frente de dicha Iglesia,
marchamos hasta el "Malecón", descendiendo en seguida hasta el "Muelle" por
la bajada más corta.
P.16ª. ¿Vió U. Entonces algún
incendio?.
C: Toda la población ardía, desde
la noche del 13.
P.17ª. ¿Vió U. Entonces algún
saqueo?.
C: Nó.
P.18ª. ¿Quiénes practicaron
tales actos?.
C: Los soldados del ejército
chileno: está en la conciencia de todos y muy en especial en la de nosotros
que en la condición de prisioneros contemplábamos inermes la destrucción y
al incendio desde nuestra elevada posición.
P.19ª. ¿Estaba U. Acompañado de
alguna escolta Chilena?.
C: Sí.
P.20ª. ¿Los Jefes Chilenos
hicieron algún esfuerzo por contener estos actos?.
C: No me consta nada á este
respecto.
P.21ª. ¿Cree U. Que el fuego
tuvo un solo foco y que se propagó por su propio impulso?.
C: El fuego tuvo, distintos focos
y bien aislados únos de ótros.
P.22ª. ¿Hasta que hora duró el
bombardeo de Chorrillos por la escuadra y la Artillería Chilena?.
C: No he sabido que la Escuadra
Chilena haya bombardeado Chorrillos el día 13; sus naves amanecieron ese día
frente á la playa de "Conchán" y Caleta de "La Chira" y desde allí dirijían
sus fuegos sobre nuestra línea de batalla, sin que ningún proyectil tocára
en la población. La artillería de tierra, dirijía siempre sus fuegos sobre
las Baterías de mi mando establecidas en las alturas del "Morro Solar" en
donde como hé dicho antes, se terminó el combate.
P.23ª. ¿Crée U. Que se quemó
algún edificio por efecto de ese bombardeo?.
C: Repito que ninguna bomba
enemiga ni peruana tocó ese día en la población. Desde las primeras horas de
la mañana estuve recorriendo las tres Baterías situadas en las alturas,
desde "Marcavilca" punto más culminante, desde donde se dominaba todo, hasta
la Batería principal y puedo asegurar que hasta seis de la tarde, de ese
día, no ha habido incendio alguno en Chorrillos.
P.24ª. ¿Hubo alguna batería
peruana dentro del perímetro de Chorrillos?.
C: Nó.
P. 25ª. ¿Hubo torpedos, bombas
automáticas ó depósitos de dinamita sembrados en Chorrillos?.
C: Nó.
P.26ª. ¿Notó U. Alguna
explosión de esta clase?.
C. Nó.
P.27ª. ¿Vió U. Esa mañana en
Chorrillos, al General Silva, Jefe, de E.M.G.?.
C: Lo ignoro por completo, porque
desde que se rompieron los fuegos, hasta que concluyó el combate, me
encontré siempre en las Baterías, solo estuve en las Calles de Chorrillos
cuando caí prisionero.
P. 28ª. ¿Cuando los Chilenos
penetraron en Chorrillos encontraron resistencia dentro de las Calles y
Casas?.
C: En las Calles hubo tiroteos
parciales entre la tropa Chilena y algunos de nuestros dispersos que al
replegarse á Miraflores fueron perseguidos por los primeros; pero no fue
nunca lugar de Combate, ni estuvo preparado para ello.
P. 29ª. ¿Puede U. Dignarse
referir todos los demás hechos de que tenga conocimiento con relación ál
objeto de este interrogatorio?.
C: Creo haber relatado cuanto sé
de importancia al respecto.
Sirvase aceptar la
estimación y respeto de S. Att y S.S.
Firma: Arnaldo Panizo.
·
(Fuente: Copia
notariada que obra en poder del Sr. Juan Carlos Flores. Original en poder de
la Srta. Elsa Panizo Martínez.)
Testimonio del coronel Belisario Suárez
(Cuestionario a Belisario
Suárez sobre el incendio de Chorrillos)
Sr. Coronel D. Belisario
Suárez
Pte.
Muy Señor mío.
