
Relato del Cirujano de la Esmeralda Dr.
Cornelio Guzmán

Una hora
antes del combate toda la tripulación estaba en sus puestos y lista para
romper el fuego. No se trataba de considerar la desigualdad de la contienda
y la posibilidad del triunfo; se pensaba solamente en que los azares de la
guerra colocaba a un grupo de chilenos en la situación mas brillante y
difícil que es posible imaginar: dos blindados poderosos y veloces al frente
de dos pequeños barcos de madera que enarbolaban la bandera tricolor. Primer
torneo en que la desigualdad de las armas solo se podría equilibrar con el
temple de los corazones. Toda la tradición gloriosa de la Marina chilena
debía dar en esta ocasión sus frutos.
La sección
de sanidad estaba instalada en la cámara de Guardias Marinas y la formaba el
siguiente personal: el contador señor Oscar Goñi, el ayudante de cirujano
señor German Segura, el despensero, el maestro de víveres, el practicante y
boticario Castilla y cuatro enfermeros. A estos se agrego el ingeniero civil
don Juan Agustín Cabrera, que en comisión del Gobierno se encontraba a bordo
en calidad de pasajero, mientras pudiera regresar al sur. Este caballero
pregunto al comandante Prat en que podría servir, quien le contesto: "Vaya
Ud. a agregarse a la ambulancia". El señor Cabrera, que mas tarde fue mi muy
apreciado amigo, encontró que carecía de condiciones para servir a los
heridos, y por otra parte, el sitio en que estábamos nos obligaba a
permanecer en la mas completa ignorancia de todo lo que pasaba en cubierta.
Solicito entonces permiso para ir a hablar con el comandante. Esta vez se le
ordeno que tomara un rifle. Mas tarde el contador fue llamado para atender a
la destrucción de la correspondencia y de toda la documentación. De este
modo mi personal quedo reducido en dos valores menos.
Se siente un
cañonazo a distancia. En nuestro barco hay silencio sepulcral. El comandante
Prat en el puente de mando, alza su voz para hablar a la tripulación, que
estaba al pie de sus cañones. Yo desde mi puesto divisaba al comandante, que
pálido y vestido de media parada, pronuncio con voz firme y clara su
inolvidable arenga. Al escuchar a este hombre, todo mi cuerpo se conmovió, y
me pareció oír una sentencia de gloria y muerte. Inmediatamente, el corneta
dio la orden de romper el fuego, primero a estribor y después a babor. Ya
este cañoneo terrible no ira disminuyendo sino hasta que los cañones se
vayan inutilizando por su propio uso y también por los destrozos que el
enemigo cause al buque.
Los primeros
heridos que nos llegan lo han sido por metrallas lanzadas por el enemigo
desde tierra. Todos son gravísimos, pues los cascos de granada les han
penetrado en el cráneo, en el tórax, o en los miembros. Mas tarde van
llegando los heridos por los cañones de a 300 del Huáscar. En este caso las
mutilaciones son enormes y no hay vendaje posible; y hay tantos que no
tenemos camas suficientes.
Las horas
van avanzando, y ya nos llegan heridos a rifle, pues la distancia que separa
las naves ha disminuido, y los destrozos son cada vez mas considerables. En
medio de mi confusión sobreviene un accidente. Una granada de los grandes
cañones del Huáscar ha penetrado en la cámara de oficiales y producido un
incendio cuyo humo invade mi recinto y nos envuelve en una atmósfera
irrespirable, molesta y penosa para los heridos. Afortunadamente la brigada
de incendio trabajo con tanto orden y eficacia que muy pronto el foco de
fuego fue extinguido. Luego se produce el primer ataque al espolón,
conmoviendo nuestras naves y haciéndola crujir hasta los últimos remaches.
Yo, que era novicio a bordo, no supe explicarme que cataclismo se había
producido.
Un rumor
corre por el entrepuente, rumor que se confirma: "El comandante Prat ha
muerto"..."El teniente Uribe ocupa su puesto."
Este primer
espolonazo ha sido dado en la vecindad del puente de mando, el espolón,
penetrando en el costado del buque, ha quedado incrustado por algunos
momentos, y en esta situación inesperada, Prat, llevado por esa fuerza
irresistible que enciende el alma de los héroes grita. "¡ Al abordaje !", y
salta el primero sobre la cubierta del enemigo, llevando en alta su espada
de combate.
Mas, su voz
es apagada por un estruendo de los cañones y no pudo ser oído en la
confusión del combate. Solo el sargento Aldea y otro marinero(*), cuyo
nombre ha quedado ignorado, acompañan a comandante a pisar la cubierta del
Huáscar.
El cañoneo y
el fuego de rifles no se interrumpe. En cubierta hay muchos heridos graves
que no es posible transportar por falta de gente. Oigo decir que en cubierta
se están organizando dos brigadas de abordaje; una, la de proa, al mando del
teniente Serrano, la de popa al mando del teniente Sánchez. El oficial de
entrepuente, Fernández Vial, me da a entender que el buque se ira
pronto a pique, y que este listo.
En este
momento el personal de las maquinas principia a abandonar sus puestos,
porque el buque se esta inundando. El primer ingeniero ha muerto en cubierta
al ir a comunicar al comandante el estado de su sección. El segundo
ingeniero, señor Manterola, se me acerca y después de haberme mirado
fijamente, me dice: "Doctorcito, yo quiero mucho a los médicos, una hermana
mía es casada con el doctor Zorrilla, no se separe de mi porque el buque se
va a hundir y yo soy un gran nadador".
Se produjo
el segundo espolonazo, pareciéndome que el buque se habría y se despedazaba.
Subí a cubierta y vi que el centinela que defendía la escotilla estaba
muerto; mire al Huáscar, que estaría a unos 50 metros de distancia, y vi un
grupo de marineros chilenos en el castillo de proa con sus armas en las
manos; vi al teniente Serrano cuando con su espada levantada avanzaba hacia
la torre enemiga.
