Relato del
ingeniero 2° del Cochrane don José Antonio Romero
Un dato
referido por el ingeniero 2° del Cochrane, José Antonio Romero y confirmado
confirmado por sus compañeros y subalternos que presenciaron el hecho.
Al tomar
posesión del Huáscar con los captores del Cochrane, el ingeniero antes
citado, notó que el buque se hundía, inmediatamente de hacerse cargo de su
puesto trató de encontrar la causa, que hacía irse llenando de agua al buque
y se encuentra con que al ser tomado, los peruanos abrieron las válvulas de
seguridad para que el Huáscar se fuera a pique.
El
ingeniero de Huáscar, que era un inglés, al ser interrogado por el ingeniero
Romero sobre las llaves de la válvulas se negó a entregarlas, lo que hizo
inmediatamente después de ser amenazado por el ingeniero Romero, quien
revolver en mano le intimó hacer la entrega o en caso contrario ahí mismo lo
mataba. Después de obtener las llaves, sin confiarse de sus subalternos, el
mismo trabajó con el agua a la cintura, por largas horas sin tomar un
escanso, hasta ver completamente fuera de peligro al buque.
*Testimonios y
Recuerdos de la Guerra del Pacífico de Oscar Pinochet de la Barra de
Editorial del Pacífico.
Relato del
ciudadano boliviano José Vicente Ochoa sobre las noticias que llegaron a
Arica
Parece que la pérdida del
Huáscar es una horrible y desesperante realidad. La Unión había llegado ayer
a Arica y da la noticia de haber dejado al Huáscar a la altura de Mejillones
de Bolivia, completamente cercado por las dos divisiones de la Escuadra
enemiga y empeñado en un combate desigual y desesperado.
Además anuncia haber sido
perseguida hasta cerca de Iquique por dos buques enemigos y que ha sido la
razón porque no ha podido presenciar el combate, al principio del cual vio
que el monitor peruano remplazaba la insignia del Contralmirante por la del
Comandante, lo que indicaba claramente que Grau había muerto a los primeros
tiros del Combate tan desigual de 1 contra 10.
Ante semejante desgracia no
tenemos más consuelo que la desesperación que destroza nuestro espíritu.
Que el Huáscar se ha perdido
es un hecho: Lo que hay que averiguar es si ha sucumbido en la titánica
lucha que ha sostenido o ha sido tomado por el enemigo, lo que es muy
probable y vendría a colmar nuestro infortunio.
De ambas desgracias, la
primera es preferible, porque no podemos medir lo que nos pasaría si
viéramos a nuestro heroico Huáscar algún día con la bandera chilena.
No hay aún cómo saber si la
pérdida ocasionada por la fuerza del destino o por error de los directores
de la guerra de persistir en esta última campaña, sin tomar todas las
precauciones del caso. Algo se murmura sobre ello: que Grau no quiso
emprender este viaje antes de hacer algunas reparaciones y que tuvo que
obedecer a las insistentes órdenes del Director Prado. La historia vendrá
con el tiempo a hacer luz en este asunto y a dar su fallo inexorable.
Entre tanto, en medio de la
calamidad que nos atormenta, que Dios nos de la suficiente fe y energía para
que no se nos abatan las armas de nuestro ejército.
*Testimonios
y Recuerdos de la Guerra del Pacífico de Oscar Pinochet de la Barra de
Editorial del Pacífico.
CARTA DEL SEGUNDO CIRUJANO DEL "COCHRANE" DON
RAMÓN SERRANO
Santiago, marzo 19 de 1880.
Señor Benjamin Vicuña
Mackenna.
Presente.
Distinguido señor:
Paso a cumplir el encargo que
me hizo sobre los detalles de la muerte del teniente Palacios del Huáscar
peruano; como así también lo sucedido entre el doctor Távara y el que
suscribe.
Como actor del memorable
hecho del 8 de octubre, puedo garantizar a Ud. que todos los datos que ésta
contiene han sido vistos por mí u oídos en el momento mismo del combate sin
comentarios ni tiempo para que se metamorfoseasen. Como es
público y efectivo, Grau murió al
principio del combate a la tercera bala del Cochrane que pegó en el
Huáscar; bala que penetró en la torre del comandante no dejando de
Grau más que un pedazo de pierna, sus dientes, que los usaba postizos,
que se encontraron en las ventanillas de la torre, y un pañuelo lacré de
seda que usaba el día del combate.