Necesidades de la defensa de
mis compatriotas damnificados por los incendios de Chorrillos y Barranco
después de la batalla que tuvo lugar en las inmediaciones de esos lugares el
13 de Enero de 1881, me obligan a molestar a Ud. suplicándole que como
testigo presencial de ella y Jefe del último Cuerpo del Ejército Peruano que
se estacionó cerca de ambos lugares en aquella mañana se digne en absolver
las preguntas siguiente:
1ª. ¿Estuvieron las tropas de su
mando dentro de las calles de Chorrillos?
2ª. ¿Si no penetraron á la
población en que punto se estacionaron sus fuerzas?
3ª. ¿Hasta que hora permanecieron
en ese lugar?
4ª. ¿Opuso Ud. resistencia a la
entrada del Ejército chileno a Chorrillos?
5ª. ¿Fue esta resistencia dentro
de la ciudad?
6ª. ¿Ocasionó algún incendio?
7ª. ¿Quiénes ocupaban la ciudad
cuando Ud. se retiró de ella o de sus alrededores?
8ª. ¿Por qué camino se retiró Ud.?
9ª. ¿A que hora llegó Ud. al
Barranco?
10ª. ¿A que hora dejó el Barranco?
11ª. ¿A quien dejó Ud. en el
Barranco?
12ª. ¿Por qué camino llegaron las
primeras tropas chilenas a Chorrillos?
13ª. ¿Según sus recuerdos hubo
combate en el Barranco?
14ª. ¿Es cierto que las tropas de
su mando fueron las últimas fuerzas organizadas del Ejército Peruano que se
retiraron de Chorrillos y Barranco?
Soy de Ud. At. y S.S.
Francisco C. Molfino
Presidente del Comité De los
Damnificados Italianos
(firmado)
Respuesta del coronel
Belisario Suárez
Sr. Don Francisco Molfino
Presidente de los
damnificados Italianos
P.
Muy Sr. Mío.
He recibido su estimada en
la que, para la defensa de los damnificados Italianos, me pide le absuelva
14 preguntas relativas á lo que aconteció después de la Batalla que tubo
lugar en las inmediaciones de Chorrillos y Barranco? El día 13 de 1881, como
testigo presencial y Jefe que fui del último Cuerpo de Ejército Peruano que
se estacionó en ambos lugares en aquel día; y para verificarlo, me ha de
permitir Ud., que lo haga en las mismas formas en que están consignadas, en
su carta que contesto
1ª. ¿Estuvieron las tropas de
su mando dentro de las calles de Chorrillos?
Después que nos retiramos de S.
Juan ingresamos a Chorrillos a las 9.50 a.m. más o menos con solo tres
batallones que se pudieron conservar organizadas.
2ª. ¿Si no penetraron á la
población en que punto se estacionaron sus fuerzas?
Sí, penetramos á la población de
Chorrillos; pero habiendo llegado en esos momentos el Director de la Guerra,
Don Ramon V. Machuca que lo era en Jefe del Ejto. á que yo pertenecía y que
estuvo allí le advirtió la existencia de fuerzas enemigas por nuestra
izquierda, mandando en seguida el primero de dos de sus Ayudantes de Campo
fuera á serciorarse si era real la existencia de dichas fuerzas lo que
resultó confirmado por el hecho de haber sido muerto uno de dichos Ayudantes
el otro herido en aquel reconocimiento. Mientras esto sucedía después de
conferenciar con el Gral. en Jefe se dirigió por el mismo camino que había
traído por nuestra derecha después de lo que el Gral. en Jefe ordenó que
todas las fuerzas se colocaran fuera de la Población en orden de combate en
la dirección que traía el enemigo. Se cumplió dicho mandato y fueron
colocadas en los primeros tapiales de los Potreros que dan frente a Surco.
3ª. ¿Hasta que hora
permanecieron en ese lugar?
Hasta las 10.50 u once a.m. más o
menos.
4ª. ¿Opuso Ud. resistencia a la
entrada del Ejército chileno a Chorrillos?