Casi
inmediatamente después de abandonar la cámara de Guardias Marinas estallo
una granada, matando a todos los heridos, personal de ingenieros, mecánicos
y fogoneros que habían llegado a la ambulancia. A mi generoso protector
señor Manterola no lo vi mas. El único que sobrevivió de los que estaban
conmigo fue mi ayudante Segura.
Avanzando
sobre cubierta trate de orientarme, pues los cañones desmontados, los
mamparos destruidos, la arboladura despedazada, la gran cadáveres
horriblemente mutilados, la sangre mezclada al agua de las tinas de combate,
que corría y se movía en cada vaivén del buque, todo aquel horrible cuadro
que presentaba el aspecto de un matadero, hacia difícil la marcha. Por fin
llegue al castillo de popa. Ahí estaba el comandante Uribe, que con revolver
hacia fuego a una persona que se asomaba detrás de la torre del Huáscar,
único ser viviente que se divisaba en el blindado peruano.
Toda la
"Guardia de la bandera" ha muerto. El guardia marina Vicente Zegers, esta al
pie de la bandera de combate, sólo y como un defensor heroico de nuestro
pabellón. Aun dispara nuestra nave uno que otro cañonazo. El Huáscar se ha
alejado un poco, pero continua haciendo fuego con sus grandes cañones. De
repente observamos que el enemigo se dirige a toda fuerza de maquina hacia
nosotros, como un toro furioso que embiste y al llegar dispara
simultáneamente los cañones de su torre produciendo un formidable y ultimo
choque. Me pareció que mi buque partía por mitad, y una ola inmensa nos
cubrió y sumergió. No puedo decir hasta que profundidad hemos llegado. Yo,
que soy gran nadador, nade con el intento de llegar a la superficie y de
salir de la oscuridad en que me encontraba; luego vi una luz y una claridad.
Miro a mi alrededor y veo que varias cabezas emergían casi al mismo tiempo,
y también aparecían flotando una gran cantidad de tablones rotos, coyes y
tinas de combate; sirviéndonos todo esto de ayuda para no sumergirnos
nuevamente. Los sobrevivientes formábamos un circulo que permitía vernos las
caras y reconocernos. Nos contamos, somos 37; en la mañana éramos 210.
El Huáscar
queda como a 100 metros de distancia, y la ciudad de Iquique, bastante
lejos. En esta critica situación permanecimos largo rato, tal vez media
hora. Sin embargo, nunca dudamos que el buque enemigo nos socorriera.
Efectivamente, se nos explico después que la tardanza en socorrernos fue
debida a la compostura de los botes, destrozados por nuestros proyectiles.
Conducidos
al Huáscar, y mientras desfilábamos los oficiales a la cámara del comandante
Grau, vimos tendido sobre cubierta el cadáver de Prat. El guardia marina
Zegers, que va junto a mi, le descubre el rostro, cubierto con un faldón de
su levita, y yo pude ver una profunda herida por arma de fuego en la parte
mas alta de su hermosa frente.
Una vez encerrados en la camada
del comandante, se nos proveyó de un saco y de un pantalón de marinero, pues
estábamos casi desnudos. Se nos dijo que el comandante Grau vendría a
vernos. Efectivamente, a poco rato llega un marino de cierta corpulencia, no
muy grande, ancho de espalda, de rostro tostado por la vida de mar, patillas
a la española donde aparecen algunas canas. Ciñe espada, pero su aspecto es
el de capitán de un buque mercante. Nos saluda con ademán cordial, nos
felicita por nuestra conducta, y recordó que a alguno de nosotros había
conocido en otra época en el Callao. Notando que estábamos sin zapatos,
ordeno se nos proveyera.
Hemos quedado solos; el Huáscar
se pone en marcha a toda fuerza con rumbo al sur. En estos instantes nos
llamaron la atención unos quejidos y lamentos. Alguno de los nuestros creyó
reconocer en ellos la voz de Serrano.
Como continuaran los quejidos,
nuestro jefe, el teniente Uribe, se apresuro a solicitar la audiencia de
algún oficial a fin de disipar nuestras sospechas y temores. Vino uno de
ellos y dijo que efectivamente había un oficial chileno gravemente herido; y
después de algunas consultas con sus superiores se accedió a lo
solicitado, es decir, que el medico chileno fuera a atender a su
compatriota.
Acompañado de mi ayudante
Segura, fuimos conducidos a la cámara de oficiales, donde se me hizo
esperar. Luego llego un oficial y me pregunto si yo era medico; y como viera
que yo tenia el traje de marinero, penetro a su camarote y volvió con un
vetón de brin blanco con insignias de oficial, de su uso personal. Me dice
que mientras el vuelva vea a los heridos que hay en la cámara.
Tendido en la mesa de oficiales
y cubierto con una sabana, esta el cadáver del teniente Velarde, oficial de
señales del Huáscar, herido mortalmente por una bala que le rompió la
arteria femoral en la región del triangulo de Escarpa. En los camarotes de
los oficiales, encontré dos marineros negros, heridos, al parecer
gravemente, y que ya estaban vendados.
Mientras tanto el tiempo pasaba
y yo no podía ver a Serrano. Me dirigí inútilmente a los centinelas de los
pasillos, mas estos nada sabían y les estaba prohibido hablar. después de
una larga media hora de espera, un marinero nos conduce nuevamente al
recinto donde están nuestros compañeros, a quienes referí todo lo ocurrido.
Para nosotros fue inexplicable
esta cruel conducta, esta negativa injustificada a proporcionar un consuelo
a un herido, que aunque fuera enemigo, ya tal vez seria un moribundo.
Pasando los años, ha corrido la
voz, de origen peruano, que Serrano, mortalmente herido, concentro sus
ultimas fuerzas y prendió fuego al camarote que lo encerraba. Esta seria
entonces la única explicación para negarle la atención medica que al
principio, sin dificultad, se había concedido.
