
En la noche
del 18 de Julio del año 1879, salía el "Regimiento Carabineros de Yungay",
al mando del Comandante don Manuel Bulnes, de su cuartel de Santiago, que
estaba en la Alameda de las delicias esquina de la calle Santa Rosa.
La noticia
de la partida congregó a una enorme cantidad de gente que se agrupaba en los
costados de la Alameda para arrojar ramos de flores y enardecidos vítores al
paso del flamante Regimiento, formado la mayoría por jóvenes imberbes que
marchaban a los campos de batalla.
Bandas de
otros regimientos de la guarnición acompañaron al cuerpo a despedirlo a la
Estación Central, y desde Santiago a Valparaíso, hasta en los pueblos más
insignificantes a pesar de la hora avanzada, acudieron al andén a decirnos
adiós, con el mismo entusiasmo clamoroso y patriótico, gente de todas las
clases sociales con bandas de música o murgas improvisadas.
En la mañana
del 19, en medio de la algazara delirante de los porteños, fuimos llevados
al muelle donde embarcamos a bordo del "Rímac".
Durante todo
el 19 permanecimos embarcados. Ese día se tuvo conocimiento de que los
barcos de guerra peruanos; el Huáscar y la Corbeta Unión, habían sido
avistados por las alturas de Caldera, noticia que, naturalmente, retardó la
partida.
Sin embargo,
a causa de informes falsos, y contradictorios, se dio la orden de partir el
20.
Y el
transporte zarpó, sin otra escolta que las gaviotas, a pesar de llevar a
bordo, además de un Regimiento de Caballería, cajones con armamentos y
dinero para el Ejército acantonado en Antofagasta.
Olvidaba
decirle que el Paquebote "Maule" partió junto con el Rímac, llevando
pertrechos de guerra con igual destino pero en la primera noche de
navegación lo perdimos de vista y pudo arribar al puerto, burlando la
vigilancia del enemigo.
Navegamos
sin contratiempo hasta la noche del 22 en que nos mantuvimos sobre la
máquina cerca de Antofagasta. El Comandante del Rímac, Capitán de Fragata
don Ignacio Gana, no creyó conveniente - por razones náuticas - , en
resguardo de los intereses que le estaban confiados, entrar al puerto a
causa de la espesa neblina que cerraba la costa.
Con la
primera claridad del alba continuemos la ruta. Poco después de haber echado
a andar, como a las 7 de la mañana, el vigía gritó desde arriba de la cofa:
"¡Buque a la vista!".
A esta voz,
corrimos tola borda, con la infantil curiosidad de los neófitos, a ver de
qué se trataba. Difícilmente pudimos distinguir, hacia el lado de tierra, la
silueta borrosa de una especie de buque de velas, apenas diseñada en el
fondo impenetrable de la neblina.
El buque, en
realidad, tenía velas; pero ello obedecía como después se advirtió, a un
hábil estratagema ideada por el Comandante de la Corbata Unión, que tal era
el pacífico velero que nosotros creíamos. El enemigo estaba inmóvil,
agazapado en su colchón de bruma, esperando que la presa se acercara para
hacerla suya.
En un
principio se continuó en la misma dirección, pues nuestro jefe se tragó la
píldora, y no reconoció, bajo el disfraz a la nave peruana.
Pero en
cuanto anduvimos poco más de una milla, el vigía del Rímac, exclamó de
nuevo: "¡Buque enemigo a la vista!". Y agregó a voz en cuello: "Es la
Unión", ¡a mi no me la pega; la conozco bien! ¡Muy Bien! ¡Yo he navegado a
su bordo cuando la Revolución de Piérola!"
Al oir esta
rotunda información, se procedió a un segundo reconocimiento. El perspicaz
marinero no se había engañado: era la Unión.
Sobre la
marcha, torciendo el rumbo que seguíamos, viramos hacia el N. O.
Como única
defensa, solo existía a bordo del transporte un antiquísimo cañón, de ánima
lisa y pequeño calibre. Arma del tiempo de la independencia, en uso de los
vapores de la carrera para saludar con salvas a los puertos mayores. Huelga
añadir, por lo tanto, que cualquiera resistencia en esa forma, además de
grotesca era perder el tiempo. No nos quedaba más que la esperanza de, a
favor de la bruma, perdernos en el horizonte, confiados a la ligereza de
nuestro mayor andar.
Por la
maniobra que hicimos al cambiar de rumbo, la Unión, comprendió en el acto
que había sido reconocida, y en tal concepto, arrió su falso velamen,
iniciando en seguida la persecución.
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