Sí, opusimos resistencia; pero fue
afuera de la población y en el lugar que dejó indicado resistencia que no
pudo ser de momentos por la superioridad de las tropas enemigas, porque no
contábamos ya sino con dos Batallones esquilmados en la Batalla de S. Juan
por haber tenido que mandar en auxilio del Gral Iglesias uno de los tres con
que contaba y porque apercibieron de que una parte de las fuerzas enemigas
trataba de tomarnos el Camino que nos quedaba a retaguardia, colocándonos
así entre dos fuerzas para incomunicarnos con nuestra línea de reserva, le
fue preciso en vista de esto al Gral. En jefe que dirigía personalmente
estos movimientos, ordenar que con todas las fuerzas de que disponíamos, nos
posesionáramos del Camino indicado movimiento que se verificó, favorecido
por dos guerrillas que se mandaron desplegar, la uno dando frente al enemigo
y la otra asegurando nuestro flanco izquierdo. El enemigo atacó nuestras
guerrillas para impedir el movimiento; pero tuvimos el tiempo suficiente
para ejecutarlo en orden y desde ese momento, nos vimos obligados a combatir
en retirada para no perder la única fuerza que nos quedaba dejando franco el
paso al enemigo para que se apoderara de los reductos de Miraflores
suponíamos en del desorden introducido por las defensas de la Batalla de Sn.
Juan. Siguiendo pues este movimiento y cuando llegamos a las inmediaciones
del Barranco, llegaba en ese momentos el Crl. D. Andres A. Cáceres con
alguna fuerza del Ejto. Que había podido reunir. Este jefe nos aseguró que
el cuidaría del flanco izquierdo y de nuestra retaguardia y con esta
seguridad regresamos 12.50 m. Más o menos por el mismo camino con el fin de
hostilizar al enemigo y el dificultar el que abanzara sobre los reductos ya
que no era posible otra cosa. Pudimos llegar hasta las inmediaciones del
Cuartel de la Escuela de Clases y de allí fuimos rechazados. El Ejto.
Chileno estaba ya dueño de chorrillos sin resistencia, pues no había quedado
allí ninguna fuerza que la opusiera.
Reorganizados de este rechazo que
sufrimos permanecimos hostilizando al enemigo que en grupos trataba de
avanzar, desde las tapias de las chacras inmediatas que nos servían de
parapetos, hasta las 4 p.m. más o menos, en que habiendo recibido el Gral.
En Jefe reiteradas órdenes de retirarse a Miraflores, mandó darles
cumplimiento, disponiendo que marchamos al lugar.
5ª. ¿Fue esta resistencia
dentro de la ciudad?
Como queda demostrado, no fue
posible resistir dentro de la Población porque el diminuto número de
nuestras fuerzas fatigadas apenas nos permitía impedir que el enemigo tomase
el camino que nos ponía en comunicación con la línea de reserva.
6ª. ¿Ocasionó algún incendio?
No pudo ocasionarse ningún
incendio porque siendo nuestra resistencia lejos de la población y no
disponiendo ni siquiera de una sola de artillería es evidente que nuestros
proyectiles ni llegaron a ella.
7ª. ¿Quiénes ocupaban la ciudad
cuando Ud. se retiró de ella o de sus alrededores?
Ocuparon la ciudad las fuerzas
chilenas más o menos de 11 a.m. a 12 m.; mientras nos retiramos para no ser
cortados como queda explicado.
8ª. ¿Por qué camino se retiró
Ud.?
Por el Barranco.
9ª. ¿A que hora llegó Ud. al
Barranco?
A las 4.20 p.m. más o menos.
10ª. ¿A que hora dejó el
Barranco?
A la misma hora anterior porque la
orden que dio el Gral. en Jefe que marchaba siempre a la Cabeza de sus
tropas, fue de ir a Miraflores y por consiguiente no paramos en el Barranco.
11ª. ¿A quien dejó Ud. en el
Barranco?
En el Barranco no quedó ninguna
fuerza.
12ª. ¿Por qué camino llegaron
las primeras tropas chilenas a Chorrillos?