Durante este tiempo, el
Huáscar, que marchaba a toda fuerza de maquina con rumbo al sur, se detuvo
algún rato. Esta detención correspondía a los momentos en que los buques
enemigos se comunicaban en el sitio en que el blindado Independencia había
encontrado su tumba: Punta Gruesa.
La pericia y resistencia
desesperada con que el comandante Condell sostuvo ese desigual combate, le
dio el hermoso triunfo, y corono con todo éxito la jornada del 21 de Mayo.
El Huáscar continuo su ruta al
sur, persiguiendo con tenacidad y furia a la Covadonga, que victoriosa de la
Independencia buscaba las aguas de Chile. La persecución parece abandonada,
pues el Huáscar toma rumbo al norte. Nosotros no sabemos donde estamos e
ignoramos lo ocurrido en Punta Gruesa.
El barco se detiene; Grau llega
nuevamente a nuestro recinto no tan cordial como antes: la imagen de la
Independencia varada lo tiene anonadado.
Nos dice que se ve obligado a
dejarnos en Iquique, donde no estaremos muy bien, pues tiene que
expedicionar al sur. "Alístense para bajar a los botes". Nosotros estamos
listos ya que no poseemos mas que nuestros cuerpos.
Estando en los botes, el
teniente Uribe mira a su alrededor en la bahía, y no divisando a la
Independencia, pregunta por ella. Un oficial dice: "Luego llegara"
En el trayecto hacia el muelle
de Iquique anocheció; desembarcamos en medio de un gran gentío que ocupaba
todo el largo del muelle. Como los prisioneros llevábamos uniformes de
marineros peruanos, el publico no se dio cuenta de lo que ocurría. Sin
embargo, casi al termino de nuestro trayecto hay un altercado, un tumulto:
creyéndolo chileno, han atacado de hecho al oficial peruano que nos
acompañaba; creo que fue el teniente Díaz Canseco, quien murió mas tarde en
la toma del Huáscar. Nosotros instintivamente nos agrupamos y apuramos el
paso hasta llegar al edificio de la aduana, donde estaba el Estado Mayor.
Desde ahí hemos oído grandes voces y gritos de la muchedumbre, que solo en
ese instante se imponía que chilenos prisioneros pisaban suelo peruano. Los
gritos de "¡Mueran los chilenos!" resonaban varias veces.
Se nos ha conducido a un grande
y elegante salón; llegan algunos jefes, nos saludan y se retiran.. Estando
yo en un extremo del salón, se me acerca un caballero que tiene aspecto de
extranjero, me conversa con nerviosidad de las impresiones del día, me dice
que toda la ciudad ha presenciado el combate y que el no puede todavía
borrar de su vista el espectáculo de la destrucción a cañonazos de un barco
que poco a poco lo ven desmantelarse, perforarse sus costados y desaparecer
por ultimo de la superficie del mar. "Nosotros hemos creído, nos dice, que
nadie ha podido salvar de semejante catástrofe, y por esta razón no hemos
enviado embarcaciones a socorrerlos". Observando que yo no tenia camisa se
despidió y al poco rato volvió entregándome un pequeño paquete: era una
camisa.
Muy avanzada la noche fuimos
conducidos entre dos filas de soldados, a un galpón de zinc que servia de
cuartel a la compañía de bomberos "Austriaca2. Estamos incomunicados y
rodeados de guardias. Nuestras camas son simples jergones; nos acostamos
vestidos.
La jornada ha terminado, solo
los oficiales estamos juntos; la marinería prisionera no la volveremos a ver
mas.
Ahora vamos a experimentar las
amarguras y tristezas de los prisioneros de guerra. La patria la divisamos
muy lejos, y nadie podrá saber el fin de nuestra prisión.
La suerte de la Covadonga la
creíamos igual a la nuestra, y como no había prisioneros, supusimos muertos
a todos sus tripulantes.
El día 22 de mayo continuaron
las visitas y saludos de los jefes del ejercito; entre estos llega uno de
los jefes del batallón peruano Zepita, que dice: "Yo saludo a ustedes, que
han sabido defender a su patria, mientras tanto ese infame More nos pierde
la Independencia". Con semejante noticia quedamos trastornados. Muy pronto
sabemos mas detalles: la Independencia varada y la Covadonga, aunque
averiada, sigue viaje al sur.
Comprendemos inmediatamente el
valor y la importancia de nuestro inmortal 21 de Mayo: la mitad de la
Escuadra peruana esta destruida. Desde este momento quedamos felices y
tranquilos; nada nos importaba la buena o mala suerte que nos depare el
destino.
Sabemos que el sargento Aldea,
que había recibido 12 balazos y a quien se le había amputado un brazo en el
hospital de la ciudad, había muerto al amanecer del día 22; que el teniente
Serrano había muerto el mismo día 21 de Mayo a las 3 de la tarde a
consecuencia de una herida en el abdomen. Los cadáveres de Prat, de Aldea y
de Serrano, fueron recogidos por el presidente de la Sociedad de
Beneficencia Española, el señor Eduardo Llanos, quien les dio humilde
sepultura en el cementerio de la ciudad.
El día 23 de mayo al amanecer,
unos discretos y misteriosos golpecitos en el zinc de uno de los costados de
nuestra prisión, nos llama la atención. Por un pequeño espacio abierto se
nos introdujo, con mucho sigilo, unos cuantos panes y un tarro de leche
condensada. Mas tarde supimos que la mano generosa que nos llevaba este
primer alimento, ya que nada habíamos comido, era una señora chilena.
después de medio día llego a
visitarnos el coronel Velarde, jefe del Estado Mayor. En la conversación
pudo imponerse que nosotros no recibimos alimentos desde nuestra llegada.
Inmediatamente salio, y pocos instantes después se nos servia comida
preparada en el Club Social de la ciudad.
