La Guerra del Pacífico: Los Héroes Olvidados, Los que Nunca Volverán 

 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo González

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Cuando a tu paso tropieces con una lápida, aparta la vista para que no leas: AQUÍ YACE UN VETERANO DEL 79. Murió de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2º Meyerholz, Veterano del 79

 

 

     Condecoraciones

 

 

 

 

 

 

Relato del ingeniero 2° del Cochrane don José Antonio Romero

 

Un dato referido por el ingeniero 2° del Cochrane, José Antonio Romero y confirmado confirmado por sus compañeros y subalternos que presenciaron el hecho.
 

Al tomar posesión del Huáscar con los captores del Cochrane, el ingeniero antes citado, notó que el buque se hundía, inmediatamente de hacerse cargo de su puesto trató de encontrar la causa, que hacía irse llenando de agua al buque y se encuentra con que al ser tomado, los peruanos abrieron las válvulas de seguridad para que el Huáscar se fuera a pique.

El ingeniero de Huáscar, que era un inglés, al ser interrogado por el ingeniero Romero sobre las llaves de la válvulas se negó a entregarlas, lo que hizo inmediatamente después de ser amenazado por el ingeniero Romero, quien revolver en mano le intimó hacer la entrega o en caso contrario ahí mismo lo mataba. Después de obtener las llaves, sin confiarse de sus subalternos, el mismo trabajó con el agua a la cintura, por largas horas sin tomar un escanso, hasta ver completamente fuera de peligro al buque.
 

*Testimonios y Recuerdos de la Guerra del Pacífico de Oscar Pinochet de la Barra de Editorial del Pacífico.

 

 

 

Relato del ciudadano boliviano José Vicente Ochoa sobre  las noticias que llegaron a Arica

Parece que la pérdida del Huáscar es una horrible y desesperante realidad. La Unión había llegado ayer a Arica y da la noticia de haber dejado al Huáscar a la altura de Mejillones de Bolivia, completamente cercado por las dos divisiones de la Escuadra enemiga y empeñado en un combate desigual y desesperado.

Además anuncia haber sido perseguida hasta cerca de Iquique por dos buques enemigos y que ha sido la razón porque no ha podido presenciar el combate, al principio del cual vio que el monitor peruano remplazaba la insignia del Contralmirante por la del Comandante, lo que indicaba claramente que Grau había muerto a los primeros tiros del Combate tan desigual de 1 contra 10.

Ante semejante desgracia no tenemos más consuelo que la desesperación que destroza nuestro espíritu.

Que el Huáscar se ha perdido es un hecho: Lo que hay que averiguar es si ha sucumbido en la titánica lucha que ha sostenido o ha sido tomado por el enemigo, lo que es muy probable y vendría a colmar nuestro infortunio.

De ambas desgracias, la primera es preferible, porque no podemos medir lo que nos pasaría si viéramos a nuestro heroico Huáscar algún día con la bandera chilena.

No hay aún cómo saber si la pérdida ocasionada por la fuerza del destino o por error de los directores de la guerra de persistir en esta última campaña, sin tomar todas las precauciones del caso. Algo se murmura sobre ello: que Grau no quiso emprender este viaje antes de hacer algunas reparaciones y que tuvo que obedecer a las insistentes órdenes del Director Prado. La historia vendrá con el tiempo a hacer luz en este asunto y a dar su fallo inexorable.

Entre tanto, en medio de la calamidad que nos atormenta, que Dios nos de la suficiente fe y energía para que no se nos abatan las armas de nuestro ejército.

 

*Testimonios y Recuerdos de la Guerra del Pacífico de Oscar Pinochet de la Barra de Editorial del Pacífico.

 

 

 

CARTA DEL SEGUNDO CIRUJANO DEL "COCHRANE" DON RAMÓN SERRANO

 

Santiago, marzo 19 de 1880.

 

Señor Benjamin Vicuña Mackenna.

Presente.

 

Distinguido señor:

 

Paso a cumplir el encargo que me hizo sobre los detalles de la muerte del teniente Palacios del Huáscar peruano; como así también lo sucedido entre el doctor Távara y el que suscribe.