El cuerpo de Grau se infiere
ha sido arrojado a la cubierta y de ahí con el balance al mar.
Un antiguo guardián del
Cochrane, apellidado Brito, fue el primero que dio con aquellos restos,
que por declaraciones de Gareson y Távara se supo que eran de Grau.
Mucho se alteró el comandante
del Huáscar cuando el 8 de octubre a las cuatro de la mañana se le
avisó que tres humos estaban a la vista; más cuando reconoció al Blanco,
Covadonga y Matías se tranquilizó tanto que se recogió a su
cámara después de dar toda fuerza al buque.
Cuando de nuevo el tope
anuncia tres humos al norte y Gran reconoce al Cochrane se conmovió
profundamente, se paseó largo rato taciturno por la cubierta y dijo a
Távara, su amigo íntimo: "es Latorre".
Desde ese momento un silencio
sepulcral reinó en el Huáscar.
Al llegar frente a Mejillones,
Grau sin haber dirigido una palabra de aliento a su gente, se mete a su
torre desde donde da la orden de zafarrancho.
Ese toque, generalmente
alegre, fue para Grau los funerales de su muerte.
Le sucedieron en el mando
Aguirre, Ferré y Rodríguez que no tuvieron tiempo de dar ni una orden, pues
no duraron treinta minutos vivos.
Cupo al teniente segundo
Enrique Palacios la gloria de gobernar el buque en todas sus partes hasta
el momento de quedar fuera de combate, momento también en que el buque se
rindió.
Puedo asegurar a Ud. que los
oficiales peruanos del Huáscar se portaron cobardes y muy cobardes,
que el único que se portó bravo fue Palacios, que fue el alma del buque
después de muertos sus tres primeros jefes, es decir, casi durante todo el
combate.
Encargado de tomar las
distancias, su puesto era la torre de baterías, desde ahí gobernaba el
buque, dando ejemplo a los demás por su serenidad.
Una bala de a 300 penetra y
revienta en la dicha torre: Palacios es herido con una herida profunda de
11 centímetros de longitud. Es llevado a la sala de cirugía a donde mal y
ligero le lavan y amarran la cara. Con esta herida hubo una fuerte
hemorragia que casi quedó privado del conocimiento. Sin embargo, vuelve a
la torre, a su puesto, sigue dando órdenes y tomando distancias.
Otra bala penetra en la torre,
revienta a sus pies, en cuya planta, de uno es herido con un casco de
granada de libra y media de peso; al mismo tiempo es herido en el hombro
izquierdo y derecho y carpo derecho: el fogonazo quema su barba y manos.
Desesperado, sube por las troneras a la cubierta de la torre, desde ahí
descarga su revólver al Cochrane que estaba como a 200 metros:
algunos oficiales de éste que lo vieron creyeron que peroraba a la
tripulación.
En esta posición fue herido por tres balas
de rifle, en el muslo izquierdo y derecho y brazo izquierdo. Fatigado y sin
fuerzas por la gran perdida de sangre, viendo el buque sin gobierno y sin
orden, según él me decía, puso el cañón de su revólver en su sien derecha y
dio dos veces movimiento al gatillo, más la nuez había caído y el gatillo
pegó en los alvéolos vacíos.
Según me decía en su lecho, ya moribundo,
este acto le dio miedo. Llamó a un marinero de la torre y mandó decir al
primer ingeniero que abriera las válvulas. Este fue su último hecho, pues ya
había caído y perdido por el momento el conocimiento.
Traído a la sala del cirujano
del Cochrane, al extraerle yo el revólver del bolsillo me dijo:
"Entiendo que Ud. ha de ser tan caballero que me dé mi revólver para darme
un balazo en caso de que mis heridas sean mortales".
No creí encontrar en un
peruano una organización tan fuerte ni tanta fuerza de voluntad; mientras
mi ayudante le hacia puntos de sutura en la herida de la cara, yo le extraía
el enorme casco de granada del pié, mediante fuertes tracciones, pues
estaba completamente incrustado. Esto lo hacia sin ningún anestésico,
porque no era posible en esos momentos, sin embargo Palacios soportaba todo
esto con la mayor serenidad.