A fines del mes de Mayo, el
general Prado, Presidente del Perú, que visitaba sus tropas, vino a vernos.
Penetro a caballo en nuestro galpón, diciendo que por tener reumatismo en un
pie no podía desmontarse. Reconoció al Guardia marina Wilson, a quien había
conocido en Chile. Talvez como resultado de esta visita, fuimos trasladados
algunos días después a una pieza del mismo edificio a donde llegamos la
noche del 21.
En los primeros días de junio,
el Cónsul ingles en Iquique nos entrego dinero que nuestro Gobierno nos
enviaba. Con alguna dificultad principiamos a comprarnos ropa.
Siempre estamos incomunicados y
encerrados en una sola pieza. El teniente Uribe ha conseguido algunas
novelas inglesas que nos lee en altavoz y con tanta facilidad como si
estuviera en castellano. Este es nuestro único pasatiempo.
En el transcurso de este mes
hemos recibido correspondencia de Chile. Los primeros periódicos chilenos
que pudimos leer fueron remitidos ocultamente por el almacén español "La
Joven América". Era tanta la emoción que nos dominaba, que nadie pudo
leerlos en voz alta, pues los sollozos apagaban las palabras.
Hemos recibido la primera
visita del Jefe del Ejercito peruano, señor General Buendía. Hombre culto y
agradable que trataba de ayudarnos en lo que podía. Nos refirió que en la
campaña del año 38 había servido como capitán del regimiento chileno
"Carampangue", a las ordenes del general Bulnes. Entre otras atenciones,
recuerdo que nos mandaba por las noches agua resacada de su uso personal,
pues la que nosotros bebíamos y la que bebía todo el pueblo, era salobre: La
Escuadra chilena, que bloqueaba el puerto, impedía funcionar la resacadora.
también nos visitaba el coronel Velarde, jefe del Estado Mayor. Este
distinguido jefe, viendo una noche que no teníamos ropa de cama, nos mando
frazadas, compradas con su peculio particular.
Entre penalidades y tristezas
se va pasando el tiempo. A fines de este mes de Junio se recibió una carta y
una orden del presidente Prado para que el guardia marina Wilson fuera
trasladado a Arequipa. El joven oficial rehusó la generosa oferta declarando
que quería compartir la suerte de sus compañeros y no separarse de ellos.
En la noche del 10 de Julio se
sintió un fuerte cañoneo en la bahía, y algunos disparos cayeron en la
población. Como a las dos de la mañana llego a nuestra pieza el general
Buendía, un tanto agitado. Nos dice que con motivo del cañoneo el pueblo se
ha amotinado y pedido nuestras cabezas. Ha sido necesario reforzar la
guardia. Nos dice: "La situación de ustedes no es segura, he telegrafiado al
presidente Prado para que los aleje de esta plaza. No estoy tranquilo
pensando que bajo mi mando fuera a atacarse a los prisioneros de guerra.
también les declaro que la canalla que me rodea me impide ser generoso con
ustedes. Me llaman el general chileno, porque vengo a visitarlos.
A fines del mes en curso
supimos la llegada del Presidente de Bolivia a Iquique. habíamos oído toques
de diana y marchas militares que resonaban en el campamento peruano. Era el
general Daza que revistaba las tropas, compuestas, según decían de 15.000
hombres.
Se nos anuncio que el general
vendría a visitarnos, y muy pronto vimos llegar a un militar de aspecto
ordinario, cubierto de bordados, de pantalón blanco y botas, grande de
cuerpo, colorin, pecoso y rostro manchado, al parecer, por la viruela.
Venia acompañado de numeroso
sequito, entre los cuales se encontraba un joven oficial que había sido
compañero de Wilson en un colegio en Valparaíso. Daza nos saludo, nos miro
con atención y nos pregunto si estábamos bien de salud y como se nos
trataba; agregando: "Si ustedes hubieran estado en Bolivia, yo los habría
tratado muy bien". Al retirarse el general con todo su Estado Mayor, el
oficial amigo de Wilson quedo el ultimo, y volviéndose hacia nosotros, dijo
sonriendo: "No le crean al general, si el los pilla los habría
guillotinado".
Habiendo suspendido el bloqueo
del puerto la Escuadra chilena, se noto gran movimiento en la ciudad; y una
noche fuimos despertados de improviso, recibiendo orden de levantarnos y
salir de nuestra pieza. Como dormíamos medio vestidos no tardamos en estar
listos y ponernos en marcha entre dos filas de soldados, que nos condujeron
al muelle y de ahí al transporte de guerra peruano Chalaco. Fuimos recibido
con toda amabilidad por el comandante Reygada, quien nos condujo al elegante
salón del vapor y nos dijo: "Aquí estamos entre camaradas, están ustedes en
su casa". después de tres meses era la primera noche que dormíamos entre
sabanas.
Y comenzó para nosotros una
larga peregrinación. Pasando por el Callao y Lima, transmontamos la
cordillera con un frío glacial y a 5000 metros de altura y llegamos a Tarma,
en plena sierra, pequeña ciudad destinada a servirnos de prisión. Ahí
encontramos al señor coronel don Manuel Bulnes con todos sus oficiales del
Regimiento Carabineros de Yungay, prisioneros del Rimac.
A mediados de diciembre se nos
da la gran noticia de que ha terminado nuestro largo y triste cautiverio,
que hemos sido canjeados por prisioneros del Huáscar, y un tren directo nos
conduce al Callao donde nos embarcamos en el vapor Bolívar, que nos condujo
a Chile.

Relato del Subteniente Antonio Hurtado

Iquique,
mayo 23 de 1879
Señor don Miguel Hurtado.