Como actor del memorable hecho del 8 de octubre, puedo garantizar a Ud. que todos los datos que ésta contiene han sido vistos por mí u oídos en el momento mismo del combate sin comentarios ni tiempo para que se metamorfoseasen. Como es público y efectivo, Grau murió al principio del combate a la tercera bala del Cochrane que pegó en el Huáscar; bala que penetró en la torre del comandante no dejando de Grau más que un pedazo de pierna, sus dientes, que  los usaba  postizos,  que se encontraron en las ventanillas de la torre, y un pañuelo lacré de seda que usaba el día del combate.

El cuerpo de Grau se infiere ha sido arrojado a la cubierta y de ahí con el balance al mar.

Un antiguo  guardián del Cochrane, apellidado Brito, fue el primero que dio con aquellos restos, que por declaraciones de Gareson y Távara se supo que eran de Grau.

Mucho se alteró el comandante del Huáscar cuando el 8 de octubre a las cuatro de la mañana se le avisó que tres humos estaban a la vista; más cuando reconoció al Blanco, Covadonga y Matías se tranquilizó tanto que se recogió a su cámara después de dar toda fuerza al buque.

Cuando de nuevo el tope anuncia tres humos al norte y Gran reconoce al Cochrane se conmovió profundamente, se paseó largo  rato taciturno por la cubierta y dijo a Távara, su amigo íntimo: "es Latorre".

Desde ese momento un silencio sepulcral reinó en el Huáscar.

Al llegar frente a Mejillones, Grau sin haber  dirigido una palabra de aliento a su gente, se mete a su torre desde donde da la orden de zafarrancho.

Ese toque, generalmente alegre, fue para Grau los funerales de su muerte.

Le sucedieron en el mando Aguirre, Ferré y Rodríguez que  no tuvieron tiempo de dar ni una orden, pues no duraron  treinta minutos vivos.

Cupo al teniente segundo Enrique Palacios la  gloria  de  gobernar el buque en todas sus partes hasta el momento de quedar fuera de combate, momento también en que el buque se  rindió.

Puedo asegurar a Ud. que los oficiales peruanos del Huáscar se portaron cobardes y muy cobardes, que el único que se  portó bravo fue Palacios, que fue el alma del buque después de muertos sus tres primeros jefes, es decir, casi durante todo el combate.

Encargado de tomar las distancias, su puesto era la torre de baterías, desde ahí gobernaba el buque, dando  ejemplo a los demás por su serenidad.

Una bala de a 300 penetra y revienta en la dicha torre: Palacios es herido con una herida  profunda de 11 centímetros de longitud.  Es llevado a la sala de cirugía a donde mal y ligero le lavan y amarran la cara. Con esta herida hubo una fuerte hemorragia que casi quedó privado del conocimiento.  Sin embargo, vuelve a la torre, a su puesto, sigue dando órdenes y tomando distancias.

Otra bala penetra en la torre, revienta a sus pies, en cuya planta, de uno es herido con un casco de granada de libra y media de peso; al mismo tiempo es herido en el hombro izquierdo y derecho y carpo derecho: el fogonazo quema su barba y manos.  Desesperado, sube por las troneras a la cubierta de la torre, desde ahí descarga su revólver al Cochrane que estaba  como a 200 metros: algunos oficiales de éste que lo vieron creyeron que peroraba a la tripulación.

En esta posición fue herido por  tres balas de rifle, en el muslo izquierdo y derecho y brazo izquierdo.  Fatigado y sin fuerzas por la gran perdida de sangre, viendo el buque sin gobierno y sin orden, según él me decía, puso el cañón de su revólver en su sien derecha y dio dos veces movimiento al gatillo, más la nuez había caído y el gatillo pegó en los alvéolos vacíos.

Según  me decía en su lecho, ya moribundo, este acto le dio miedo.  Llamó a un marinero de la torre y mandó decir al primer ingeniero que abriera las válvulas. Este fue su último hecho, pues ya había caído y perdido por el momento el  conocimiento.

Traído a la sala del cirujano del Cochrane, al extraerle yo el revólver del bolsillo me dijo: "Entiendo que  Ud. ha de ser tan caballero que me dé mi revólver para darme un balazo en caso de que mis heridas sean mortales".

No creí encontrar en un peruano una organización  tan fuerte ni tanta fuerza de voluntad; mientras mi ayudante le hacia puntos de sutura en la herida de la cara, yo le extraía el enorme casco de granada del  pié, mediante fuertes  tracciones, pues estaba completamente incrustado. Esto  lo  hacia  sin ningún anestésico, porque no era posible en esos momentos, sin embargo Palacios soportaba todo esto con la mayor serenidad.

