DEL SOLAR NAVARRETE, ALBERTO ; www.laguerradelpacifico.cl

La Guerra del Pac�fico: Los H�roes Olvidados, Los que Nunca Volver�n 

 

 

 

 

Un hombre solo muere cuando se le olvida

*Biblioteca Virtual       *La Guerra en Fotos          *Museos       *Reliquias            *CONTACTO                              Por Mauricio Pelayo Gonz�lez

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DEL SOLAR NAVARRETE, ALBERTO

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Cuando a tu paso tropieces con una l�pida, aparta la vista para que no leas: AQU� YACE UN VETERANO DEL 79. Muri� de hambre por la ingratitud de sus compatriotas.

Juan 2� Meyerholz, Veterano del 79

 

     Condecoraciones

 

 

 

Naci� en Santiago el 2 de Octubre de 1859

Hijo de don Domingo del Solar Quiroga y do�a Virginia Navarrete Padilla

Un d�a antes de enrolarse en el Ej�rcito, Del Solar en sus memorias nos dice: " Hall�bame en Valpara�so el 24 de junio -pues a�n no me hab�a incorporado a las filas del Esmeralda-, cuando llegaron a ese puerto los marinos de la Covadonga despu�s de la gloriosa jornada de Iquique. Condell, el vencedor de la Independencia, simp�tico �muchacho� con el cual, como con muchos otros marinos de aquella �poca, tuve el placer de cultivar amistad, fue recibido con los honores que se tributaban a los h�roes antiguos. Me toc� formar parte de una de las comisiones -la comisi�n de la juventud- designadas para recibirlo." Todo esto hace presumir que el triunfo chileno influy� en su decisi�n de ser soldado.

Ingresa a Regimiento C�vico Movilizado Esmeralda con el grado de Subteniente de la 2� Compa��a del 1� Batall�n partiendo a hacer sus entrenamientos inmediatamente a la ciudad de San Felipe.

Tras un par de meses se trasladan al norte, quedando en el ej�rcito de reserva, participando activamente a fines de noviembre cuando son enviados a Iquique a tomar posesi�n de la ciudad.

Cuando avanza a campa�a, al fin son incluidos en la campa�a para dar la batalla de Tacna, donde el subteniente Del Solar nos dice: " Apretadas las unas contra las otras, las compa��as guardaban perfectamente su colocaci�n, a la vez que las hileras de guerrillas, avanzando todav�a en la posici�n recta, se alistaban para abrir el fuego a vanguardia. La distancia que nos separaba del pie de las trincheras disminu�a visiblemente, y ya las alturas se dibujaban con toda claridad.  Durante m�s de dos horas continuamos, con paradillas de s�lo algunos minutos, esta fatigosa marcha que ha dado ocasi�n despu�s a tantos comentarios. En efecto, el br�o de las tropas novicias de que constaban nuestros regimientos no pod�a ser f�cilmente contenido, de manera que sin disminuir en casi todo el trayecto el comp�s de una marcha acelerada, nos encontramos, en poco tiempo m�s, un gran espacio de terreno adelante de la segunda divisi�n, con la cual, seg�n la orden, deb�amos marchar paralelos. Esto constituye uno de los m�s serios cargos hechos al coronel Amengual, a quien se ha criticado el que no hubiera contenido el ardor de sus tropas, arriesg�ndose as�, como lo hizo, a recibir enemigo, a un redoble de tambor, ca�an respetuosos de rodillas a los pies de un solo hombre, sin otras insignias que la roja cruz sobre el h�bito, y se descubr�an con reverencia para recibir la absoluci�n de sus manos. Volviose a afianzar, resonaron de nuevo los parches en medio de ��Vivas!� atronadores, la banda preludi� los primeros compases del himno nacional y la l�nea se puso otra vez en marcha... "

Hab�an peleado y hab�an triunfado.

De septiembre a noviembre pide licencia para trasladarse a Chile por asuntos personales, volviendo r�pidamente a las filas del Esmeralda para enfrentar la campa�a de Lima.

Participa en las batalla de Chorrillos y en su diario es uno de los reatos m�s crudos de lo ocurrido en la noche, casa a casa en el balneario peruano: "Por Occidente, en fin, Chorrillos, �Chorrillos entregado a las llamas! �Qu� espect�culo! Dij�rase un incendio sobre otro incendio, pues el sol, al ocultarse, inflamaba tambi�n el horizonte, convirti�ndolo en una inmensa iluminaci�n de p�rpura, que serv�a de fondo a los resplandores de la hoguera terrestre. Pero, a medida que palidece el uno, el otro se aviva, alimentado sin cesar por el soplo de la brisa y acrecentado en la intensidad de su aspecto, por las sombras de la noche, que, poco a poco, van sobreponi�ndose a las claridades del crep�sculo. La sangre hab�a corrido a torrentes aquel d�a; el fuego hab�a brillado sin cesar en las bocas de los fusiles y de los ca�ones. Llegaba su turno al incendio, fatal e inevitable en toda guerra, cuando es el resultado, no de una resistencia obstinada y heroica por parte del enemigo, sino del escondite indemne, utilizado con eficacia en la sombra, tras de parapetos a los cuales no es posible llegar y que es preciso, por consiguiente, destruir.

Tomo tambi�n parte en Miraflores y entr� victorioso a Lima, qued�ndose solo unos meses de ocupaci�n, para pedir luego su separaci�n del servicio y volver a Chile.

Contrae matrimonio con do�a Feliza Dorrego Lezica teniendo descendencia.

Se dedica a escribir novelas e historia, as� como sus memorias.

Trabaj� de diplom�tico y se radic� en Buenos Aires, Argentina, donde muere el 09 de Agosto de 1921, siendo depositados sus restos en el Cementerio de La Recoleta.

 

 

 

 

Los Mutilados

 

 

Monumentos

 

 

Vi�a Corral Victoria ;  Una Vi�a Patriota

 

 

 

 

 

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