Querido papá:
El 21 del presente, a la 8.40 A. M., fuimos sorprendidos por el Huáscar i la
Independencia. El Huáscar se batió con nosotros i la Independencia con la
Covadonga, que eran los únicos dos buques que sostenían el bloqueo; el
combate duró hasta la 1.45 P. M. durante las cuatro horas i minutos de
combate se dispararon todos los proyectiles que se pudieron, que fueron más
de 200; la Esmeralda fue echada a pique después del tercer espolonazo que
recibió del Huáscar, quedando a flote un gran número de cadáveres. Los que
salvamos, que fuimos más o menos 60, hemos salvado a nado. A los veinte
minutos fuimos recogidos por los botes del Huáscar. Después que se nos dio
ropa i permanecimos algún tiempo abordo se nos llevó a tierra, donde nos
encontramos prisioneros.
He aquí una relación de los muertos:
Comandante Prat
Teniente 2° I. Serrano
Guardia-marina E. Riquelme
Ingenieros, todo el cuerpo, i como ciento i tantos de la tripulación.
Cuando tenga el gusto de darle un abrazo a usted, a mi mamá i hermanos, les
contaré mucho que por ahora no se puede.
Sin más que esto se despide su hijo.
ANTONIO D. HURTADO
P. D. - Mando un abrazo general.
Dentro de una hora nos embarcamos en el Chalaco con dirección al Norte, no
sabemos a dónde.
Su hijo
ANTONIO

Relato del Teniente Francisco 2° Sánchez

Iquique,
Junio 16 de 1879
Señor don Carlos Sánchez.
Mi querido hermano:
Por el vice-cónsul inglés tuve el grato placer de recibir tu estimable del 4
del presente.
Es inútil explicarte la emoción que en esos momentos experimenté. Es
necesario encontrarse en las circunstancias en que me hallo, prisionero de
guerra, separado de la familia, de la patria i amigos, etc. Leí i volví a
leer tu carta i la de la querida hermana Agustina, i sólo entonces comprendí
lo que realmente significaba. Conociendo el carácter de todos ustedes tan
sumamente sensible, i especialmente el de Agustina, temí que algo muy serio
sucedería en casa en los primeros momentos que llegó a ésa la noticia del
encarnizado combate que tuvo lugar en esta agua. Gracias a Dios solo
ocasionó la grave incertidumbre respecto a los que habíamos sucumbido i que
no dejó de ser seria tomando en cuenta que duró ésta cerca de ocho días,
como me lo explicas en tu carta.
Previendo esto, al día siguiente del combate pasó un vapor para el sur i
conseguimos que nos permitieran escribir a nuestras familias, i más aún,
escribimos al capitán Molina, gobernador marítimo de Antofagasta, una
relación de los que sobrevivimos para que, acto continuo, por telégrafo lo
comunicara a ésa. Si hubiera cumplido con esto, dos días después habrían
tenido conocimiento.
Sentí muchísimo no haberte remitido una relación completa del combate por el
vapor que zarpó de ésta el 27 del pasado.
Como las cartas las entregamos abiertas a las autoridades militares, temí
que no llegara a tu poder. Por ella te habrías impuesto de la horrorosa
mataza. Todo lo que se diga es poco, i nosotros mismos nos espantamos cuando
recordamos tanta sangre derramada. Pasará mucho tiempo antes que se sepan
las cosas tales cuales son. Las cartas de Zegers a su padre i la de Uribe a
don Eulogio Altamirano, si es que se publican, darán indudablemente alguna
luz sobre lo sucedido en lo que corresponde a la descripción de la acción;
pero hay muchos hechos que se irán sabiendo poco a poco i que la historia se
encargará de darles su verdadera importancia.
Como estamos completamente incomunicados, rodeados de centinelas, sólo hemos
podido obtener muy pocas noticias respecto a la opinión de la prensa
chilena. Por una casualidad, entre la ropa mandábamos comprar, nos llegó un
pedazo del diario MERCURIO del 30, i nos sorprendió que en nuestra patria
crean que la Esmeralda sucumbió en el momento en que nuestro comandante Prat
pasó a la cubierta del Huáscar con el sargento de la guarnición Juan de Dios
Aldea, que fue el único que alcanzó a acompañarle, cayendo herido con siete
balazos.
El valiente comandante Prat abordó al enemigo en el primer espolonazo que
tuvo lugar más o menos a las 11 ½ AM.., i nuestro buque desapareció de la
superficie a la 1 ½ PM.. con poca diferencia. Se deduce aquí que nos hemos
batido sin nuestro comandante, con poca diferencia, dos horas.
Cuando recibimos el primer choque, habíamos perdido poca gente, i el Huáscar
se retiró con tanta precipitación que a pesar que lo recibimos en la aleta
(en la popa), de la guardia de bandera, que está formada en la toldilla,
precisamente en el lugar del espolonazo, sólo uno, que fue el sargento
alcanzó a saltar. Muchos dirán, ¿cómo es que no se tomó alguna providencia
para asegurar el abordaje? En la guerra marítima el combate con espolón esa
casi desconocido. Está muy fresco el ejemplo de dos blindados alemanes que
por evitar el encuentro con un buque mercante, chocó un blindado con el
otro, echando a pique al último inmediatamente, quedando el primero en muy
malas condiciones para continuar navegando.
Ahora, si entre dos blindados ha sido tan fatal el resultado para el que
recibió el espolonazo, ¿qué esperanza tendría la vieja Esmeralda de
sobrevivir a la embestida del poderoso Huáscar? Creo que de los 200 hombres
que formaban nuestra tripulación no hubo uno solo que no dijera al ver al
Huáscar, que a toda fuerza venía hacia nosotros, estamos perdidos. Por
fortuna, nuestro comandante logró maniobrar de tal suerte que lo recibimos
por la aleta. En esos supremos momentos toda la gente estaba en sus puestos
de combate. Nuestra artillería sostenía un fuego nutrido i era mayor la
excitación del combate a medida que avanzaba el enemigo. Por otra parte, los
trozos de fusilería ayudados de los rifleros de las cofas, agregados a los
disparos de los cañones del enemigo i sus ametralladoras, formaban un
conjunto aterrador. En medio de ese inmenso eco del combate, de los gritos
de los heridos, etc., nuestro comandante tuvo la inspiración de abordarlo, i
acto continuo dio la voz de al abordaje, voz que no fue oída sino por los
que estaban muy cercanos. Abordar al Huáscar en esas circunstancias era una
empresa imposible. La sangre fría que hasta esos momentos manifestó el
comandante Prat le hizo concebir la sublime idea de morir como hay pocos
ejemplos de tanto heroísmo, en la cubierta del enemigo, i acto continuo
saltó, viéndolo un momento después caer con su espada en mano al pie de la
torre.