Atendido con el mayor esmero en la segunda cámara del buque que graciosamente le cedió el capitán Gaona, se mostró siempre  con un carácter reservado y triste y a nadie daba tertulia.

Al llegar a Antofagasta, ver al Huáscar que pasaba por el costado del Cochrane, (esto lo vio desde su cama) sentir el bullicio y la canción chilena, no pudo resistir la emoción, lloró.

En ese momento le curaba y conocí que ese hombre sufrió como un verdadero patriota.

¡Cuán distinto era el carácter, valor y comportamiento de los demás oficiales del Huáscar!

Después de los primeros destrozos del Huáscar, ninguno ocupó su puesto y cada cual miraba para su propia conservación.

Todos los aspirantes y guardias marinas fueron guardados en el salón de los fuegos bajo la línea de agua, de ese modo fue el por que ninguno de ellos salió herido.

Al encontrarse el teniente Simpson del Cochrane con Garezon en la cubierta del Huáscar, dijo éste a aquél: "Retírese Ud. que el buque va a volar, se ha mandado incendiar la santa barbara". "Volaremos todos y se retirarán mis botes" contestó Simpson.

Farsa peruana: ni había habido tal orden, y si tal orden se da no se ejecuta.

El doctor Távara, capitán de fragata, fue llevado a nuestra sala herido en la rodilla izquierda con bala de rifle.  Está herida estaba muy lejos de afectar la vida, sin embargo, al tender a Távara sobre la mesa para curarlo me dijo: "Muero tranquilo tengo dos hijitos, pero tienen recursos para vivir; véalos Ud.". Al mismo tiempo sacaba de su levita un cierro conteniendo tres retratos en los que vi una niña joven y bonita y dos pequeños párvulos muy simpáticos: eran su esposa e hijos.

Muy sencillo me fue hacerle la primera curación y colocarle perfectamente en el camarote del contador Emilio Lorca, quien se sacrificó bastante por la comodidad del doctor.

El doctor Távara era de un carácter alegre y chistoso, y sino era franco y comunicativo a lo menos aparentaba serlo.

Desde el segundo día se manifestó tranquilo y jovial y luego se dejaron ver sus peruanadas explicando el abordaje de Prat y Serrano por efecto del choque del Huáscar sobre la Esmeralda.

Explicaba por una ley física el más grande de los hechos que recuerda la historia universal, abusando de nuestra benevolencia y de su posición de prisionero y enfermo.

Esto lo decía después de conocer nuestra mansedumbre para con el vencido, más no el primer día en el momento que lo preparaba para curarlo, pues oyéndome nombrar, me preguntó si era hermano del teniente que había abordado el Huáscar en Iquique.  Oyendo mi afirmativa me dijo: "Yo atendí a su hermano, le extraje una bala la que guardó Grau porque lo admiraba mucho".

Por este solo hecho, aunque sabía el maltrato que había recibido Ignacio mi hermano en el Huáscar, lo atendí con el mayor cuidado y delicadeza hasta el extremo de proporcionarle mi propia ropa.

El teniente Cáceres que acompañó a Palacios el primer día en el              Cochrane, se mostró también alegre desde el primer momento, como satisfecho de lo que sabían hecho.

Cuando hablaba con Palacios se dejaba ver el descontento de éste para con Carvajal, Garezon y demás oficiales: y cuando hablaba con Canseco o Távara eran mudos para todos los oficiales del Huáscar y solo ensalzaban a Palacios.

No he tratado de hacer la apología del teniente Enrique Palacios, pero si estas líneas tienen por objeto dejar constancia ante Ud.  que las ha de trasmitir a  la posteridad el valor de las acciones de un joven que los peruanos no han sabido apreciar confundiendo las acciones de aquel con la pusilanimidad de los demás oficiales del Huáscar.

Le he dicho algo también sobre el trato que recibieron los oficiales peruanos en el Cochrane para que Ud. haga notar el contraste entre aquel hecho y la ingratitud de esos oficiales, como asimismo el contraste de ese trato con la perfidia del gobierno peruano para con nuestros prisioneros.

Le saluda su amigo y servidor.

 

Rodolfo Serrano.

 

*Campaña de Tarapacá, Benjamín Vicuña Mackenna Tomo II

 

 
 
 
 
 

 

 

 

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Viña Corral Victoria ;  Una Viña Patriota

 

 

 

 

 

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