Atendido con el mayor esmero
en la segunda cámara del buque que graciosamente le cedió el capitán Gaona,
se mostró siempre con un carácter reservado y triste y a nadie daba
tertulia.
Al llegar a Antofagasta, ver
al Huáscar que pasaba por el costado del Cochrane, (esto lo
vio desde su cama) sentir el bullicio y la canción chilena, no pudo resistir
la emoción, lloró.
En ese momento le curaba y
conocí que ese hombre sufrió como un verdadero patriota.
¡Cuán distinto era el
carácter, valor y comportamiento de los demás oficiales del Huáscar!
Después de los primeros
destrozos del Huáscar, ninguno ocupó su puesto y cada cual miraba
para su propia conservación.
Todos los aspirantes y
guardias marinas fueron guardados en el salón de los fuegos bajo la
línea de agua, de ese modo fue el por que ninguno de ellos salió herido.
Al encontrarse el teniente
Simpson del Cochrane con Garezon en la cubierta del Huáscar,
dijo éste a aquél: "Retírese Ud. que el buque va a volar, se ha mandado
incendiar la santa barbara". "Volaremos todos y se retirarán mis botes"
contestó Simpson.
Farsa peruana: ni había habido tal orden, y
si tal orden se da no se ejecuta.
El doctor Távara, capitán de
fragata, fue llevado a nuestra sala herido en la rodilla izquierda con bala
de rifle. Está herida estaba muy lejos de afectar la vida, sin embargo, al
tender a Távara sobre la mesa para curarlo me dijo: "Muero tranquilo tengo
dos hijitos, pero tienen recursos para vivir; véalos Ud.". Al mismo tiempo
sacaba de su levita un cierro conteniendo tres retratos en los que vi una
niña joven y bonita y dos pequeños párvulos muy simpáticos: eran su esposa e
hijos.
Muy sencillo me fue hacerle la
primera curación y colocarle perfectamente en el camarote del contador
Emilio Lorca, quien se sacrificó bastante por la comodidad del doctor.
El doctor Távara era de un
carácter alegre y chistoso, y sino era franco y comunicativo a lo menos
aparentaba serlo.
Desde el segundo día se
manifestó tranquilo y jovial y luego se dejaron ver sus peruanadas
explicando el abordaje de Prat y Serrano por efecto del choque del
Huáscar sobre la Esmeralda.
Explicaba por una ley física
el más grande de los hechos que recuerda la historia universal, abusando de
nuestra benevolencia y de su posición de prisionero y enfermo.
Esto lo decía después de
conocer nuestra mansedumbre para con el vencido, más no el primer día en el
momento que lo preparaba para curarlo, pues oyéndome nombrar, me preguntó si
era hermano del teniente que había abordado el Huáscar en Iquique.
Oyendo mi afirmativa me dijo: "Yo atendí a su hermano, le extraje una bala
la que guardó Grau porque lo admiraba mucho".
Por este solo hecho, aunque
sabía el maltrato que había recibido Ignacio mi hermano en el Huáscar,
lo atendí con el mayor cuidado y delicadeza hasta el extremo de
proporcionarle mi propia ropa.
El teniente Cáceres que
acompañó a Palacios el primer día en el Cochrane, se
mostró también alegre desde el primer momento, como satisfecho de lo que
sabían hecho.
Cuando hablaba con Palacios se
dejaba ver el descontento de éste para con Carvajal, Garezon y demás
oficiales: y cuando hablaba con Canseco o Távara eran mudos para todos los
oficiales del Huáscar y solo ensalzaban a Palacios.
No he tratado de hacer la
apología del teniente Enrique Palacios, pero si estas líneas tienen por
objeto dejar constancia ante Ud. que las ha de trasmitir a la posteridad
el valor de las acciones de un joven que los peruanos no han sabido apreciar
confundiendo las acciones de aquel con la pusilanimidad de los demás
oficiales del Huáscar.
Le he dicho algo también sobre
el trato que recibieron los oficiales peruanos en el Cochrane para
que Ud. haga notar el contraste entre aquel hecho y la ingratitud de esos
oficiales, como asimismo el contraste de ese trato con la perfidia del
gobierno peruano para con nuestros prisioneros.
Le saluda su amigo y servidor.
Rodolfo Serrano.
*Campaña de Tarapacá,
Benjamín Vicuña Mackenna Tomo II
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