La pérdida del comandante produjo en la tripulación una profunda impresión.
La idea de venganza se apoderó de todos, i cada uno quiso ser un héroe para
imitar su ejemplo. Valor inútil: nada podíamos hacer sino esperar la muerte
con resignación. En efecto, momentos después de este primer choque, el
Huáscar a toca penoles nos arrojaba su gruesa artillería, i las bajas en
nuestra gente se sucedían con mucha rapidez. Envidia nos daba ver caer
muerta nuestra gente. Los sufrimientos para éstos habían terminado.
Desgraciados eran los que caían heridos. Eran espantosos los gritos de estos
infelices i no podía prestárseles ningún auxilio. El cuerpo médico era
insuficiente para atender a tantos heridos, así es que todo lo que se hacía
con ellos era hacerlos a un lado para que no estorbaran a la artillería.
Sabíamos que todos teníamos que morir momentos después.
Había cadáveres que quedaban divididos i cauterizados. A cada momento se
encontraban piernas i brazos que no se sabía de quienes era. No creo que
haya otros ejemplos de un combate tan horrible. El fuego continuaba con la
misma viveza por ambas partes, i el enemigo a 700 metros se preparaba para
darnos la segunda embestida.
Muerto el capitán Prat, Uribe tomó su puesto i yo el de Uribe. Nos reunimos
luego que fue posible con el teniente Serrano para conferenciar sobre la
determinación que debíamos tomar, si echar a pique al buque para evitar
derramar más sangre, pues creo que no bajarían de 40 a 50 los muertos i
heridos, o continuar combatiendo hasta sucumbir. Resuelto esto último,
volvimos a nuestros puestos; pero yo quedé siempre en la batería por ser
allí más útiles mis servicios. Era el instructor de la artillería i conocía
la gente, i por consiguiente podía llenar las bajas con los individuos más
aptos para las vacantes que quedaban.
No puedo fijar con exactitud la hora del segundo espolonazo, pero creo que
sería cerca de las 12 i media PM.
Era curioso lo que pasaba en mi imaginación, i creo que lo mismo sucedía a
los otros. Del mismo modo que los trabajadores esperan los días Domingo para
descansar, yo miraba con cierta satisfacción, que no se como explicarla, la
segunda venida del enemigo. Sabía que un segundo espolonazo no podríamos
resistirlo i de un solo golpe daría fin con todos i descansaríamos por
consiguiente de presenciar tantas desgracias. Sin embargo, luego puso el
enemigo su proa a la moribunda Esmeralda, el entusiasmo renació con mayor
fuerza i entusiasmábamos a la gente. Yo mismo tomé una rabiza de un cañón i
se rompió el fuego con toda actividad; igual cosa hicieron los trozos de
fusilería. Por fin, nuestro buque gobernaba muy despacio, la máquina se
movía con poca fuerza, procurando evitar el segundo choque. Un ruido
estrepitoso nos indicó este momento; el buque se cimbró como una tabla, la
gente para sostenerse tenía que agarrarse de lo primero que tenía a mano. El
buque a pesar de los deseos del enemigo, quedó a flote. Todavía nuestra
gloriosa bandera brillaba, i un pueblo entero i un ejército enemigo la
contemplaba muy a su pesar. Si no se evitó del todo el golpe, nuestra proa
tuvo bastante firmeza para resistirlo.
El Huáscar, un momento antes del choque i al desabracarse, nos disparó sobre
nuestra cubierta sus dos cañones de 300 i barrió con una parte de la gente
de los cañones. Algo parecido sucedía en el entrepuente. Sin embargo, con
los pocos que quedaban se continuaba haciendo fuego, con la diferencia que
los cañones no se metían en batería, sino que se disparaban a lo largo de
braguero.
En esta ocasión, es decir, en el momento del choque, veo a Serrano que se
dirige a proa, i al acercárseme me dice: amigo Sánchez estamos fregados, i
continuó su camino. Grande fue mi sorpresa cuando lo veo saltar a la
cubierta del Huáscar con diez a doce hombres que también murieron. Este es
otro hecho que demuestra el arrojo hasta el sacrificio de Serrano i los que
le acompañaban. Serrano fue muy valiente desde los primeros momentos del
combate. Una serenidad admirable unida a un valor que lo dio a conocer a
cada momento. Si el capitán Prat se ha inmortalizado por su valor, igual
cosa debe acontecer con el amigo Serrano.
El enemigo se retiró hasta la distancia de 600 metros más o menos.
Concluimos de quemar los últimos cartuchos. La Santa Bárbara se inundo
completamente, ahogándose los que se encontraban dentro. Sólo el condestable
alcanzó a salvarse por haber un momento antes subido al entrepuente. La
máquina dejó de funcionar. El agua subió hasta los fuegos i concluyó el
vapor. En las mesas de la sala de amputación, que era la antecámara de
guardia-marinas, había muchos heridos de gravedad. De los encargados de los
pasajes de balas, granadas i los de pólvora, muchos habían sucumbido. Desde
este momento nada nos restaba que hacer. Un silencio profundo reinaba a
bordo, i sólo era interrumpido por los disparos de algunos rifleros i
lastimeros quejidos de los heridos. Nos cruzamos de brazos i esperamos. Yo
subí a la toldilla i me junté con Uribe i otros compañeros. El enemigo pone
su proa a nosotros a la una i media más o menos. En estos momentos se ve
salir humo por la escotilla de la cámara de guardia-marinas. Una granada,
penetrando por la botica, puso fin a la existencia de los ingenieros
Mutilla, Manterola i Gutiérrez, dos mecánicos, dos carpinteros, el sangrador
i varios otros; concluyó con los heridos.