Las tropas chilenas que primero
llegaron a Chorrillos ingresaron como queda dicho por los caminos de la
izquierda de esta Población que traen en dirección a Surco, San Tadeo y San
Juan.
13ª. ¿Según sus recuerdos hubo
combate en el Barranco?
No hubo ninguna resistencia en el
Barranco, ni pudo haberla porque hasta la hora que pasé con mis fuerzas por
el 4.20 p.m. más o menos las fuerzas chilenas no habían avanzado de los
alrededores de Chorrillos y me consta que no quedó en este punto ninguna
fuerza, ni fue mandada posteriormente, pues el punto más avanzado al
ingresar a Miraflores.
Cortesía Max Segovia
Relato
de Hipólito Gutiérrez (Soldado Chileno)
"Cesaron los fuegos por el
valle, se sentían varios tiros, pero eran los nuestros que más adelante
matando cuantos pillaban. Los que se merecieron escapar se arrrancaron y
botaban los rifles. Se sosegó el combate y los reunimos todos los que
habíamos por ai auna ecequia de agua que corría, pero la agua iba colorada
de sangre de los cuerpos muertos que habían adentro. Esto viene a ser como a
las diez y media del día cuando se cortó el combate, pero ai no más para
Chorrillos sigueron pegando los demás compañeros porque en Chorrillos se
estaban reuniendo todos los que se estaban arrancando (60). Estuvimos como
dos horas y salimos de ai para Chorrillos como entre las doce y las once del
día (61) y muchos regimientos más y de los otros regimientos iban pisando
torpedos y rebentaban, caían y tres, cuatro soldados y a nosotros tuvimos la
suerte del que no los tocó ninguno hasta que empezaron a conocer adonde
estaban los torpedos y les ponían señas para que no pasasen otros
regimientos a fatalizarse o les dejaban centinelas al polvorazo. Quedaron
esas trincheras de cholos muertos sin ponderar nada quedaron hecho pila
todos con las cabezas destapadas adonde asomaban las cabezas no más en las
trincheras y chilenos pocos, uno que otro, y así sucesivamente. Seguimos la
marcha para Chorrillos, por todo el camino cholos muertos, por las ecequias,
por los montes, por todo el valle, chilenos bastantes tambien, pero los
heridos eran más, unas casas grandes, enclausuradas, se llenaron ai en San
Juan de heridos y de cautivos .
Como a la una hubo otro
ataque bien grande en Chorrillos. Ai murieron bastantes chilenos. Era la
causa del que de adentro de las casas nos tiraban a traición (63) y así que
dentrábamos para dentro de las casas y se acababa con cuantos se hallaban. Y
de Lima llegaron como cinco mil en las máquinas y los hicieron guerra.
Esos cuase los acabamos
todos y los que no se mataron se Cautivaron. Se cautivaron coroneles,
capitanes, mayores y oficiales peruanos, en fin todos en general, y los que
no se podían hallar en las casas se les prendieron fuego a todas las casas,
es decir a todo el pueblo. Ya se sosegó el combate y el puerto prendiéndose
y los den tramos aun cuartel de alto bien bonito que había.
A ese no se le prendió fuego
porque sirvió de hospital; se llenó esa tarde de heridos y de cautivos y el
regimiento Esmeralda y el regimiento Chillan estábamos ai juntos y muchos
soldados y oficiales de otros cuerpos entreverados con nosotros. Ai alojamos
esa noche, el puerto toda la noche ardiendo y los soldados para (a)lia y
para acá, muchos de uno y otro cuerpo andaban todos revueltos haciendo y
buscando que comer, porque todo el día no habían comido cosa alguna (64).
Harto se encontraba que comer, hasta comidas hechas, pero no se hacía fuicio,
no había tiempo esa noche. En Chorrillos se mataron muchos chilenos unos con
otros solos que andaban haciendo lo (que) querían y al otro día salieron
comisiones a buscar a todos los soldados que andaban solos, sin orden, y se
encontró mucho más muertos que los que habían quedado ese otro día antes y
era que se habían muerto unos con otro en la noche".
Cortesía Max Segovia
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