La muerte de los ingenieros i demás de la máquina, fue como sigue:
No teniendo éstos nada que hacer abajo, puestos que los calderos estaban
apagados, los abandonaron i al estar en el entrepuente se desnudaron
completamente, i en este estado se disponían para subir a cubierta, pero no
alcanzaron a llegar; en la misma escala cayeron.
Sobre la muerte del ingeniero primero, todavía no hemos podido saber si ha
muerto ahogado o por las balas. Cuando dio cuenta que la máquina no podía
funcionar, hablé con él i no lo vi. más.
Luego que vimos con la fuerza que venía el enemigo, nos desnudamos i en este
estado me bajé a esperar en el cañón séptimo a estribor. Otra granda
destrozó la rueda del timón i cuando encontró por delante, murieron todos
los que había cerca i especialmente los del timón.
Esta vez me escapé muy bien, estando tan sumamente cerca. Todavía tenía que
bañarme. El cabo Cortés tomo la corneta, pues su dueño había muerto, i tocó
a degüello en los momentos que se abría el buque i desaparecía de la
superficie. El último disparo ordenado por mi lo quemo el guardia-marina
Riquelme. Riquelme se hizo notable por su valor i entusiasmo. No se movió un
momento de los cañones, i cuando encontraba a algún marino algo decaído, lo
entusiasmaba i lo hacía consentir que teníamos muchas esperanzas de
triunfar. Este bravo oficial murió ahogado, como igualmente el cabo Cortés.
Un momento después, una nata de cabezas humanas flotaba en la superficie i
cada uno trataba de agarrarse a algún coi o pedazo de maderas, de los que
había muchos.
No deseo que a otro buque chileno le suceda lo de la Esmeralda. ¡Es muy
desagradable tener que bañarse en un combate!
Lo que me sucedió es muy fácil explicarlo. Repentinamente me encontré
atraído por el remolino i la atracción que formó el buque al sumergirse.
Tragué bastante agua i recuerdo bien que en esos instantes me consideré
perdido, por creer que la fuerza del agua me arrojaría dentro de la cámara
alta. En estos apuros toqué algo i agarré bien. Me pareció ser algún cuerpo.
Inmediatamente reconocí que era un coi. Este gran recurso me llevó luego a
la superficie. ¡que felicidad es volver a la luz!
Para concluir con esto i no volver más a ocuparme, le diré: que permanecimos
en el agua veinte minutos. El Huáscar paró su máquina i al verlo con toda su
guarnición formada en cubierta, creímos un momento que nos iban a disparar;
pero luego disipamos esta idea al ver que arriaba sus botes.
Una vez en el Huáscar, nos pusieron en la cámara del comandante. Nos dieron
un poco de licor, i media hora después estaba vestido con una camisa blanca,
una cotona i un pantalón de marinero.
El buque salió i no supimos a donde.
Dos días después calculamos, cuando tuvimos noticias de la pérdida de la
Independencia, que la salida tuvo por objeto recoger los náufragos de dicho
buque. Serían las seis i media cuando fuimos desembarcados. Al salir a bordo
nos dieron un par de zapatos. Sombreros no nos dieron por no haber a bordo.
El frío i el hambre nos atormentaban. En todo ese día no había probado
bocado, i al estar sin medias, calzoncillos, camiseta, etc. No es raro
suponer que con tan poca ropa pudiera estar abrigado.
En el trayecto del muelle a la prefectura no hubo nada de notable, a no ser
algunas hostiles demostraciones del populacho, que es difícil evitar. Una
vez en el salón de la prefectura, fuimos felicitados por los jefes del
ejército. Todos admiraban el heroísmo de la Esmeralda i lo hacían con
sinceridad.
El jefe del ejército nos dijo: Ustedes no son prisioneros, ustedes son
náufragos. El valor de ustedes no tiene ejemplo en la historia de las
guerras marítimas. Si ha habido un caso igual, estoy cierto que no hay quien
lo sobrepuje. No recuerdo bien las palabras.
Al día siguiente fuimos visitados por el general Canseco, i este jefe se
enterneció cuando nos hablaba alabando nuestra conducta, i estas visitas
continuaron por algunos días.
Esa misma noche, después que comimos algo, fuimos conducidos a la Bomba
Austriaca, donde permanecimos como quince días.
Hace tres días que se nos entregó un terno de ropa que nos mandaron hacer.
Ya nos habíamos familiarizado con el traje de marinero i hará sólo diez o
doce días que usamos ropa interior por no haber en la población.
Hoy puedo decir, sin temor a equivocarme, que las pocas comodidades que
tenemos se las debemos puramente al general Buendía. Estos dos caballeros se
han conducido muy bien con nosotros i les estamos muy agradecidos. El señor
Velarde continuamente viene a visitarnos i a ofrecernos lo que necesitemos.
El general Buendía también, cada vez que puede, viene a vernos con el
coronel Velarde. ¿I qué se dice por allá sobre nuestro rescate? ¿Podemos
tener esperanza de alcanzarlo pronto? La inmovilización en que nos
encontramos i el no poder continuar siendo útiles a la patria, nos
atormenta.
Tu afectísimo hermano.
FRANCISCO 2° SÁNCHEZ

Relato del Teniente Luis Uribe

Iquique,
Junio 15 de 1879
Señor don Juan Manuel Uribe
Querido tío:
Usted debe estar ya al cabo del combate de Iquique i de algunos de sus
detalles. Como se puede decir que he revivido, desde que se nos dio a todos
por muertos, deseo también que reviva nuestra ininterrumpida
correspondencia.
Principiaré, como es natural dándole algunos detalles referentes al
hundimiento de la vieja Esmeralda i la milagrosa escapada de su sobrino.
Como todos saben, el combate de Iquique duró cuatro i media horas. Lo que
sucedió en este tiempo es lo que deseo que UD. sepa.
Al reconocer al Huáscar i la Independencia, ya puede UD. suponer lo que pasó
por mí. De acuerdo con el comandante se tomaron las medidas conducentes para
incendiar o echar el buque a pique en caso necesario.
A las 8 hs. 30 ms. la acción se hizo general. No se puede UD. imaginar el
entusiasmo de nuestros marinos; cada tiro que acertábamos al Huáscar era
saludado con un ¡viva Chile! La primera granada del enemigo, que nos acertó,
entró por mi camarote, barrió con todo lo había dentro, pasó por la cámara
de oficiales llevándose sillas, mesas, etc., i fue a romper al otro lado
abriendo un boquete de uno i medio metros. Yo me encontraba en ese momento
inspeccionado el pasaje de grandas i como a cuatro pasos de mi camarote. Un
momento no más que hubiese tardado el proyectil, no estaría ahora con la
pluma en la mano.
Pero subamos a cubierta.
Hace cerca de dos horas que combatimos i sólo tenemos tres o cuatro muertos;
esto es porque las punterías del enemigo son nada certeras. El lo conoce, i
cansado ya de nuestra resistencia nos embiste con su espolón. El capitán ya
de nuestra resistencia nos embiste con su espolón. El capitán Prat quiso
evitarlo; pero la vieja Esmeralda andaba como una mosca en el alquitrán, i
recibió el espolonazo a babor frente al puente. Los cañones del Huáscar
disparados a boca de jarro, antes i después del ataque, barrieron nuestras
baterías.
Como UD. sabrá, el capitán Prat saltó a la cubierta del enemigo i murió allí
como un héroe. Yo me encontraba en el castillo de proa, desde donde vi. caer
muerto a nuestro valiente comandante. Inmediatamente me fui al puente i tomé
el mando del buque.
¡¡Considere mi situación!! Me encontraba mandando un buque agujereado i
haciendo agua; i con el Huáscar por delante, que desde una distancia de 100
metros hacía terribles estragos sobre nosotros. Nadie caía herido; todos
eran horriblemente mutilados i a los pocos minutos la sangre corría por la
cubierta. Pero nuestra gente no desmayaba ni abandonaba sus cañones.
Por un momento el Huáscar paró sus fuegos, como dándonos tiempo para
reflexionar i rendirnos; no hacía más que aumentar nuestra agonía, desde que
nadie pensó en arriar la bandera que flameaba en el pico de mesana.
Viendo pues el Huáscar que no nos imponía, nos embistió por segunda vez con
su espolón. Por amor propio quise evitarlo, i si no lo conseguí del todo, al
menos, no nos echó a pique tampoco. Sin embargo, quedando en un estado
lamentable: la Santa-Bárbara se inundó i la máquina dejó de funcionar.
Cuando el ingeniero me avisó esto último, me crucé de brazos. No había más
que hacer que arriar la bandera o esperar que el buque se fuese a pique. Los
pocos cartuchos que quedaban en cubierta sirvieron para hacer la última
descarga cuando el Huáscar, viendo que aún estábamos a flote, nos dio el
golpe de gracia. Ya era tiempo, la cubierta se hallaba sembrada de cadáveres
destrozados: era aquello un espectáculo horrible de cráneos, brazos,
piernas, etc., sembrados por todas partes.
Una granada se llevó como trece individuos, entre ellos los cuatro
ingenieros; i creo que fue la última la que pasó por debajo del puente i
barrió con los timoneles i otros que había allí cerca. Un poco más alto el
tiro i su sobrino estaría a la fecha en el otro mundo.
Pocos minutos después de recibir el tercer espolonazo, la vieja Esmeralda se
hundió para siempre en las aguas de Iquique i con ella los que tuvimos la
suerte de escapar de las balas.
Después de tragar un poco de agua me encontré a flote, sin saber cómo,
porque ha de saber UD. que nado como piedra.
Del agua fuimos recogidos por los botes del Huáscar i desembarcados en este
puerto en calidad de prisioneros.
Cuándo nos darán la libertad? Este es un problema que deseamos se resuelva
cuanto antes.
Mis recuerdos a su familia i a los amigos de Copiapó.
LUIS URIBE

Relato del Guardiamarina Arturo Wilson

Iquique,
Mayo 23 de 1879
Señor don Vicente Santa Cruz
Querido Vicente:
Hoy hemos tenido oportunidad de escribir i la aprovecho para darte noticias
mías.
El 21 hemos tenido un sangriento combate entre el blindado peruano Huáscar i
la Esmeralda, donde yo me encontraba embarcado, que duro cinco horas,
echándonos a pique el blindado peruano después de tres espolonazos. Datos i
comentarios no me es posible dártelos: sólo puedo decirte que la Esmeralda
se ha hundido, pero con gloria, quedando apenas 50 de 200 hombres que
habíamos a su bordo. He escapado qué sé yo cómo, pues hasta ahora no me doi
cuenta de ello. Nos desembarcaron en este puerto, donde permanecemos
prisioneros de guerra, buenos i sanos.
Las autoridades peruanas nos han tratado con amabilidad i consideración,
pero después del bloqueo de este puerto no hai casi recursos, así es que
sólo tenemos un traje de marinero. La escuadra andaba afuera algunos días i
aún no llega.
ARTURO WILSON
En este momento nos comunican la orden de embarcarnos en el Chalaco para
llevarnos al Norte, no sabemos a qué punto.
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